1 de septiembre de 2020

Reseña de Islamic Empires. Fifteen Cities That Define a Civilization, de Justin Marozzi

Lo diré claro y sin ambages: este libro fue uno de mis favoritos de 2019 y una de las lecturas más apasionantes de los últimos años. Y es que no son muchas las ocasiones en que uno se encuentra con un libro que, a medida que avanza en la lectura, va dejando buenas sensaciones: bien escrito, sólido en su desarrollo, amenísimo y muy sugerente en cuanto a ciudades del mundo islámico que nos trasladan un imaginario colectivo que el lector y también el espectador de películas clásicas (y otras más recientes) que recuerda de su infancia y juventud: de El ladrón de Bagdad (Michael Powell, 1940) a La rosa negra (Henry Hathaway, 1950), pasando por Las mil y una noches (John Rawlins, 1942) y Mahoma, el mensajero de Dios (Moustapha Akkad, 1977), o por Lawrence de Arabia (David Lean, 1962) y El viento y el león (John Milius, 1975); y eso sin entrar en películas de este siglo como El reino de los cielos (Ridley Scott, 2005), sobre episodios más “mediáticos” como las Cruzadas y la caída de Jerusalén en 1187, y El médico (Philip Stölzl, 2013), basada en la novela de Noah Gordon sobre los viajes de Rob Cole al Isfahán del siglo XI. No es baladí esto último, pues a menudo una lectura (o una película, o un documental) despiertan recuerdos (o lo que creemos recordar) de cosas que se leyeron o vieron décadas atrás y que ayudaron a “componer” una visión, o una panorámica general incluso, sobre un tema determinado.

Justin Marozzi.
No necesariamente ese recuerdo tiene que fundamentarse en algo sólido –historiográficamente sólido, se podría añadir–, pero sí ser lo suficientemente poderoso como para moldear una imagen que tenemos sobre, por ejemplo, el Bagdad de Harún al-Rashid, la Samarkanda de Tamerlán o El Cairo en el culmen del período fatimí. Quizá una película recentísima y de calidad más bien mediocre (más allá de su aparato visual) como Aladdin (Guy Ritchie, 2019) nos diga poco sobre una historia que ya conocemos (sobre todo a los que aún recordamos la versión animada de Disney de 1992), pero no deja de basar su seducción en el poder de evocar un mundo islámico (y persa) idealizado, pero que en cierto modo se sustenta en algunos elementos comunes en el imaginario colectivo (como podían lograrlo versiones cinematográficas anteriores). Por acabar al respecto de esta noción, la miniserie El secreto de Sáhara (RAI/ZDF/TVE/TF1: 1987; cabecera disponible en YouTube) también idealizaba las culturas bereberes alrededor de este desierto y las rutas comerciales hacia Tombuctú, evocadas desde el presente (mediados del siglo XX en la trama), y lograba despertar un mundo exótico (y que abunda en el tópico) en la mentalidad del europeo, que a su vez lleva a rememorar filmes como Beau Geste (William A. Wellmann, 1939) y las hazañas de la Legión Extranjera Francesa. 

El volumen de Justin Marozzi, visto con una cierta distancia, en realidad no cuenta nada “nuevo” e gran parte de sus páginas: lo que explica sobre los orígenes del islam en el capítulo 1, la caída de los omeyas en el 2, el Bagdad abasí en el 3, las Córdoba y Medina Azahara (Madīnat al-Zahrā) de Abderramán III en el 4, la conquista de Jerusalén por los cruzados en 1099, el Cairo de los fatimíes y el auge de Saladino (Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb) en el 6, las conquistas de Tamerlán en el 8 y el asedio de Mehmet II sobre Constantinopla en 1453 en el 9, son harto conocidos y hay infinidad de libros sobre estos temas que el lector (también de novela histórica) reconoce.



Pero todo ello, en combinación con otros aspectos que comentaremos más adelante, “parece” nuevo leído en estas páginas; como nuevos para un lector no especializado pueden ser los detalles que se cuentan sobre Fez en el Magreb de los siglos XII a XIV (cap. 7), el Kabul de Babur (tataranieto de Tamerlán) y el auge del imperio mogol en el siglo XVI (cap. 10), el Isfahán safávida en el siglo XVII (cap. 11), el Trípoli de la dinastía Karamanli en el XVIII (cap. 12) o la conformación de Beirut como “el París del Oriente Medio” a lo largo del XIX (cap. 13). Y sin duda le resultará (muy) “novedoso” lo que Marozzi cuenta sobre Dubái y Doha (caps. 14 y 15, respectivamente), que dieron el salto como polos económicos del ámbito islámico en el siglo XX (y lo que llevamos de XXI) gracias al petróleo y a un desarrollo urbanístico para atraer turismo; pero quizá sea poco o nada lo que el lector conozca sobre el comercio de perlas en Dubái antes de que este emirato, de la mano de la familia gobernante Al Maktum sustentara su economía en los petrodólares y se pusiera a construir enormes rascacielos, o sobre los oscuros negocios de los jeques de la familia Al Zani, que les ha llevado a organizar el Mundial de fútbol de 2022 en Qatar (país con el que, diplomáticamente, han roto relaciones Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto por sus acusaciones de apoyar el terrorismo islamista). 

Peregrinos en La Meca.
Pero vayamos por partes. ¿Qué es Islamic Empires. Fifteen Cities That Define a Civilisation (Allen Lane, 2019; edición de bolsillo: Penguin, 2020)? Pues es un libro diverso y que se sustenta en tres elementos muy atractivos. Por un lado, es una historia del mundo islámico, desde Mahoma en el siglo VII y hasta la actualidad; una historia que escoge unos episodios determinados en unos períodos concretos, pues no pretende ser una monografía exhaustiva sobre el tema. La unidad “imperial” de Dar al-Islam –“la tierra del islam” o la “la casa del islam”– fue más aparente que irreal y la fitna (“desorden”, “crisis” o “guerra civil”) siempre estuvo presente y prácticamente desde sus orígenes: ya desde la división entre suníes –la rama principal de los creyentes– y chiitas –quienes, entre otros aspectos doctrinales, rechazan a los tres primeros califas ortodoxos y consideran a Alí, el yerno de Mahoma, como el legítimo sucesor de éste y de quien emanaría la sucesión– marcaría los primeros siglos del islam. La fitna, como detalla Marozzi en los primeros capítulos del libro, ha formado parte del islam como civilización y cultura: los omeyas (Umayya) rompieron con la tradición de la elección del califa, tras el asesinato de Alí, y establecieron un principio dinástico que perduraría hasta el año 750, con Damasco como capital del califato (cap. 2); la reacción de los abasíes desde los actuales Iraq e Irán daría paso al califato que, desde Bagdad (fundada en 762), perduraría hasta la invasión mongol y la destrucción de la capital bagdadí en 1258, aunque ya desde mediados del siglo X el papel del califa había sido cortocicuitado por los visires (cap. 3). 

A lo largo de estos cinco siglos, se produjeron más disensiones, ahora territoriales: emirato (desde 756; luego califato, 929-1031) omeya en al Andalus (cap. 4); califato fatimí en el norte de África (actuales Túnez, Libia y Egipto), el Levante asiático y el Hiyaz árabe de 909 a 1171, y con El Cairo como capital desde 969 (cap. 6); buyíes en Persia de 934 a 1055; gaznávidas en el Jorasán, Afganistán y el Punyab de 962 a 1186, turcos selyúcidas (1037-1157) en Anatolia y norte de Mesopotamia. Todos ellos debilitarían la figura del califa de Bagdad, reducido a una figura meramente nominal y no reconocida por varios de ellos. La disgregación aumentaría con el paso de los siglos hasta llegar a la diversidad actual. Desde el capítulo 7 Marozzi escoge algunos enclaves (e imperios) determinantes, ya ninguno de ellos con el carácter “global” del califato: la sucesión de almorávides (1040-1149), almohades (1121-1269) y benimerines (1244-1465) en el Magreb (cap. 7), los timúridas (1370-1526) en Asia central, los turcos otomanos (c.1300-1923; cap. 9) y la toma de Constantinopla, los mogoles (1526-1858) en Afganistán, Pakistán y la mayor parte de la India (cap. 10) y los safávidas (1501-1736) en Persia (el primer gran imperio en Irán desde los abasíes; cap. 11). Los últimos capítulos del libro se sitúan en enclaves en entidades territoriales menores (y no tan ambiciosas, desde ese punto de vista), ya bajo la mirada atenta y pronto colonial de los occidentales: bajás en la Tripolitania (cap. 12) y valíes en el Líbano (cap. 13), teóricamente bajo mandato otomano y después colonias italiana y francesa; y emires (cap. 14) y jeques (cap. 15) en el Golfo Pérsico controlado por los británicos. 

Mapa del Imperio Otomano, procedente del volumen de Abraham Ortelius, Theatrum orbis terrarum (1570).
En segundo lugar, estamos ante un libro de ciudades que se erigieron o bien en capitales de grandes imperios islámicos, o bien en enclaves que, por su importancia social, cultural o también política, fueron importantes en períodos concretos –cada capítulo se sitúa, grosso modo, en un siglo– o actualmente son centros económicos diversificados. Dos de ellas, son ciudades santas para el creyente: La Meca (Makkah; cap. 1) es el primer lugar de peregrinaje y de donde surgió todo en las primeras décadas del siglo VII, y Jerusalén (cap. 5) es la tercera ciudad santa del islam, tras La Meca y Medina (Madīna, antigua Yatrib). Cuatro han sido capitales de califatos: Damasco, Bagdad, Córdoba y El Cairo. A excepción de Bagdad, El Cairo, Fez, Dubái y Doha, se trata de ciudades que ya existían cuando surgió el islam. Tres están en el norte de África, dos en Europa y las otras diez en Asia. De todas ellas Marozzi rastrea sus orígenes, cómo cayeron en manos de los (diversos) conquistadores musulmanes o como fueron fundadas por estos. 

En cada capítulo, hay (al menos) un personaje o una colectividad que fueron importantes para dicha ciudad y por cuestiones que en general van más allá de la mera conquista o el gobierno político: Mahoma en La Meca, los omeyas en Damasco, los abasíes (con Harún al-Rashid al frente) en Bagdad, Abderramán III en Córdoba, los cruzados de 1095-1099 en Jerusalén, Saladino y la comunidad judía en El Cairo, León el Africano en Fez, Tamerlán en Samarcanda, Mehmet II en Constantinopla/Estambul, Babur en Kabul, Abbás I y sus sucesores en Isfahán, los Karamanli en Trípoli, los empresarios y hombres de negocios en Beirut, los emires Al Maktum en Dubái, los jeques Al Zani en Doha. De cada ciudad se destacan también los principales edificios, mezquitas, palacios, bibliotecas y/o madrasas que se construyeron (o destruyeron) y han sido o son monumentos culturales de gran calado histórico, o centros culturales como la Casa de la Sabiduría (Bayt al-Hikmah) de Bagdad. Marozzi a menudo se detiene en detallar dimensiones, tipos de materiales, colores, extravagancias y curiosidades diversas de cada uno de ellos, y provoca la admiración del lector por la riqueza y diversidad de la cultura islámica (uno de los grandes alicientes del volumen). Las ilustraciones que acompañarán la edición ya publicada del libro serán el perfecto acompañamiento visual para todas estas descripciones. 

Vista del centro de Dubái, con el edificio del Burj Khalifa al fondo.
Y en tercer lugar, el volumen de Marozzi puede funcionar como peculiar guía de viajes. Por un lado, echa mano y bebe de fuentes de época, como viajeros, exploradores y geógrafos musulmanes (Ibn Battuta en el siglo XIV, Ibn Jaldún en el XV, León el Africano en el XVI), así como historiadores (Al-Waqidi y Yaqubi en el siglo IX, Al-Masudi en el X, Al-Maqqari en el XVII, entre otros) y rabinos y médicos judíos como Maimónides (siglo XII), poetas, etc. De estas y otras muchas fuentes más extrae numerosos fragmentos que no sólo aportan datos, sino que nos permiten conocer de cerca la vastedad de la cultura islámica en las diversas ciudades que jalonan el libro. 

Y, por otro lado, cuenta el bagaje y la labor periodística del propio Justin Marozzi, sobre el que vale la pena extenderse un poco, pues ambos explican también el trasfondo y la concepción del libro. Hijo de un hombre de negocios nacido en Beirut en 1938 de padre italiano y madre prusiana (y nieto de una libanesa maronita), que, como menciona en el capítulo sobre esta ciudad, vivieron durante los años de la Segunda Guerra Mundial a caballo entre el Cairo, Jerusalén y Damasco, Marozzi (nacido en 1970) conoce de cerca esta y otras ciudades por viajes familiares y especialmente por trabajo: como consultor de riesgos políticos y periodista en medios como la BBC, el Financial Times, el Sunday Telegraph, The Economist y el Spectator, ha residido en Iraq, Libia, Afganistán, Pakistán, Egipto, Marruecos, Túnez, Siria, Líbano y Somalia. Estudió Historia en la Universidad de Cambridge y periodismo audiovisual en la Universidad de Cardiff, y fue miembro de la Royal Geographic Society. Todo ello, además de una curiosidad insaciable que se percibe claramente con la lectura de este manuscrito, ha dado sus frutos: por un lado, a modo de guías de viajes, sendos libros sobre Heródoto –The Man Who Invented History: Travels with Herodotus (John Murray Press, 2009)– y las rutas de esclavos a través del desierto del Sáhara –South from Barbary: Along the Slave Routes of the Libyan Sahara (HarperCollins, 2001)–, y una historia de Bagdad desde su fundación a mediados del siglo XVIII y hasta la actualidad –Baghdad: City of Peace, City of Blood (Allen Lane, 2014)–;  añadamos una biografía sobre Tamerlán, publicada hace diez años por Ariel: Tamerlán: espada del Islam y conquistador del mundo (Ariel, 2009), en la colección “Biografías” (ed. orig.: Tamerlane: Sword of Islam, Conqueror of the World, Harper Perenial, 2005) y que, como menciona en una nota, el capítulo sobre Samarkanda se basa en otro de este libro: “Samarkand: Garden of the Soul” (pp. 173-195). 

Patio de la Mezquita de los Omeyas de Damasco.
Su vertiente periodística destaca especialmente en los capítulos del libro y que combina con la de historiador: no sólo se dedica a rastrear los orígenes, logros y edificios reseñables de cada una de las ciudades (que ha visitado), sino que también observa su estado actual, describe sus idiosincrasias locales, conversa y entrevista a amigos y colegas, y extrae de cada uno de ellos informaciones que nos permiten conocer mejor estas ciudades hoy día: por ejemplo, sobre los planes urbanísticos para La Meca (una ciudad que recibe millones de peregrinos cada año y en la que los no musulmanes no pueden visitar el santuario de la Kaaba); el drama de la guerra civil siria entre la población de Damasco (o de la guerra de Iraq en Bagdad); lo que sigue significando que Jerusalén sea una ciudad disputada por tres religiones y dos naciones; la utilización política de la figura de Mehmet II en la Turquía poskemalista del actual presidente Recep Tayyip Erdoğan (quien fue alcalde de Estambul); la presencia de los talibanes en (o alrededor de) Kabul y el peso de una larga guerra (desde la invasión soviética de Afganistán en 1979); las consecuencias de la Primavera Árabe de 2011 en general y sobre la caída de Gadafi en Libia en particular; la diversificación económica en Dubái en el último medio siglo o las oscuras operaciones financieras en Doha y las desigualdades económicas y sociales entre sus habitantes (siendo la mayor parte de sus habitantes inmigrantes que sobreviven con sueldos bajos). El volumen, pues, tiene un componente de actualidad periodística que constituye un (otro) aliciente más. 

Libro de historia del islam, particular guía de viajes de quince de sus ciudades y reportaje de actualidad, el libro de Marozzi constituye, en conclusión, un espléndido volumen que puede llegar a capas amplias de lectores y con perfiles diversos; todos ellos encontrarán aspectos que les llamarán la atención y podrán disfrutar y “aprender” cosas que quizá no sabían. Es un libro de mentalidad y panorámica muy amplias, con Heródoto e Ibn Battuta como indisimulados guías y con historiadores como Bernard Lewis, Hugh Kennedy, Steven Runciman, Eugene Rogan y Simon Sebag Montefiore como figuras en las que Marozzi parece inspirarse por el estilo y el objetivo. ¿Qué más necesita el lector curioso para "viajar" con este libro?

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