18 de septiembre de 2012

Crítica de cine: Una giornata particolare, de Ettore Scola

Hoy dos críticas de cine por el precio de una. La anterior, una película vista hace un par de años; la de ahora, un clásico visto (repasado) anoche. Y nos vamos al pasado. Roma, 6 de mayo de 1938. Adolf Hitler, Führer de la Nueva Alemania, ha llegado a Roma, tras un periplo en tren, del norte al sur. De un hermano a otro. Le han recibido el Duce de la Italia Imperial, Benito Mussolini, y el pequeño (mucho...) rey-emperador, Víctor Manuel III. Y podrá asistir a un desfile de las fuerzas armadas italianas. Y Roma le recibirá con los brazos abiertos. Tras un prólogo con imágenes de época, como si fuera la reproducción de un particular NO-DO, arranca la película en un edificio de la capital. Un edificio de estética moderna para la época, fascista diría incluso. Una mole impersonal, un  patio central, unas escaleras que son visibles tras unos enormes ventanales verticales. Son las primeras horas de la mañana. La portera extiende la bandera nazi por uno de los soportales del patio; luego hace lo propio con la alemana. La ocasión lo requiere. Visita de Estado. Y Roma se echará a las calles, toda ella, para saludar al líder alemán y para presumir de fuerzas armadas. Comienza el día. Una giornata particolare.


Antonietta Tiberi (Sophia Loren) es una madre de familia numerosa. Son las seis de la mañana. Empieza un día especial para los habitantes de Roma. Despierta a los hijos, uno a uno, finalmente al marido. La casa en esa mole impersonal es pequeña para tantos habitantes. Antonietta luce una bata, zapatillas de estar por casa. La familia desayuna y se viste para acudir a los fastos facistas en honor a Hitler. Todos se ponen las mejores galas, la camisa negra, empezando por el padre de familia, un tosco funcionario fascista. Todos salen de casa, el edificio se vacía. Todos se van, menos Antonietta y la portera, una bigotuda señora de la que más vale no fiarse. Y la casa por hacer... Antonietta no se ha vestido para salir. Una carrera en las medias. Hay que empezar las labores del hogar propias de toda mujer (fascista) italiana. La cocina, las camas, la comida. Da de comer al pájaro, Rosamunda, que apenas sabe pronunciar el nombre de su dueña (¡Atonetta, Atonetta!). Pero el pájaro se escapa cuando ella le cambia las pipas. Y sale al patio. Antonietta se desespera. Pero Rosamunda se queda al fondo, al lado de la ventana de uno de los pisos de la mole impersonal. Que está habitada, inexplicablemente ocupada por alguien en ese edificio en un día como ése. Ella le hace señales al hombre, Gabriele (Marcello Mastroianni); él no la ve, ocupado en una tarea que le enfurruña y que le hace tirarlo todo al suelo. Se oye el timbre de la puerta; reticente, acude a abrir. Es Antonietta. Comienza una giornata particolare.

Si decimos que el director de esta película es Ettore Scola y que está protagonizada por la gran pareja italiana cinematográfica de todos los tiempos, Sophia Loren y Marcello Mastroianni, decimos palabras mayores. Si añadimos que refleja de un modo fidedigno el día a día (o en este caso, un día en particular) de la Roma fascista, la Roma de los mejores años de Mussolini, cuando el eco del triunfo en Etopía sigue fresco y los desastres militares están por llegar, diremos una certeza. Porque la película es notablemente detallista en cuanto a ese fascismo asumido por los italianos en su vida cotidiana. Antonietta tiene un álbum en el que acumula fotografías del Duce, de una persona que un día se encontró cuando él iba a caballo, y cuya visión (y saludo impertérrito del capitoste) le provocaron un desmayo. Ella forma parte de esa masa de mujeres fascistas (o también podríamos decir alemanas) que idolatran al Duce (o al Führer). Pero su vida es anodina. Madre de familia numerosa, sin alegrías, sabiendo que su marido es un putero con más labia que talento (y además sin la suficiente maña como para ocultárselo a su esposa), que la vida, ay la vida, es como el desfile de las fuerzas armadas italianas en ese gran día en Roma: la ve pasar. Y se encuentra con Gabriele, un hombre triste, que sin embargo es capaz de dejarse llevar por encima de un patinete, que le regala Los tres mosqueteros, que finalmente le echa morro y le pregunta si no le va a ofrecer un café. Pero que no será su caballero andante rescatándola de esa torre, esa mole impersonal. Porque Gabriele oculta su desazón: locutor de radio despedido, deja entrever que le han echado por no ser la voz que busca el régimen fascista (la voz que entone con alegría los parabienes de la Nueva Italia). No, Gabriele ha sido despedido por homosexual. Es un depravado, un sovversivo, como le echa en cara todo el mundo, desde los que le echaron a la portera... e incluso Antonietta. Pero ambos personajes, no pueden evitar congeniar, más allá de la frialdad inicial, la mera cortesía; se atraen y se repelen, se buscan y finalmente se encuentran. ¿Se enamoran? Cuando el mundo, TU mundo se hunde, encuentras el amor en quien menos te lo esperas: Antonietta en el hombre sovversivo; Gabriele en una mujer que poco antes llamó obtusa. Todo sucede en una giornata particolare.

La película de Ettore Scola es una delicia... pero deja entrever esa amargura de quienes, o bien son meras marionetas del régimen, o bien han sido apartados por él. La amargura de Gabriele, cuya pareja ha sido recluida en Cerdeña. La amargura de Antonietta, que no es feliz, aun siendo la matrona romana casi perfecta. La amargura soterrada de un país que sale a la calle pero esconde en casa sus miserias. La portera pone la radio a todo volumen desde el patio y se escucha la retransmisión del desfile por las calles de Roma. Giovinezza, giovinezza, primavera di bellezza...; el Horst Wessel Lied, la canción nazi... las soflamas de Mussolini y Hitler... la voz del locutor narrando y describiendo el desfile de las diferentes armas del ejército italiano... se superpone por encima de Antonietta y Gabriele durante gran parte de la película, también una particolare banda sonora. Pero nada puede ahogar el silencio que, desde el interior de sus almas, sacan a la luz Antonietta y Gabriele. Nada puede apagar tampoco el fuego que les quema por dentro. Incluso cuando se pelean, ya sea recogiendo la colada en el terrado (¡qué escena!) o en casa de Gabriele. Porque, a pesar de todo, pueden compartir una tortilla. Y un poco de amor. Amor en dos seres incompatibles pero que se buscan y se encuentran. 

Quizá no haya una película que recoja con tanto detalle ese fascismo cotidiano como Una giornata particolare. Y quizá no haya una pareja mejor que Sophia Loren y Marcello Mastroianni para interpretar a dos personas que viven su desarraigo interior. Dos personas a la deriva personal. El final no es feliz: Gabriele deja el edificio para ser confinado también en una isla; Antonietta, tras esta giornata particolare, vuelve a la rutina de una familia y un marido al que ahora ya no puede ver con los mismos ojos (cansados) de antes. No, le queda el libro de Dumas que Gabriele le dio. Y quizá esperanza. Y al espectador le queda el consuelo de que, a diferencia del régimen nazi, el fascista italiano fue bastante benigno con aquellos a los que confinaba o encarcelaba. Y quizá Gabriele se salvara. Y Antonietta, a su manera, también...

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