26 de enero de 2014

Crítica de cine: Nymphomaniac. Vol. 2, de Lars von Trier

Es bastante ilogico, por no decir mucho, escribir dos críticas de UNA sola película. Sigue siendo incomprensible que se haya estrenado esta película en dos entregas, dos partes, cuando es evidente que no son dos películas diferentes, sino la misma. El espectador interesado ya lo sabe y lo corrobora cuando se sienta en la butaca, se enciende el proyector y, tras el aviso de los exhibidores acerca del montaje y unos mínimos créditos iniciales, la película continúa desde el mismo punto en el que acabó la primera entrega. No le busquemos explicaciones a esta operación de distribución y exhibición cinematográfica, porque no la hay, al menos relacionada con la lógica argumental de una película. Si es por metraje (cuatro horas de un metraje editado de cinco horas y media original), pensemos, por ejemplo, que la tercera entrega de El Señor de los Anillos, El retorno del rey, dura tres horas y media... y no la estrenaron partida en dos entregas. Aunque, en fin, si se trata de coherencia en cuanto a los metrajes... aún recuerdo que Superman Returns y El Reino de los Cielos las vi con un "descanso" de veinte minutos cada una en el cine... cuando apenas duran dos horas y media. Luego está el montaje para dejar fuera esa hora y media de metraje... en el que debe de estar la parte del león de las secuencias pornográficas, supongo: en las dos entregas de esta ÚNICA película las secuencias porno, así a ojo de buen cubero, no deben de superar los veinte minutos, y menos las que tienen explícitas imágenes de sexo real. Luego, si la cuestión era puentear la etiqueta de película provocadora (que lo es, pero no por el sexo en sí), sigo sin entender la "lógica" de esta exhibición en dos partes. Lo que sí sé es que he pagado dos entradas para ver UNA película, aunque sarna con gusto no pica; y en segundo lugar, que Lars von Trier ha realizado una película que en muchos aspectos es un compendio de su filmografía, de sus temas preferidos (la religión, por ejemplo), de sus estructuras narrativas y de su estilo personalísimo.

Dejamos al final de la anterior entrega a Joe en medio de la relación con Jérôme, en un vacío sensitivo y en el fondo existencial. El brío en la exposición de los "capítulos" que Joe/narradora le cuenta a Seligman/oyente, más rápido en las primeras dos horas de película, se ralentiza en las dos siguientes, que en realidad muestran los tres episodios restantes, más dilatados en el tiempo y en la propia duración de los mismos, para llegar al epílogo. Stacy Martin interpretaba a Joe en su etapa más joven y ahora Charlotte Gainsbourg se erige en sujeto/narradora de los acontecimientos. Tres episodios en los que se profundiza en pulsiones eróticas más complejas, siendo las experiencias sadomasoquistas donde Joe (o más bien el propio Von Trier) se regodea con especial dedicación. Joe sigue experimentando y buscando en el sexo lo que no obviamente no encuentra en su vida personal. La maternidad no la motiva ni la siente con especial pasión (hay un momento en el que Von Trier se planta en la línea roja y hace dudar al espectador de si será capaz de cruzarla) y experimenta. Con detalle, se nos muestra el proceso del castigo físico, el miedo de la propia Joe y su progresivo abandono a un nuevo placer. Hay otra línea roja, también importante, que Von Trier parece estar a punto de cruzar, y esta más controvertida: la pedofilia. No se escandalice el lector de estas líneas, no hay una respuesta polémica ni inmoral por parte de un tipo como Von Trier, que a menudo juega a la provocación (mal que le pese... Cannes 2011, ¿verdad?): el espectador se quedará de piedra, como Seligman, cuando Joe actúe como lo hace, pero la explicación que ésta dará (a ambos) muestra que para Von Trier el sexo, y sus respuestas, tienen muchas más aristas de lo que a menudo se habla. Incluso acercándose con temeridad a cuestiones morales y éticas como la pedofilia. Y también, como en la primera entrega, momentos cómicos (la secuencia de Joe con los dos negros).

La hipocresía es lo que Joe no soporta; en un momento determinado, hacia el inicio de esta segunda entrega, lo menciona de pasada a un Seligman atento a todo lo que ella le cuenta. Ese elemento será esencial para comprender en su globalidad el epílogo. Mientras tanto, Von Trier juega con las etiquetas y los estereotipos: "hola, me llamo Joe y soy ninfómana", dirá el personaje en una reunión de mujeres con una terapeuta; "adictos al sexo", le responderá la terapeuta, "es el término correcto". El personaje se rebela contra las etiquetas, las categorías que tratan de categorizar las pulsiones y las pasiones, cuando en su casa es claro que el sexo es una experiencia que va más allá de la pura adicción, la define como tal, la vive sin vergüenza ni penitencia (el elemento religioso católico está muy presente a lo largo de toda la película). Es precisamente su interés por la religión lo que le permite elaborar un discurso narrativo que imbrica un debate sobre la condición humana y sobre la propia experiencia de la religiosidad más allá del mero dogma («soy muy religioso. Soy católico, pero no practico el catolicismo que sólo está interesado en el bien de los católicos. He sentido la necesidad de experimentar cierta pertenencia a una comunidad religiosa, porque mis padres eran unos ateos convencidos. De joven me acerqué a la religión, y quizá en la juventud se siente de un modo más radical. (...) Creo que tengo un concepto muy dreyeriano de esto, porque el punto de vista de Dreyer era más humanista que religioso», comentó en una entrevista hace años). Un posicionamiento personal que le permite, con la misma intensidad que en las dos primeras horas, incidir en los personajes como receptáculos de un constante debate personal sobre su esencia humana, incluyendo el sexo como una experiencia vital y como catalizador de sentimientos y pasiones que trascienden el propio acto sexual.


Nymphomaniac, como ÚNICA película, se acerca a los temas que siempre le han interesado a Lars von Trier en su filmografía. Sería reduccionista limitar el alcance de esta película a una historia que se preocupa de intercalar secuencias pornográficas (a la espera de poder ver ese montaje original de cinco horas y media), como sería un tópico etiquetar a Von Trier como un cineasta meramente provocador. Su cine siempre ha sido reflexión y debate moral y un viaje a (o a lo largo de) la condición humana. No podía ser menos en esta ocasión.

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