7 de diciembre de 2020

Reseña de La sombra de Aníbal. Liderazgo político en la República Clásica, de Pedro Ángel Fernández Vega

*A menos que se especifique lo contrario, todas las fechas de hechos y vidas de personajes corresponden a antes de la era cristiana o a.C. Reseña publicada previamente en Hislibris.

Si un lector curioso busca en librerías monografías en castellano sobre la crisis de la República romana o sobre el último siglo republicano –grosso modo, 133-27, asumiendo el tribunado de Tiberio Graco como su inicio y la “restauración” del sistema republicano por Octaviano, “convertido” en Augusto– encontrará bastantes y de todo tipo, incluidas biografías, obras generales y estudios más pormenorizados por períodos. Si ese mismo lector, incluso uno más avezado en la historia romana, pregunta por libros específicos sobre un siglo antes de ese último siglo republicano, es posible que la respuesta sea esta. Y es que el panorama historiográfico sobre la época que, a grandes rasgos, nos lleva de la Segunda Guerra Púnica (o Romana, desde el punto de vista cartaginés; 218-201) a la propia destrucción de Cartago en 146, es muy escaso en nuestros lares. Sí, puede encontrar artículos en revistas académicas y comunicaciones en congresos y reuniones científicas, pero lo que son obras para el gran público apenas hay; o al menos quien esto escribe debe estrujarse las meninges para recordar algún título (no, lo siento). 

Queda el recurso de acudir directamente a las fuentes primarias, de las que encontramos excelentes ediciones críticas, pero nos encontramos con varios inconvenientes. Para empezar, tenemos pocas obras coetáneas: no ha sobrevivido la historia que, en griego, escribió el analista Quinto Fabio Píctor (c. 270-200), y que llegó hasta la Segunda Guerra Púnica; de ella bebieron, sin embargo, Polibio, Plutarco, Livio y Dionisio de Halicarnaso, entre otros. Del propio Polibio de Megalópolis (c. 200-120) no contamos por completo con sus Historias (editadas en Gredos), que recogían el período entre 264 y 146: solamente están enteros los primeros seis de sus cuarenta libros y de lo que se conserva, al margen del “análisis” de la “constitución mixta” romana, no se trata en detalle el juego político de estas décadas, pues se centra en los temas internacionales aparte o además de Roma. De Catón el Censor (c. 234-149) tenemos su De agri cultura o tratado sobre agricultura (en la edición de Gredos, 2012) y algunos fragmentos sobre otros escritos suyos (qué pena que no se hayan conservado enteros sus discursos). 

El relato más completo de la historia romana entre los años 218 y 166 lo aporta Tito Livio en los libros XXI-XLV de su Historia desde la fundación de la ciudad, pero se escribió casi dos siglos después de los hechos. Livio es detallista, con una narración lineal y cronológica, precisando los magistrados elegidos en cada año (incluidos los censores cada cinco años) y nos ofrece muchísimos datos sobre la guerra anibálica (un relato completo en los libros XXI-XXX podemos leerlo en las ediciones de Alianza Editorial y Gredos), la posguerra y las contiendas con Macedonia y el reino seléucida; pero su relato se trunca a partir del citado año 166 y del resto de su obra sólo se conservan resúmenes; y, además, ese relato se construye en el seno del paradigma “revisionista” de la época de Augusto, cuando no está al servicio de su programa propagandístico. 

Ya a caballo entre los siglos I y II de nuestra era tenemos algunas biografías de personajes romanos como Quinto Fabio Máximo, Marco Claudio Marcelo, Lucio Emilio Paulo, Tito Quincio Flaminino y Catón el Censor en las Vidas paralelas de Plutarco de Queronea (ediciones en Gredos, sobre todo); no se ha conservado una biografía de Publio Cornelio Escipión el Africano, que Plutarco comparó con el tebano Epaminondas (biografía también perdida). Plutarco ofrece muchos detalles personales sobre estos personajes, en aras de la comparación con su pareja griega, pero la visión sobre la República romana y el juego de las instituciones es somera, cuando no ausente. De mediados de esa segunda centuria tenemos a Apiano, de cuya Historia romana y para el período que nos interesa, apenas se ha conservado un libro sobre la guerra anibálica, otro sobre las campañas en Hispania (ambos en ediciones de Alianza Editorial y Gredos) y un tercero sobre la Tercera Guerra Púnica, quedando uno fragmentario sobre las guerras macedonias. 


Pero, como podemos comprobar, solamente con estos tres autores principales –Livio, Plutarco y Apiano; no entramos en autores menores como Floro o epitomistas posteriores– nos vamos de dos a tres siglos después de los hechos, sin olvidar la utilización de estos autores de obras que no han llegado hasta nosotros (Celio Antípatro, por ejemplo) y que nos habrían permitido conocer con más detalle esas décadas. La diferencia con la riqueza informativa del “último siglo republicano” –en general, pero sobre todo para la época de Cicerón, pues también hay algunas décadas “oscuras”, como la posterior al suicidio de Gayo Graco (123) y prácticamente toda la década de los años 90– es patente. Por tanto, si acudimos a las fuentes del período entre 233 y 183 (que es el que recoge el libro que prometemos reseñar tras este excurso inicial), nos encontramos con problemas metodológicos: Livio aporta el relato más completo, pero es muy posterior a los hechos, y de las fuentes coetáneas prácticamente no se ha conservado nada, y de las inmediatamente posteriores (Polibio), sólo una parte. Nos queda el consuelo de saber que los textos que han sobrevivido (y apenas hemos citado a los más importantes) recogieron fuentes anteriores, si bien se suscita la duda sobre cómo y con qué “agenda política” lo hicieron. 

Por todo ello, y vamos ya al lío, el libro de Pedro Ángel Fernández Vega, La sombra de Aníbal. Liderazgo político en la República Clásica (Siglo XXI Editores, 2020) es tan necesario, si se me permite la palabra: pues relata en detalle esas cinco décadas que van del primer consulado de Quinto Fabio Máximo a las muertes de Escipión el Africano y de Aníbal, el personaje que, cual Godot, está presente en la obra y, sobre todo, en ese período de la historia de la República romana, sobre todo durante esos dieciocho año largos años de la Segunda Guerra Púnica que fueron trascendentales, especialmente por sus consecuencias, para el sistema republicano romano. 

El relato de Fernández Vega se centra en seis personajes estructurados por parejas en tres bloques y con la sombra de Aníbal sobre el escenario, de ahí el título. Los personajes son, por orden de presentación y a su vez siguiendo un hilo cronológico, Gayo Flaminio Nepote (c. 265-217), Quinto Fabio Máximo Verrucoso Cunctator (c. 275-203), Marco Claudio Marcelo (c. 270-208), Publio Cornelio Escipión el Africano (236/235-183), Tito Quincio Flaminino (229/229-174 [?] y Marco Porcio Catón. Seis hombres que acumularon consulados –cinco Fabio y Marcelo, dos Flaminio y Escipión, uno Flaminino y Catón– y censuras (todos ellos ejercieron esta culminación de la carrera política), triunfos (todos lo tuvieron, sin contar la ovatio que Marcelo consiguió en 211) y una influencia política diversa y en algunos casos efímera. Sobre los consulados, los avatares y la excepcionalidad de la guerra anibálica llevaron a que se produjera una iteración en dicha magistratura y superando unos límites que la lex Villia annalis del año 180 trataría de enmendar, estableciendo también unas edades mínimas para acceder a cada magistratura y un orden preciso, el cursus honorum que desde entonces quedó “fijado”: tribuno militar, cuestor, edil (opcional) o tribuno de la plebe, pretor, cónsul y censor. El volumen de Fernández Vega termina unos años antes su relato, con la censura de Catón, pero termina ya entonces un estado de cosas que la lex Villia annalis fijará y que no se romperá, al menos en la iteración de consulados, hasta finales de ese siglo II, la amenaza germana y el papel preponderante de Gayo Mario, que acumuló consulados entre los años 104 y 100, con un total de seis si incluimos el desempeñado en 107 (quedaría un séptimo, brevísimo y en un contexto de guerra civil, a inicios del año 86). 

La sombra de Aníbal en los avatares de la Segunda Guerra Púnica en el relato de la mayor parte del volumen es paralela a la de H.H. Scullard, que, con su libro Roman Politics, 220-150 B.C. (Clarendon, 1951; 2ª edición revisada, 1973), se muestra para el especialista en historia romana como un antecedente del propio Fernández Vega… con todas las comillas. El volumen de Scullard, ineludible para todo lector interesado en la política romana de esas siete décadas, ya generó un rico debate cuando se presentó y “provocó” al propio autor para responder a las críticas en una rica introducción a la segunda edición de 1973. Scullard trató el período a partir de facciones de algunos políticos de la época –los que menciona Fernández Vega más otros más– y focalizó su análisis en el alcance y vigencia de esos “partidos” (no en clave moderna, desde luego) y en cómo la pugna política fue constante en esas décadas y se sucedieron las amicitiae y facciones. Un relato muy clásico que hoy en día está más discutido y del que el autor de este libro se aparta un tanto. Pero que hubo lucha entre los Fabios y los Cornelios Escipiones durante la guerra anibálica es evidente, sobre todo a partir del relato de Livio. Una facción fabiana que, como toda facción romana del período, fue cambiando de líderes, y con unos Escipiones que a la postre acabarían por ser derrotados tras el juicio de los hermanos Africano y Asiático a causa de la corrupción por el botín de la guerra contra Antíoco III. 

El relato pormenorizado de Fernández Vega, que sigue un orden cronológico, destaca la diversidad de elementos en liza entre los políticos romanos de los años 224-184, en el que dictaduras, censuras, consulados y triunfos fueron caballos de batalla y objetivos a alcanzar por estos seis personajes. Destaca el papel “presidencialista” de un Fabio Máximo que acumuló consulados y benefició a su propio hijo a costa incluso de aliados como Claudio Marcelo, que se vio obligado a dimitir de un consulado sufecto en 215 a causa de un augurio religioso contrario, posiblemente “fabricado” por Fabio, augur y miembro del colegio sacerdotal; que Marcelo fuera “resarcido” con un consulado ordinario al año siguiente entraría en esta disputa política en la que lo que a un aliado se le quitaba después se le retornaba. La utilización de la religión oficial romana en clave política y con objetivos personales fue constante en la carrera política de Fabio. 


Resulta interesante el análisis de Fernández Vega, la mera sugerencia incluso, de que Fabio y Marcelo, el escudo y la espada en la guerra anibálica, no fueran tan “amigos” como la tradición mostrara, sino aliados firmes en momentos concretos (y contra rivales en particular, como Gayo Flaminio) y con objetivos a menudo divergentes: la política militar defensiva de Fabio, la cunctatio, frente a la agresividad de Marcelo. La acumulación de consulados y proconsulados entre ambos líderes entre los años 215 y 208 sería contestada por la breve (y muy discutida) preponderancia del joven Escipión, pronto Africano. Que este no pudiera mantener un predominio en la política romana posterior a la guerra púnica, con nuevos (y también jóvenes) actores en liza como Tito Quincio Flaminino, (de)muestra la “líquida” (por emplear el término baumaniano) base de su influencia: su censura en 199 y su segundo consulado en 194 pasaron sin pena ni gloria, y aunque asumió el liderazgo en la cámara senatorial como princeps Senatus durante dieciséis (siendo renovado como tal en tres ocasiones), la suya no fue una supremacía incontestada como la de Fabio Máximo dos décadas atrás. Influiría en ello la constante oposición de Catón, surgido de la filas fabianas, y el hecho de que a lo largo de la década de los años 190 y parte de 180 hubo otros próceres, como el citado Flaminino, Marco Fulvio Nobílior o Gneo Manlio Vulsón. El cesarismo carismático de Escipión Africano acabaría por ser más endeble a medio plazo, con una caída en desgracia que amargaría sus últimos años, pero que al mismo tiempo sentaría un precedente para políticos más ambiciosos, y con menos escrúpulos, en el último siglo republicano, comenzando por sus nietos, los hermanos Tiberio y Gayo Sempronio Graco. 

Uno de los aspectos más interesantes del libro de Fernández Vega, en su tercio final, es la caracterización de Marco Porcio Catón como un populista, epíteto que a menudo se utiliza para políticos populares como Mario, Saturnino, Craso, César, Codio o Antonio, en ese último siglo republicano. Pero el populismo de Catón se asienta en una asunción muy personal del tradicionalismo y que trasciende facciones: Catón podía tener entre ceja y ceja a los Escipiones y sus aliados (Glabrio, por ejemplo), pero también podía disparar contra los “suyos” en aras de una defensa (a menudo cerril) de las tradiciones romanas que se evidenciaría en su censura del año 184 (y que tardó en alcanzar después de su consulado del año 195, a diferencia de los otros cinco personajes). Que la carrera política de Catón prácticamente acabara entonces, sin siquiera poder alcanzar honores como el cargo de princeps Senatus, ni tampoco un segundo consulado pasado un tiempo, muestra que ese populismo catoniano, reaccionario y perseguidor de todo tipo de corrupción, no fue ni tan bien visto en su propia época ni tan aceptado (apenas tolerado) entre la élite romana como el relato tradicional ha fijado en la memoria. A la postre, Catón acabaría por sobrevivir (y por mucho: viviría hasta el año 149) a todos sus rivales, pero sin alcanzar más cargos y honores que estos, tan sólo algunas legaturas y embajadas en momentos puntuales; su cursus honorum finalizó a los cincuenta años de edad y se mantuvo su aura de figura incorruptible, aunque distante y carente de brillo político, en los siguientes treinta y cinco años de su vida. 

Como podemos observar, y sin ánimo de “destripar” todos los temas que desarrolla Fernández Vega, estamos ante un volumen formidable por el alcance del análisis: un incisivo estudio de la política (y el liderazgo) romanos en las casi dos décadas de guerra contra la sombra (tan presente) de Aníbal en Italia y en los siguientes tres lustros. Un estudio que incide en la refriega constante de facciones, mucho más evanescentes de lo que el clásico trabajo de Scullard dejaba entrever, e incluso en el seno de las mismas (la amistosa, aunque no siempre, rivalidad entre Fabio y Marcelo). Los consulados fueron objetos preciados, sí, pero no menos lo fueron los mandos proconsulares (lo sabría bien Escipión Africano tras su consulado del año 204 y los intentos para arrebatarle el mando de la guerra contra Aníbal en África), los triunfos –tema que ya trató el autor en su obra previa, CORRVPTA ROMA (La esfera de los libros, 2015) y las censuras, aspecto que en esta ocasión se disecciona con especial incidencia. El resultado es una obra ambiciosa y muy fructífera, rara avis en los estudios sobre República romana en nuestro país (por desgracia), y que llena un vacío en las estanterías de librerías y bibliotecas. Por ello, como anticipábamos antes, este es un libro muy necesario, como lo fueron las dos obras anteriores del autor –añadamos a la terna Bacanales: el mito, el sexo y la caza de brujas (Siglo XXI Editores, 2018)–, y que ofrecen una riquísima panorámica sobre la política y la sociedad romanas entre las décadas de 230 y 180, grosso modo. Todo lector (y especialista) “republicano” romano que se precie debe tener muy presente este libro: una obra que abre el apetito y estimula la investigación historiográfica

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