15 de septiembre de 2012

Crítica de cine: Ágora, de Alejandro Amenábar

[11-X-2009]

Normalmente, todos en el cine, espectadores, críticos y artistas, valoramos el equilibrio, a veces en la cuerda floja, entre forma y contenido, entre estética y ética, entre la imagen y la palabra, entre el efecticismo de los efectos visuales y el poder de un guión bien trabado. Y en una película como Ágora este debate, que en ocasiones se convierte en canibalismo, surge desde un principio. Lamentablemente, en este caso, el equilibrio se rompe casi desde un principio en beneficio de una parte y en perjuicio de la otra.

Alejandro Amenábar es de esos directores que han conseguido crearse un lugar en el cine español (y casi diría que mundial) con apenas cuatro películas. De Orson Welles español, como se le ha llegado a calificar, a animal camaleónico, por el cambio de registro que ha ido realizando en cada nueva película, Amenábar ahora parece que quiera acometer, quizá fuera de onda, una película al más puro estilo péplum.

Y nos trae Ágora, una película ambientada (casi diría que protagonizada) por la Alejandría de finales del siglo IV. Una época que significó el triunfo del cristianismo como religión del Estado romano tras su persecución y clandestinidad durante siglos, y, consecuentemente, el inicio del declive del paganismo y de la cultura (y la filosofía) heredadas del mundo griego clásico y helenístico. Y no es casual esta encrucijada en este período: ya en el año 394 Teodosio abolió los Juegos Olímpicos, iniciados un milenio antes. 


Amenábar centra su película en un tema: la tolerancia o, más bien, lo contrario, que lleva al fanatismo religioso. El director no esconde las cartas: desde un principio, los "malos" son los fanáticos cristianos, personificados en el parabolano Amonio (curiosamente, con nombre de dios pagano) y el obispo Cirilo de Alejandría, en última instancia el perseguidor más feroz de la protagonista de la película, Hipatia. Interpretada convincentemente por Rachel Weisz, Hipatia es una mujer fuera de época: una astrónoma cuya curiosidad la aliena en ocasiones de las turbulencias de su época; una mujer centrada en sus estudios y clases, hija de Teón, director de la Biblioteca de Alejandría. La película comprime en unos pocos años unos sucesos que se alargaron durante más de dos décadas. De este modo, se nos presenta a una Hipatia siempre joven, cuando lo más probable es que muriera con una edad avanzada para la época cercana a los sesenta años.  

Hay un doble planteamiento en la película aunque sin un claro equilibrio: el fanatismo religioso de cristianos contra paganos y judíos (que tampoco se quedan de brazos cruzados), y las investigaciones de Hipatia alrededor delmovimiento de las estrellas y los planetas, así como de la centralidad de la Tierra en el universo. Amenábar quiso que ambas vertientes quedasen equilibradas, pero el dilatado metraje (de por sí recortado, pues se nos queda finalmente en casi dos horas y medias) le obligó a sacrificar una parte, la científica, por la otra, la religiosa. Por ello un título como Ágora, el espacio de la ciudad griega donde el ciudadano departía, decidía, compartía y elegía, casi suena a ironía.

En anteriores películas, especialmente en Mar adentro, Amenábar tocó la cuestión religiosal, aunque fuera tangencialmente. Y si en la odisea de Ramón Sampedro por buscar la muerte mediante la eutanasia esta cuestión aparecía en un momento dado (la conversación a distancia entre Sampedro y el sacerdote tetrapléjico que interpreta Josep Maria Pou), en Ágora se utiliza la religión como elemento para criticar los fanatismos y las intolerancias de quienes se creen provistos de la Única Verdad. Y aquí es donde empiezan los problemas: el fanatismo de los cristianos se muestra con toda su crudeza, sin medias tintas y sin términos medios. Ciertamente, el salvajismo de los seguidores de Cirilo viene provocado por una matanza realizada por los paganos, por los propios estudiantes y profesores de la Biblioteca alejandrina. Pero no se da opción al espectador a juzgar ni a interpretar: los grandes culpables son los cristianos adoctrinados y enfervorizados en su fanatismo, azuzados por demagogos y eclesiásticos que, paradójica y cínicamente, les exhortan a no dejarse manipular por quienes no entienden las Escrituras.

Pero, quizá, dentro de la lógica de la película, éste no sea el principal problema de la película. En mi opinión, el problema está en que estamos ante un casi perfecto producto estético, en una preciosa y prístina figura de yeso pintado con los mejores colores, pero vacía y hueca en lo que respecta al guión. Digámoslo claramente, no hay guión, no hay apenas historia. Los efectos visuales, los travellings de cámara (algunos de ellos espectaculares y muy logrados, como en la secuencia del asalto a la Biblioteca, en que la cámara va girando para ofrecernos un mundo al revés), los carísimos y fieles decorados, las multitudes de extras en movimiento, etc., no compensan un guión flojo y que se nutre de pocos datos. Son pocos los datos que tenemos sobre la Hipatia histórica y que ayuden a configurar el guión. Pero los que hilvanan Amenábar y su fiel colaborador Mateo Gil no sostienen una película que aburre, que aporta poco a nivel de caracterización de personajes (ni el prefecto Orestes, ni el esclavo Davo, ni siquiera el futuro obispo Sinesio de Cirene consiguen llegar al espectador) y que se queda en un producto hermoso pero hueco, vacío, frío.

A ello añadimos un ritmo irregular, descompensado: ya es preocupante que el espectador, en este caso quien escribe esto, se empiece a remover en la butaca y se aburra a los veinte minutos de metraje; pero lo que es peor es que cuando parece que la película, llena de tópicos y de diálogos vacíos (el doblaje al castellano aún realza esta vacuidad) ha llegado a un cierto final, volvamos a empezar para una segunda parte que abunda en los mismos defectos de la primera, que arrastra esa irregularidad y esa falta de equilibrio entre las dos vertientes narrativas de la película y que, además, termina de un modo tan abrupto. Porque las dos partes de la película se podrían haber refundido en una sola, ahorrándonos metraje y hastío, y el producto quizá hubiera quedado con un mejor acabado. Al final la escayola se acaba descascarillando poco a poco, quedándonos con el vacío, lo hueco.

Pero no sería justo obviar los aspectos positivos de la película: a los elementos estéticos, añadamos a una Rachel Weisz que nos convence de su personaje, sobre todo en aquellos elementos que a Hipatia, como personaje, leinteresan: la ciencia. Es una lástima que en el montaje final de la película se sacrificaran escenas sobre los elementos científicos en los que Hipatia se adentra sin cesar. Junto a ello, algunos efectos sonoros: por ejemplo, las imágenes de Egipto desde el espacio, con el ruido de las multitudes masacradas de fondo.

Con todo, el resultado es decepcionante y aburrido. Y eso es algo que nunca me hubiera imaginado de una película de Amenábar, que aburriera. El director dijo en una entrevista que llegó a Hipatia y Ágora partiendo de una idea sobre una película de extraterrestres. Personalmente, visto el resultado final, hubiera preferido la película de extraterrestres.

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