24 de enero de 2014

Reseña de La pulsión de muerte, de Jed Rubenfeld

En su primera novela La interpretación del asesinato (publicada por Anagrama en 2007) Jed Rubenfeld jugaba la carta de la novela policiaca con derivaciones: es decir, una novela al uso, incluso best-selleriana (aunque con una calidad contrastada), que trataba el tema del psicoanálisis. El punto central de la novela era el viaje de Sigmund Freud y Carl Jung a Estados Unidos en 1909, un viaje que se suponía iba a consolidar el prestigio de Freud (a cimentar el método psicoanalítico) entre los psiquiatras locales, pero que no consiguió los resultados esperados; hasta el punto de que Freud (que ya por entonces estaba en tira y afloja con Jung, previo a su ruptura) tuvo siempre un mal recuerdo de aquel viaje y de aquel país, al que declinó regresar. La novela presentaba un caso, sus complicaciones y cómo el psicoanálisis era utilizado como un elemento de investigación más, especialmente por uno de los dos protagonistas, el doctor Stratham Younger, que acabaría renegando del método de Freud. Su partenaire, en este particular buddy book (parafraseando el género cinematográfico de las películas de compañeros policías), era el detective Jimmy Littemore, que con una observación y una deducción dignas de Sherlock Holmes, se encargaba de resolver el caso, con la ayuda inestimable de Younger. La novela funcionó muy bien, hasta el punto de que unos pocos años después Rubenfeld (jurista y profesor de derecho constitucional de profesión) decidió recuperar a ambos personajes en La pulsión de muerte (Anagrama, 2012), once años después de los hechos vividos en la anterior novela y tomando como punto de partida un atentado terrorista en pleno Wall Street neoyorquino.

Jed Rubenfeld (n. 1959)
Probablemente para los que no somos estadounidenses, la explosión de una artefacto explosivo inserto en un carro de caballos frente al edificio de la banca J.P. Morgan el 16 de septiembre de 1920 apenas sea conocida. Pero fue el primer gran atentado terrorista en suelo estadounidense, con el resultado de 38 muertos y más cuatrocientos heridos. Formalmente, el caso quedó sin resolver, aunque el FBI atribuyó su autoría a anarquistas y revolucionarios rojos que nunca fueron detenidos, e incluso se barajó que los futuros condenados a muerte Sacco y Vanzetti pudieron estar implicados. Eran los años del terror rojo en suelo estadounidense (1919-1920), con diversos atentados con bomba en diversas ciudades, coincidente también con el inicio de la Ley Seca y la persecución J.Edgar Hoover (aún en cargos subalternos, hasta 1924) de destacados sindicalistas y líderes socialistas. El atentado en Wall Street es el inicio de la novela y sitúa a los dos protagonistas de la anterior novela de Rubenfeld, Younger y Littlemore –más maduros y desencantados– a escasos metros de la zona cero. Littemore, capitán de la policía neoyorquina, recibe el encargo de investigar el caso, mientras Younger se encarga de ayudarle y, al mismo tiempo, de desentrañar el misterio que rodea a unas jóvenes deformes que asaltan a su amiga Colette Rousseau, discípula de Marie Curie en las investigaciones sobre el radio y sus aplicaciones para curar el cáncer. La cosa se complicará para ambos personajes cuando Colette sea secuestrada por una extraña banda de delincuentes serbios, al tiempo que el FBI, la Banca Morgan, el Gobierno Federal e incluso un belicista senador (que considera que la culpa de todo la tiene el gobierno revolucionario de México) presionan a la policía de Nueva York e interfieren en una investigación que cada vez tiene más aristas. 

La novela de Rubenfeld, como la anterior, planea diversas tramas: al atentado terrorista se suman las experiencias personales de Younger, que se alistó en el ejército estadounidense cuando este país intervino en la Primera Guerra Mundial en 1917. Sus experiencias en la guerra europea, donde investigó las aplicaciones del radio y los rayos X entre los heridos de guerra, se complican con las de Colette, enfermera en Francia, colaboradora de Madame Curie y que arrastra el trauma de la masacre que los alemanes perpetraron en el pueblo donde vivía en 1914, y que supuso el brutal asesinato de casi toda su familia, a excepción de su hermano pequeño, Luc, que como consecuencia del mazazo emocional quedó mudo. Younger sospecha que la mudez de Luc es psicológica y al terminar la guerra (todo esto es un largo flashback previo al atentado en Nueva York) acompaña a los dos hermanos a Viena –una Viena empobrecida y devaluada como capital tras la disolución del Imperio austrohúngaro– para visitar a Freud. Ello supone recuperar al psiquiatra vienés como personaje secundario, ahora más envejecido, asentado como eminencia psiquiátrica pero también decepcionado con el presente (y el futuro) de su profesión. 

Pasado reciente y presente se mezclan en la novela, cuyas primeras ciento cincuenta páginas alternan situaciones diversas, jugando con las expectativas del lector, y profundizando en la caracterización de Younger, venido a menos respecto a su situación laboral (y pecuniaria) respecto la primera aventura trazada por Rubenfeld, y con un Littlemore que sobrevive como capitán detective, aunque sus expectativas de medrar chocan con la incomprensión del departamento de policía neoyorquino, presionado además por un FBI insistente a la hora de culpar a anarquistas y comunistas (aun sin pruebas sólidas) y con el politiqueo local y nacional. Rubenfeld abre el abanico y nos muestra la situación de impasse de la política nacional, con un presidente Wilson prácticamente incapacitado para gobernar a causa de un aneurisma cerebral y con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina (noviembre de 1920). Warren Harding se presenta como el virtual vencedor de las elecciones y aunque no entrará en el cargo hasta cinco meses después las luchas de poder entre los republicanos vencedores y los demócratas en retirada se complican cuando se plantee la posibilidad de una guerra contra México, bajo la cortina de humo del atentado terrorista de Wall Street. Resulta interesante como Rubenfeld mueve a los personajes ficticios de su novela en relación con los reales e históricos (el secretario del Tesoro David Houston el senador Albert Fall, el director del FBI Big Bill Fynn, el gerente de la Banca Morgan Thomas Lamont, Madame Curie (en una breve escena) o Freud, entre otros, y con la presencia indirecta del presidente que está a punto de irse (Wilson) y del que ha de llegar (Harding). 
 
El escenario del atentado en Wall Street el 16 de septiembre de 1920.
A la derecha, la escalinata y las columnas del Federal Hall.

Rubenfeld aporta su “interpretación del atentado”, su hipótesis de quien pudo estar detrás del mismo y por qué, y trata cuestiones como la investigación del radio (y sus aplicaciones empresariales), los intereses petrolíferos en México, el oro del Tesoro estadounidense y las relaciones diplomáticas entre los dos vecinos norteamericanos, así como la represión policial en Nueva York contra los considerados “rojos” o la convivencia (con más agujeros que un queso de gruyere) con la Ley Seca. El resultado es una adictiva novela del género policial, reconvertida en novela histórica (en el fondo, todas lo son) e incluso “científica”, y una historia de amistad y amor que va más allá de lo convencional. De hecho, con esta segunda novela Rubenfeld confirma el estilo y el pulso narrativo planteado en la primera entrega y deja al lector, al menos a este que escribe estas líneas, con ganas de más andanzas de este par de investigadores policiaco-psicológicos. Y una muestra de que el género policial puede hermanarse (y lo hace) con otros (como ya demostrara Lindsey Davis en su saga romano-detectivesca) con buenos resultados y una gran calidad literaria.

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