3 de marzo de 2022

Reseña de The Greatest Adventure: A History of Human Space Exploration, de Colin Burgess

El domingo 11 de julio de 2021 la actualidad informativa mundial destacó la noticia del “viaje” del magnate sir Richard Branson “al espacio”, adelantándose a Jeff Bezos, fundador de Amazon, quien también tenía un proyecto para volar más allá de la estratosfera. Al margen de si Branson realmente llegó al espacio, a una altura de 80 kilómetros, o se quedó entre la mesosfera y la termosfera, este viaje reflejó que la exploración espacial sigue concitando un gran interés mediático; recordemos, por ejemplo, el aterrizaje de la nave Perseverance en la superficie de Marte el 18 de febrero anterior y tras un vuelo iniciado el 30 de julio del año anterior. Son dos de muchos ejemplos de cómo periódicamente conocemos más detalles de misiones espaciales más allá de nuestro planeta y de una Luna que no se ha vuelto a pisar desde la misión Apolo 17 (diciembre de 1972); precisamente, esta fue la última del programa Apolo, que llevó al hombre a la luna con el Apolo 11 en julio de 1969, y que fue la culminación de un proyecto que apadrinara el presidente estadounidense John F. Kennedy y como proclamó en un discurso en el Congreso el 25 de mayo de 1961: «Creo que esta nación debe comprometerse consigo misma para lograr la meta, antes de que termine esta década, de llevar un hombre a la Luna y retornarlo en forma segura a la Tierra. Ningún otro proyecto espacial durante este periodo será más impresionante para la humanidad o más importante para la exploración espacial a largo plazo, y ninguno será tan difícil o costoso de lograr». 

The Greatest Adventure: A History of Human Space Exploration de Colin Burgess (Reaktion Books, 2021) trata justamente sobre eso: la exploración espacial, que empezó tras el final de la Segunda Guerra Mundial y en el marco de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en una carrera en la que ambas potencias compitieron por ser los primeros en llevar una nave a la órbita terrestre. Las primeras fases de esta carrera, con ingenieros alemanes (como Wernher von Braun) que trabajaron para los estadounidenses desde finales de los años cuarenta y con el genial Serguéi Korolev en la URSS, se basaron en el lanzamiento de cohetes no tripulados a la atmósfera, después con animales entre 1948 y 1961 (de chimpancés en el caso estadounidense a perros como la famosa Laika entre los soviéticos; se detalla en el capítulo 1). La carrera espacial, como tal, se iniciaría con el lanzamiento del satélite Sputnik 1 (4 de octubre de 1957) por parte de los soviéticos, hecho que impulsó a los estadounidenses, aún algo perdidos, a crear una agencia civil y con presupuesto público, la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) en julio de 1958 y las primeras misiones tripuladas a la estratosfera en los primeros años sesenta; se detalla en el capítulo 2. De nuevo los soviéticos se adelantaron, con el vuelo del cosmonauta Yuri Gagarin el 12 de abril de 1961, hecho que obligó a los estadounidenses a avanzar con el programa Mercury (1958-1963), que enviaría a Alan Shepard con un primer vuelo suborbital el 5 de mayo de 1961 y a progresar con los vuelos al espacio de los cohetes X-15, alcanzando alturas de hasta 107 km (y “empequeñeciendo” el reciente vuelo de Branson).

Serguéi Pávlovich Korolev, director
del programa espacial soviético
hasta su muerte en 1967.
Los capítulos 3 y 4 detallan la competición de EEUU y la URSS por avanzar en llegar más alto y más lejos (y los primeros “paseos espaciales” o EVA [Extravehicular Activity]), con los siguientes vuelos del programa Mercury y especialmente el programa Gemini (1965-1966) por parte estadounidense y el programa Voshkod (1964-1966) por parte de los soviéticos. Como se trata en el capítulo 5, el desastre del Apolo 1 (27 de enero de 1967), misión que inició el programa Apolo (1967-1972) y en la que murieron sus tres tripulantes, puso en duda la viabilidad de este programa, que se proponía cumplir el designio de Kennedy de poner a un hombre en la Luna antes de terminar la década, mientras que la muerte de Korolev, “padre” del programa espacial soviético en 1966, también significó un frenazo a las aspiraciones rusas de alcanzar el satélite terrestre, aunque el programa espacial soviético continuó. El capítulo 6 trata las misiones Apolo anteriores al Apolo 11 y que prepararon el camino para la exitosa misión de Neil Armstrong, Edwin “Buzz” Aldrin y Michael Collins el 20 de julio de 1969–, última gesta que parecía poner fin a esa carrera espacial, descrita en el capítulo 7, junto con el resto de misiones de este programa, que finalizó (por un recorte del presupuesto, que finiquitó las misiones 18 a 20) con el Apolo 17 en diciembre de 1972. 

Pero el fin del programa Apolo tras llegar a la Luna y los contratiempos soviéticos tras la muerte de Korolev son etapas de una carrera espacial, ganada finalmente por los estadounidenses (y con mucha ventaja), que continuó, en otra índole, en la década de 1970, cuando ambas potencias pugnaron por la creación e instalación de sendas estaciones espaciales en la órbita terrestre, antecedentes de la actual Estación Espacial Internacional (SSI por sus siglas en inglés). Así, como se detalla en el capítulo 8, los soviéticos emprendieron el programa de cohetes Soyuz –que se ha mantenido con diversas fases desde 1967 y hasta prácticamente la actualidad– y emprendieron el programa Salyut, con nueve estaciones espaciales lanzadas entre 1971 y 1982, seis de ellas visitadas por cosmonautas enviados en naves del programa Soyuz (en funcionamiento, en diversas fases, desde 1966, y que a su vez sustituyeron a las naves del programa Vostok [1961-1963]); por su parte, los estadounidenses crearon la Skylab, estación espacial que orbitó alrededor de la Tierra entre 1973 y 1979, visitada en tres ocasiones por astronautas, y que estuvo impulsada por cohetes Saturno V, los mismos que se utilizaron para el programa Apolo. 

En ambos casos fueron estaciones espaciales no permanentes y con naves que utilizaban cohetes desechables o que ellas mismas no se podían reutilizar. Como se describe en los capítulos 9 y 10, con los transbordadores espaciales (STS, por sus siglas en inglés), Estados Unidos dio un paso adelante en 1981, con el lanzamiento del Columbia –seguido en los años siguientes de las naves Challenger, Discovery, Atlantis y Endeavour, y que hasta 2011 realizaron 135 misiones que incluyeron el lanzamiento de satélites y sondas y del Telescopio Espacio Hubble (en servicio desde mayo de 1990), la construcción y ampliación de la Estación Espacial Internacional y experimentos científicos en órbita; por su parte, los soviéticos crearon la estación espacial Mir (1986-2001). Las catástrofes de la lanzadera Challenger, el 28 de enero de 1986, y Columbia, el 1 de febrero de 2003, con la pérdida de las vidas de sus respectivos tripulantes, despertó dudas sobre la seguridad de los transbordadores, finalmente retirados del servicio en julio de 2011, tema tratado en el capítulo 11, que a su vez detalla la creación de la Estación Espacial Internacional, lanzada en 1998 y en la que han colaborado diversos países. 

Salida de la Tierra, fotografiada por Bill Anders el 24 de diciembre de 1968, durante la misión 
Apollo 8.

El futuro de la exploración espacial (capítulo 11) y de las agencias espaciales estadounidense y rusa, así como la participación de la Agencia Espacia Europea (ESA) y de las administraciones china (CNSA) e india (ISRO), pasa por volver a la Luna y misiones a planetas con posibilidades (por ahora mínimas) de ser habitables, como Marte, que periódicamente ofrece noticias y desde que la nave Mars Pathfinder aterrizara en el planeta rojo en julio de 1997 (tras un lanzamiento en diciembre de 1996) y ofreciera las primeras imágenes “en directo” de la superficie marciana. Ya en epílogo enlazamos con los “vuelos espaciales turísticos”, con Richard Branson, Elon Musk y Jeff Bezos promoviendo iniciativas privadas, y que nos llevan a la actualidad que destacábamos en el inicio de esta reseña. 

Como podemos observar de este amplio resumen, estamos ante un volumen ambicioso en su voluntad de describir la exploración espacial desde que Von Braun fuera “captado” por los estadounidenses al final de la Segunda Guerra Mundial para que implementara proyectos como los cohetes V1 y V2 para Estados Unidos, y Stalin, para no quedarse atrás, impulsara en manos de Serguéi Korolev el programa espacial soviético. El volumen de Burgess realiza, pues, una amplia (y bastante detallada) panorámica de la exploración espacial y para un público muy amplio, sobre todo aquel que (como quien esto escribe) se siente fascinado por el tema. 

La bibliografía, una selección de títulos relevantes –en la que, no obstante, echan en falta títulos como la biografía oficial de Neil Armstrong, First Man: The Life of Neil A. Armstrong a cargo de James R. Hansen (Simon & Schuster, 2005; traducción castellana: El primer hombre: la vida de Neil A. Armstrong, Debate, 2018) o Lost Moon: The Perilous Voyage of Apollo 13 de Jim Lovell y Jeffrey Kluger (Houghton Mifflin Company, 1994; traducción castellana: Apolo 13, Ediciones B, 1996)– permite comprender este esfuerzo de síntesis de un tema que tiene múltiples derivaciones y que se centra en los diversos programas y misiones de los últimos setenta años (en ocasiones puede parecer un catálogo de misiones espaciales para un lector profano en la materia). 

El Eagle (módulo lunar) en su vuelo de reencuentro con
el Columbia (módulo de mando) de la misión Apolo 11
21 de julio de 1969.
Y es que se trata de un tema sobre el que continuamente se publican libros, a menudo en ocasión de fechas conmemorativas, empezando por los cincuenta años del Apolo 11 y la llegada a la luna, y que a su vez ha dado pie a espléndidos documentales como Apolo 11 (Todd Douglas Miller, 2019), estrenado en salas de cine en julio de 2019 y When We Were Apollo (2019, inédito en España, puede adquirirse en DVD y Blu-Ray en la web del documental, pues no está disponible en Amazon Prime Video España), ganador de un Premio Emmy y que se centra en los miles de personas que durante una década trabajaron en el programa Apolo; o sobre el que se vuelve constantemente en el cine, ya sea con títulos ya clásicos como Apolo 13 (Ron Howard,1995), basada en el citado libro de Lovell y Kluger; First Man (Damien Chazelle, 2018), sobre Armstrong y que se basa en la mencionada biografía de Hansen; o, en relación con el programa Mercury, el también clásico libro The Right Stuff de Tom Wolfe (Farrar, Strauss and Giroux, 1979; traducción castellana: Elegidos para la gloria (Lo que hay que tener), Anagrama, 1984), que a su vez ha dado pie a la película homónima de 1983 dirigida por Philip Kaufman y a la miniserie de televisión en National Geographic (Disney+) de 2020. Desde la órbita rusa, convendría mencionar una película como Salyut 7: héroes en el espacio (2018), que recrea un episodio relacionado con esta estación espacial y la misión Soyuz T-13, mencionados en el libro. 

A su vez, el cine reciente ha incidido en aspectos técnicos de la exploración espacial y el planeta Marte, como en la novela The Martian de Andy Weir (autoeditada en 2012, publicada en 2014 por Crown Publishing en 2014, y que se adaptó a la gran pantalla en 2015 bajo el título Marte en España (The Martian en el mercado internacional) y con dirección de Ridley Scott; la película, de producción estadounidense y británica, logró financiación del Gobierno chino, que a cambio “solicitó” un mayor peso en la trama de la Administración Espacial Nacional China (CNSA), hasta el punto de que la colaboración del programa espacial chino que (y su cohete Taiyang Shen) permitirá a la NASA salvar al astronauta estadounidense Mark Watney, “varado” en Marte. Por su parte, la carrera espacial en los años sesenta a ochenta (y más allá), se desarrolla, desde la ucronía, en la exitosa serie de televisión For All Mankind (AppleTV+: 2019-), que parte de la idea de que cuando el Eagle (Apolo 11) de Neil Armstrong y Buzz Aldrin llega a la Luna el mundo entero descubre que los soviéticos llegaron antes, por lo que se plantea una carrera espacial alternativa (con bastantes elementos de la real, a los que se da una vuelta de tuerca). Por tanto, este libro, como podemos observar por estos ejemplos, resultará de gran interés para un público lector muy amplio apasionado por la exploración espacial. 

Oleg Makarov y Vasili Lazarev, cosmonautas de la malograda
misión soviética Soyuz 18a (18 de abril de 1975).
Un tema que, también conviene destacar, ha tenido literatura en español: mencionemos, por ejemplo y en ocasión del cincuentenario de la llegada a la Luna, el muy sólido volumen Apolo 11: La apasionante historia de cómo el hombre pisó la Luna por primera vez de Eduardo García Llama (Crítica, 2019), que además de describir en detalle esta misión espacial incide en la biografía de los tres tripulantes de la nave espacial. A destacar también el breve tomo La carrera espacial: Del Sputnik al Apollo 11 de Ricardo Artola (Alianza Editorial, 2019; 1ª ed., 2009), que resume muchos de los aspectos que Burgess trata en los capítulos 2 a 7. En un tono más divulgativo, pero a la vez desarrollando aspectos técnicos de una manera amena, habría que destacar los libros de Rafael Clemente: Un pequeño paso para [un] hombre: La historia desconocida de la llegada del hombre a la luna (Libros Cúpula, 2018), sobre la misión Apolo 11 y todo lo que le rodeaba, incluidas las descripciones técnicas de las naves, o más recientemente Los otros vuelos a la Luna. La historia y los secretos de las exploraciones lunares después del Apolo 11 (Libros Cúpula, 2021), y que trata sobre las misiones Apolo 12 a Apolo 17, y que Burgess resume en el capítulo 7 de su libro. 

A tenor de estos ejemplos de libros ya publicados sobre el tema, ¿qué aporta Burgess? Para empezar, una síntesis general del tema de 1945 a 2020, y no es poco, incidiendo, en la mayor parte del libro, en la pugna entre los programas espaciales de EEUU y la URSS, en sus éxitos y fracasos, y en la continuidad de ambos programas una vez la carrera espacial fue ganada por los estadounidenses. Y este es un detalle importante: se suele dar por finiquitada la carrera espacial una vez los estadounidenses llegaron a la Luna, haciendo hincapié en las crecientes dificultades económicas de los soviéticos (como si los estadounidenses no las hubieran tenido también, atizadas a su vez por una opinión pública que, al margen de las gestas, cuestionaba el enorme dispendio del programa espacial y el uso que se podía dar a ese dinero en cuestiones como educación y sanidad; recordemos que el programa Apolo tenía previstas tres misiones más, hasta la número 20, y que se cerró el grifo con la 17). 

Bruce McCandless durante su histórico primer vuelo espacial fuera del transbordador Challenger
(7 de febrero de 1984).

Burgess, en cambio, incide (implícitamente) en las últimas cien páginas de su libro en que la carrera siguió; quizá no con este nombre, pero estadounidenses y soviéticos pasaron a otra fase y en las décadas de 1970 y 1980 desarrollaron otros programas, como las estaciones espaciales Skylab y Salyut/Mir, o los transbordadores espaciales (un aspecto muy destacable); y se trata de una competición, añadimos, en momentos en que la Guerra Fría, especialmente en el periodo de Reagan, se recrudeció; cierto es que hubo episodios de distensión, como la misión conjunta Apolo/Soyuz, el “apretón de manos” en el espacio en julio de 1975. Pero ambas potencias, al margen de gestos a la opinión pública mundial, continuaron con sus respectivos programas y compitiendo por llegar más lejos. Sería el fin de la Unión Soviética en 1991 y la reconversión del programa espacial ahora en manos de Rusia (y con instalaciones en Kazajistán), y la retirada de los transbordadores en 2011 los que hayan afianzado los proyectos de colaboración entre ambos países: pensemos, por ejemplo, que muchos lanzamientos en común ya no salen de Cabo Cañaveral, sino desde suelo ruso, además de las misiones que China, en el marco de su propio programa espacial (con taikonautas, las naves Shenzhou entre 2003 y 2016, y estaciones espaciales como las dos Tiangong entre 2011 y 2019), desarrolla por su cuenta. 

En este sentido, pues, el volumen de Burgess va más allá de lo trillado (el éxito del programa Apolo, a pesar de su desastre inicial) y de la Luna como escenario más trabajado, como se certifica en los capítulos 8 a 11 (y el epílogo). Y lo hace con una voluntad de llegar a lectores muy diversos: interesará a los que nos fascina el tema y ya tenemos lecturas sobre el tema, pero también lo hará con aquellos, más profanos en la materia, que sientan curiosidad o se quieran aproximar a una obra general con voluntad (y costuras) de alta divulgación. 

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