21 de octubre de 2019

Crítica de cine: Michelangelo infinito, de Emanuele Imbucci

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y y los cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 21 y 22 de octubre, vinculado a una programación cultural especial; consúltese también en FilmAffinity para saber en qué otros cines se emite. 

Michelangelo “Miguel Ángel” Buonarroti (1475-1564) no necesita presentación: qué más se puede decir del genio de la escultura y la pintura, que también demostró dotes de arquitecto (suyo es el diseño de la cúpula de la basílica de San Pedro del Vaticano). Hombre iracundo, a menudo arrogante, no llevaba bien las comparaciones y rivalizó con pintores de la talla de Rafael Sanzio y Leonardo da Vinci, y lidió con mecenas papales como Julio II, León X y Clemente VII. Qué más se puede decir y que no hayamos visto en documentales de todo tipo e incluso películas: cuesta quitarse de la cabeza a Charlton Heston como el genio renacentista que tuvo sus más y sus menos con un Julio II interpretado por Rex Harrison en La agonía y el éxtasis (Carol Reed, 1965), filme basado en la novela homónima de Irving Stone.


Pues he aquí que llega a la pantalla grande el documental Michelangelo infinito (2018), dirigido por Emanuele Imbucci, coguionista junto a Cosetta Lagani, Sara Mosetti y Tommaso Strinati, y que cuenta con la producción de Francesco Invernizzi, de quien gozamos no hace mucho de sendos documentales sobre Leonardo da Vinci y Bernini. Pero a pesar de tener el plácet de Invernizzi, nos tememos que este filme no goza de las mismas virtudes en cuanto a guion que los documentales mencionados, aunque sí brilla en el aparato visual. Y es que, más que un documental canónico, nos encontramos con un docudrama, en el que un Giorgio Vasari maduro (Ivano Marescotti) nos cuenta la biografía de Miguel Ángel (Enrico Lo Verso) a partir de las páginas que le dedicó en su obra Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos (1568). 

El documental reconstruye la vida del artista florentino, desde que siendo niño fuera instruido en la escuela del pintor Domenico Ghirlandaio, cuando mostró las suficientes dosis de genio y soberbia que le acompañarían toda su vida, la etapa de aprendizaje con Bertoldo di Giovanni y la admiración y el apoo de un maduro Lorenzo el Magnífico de Florencia (para quien, junto a otros miembros de la familia Médici, años más tarde proyectó un grupo escultórico inacabado en la sacristía de la basílica de San Lorenzo en la ciudad del Arno). Fruto de los años siguientes serían obras pictóricas como La Sagrada Familia o el Tondo Doni (c. 1506) o esculturas de la talla del David (1501-1504). 



De Florencia pasó ya en una primera madurez a Roma, donde años antes esculpiera la Piedad del Vaticano (1498-1499), y tuvo a Julio II como mecenas, quien le encargara la construcción de un monumento fúnebre, un grupo escultórico del que sólo culminara por completo un Moisés (1513-1515; la tumba, de hecho, no sería terminada hasta 1545, tres décadas después de la muerte del papa), situado en la basílica de San Pietro in Vincole. De esta etapa romana destacan los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina (1508-1512), que recrean los episodios iniciales del Génesis bíblico, con la icónica imagen de la creación de Adán en la parte central, rodeados por retratos de profetas y sibilas. A esta magna obra y a los frescos sobre El Juicio Final, pintados tres décadas después (1537-1541), se dedica una parte sustancial del documental, sin duda los mejores, y en los que se detallan las escenas y se “recrea” el estilo pictórico de Miguel Ángel. 

Mezclando soliloquios y performances de Lo Verso como Miguel Ángel (especialmente delante de un bloque de mármol y con una maza, metáfora demasiado evidente de la pasión inagotable de un genio que siempre buscó ese infinito que se menciona en el título), el documental escoge y se recrea en algunos episodios y obras de la vida del genio florentino, y lo muestra también como figura pintada por otros artistas, como Heráclito en La Escuela de Atenas (1510-1511) de Rafael, o por sí mismo en la piel de san Bartolomé de El Juicio Final



El resultado es un documental que se entretiene demasiado en una dramatización trascendental y alegórica del personaje, pero que, lo anticipábamos, brilla en la magnífica exhibición de sus obras más icónicas, del David al Moisés y especialmente los frescos de la Capilla Sixtina. Son esos minutos dedicados a mostrar con detalle los maravillosos trabajos que nunca nos cansaremos de ver, y más después de la reciente restauración en la citada capilla de los Museos Vaticanos, los que permiten que disfrutemos de un documental más que correcto, pero lejos del brillo de filmes que recientemente hemos podido contemplar y que nos dejan con la boca abierta. En este caso, el exceso de drama ficcionado y una música que, por grandilocuente, acaba por ser irritante. Pero, dejando esto al margen, lo cierto es que el documental tiene los suficientes alicientes para deleitar a los apasionados por el arte. Michelangelo Buonarroti pudo querer el infinito, pues el arte no parecía satisfacerlo plenamente (parafraseando una cita de otro genio de la escultura, Auguste Rodin, mencionada al final del filme), pero desde luego lo acarició innumerables veces con el cincel, el martillo y los pinceles.

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