27 de marzo de 2023

Reseña de A World Beneath the Sands: Adventurers and Archaeologists in the Golden Age of Egyptology, de Toby Wilkinson

En 2022, como se sabe prácticamente hasta el hartazgo, se conmemoraron la doble efeméride que justamente marcan el inicio y el final de este libro: los doscientos años del desciframiento de la escritura jeroglífica y los cien del descubrimiento de la tumba de Tutankamón. Son hechos que han jalonado la historia de la egiptología y que abrieron las puertas, por un lado, para poder “leer” las miles de inscripciones jeroglíficas que se han conservado de la civilización faraónica; y, por otro, fueron el aldabonazo de la popularización (a escala masiva) de la cultura egipcia en la sociedad contemporánea, ayudada por los medios de comunicación (prensa, cine, radio, después televisión, finalmente Internet). Tutankamón es quizá el faraón más conocido de la historia y todo lo que le rodea, desde su enigmática vida, su muerte a una edad muy joven, la damnatio memoriae que sufrió por parte de sus sucesores y el olvido que comportó el abandono y erosión del Valle de los Reyes, le auguraron un aura de misterio hasta que aparecieron, en otros yacimientos arqueológicos, evidencias de su existencia, lo cual agudizó el interés de algunos (Theodore Davis primero, después Howard Carter) para hallar su tumba; una tumba que sorprendería, aun siendo más pequeña que en otros faraones, por el hecho de no haber sido saqueada y por unos tesoros que hoy en día siguen fascinando. Si añadimos la carrera entre un francés, Champollion, y un británico, Young, en los primeros años 1820 para descifrar los jeroglíficos de una piedra, la de Rosetta, hallada dos décadas atrás, la cosa se pone también emocionante; lo curioso, como explica Wilkinson en el primer capítulo de A World Beneath the Sands: Adventurers and Archaeologists in the Golden Age of Egyptology, (W.W. Norton & Company, 2020; manejamos la edición de bolsillo de Picador [PanMacmillan], 2021) es que, sin los trabajos de Young, Champollion no habría descifrado esos jeroglíficos, por lo que la exposición de datos en público y la publicación de los mismos ayudó, al margen de la lucha por ser el primero en llegar a la meta, a que la carrera se realizara con éxito.

Y eso también muestra la pasión por el mundo faraónico. Cien años separan ambos hitos, pero la pasión y la atención mediáticas, aunque dispares en su alcance, fueron esenciales. Y entre medios se desenterraron esfinges, templos y pirámides, se descubrieron tumbas de reyes, se encontraron ciudades abandonadas (por ejemplo, Tell el Amarna o la antigua Aketatón, la Ciudad del Horizonte de Atón), se hallaron archivos… se dio a conocer lo que hoy en día sabemos de los imperios (antiguo, medio y nuevo) egipcios, su sociedad, sus muertos y sus colores. Este libro nos habla de eso, de pasión: la pasión por Egipto que sintieron anticuarios, viajeros, exploradores, arqueólogos, filólogos, turistas, políticos y walís/jedives/sultanes/reyes de Egipto. Y eso es algo que el lector percibe en cada una de sus páginas y es algo que también le “apasiona”. Los lectores curiosos de Sinuhé el egipcio de Mika Waltari o de las sagas de Christian Jacq, los apasionados del cine con momias y faraones, de mercadotecnia diversa, se sentirán muy interesados por lo que cuenta este libro.

Retrato de Jean-Baptiste Champollion 
por Léon Cogniet (1831). Museo del
Louvre, París. Fuente.
El libro traza una historia de la Edad de Oro de la egiptología entre 1822, cuando, decíamos, el francés Jean-François Champollion, en competición con el británico Thomas Young, descifró la escritura jeroglífica (capítulo 1); y 1922, cuando Howard Carter encontró la tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes y expuso al mundo los miles de piezas del tesoro con el que fue enterrado este faraón de la XVIII Dinastía, de quien hasta entonces se sabía muy poco (capítulo 11). Desde entonces, en este 2022 se cumplen exactamente dos y un siglos desde ambos acontecimientos, esenciales para comprender la egiptología y cómo evolucionó; cómo pasó de ser el interés de coleccionistas y anticuarios a, paulatinamente, convertirse en el ámbito de estudio de filólogos, historiadores y arqueólogos cada vez más experimentados y especializados, con técnicas de excavación y estudio más depuradas (si bien incluso Carter cometió auténticas barbaridades desde un punto de vista actual: lo que hizo para sacara momia del sarcófago hoy sería motivo se condena universal).

Por otro lado, y de manera transversal a lo largo de todo el libro, asistimos a la historia de un país, Egipto, en diversas etapas y en relación con las potencias europeas, y también a lo largo de ese siglo. El origen está en la expedición de Napoleón Bonaparte para conquistar el país en 1798-1799 (prólogo), en la que el general francés llevó consigo una pléyade de artistas, estudiosos y apasionados por la civilización faraónica, destacando Dominique Vivant, barón Denon, y cuyos estudios fructificaron en las siguientes tres décadas con la publicación de la Description de l’Égypte (1809-1822), obra magna que constó de 23 volúmenes que se comenta en el primer capítulo. A raíz de esta expedición y de sus consecuencias (un fracaso francés, de hecho), Mehmet Alí, militar albanés al servicio otomano, se hizo con el poder en Egipto en 1805 y se estableció como walí o gobernador autónomo, cargo que con sus sucesores pasó a ser el de jedive, reconocido por la Sublime Puerta en 1867, que siguió manteniendo una suzeranía sobre los territorio egipcio y sudanés. En 1882 el Reino Unido invadió Egipto e impuso un protectorado sobre el jedivato, con Evelyn Baring, primer conde de Cromer, como cónsul general (en realidad como administrador del país). El protectorado se mantendría hasta la independencia fáctica de Egipto en 1922, que se convirtió en reino tras un breve período como sultanato “independiente” del Imperio Otomano a raíz del estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914.

Frontispicio de la Description de 
l'Égypte
(1809-1822). Fuente.
Las relaciones políticas entre Egipto y las potencias europeas, sobre todo Reino Unido y Francia, en menor medida Prusia y el Imperio Alemán desde 1871 (más lejos quedarían los contactos con los Estados Unidos de América) a lo largo del siglo que recoge el grueso del libro, y también influyeron en la búsqueda y hallazgo de monumentos, tumbas y evidencias arqueológicas. Formalmente, para empezar, las autoridades indígenas debían dar permiso a los anticuarios y estudiosos primero y a los arqueólogos después para sacar del país aquello que encontraran; y se pasó del comercio, cuando no robo directo, de principios del siglo XIX por parte de anticuarios como Giovanni Battista Belzoni, a la creación de instituciones como el Departamento (o Servicio) de Antigüedades en 1859, por el que todos los tesoros encontrados en suelo egipcio eran propiedad del Gobierno autóctono y, en todo caso, se podrían dar objetos duplicados a los excavadores. Por el prestigio que tenían los egiptólogos franceses entonces, empezando por Auguste Mariette, el director de este departamento fue un arqueólogo francés (bajo supervisión del jedivato/sultanato hasta la independencia del país), y de este modo a Mariette le sucedió Gaston Maspero en 1881, que dejó el cargo en 1886, pero volvió al mismo 1899 y hasta su retiro en 1914.

Con esta doble dinámica –la historia de la egiptología y la del propio Egipto a lo largo del siglo que va de 1822 a 1922–, que constantemente retroalimenta la una a la otra –es importante remarcar que el libro incide en ello, en cómo la egiptología se desarrolló gracias a los permisos de las autoridades locales, por un lado; y en cómo la modernización del país fue consecuencia de la llegada de viajeros, estudiosos y arqueólogos, y de la inversión de sus países (Francia, Reino Unido, Prusia/Imperio Alemán, Estados Unidos), por otro–, los capítulos del libro tratan temas diversos y más concretos. Los resumimos:la expedición de Napoleón Bonaparte a Egipto en 1798-1799 y la labor de algunos anticuarios como Belzoni (prólogo); el desciframiento de los jeroglíficos a partir de la Piedra Rosetta en 1822 y en una rebuda pugna entre Young y Champollion (capítulo 1); los trabajos posteriores de Champollion y su viaje a Egipto en 1828-1830 (capítulo 2); los viajes de John Gardner Wilkinson y otros británicos entre 1820 y 1855, y cómo empieza a modernizarse el país (capítulo 3); los proyectos de Karl Richard Lepsius y la expedición prusiana de 1842-1846, y las diversas excavaciones y exploraciones de pirámides (capítulo 4); la ingente labor de Auguste Mariette entre 1850 y 1870 y la construcción e inauguración del canal de Suez en 1869 (capítulo 5); los viajes a lo largo del Nilo por Lucie Duff Gordon entre 1862 y 1869 y el inicio de lo que con el tiempo (no mucho, en realidad) será el “turismo” de masas en las décadas de 1860 y 1870 (capítulo 6); la década de 1880 y el trabajo de arqueólogos cada vez más profesionales y permanentes, como Flinders Petrie (capítulo 7); la forja de la egiptología como una especialización, y también un campo profesional en pugna, por parte de los arqueólogos británicos, franceses y alemanes en las últimas dos décadas del siglo XIX (capítulo 8); la llegada de los estadounidenses: filántropos como Theodore Davis (que anticipa a Lord Carnarvon) y arqueólogos como Arthur Weigall y Edward Ayrton en la primera década del siglo XX (capítulo 9); la pugna imperialista entre las grandes potencias europeas en el cambio de siglo y cómo afecta al Egipto bajo protectorado británico durante la Primera Guerra Mundial (capítulo 10); y las excavaciones de Howard Carter entre 1914 y 1922, que culminan en el descubrimiento de la tumba de Tutankamón (capítulo 11).

Un epílogo nos lleva a la explosión de la “egiptomanía” a partir de los hallazgos en la tumba de Tutankamón y se realiza una recapitulación de los grandes temas tratados. Para cuando la tumba de este faraón fue descubierta Egipto ya era plenamente independiente y ejercía un férreo control del patrimonio arqueológico (de ahí las pugnas del a menudo furibundo Carter con las autoridades locales a lo largo de la década de 1920). Terminó el control occidental de los tesoros egipcios, de las excavaciones y del Departamento de Antigüedades y el Museo Egipcio en El Cairo. La dirección de la arqueología en Egipto, concluye Wilkinson, estaría en adelante controlada por el pueblo del valle del Nilo y no por extranjeros que llegaban de distantes costas.

Figuras colosales del templo de Abu Simbel, semienterrado en 1838, según el dibujo de de David Roberts, recogido en Views in the Holy Land, Syria, Idumea, Arabia, Egypt and Nubia (Londres,
E. G. Moon, 1842-1849). Fuente.

Como podemos observar, es un libro con muchas caras. Por un lado, quienes viajaron a Egipto para descubrirlo (y excavarlo) –anticuarios, arqueólogos, exploradores, historiadores, turistas de alto copete e inversores a lo largo de ese siglo XIX y hasta 1922– y llevar a sus países algunas muestras, y que fundaron instituciones de investigación, expandieron museos y publicaron obras que, por muy olvidadas que estén ahora, son seminales y a su vez iniciaron acicatearon el estudio y la investigación. El relato de sus viajes y experiencias llama la atención en el lector: es el relato del viajero, y en este libro hay muchos relatos; y con una mirada que trasciende el mero cliché del orientalismo y, a los ojos de algunos de los viajeros y arqueólogos, nos permite ver cómo era la vida de los habitantes del valle del Nilo.

Por otro, remarcamos, están los gobernantes egipcios que abrieron o cerraron la mano, pero que fueron conscientes que los sabios occidentales les ayudarían a modernizar un país de pobreza y atraso económico. Este libro cuenta la historia de arqueólogos europeos, sí, pero también la de gobernantes indígenas que vieron como sus tesoros eran “descubiertos” por otros, extranjeros, y cómo a cambio de permitirles indagar en esos tesoros el país atrasado podía modernizarse con ferrocarril, canales (el de Suez, llegando al máximo), importaciones de bienes de consumo, etc. De manera sutil se pone énfasis en el imperialismo europeo en un país africano que, además, estaba en una zona estratégicamente esencial: la construcción del canal de Suez, inaugurado en 1869 (y a cuya apertura asistió la emperatriz francesa Eugenia de Montijo) simbolizó no sólo el inicio de una nueva ruta marítima del Mediterráneo al Índico, sino también sería el espaldarazo para el reparto colonial de África; incluso Egipto, ocupado por los británicos en 1882 y administrado mediante la figura de un protectorado, fue parte de ese pastel. No sorprende, pues, que cuando Howard Carter quisiera vaciar y estudiar la tumba de Tuntankamón, tarea que le ocupó durante una década, se encontrara con un gobierno que tenía clarísimo que ninguna pieza de esa tumba saldría de Egipto; y sus así, como se ha certificado recientemente, algunas de esas piezas sí salieron de suelo egipcio y Carter tuvo, poco o mucho, en ello. El descubrimiento de esta tumba pone fin a la edad dorada de la egiptología, pero es también la celebración de la mayoría de edad de un país, recién independizado, y el control pleno de su patrimonio arqueológico y sin interferencias extranjeras.

Mehmet Ali, jedive de Egipto, pintado por Jean-François Portaels, 1847. Fuente.

Last but no least, cómo dicen los anglos, se suceden los grandes nombres de la egiptología: Belzoni, Vivant Denon, Champollion, Young, Lepsius, Wilkinson, Mariette, Flinders Petrie, Maspero, Pendlebury, Carter… y los muchos hallazgos, por su parte y por la de otros expertos, durante ese siglo XIX y primeras décadas del XX, en suelo egipcio. Y la mención de otras figuras en otros arqueólogos en otros ámbitos, como Schliemann en Troya, Layard en Asiria, Woolley en Ur, Evans en Creta, también en ese largo siglo de maduración de la disciplina arqueológica.

Toby Wilkinson (n. 1969) es un gran especialista en el ámbito egiptológico, de pluma ágil y bien documentada, y con importantes obras como el estupendo The Rise and Fall of the Ancient Egypt (Bloomsbury, 2010; traducción castellana: Auge y caída del antiguo Egipto, Debate, 2011), Aristocrats and Archaeologists: An Edwardian Journey on the Nile (The American University in Cairo, 2017), The Nile: Downriver Through Egypt’s Past and Present (Bloomsbury, 2015), Lives of the Ancient Egyptians: Pharaohs, Queens, Courtiers and Commoners (Thames and Hudson, 2007; traducción castellana: Vidas de los antiguos egipcios, Blume, 2007), Early Dynastic Egypt (Routledge, 1999), entre otras. Su último libro, en este año de conmemoraciones egiptológicas, es Tutankhamun’s Trumpet: Ancient Egypt in 100 Objects from the Boy-King’s Tomb (W.W. Norton & Company, 2022), y también pinta muy bien.

En conclusión, una delicia de libro que ojalá halle un editor español: lo merece sin duda alguna.

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