11 de mayo de 2020

Reseña de Rasputin: Faith, Power, and the Twilight of the Romanov, de Douglas Smith

Para el común de los mortales, Grigory Yefímovich Rasputín (1869-1916) es ese personaje ruso extravagante que «cameló» al zar Nicolás II y (especialmente) a la zarina Alexandra, un depredador sexual y un tipo que avergonzaba a todo un país con sus tejemanejes, hasta que su muerte (de por sí azarosa, según la leyenda del personaje) liberó a Rusia de su presencia… por fin. La canción de Boney M, “Rasputín” —pertenece al álbum Nightflight to Venus (1978), uno de los más vendidos por el peculiar grupo euro-caribeño en Alemania (un millón de copias vendidas), Canadá (medio millón), Reino Unido (300.000 copias) y España (100.000 copias)—, enumera en sus letras los tópicos y temas que se recuerdan de él y se han repetido hasta la saciedad: que era el amante de la zarina, que su mirada era fascinante y seductora, que era un imán para las mujeres, que influyó en la política de la época, que era un santón con poderes de curación, que bebía mucho y provocaba escándalos públicos hasta que la gente se cansó de sus excentricidades y un grupo de personas de la élite (a los que «no hay que culpar) lo engañaron y, veladamente, se deja entrever que lo asesinaron., «Oh, esos rusos…», concluye la voz del solista (que no era la Bobby Farrell, por cierto), como diciendo «es que eran así, no sorprende que entre ellos surgiera alguien como Rasputín, la vergüenza de toda una nación…». La canción tuvo un éxito enorme e incluso un periodista musical la definió como «a tribute to the legendary Russian historical figure that uses balalaikas to create its textured rhythm guitar hook», pues Rasputín era muy devoto de la música popular y no era inusual que, en el imposible caso de escuchar una canción, se hubiera dejado llevar por el ritmo de los instrumentos, sus rodillas y pies hubieran acompañado la melodía y, finalmente, se hubiera arrancado a bailar. Así lo comenta Douglas Smith en su extenso volumen dedicado al personaje: Rasputin: Faith, Power, and the Twilight of the Romanovs (Farrar, Strauss and Giroux, 2016; ed. en rústica, Picador, 2017), un volumen que ya se ha considerado como el estudio «definitivo» sobre Rasputín; quien esto escribe es reticente a utilizar adjetivos como «definitivo» para categorizar un libro de investigación histórica, pues nunca hay nada definitivo en estas lides (si acaso, la muerte…), pero la primera conclusión que podemos sacar es que, ciertamente, se aproxima a dicha etiqueta.
Son muchos los libros que se han publicado en el último siglo sobre Rasputín: ya en los años inmediatamente posteriores a su muerte, como las memorias de Félix Yusúpov, uno de sus asesinos –y un personaje que merece en sí una biografía–, un material lo suficientemente torticero y justificativo como para ponerlo entre pinzas, y el libro The Mad Monk of Russia, Iliodor: Life, Memoirs, and Confessions of Sergei Michailovich Trufanoff (Iliodor), obra de quien fuera primero amigo de Rasputín y después uno de sus más feroces enemigos, y que pudo estar implicado (si no ser el inductor) en su intento de asesinato en el verano de 1914; podemos suponer, pues, que el texto de Iliodor no era precisamente empático con el personaje. Posteriores y múltiples libros aparecieron sobre Rasputín, muchos de ellos abundando en los tópicos sobre el personaje. Entre lo más reciente en castellano que trate de ahondar de una manera (más o menos) imparcial en la figura del monje destaca el estudio Rasputín. Los archivos secretos del periodista y dramaturgo ruso Edvard Radzisnky (Crítica, 2012 [2001], 2ª ed.), que echó mano de algunos extractos del perdido Expediente de la Comisión Extraordinaria para la Investigación de Actos Ilegales por Parte de los Ministros y Otras Personas Responsables del Régimen Zarista, Sección de Instrucción (febrero de 1917) y que consiguió consultar a través del violonchelista Mstislav Rostropovich.

Douglas Smith, historiador y traductor, ha viajado en numerosas ocasiones a Rusia, y es autor de varios libros sobre la historia del país. Trabajos previos como Working the Rough Stone: Freemasonry and Society in Eighteenth-Century Russia (1999) y El ocaso de la aristocracia rusa (Tusquets, 2015) jalonan sus investigaciones previas a esta biografía de Rasputín. De hecho, de ambas obras se perciben referencias en este último libro; por un lado, el análisis de la religiosidad y el ámbito de las sociedades secretas en la Rusia zarista en la transición del siglo XIX al XX; y por otro un profundo conocimiento de la aristocracia rusa con la que Rasputín tuvo numerosos lazos y contactos, utilizándose ambos para sus propios fines.

Douglas Smith.
Smith elabora un extenso estudio que trasciende lo propiamente biográfico. La mayoría de biografías de Rasputín se centran en el personaje y en la leyenda que lo rodea, abundando en muchas ocasiones en los rasgos más popularizados del mismo, sus vicios y excentricidades, siendo pocas las que se sitúan en un plano más externo, tratando de analizar la leyenda que rodea a Rasputín. Smith tiene otra perspectiva: analizar el espacio y el tiempo, es decir, la Rusia (o el San Petersburgo, especialmente) y el reinado de Nicolás II tomando como eje central la aparición e inclusión en las altas esferas de un personaje tan externo a las mismas como fue Rasputín. De ese modo, el libro dedica no pocos capítulos, especialmente en la segunda parte, a «situarnos» en un espacio concreto. Cómo la religión –con las disensiones entre la ortodoxia oficial que emanaba del Santo Sínodo controlado por el zarismo y sectas como las de los Viejos Creyentes– y el apego por lo sobrenatural había calado en la sociedad rusa, tanto en la élite aristocrática como entre el pueblo llano: el espiritismo, la teosofía, el hipnotismo, la magia, etc. Hubo charlatanes que influyeron en la corte zarista antes de Rasputín, como el hipnotizador y probablemente estafador francés Monsieur Philippe, que aseguraba tener poderes de curación. Precisamente estos poderes curativos son los que le permitieron acercarse a la zarina Alejandra, que preocupada por la salud de sus hijos, especialmente el zarévich Alexei, siempre buscó el consuelo de charlatanes y terapeutas que pudieran ayudarla para curar la hemofilia de su hijo. De este modo, a través de sus supuestas dotes curativas, Rasputín medró en la corte imperial; unas dotes a las que habría que añadir la imagen de hombre santo que le acompañaba y su predicación religiosa, en general al margen de lo establecido por el Santo Sínodo.

Son muchos los puntos fuertes que este libro contiene. De entrada, un exhaustivo trabajo de investigación en archivos como el de la desaparecida Ojrana (o policía política zarista) y archivos regionales de Tyumen y Tobolsk, en Siberia (Rasputín era originario de Pokrovskoye la región de Tobolsk), así como centros de documentación en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania y otros países europeos. No se limita Smith a la complicada tarea de cotejar fuentes archivísticas a menudo fragmentarias, especialmente en Rusia, donde los bolcheviques no se mostraron interesados en ahondar en investigaciones oficiales sobre el personaje, también echa mano, y he aquí otro de los principales puntos fuertes del libro, de la prensa de contemporánea, tarea que, como afirma el propio autor, pocos especialistas han realizado (si es que lo han hecho). Se percibe, pues, un trabajo de documentación laborioso y poniendo sobre las íes las desidias de la comunidad de historiadores que, incluso en casos de especialistas en la época, apenas han tocado legajos y periódicos rusos de la primera década y media del siglo XX. Smith es exhaustivo, prolijo en el tratamiento de las fuentes y en el dominio de la prosopografía de la nobleza, los políticos y las altas esferas eclesiásticas de la Rusia del período.

Imagen propagandística de Rasputin.
Por otro lado, la labor de zapa para derribar muchos de los mitos que rodean a Rasputín. No se trata tanto de un trabajo de desmitificación ni mucho menos una rehabilitación del personaje. Smith constantemente refuta tópicos sobre el personaje, ya sea sobre su condición de depredador sexual, los cotilleos extendidos sobre que era el amante de la zarina e incluso el padre secreto del zarévich, los numerosos escándalos públicos que supuestamente protagonizó el personaje en estado de embriaguez (sin negar la afición de Rasputín por el alcohol); el antisemitismo que, siendo puntual, poco a poco el personaje fue abandonando; su exagerada influencia en la política y el Gobierno, llegándose a afirmar que nombraba y destituía a ministros a su antojo; las creencias religiosas de un monje que solía creer más en el amor y en las buenas obras que en la a menudo complicada teología que practicaba el Santo Sínodo; los supuestos milagros que realizó en pro de la salud del zarévich, cuya hemofilia lo puso al borde de la muerte en algunas ocasiones (la «receta» de Rasputín acabaría siendo, frente a las sangrías que prescribían los médicos, un reposo absoluto del paciente y oraciones, en general inocuas); su pacifismo antes y durante la Primera Guerra Mundial, o los intentos para desviar fondos para proteger de las intermitentes hambrunas a la población rusa. Son muchos los aspectos que en este sentido analiza escrupulosamente Smith: los cotilleos de la corte (sin caer en ellos) o los artículos de prensa que acusaban a Rasputín de prácticamente todos los desastres que azotaban al país. Con ello no se pretende decir que se oculten los defectos del personaje, pero Smith sitúa al mismo en su contexto y en relación con la verosimilitud o la falsedad de las acusaciones y clichés que constantemente se le achacaban.

De este trabajo laborioso se desprenden algunas conclusiones alrededor del personaje: por un lado, que siempre estuvo en el candelero y en las trifulcas entre el zar y la Duma (o el Gobierno y esta cámara), siendo a menudo un arma arrojadiza que los políticos atizaban contra la corte o el propio Gobierno. Por otro lado, y esto constituye también uno de los puntos interesantes del libro, que la Ojrana siempre estuvo pendiente de Rasputín. Ya fuera en la capital como en su ciudad natal, a la que viajaba con más asiduidad de la que se creía (no era un mero zángano que vivía en palacio como un mantenido más), había agentes que seguían sus pasos; se elaboraron varios informes sobre Rasputín (Smith presenta y describe algunos; uno de ellos, de 1906, apenas ha sido utilizado por la comunidad investigadora). Añadamos que, en función de las evidencias (remarca siempre este aspecto el autor a lo largo del libro), no hay indicios que permitan asegurar ese control de la política y el Gobierno que se atribuía tradicionalmente al personaje.

Rasputin con la zarina Alexandra y sus hijos, y la
enfermera Maria Ivanova Vishnyakova, 1908.
Otro importante aliciente del volumen es el retrato de muchos otros personajes relacionados con Rasputín. De entre la pléyade de actores secundarios que pululan por el libro, convendría destacar dos sobre los que Smith hace un detallado seguimiento: por un lado, el monje Iliodor, antes mencionado, amigo y posterior enemigo del monje, con ambiciones de medrar en la jerarquía eclesiástica y que, al no lograrlo, trató de eliminar a Rasputín, siendo probablemente el inductor del intento de asesinato de éste en 1914. Por el otro, Félix Yusúpov, quien acabaría formando el grupúsculo de conspiradores y asesinos de Rasputín (entre ellos, un primo de Nicolás II, el gran duque Dmitri Pavlóvic Románov), y que pertenecía a una de las principales y más ricas familias aristocráticas rusas. La compleja personalidad de Yusúpov, bisexual y eventualmente aficionado al travestismo, su desazón y el odio que adquirió respecto a Rasputín, cuya eliminación pensaba que salvaría al régimen zarista de la revolución, se traza en numerosas e interesantísimas páginas. Capítulo aparte merece el análisis de la conjura y el asesinato de Rasputín: Smith pone en duda las fuentes originarias (Yusúpov, para empezar) y relativiza la manera en que el monje fue asesinado; así, descarta el envenenamiento, como Yusúpov insistió, y se basa en los datos fiables, a partir de la autopsia, que hay, con los tres disparos que recibió Rasputín, uno de ellos mortal en la cabeza, como causa cierta de la muerte.

Es cierto que estamos ante un libro extenso –casi 700 páginas, aparato crítico al margen– y que en ocasiones la prolijidad y el detallismo del texto puede desalentar a lectores impacientes. Pero la exposición es espléndida, con un estilo ameno y rico en matices y desmentidos, una narración briosa y que no desfallece; ya que hablamos de tópicos alrededor de Rasputín, se podría decir que esta biografía sobre el personaje se lee a menudo como una novela. La exhaustividad –si acaso se echa en falta una relación de personajes para que el lector pueda consultarla a tenor de la a menudo complejidad del sistema patronímico de los nombres propios rusos, además de ser muchos y de distinta procedencia los que pasan por las páginas del libro– y las pertinentes disquisiciones de corte académico que en ocasiones el volumen adquiere no asfixian al elemento narrativo. Incluso cuando Rasputín ya ha muerto y deja de ser el protagonista del libro, en las últimas sesenta páginas asistimos a un relato muy perspicaz sobre el final de una era y un régimen, con el devenir de muchos de los personajes del libro, y el legado en la imagen pública que ha dejado Rasputín un siglo después de su asesinato.

Para ir concluyendo: estamos ante una espléndida biografía que trasciende el propio género y nos acerca con numerosísimas pruebas y fuentes a la vida y, especialmente, la época en que vivió Rasputín. Constituye una obra de altura, ampliamente documentada, y sitúa al personaje en la realidad en la que vivió, desmontando, a su vez, las numerosas leyendas, clichés y mentiras que suelen rodearle. Si existieran un ranking de libros «definitivos» sobre un personaje histórico, sin duda este estaría entre los primeros puestos.

1 comentario:

  1. Según últimas investigaciones en el asesinato estuvo involucrado nada menos que el servicio secreto inglés.Casi nada.Excelente artículo.

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