11 de junio de 2019

Reseña de Ascenso y crisis. Europa 1950-2017: un camino incierto, de Ian Kershaw

Nota: la reseña se realiza a partir de la lectura del original en inglés, Roller-Coaster. Europe, 1950–2017, leído en mayo de 2018; por ello, las citas (traducidas al castellano por el autor de la reseña) y su paginación proceden de la edición original.

Una anécdota puede servir para ilustrar un estado de las cosas, del ánimo, en un momento determinado, y cómo las cosas han cambiado. En una nota a pie de página en el capítulo 9 (“Power of the People”, pp. 360-361 [«El poder popular» en la traducción castellana, pp. 383-425]), Ian Kershaw explica que estuvo en Berlín cuando «cayó» el Muro en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, pero que se «perdió» el acontecimiento. Durante el curso académico 1989-1990 estuvo, acompañado de sus hijos David y Stephen –que sí vivieron in situ el momento en el que miles de ciudadanos de la RDA (República Democrática Alemana) cruzaron el Muro, es decir, la frontera, y visitaron la parte occidental de la ciudad– como profesor invitado en el Instituto de Estudios Avanzados de Berlín (Wissenschaftskolleg zu Berlin), y esa tarde-noche tuvo una reunión con un estudiante estadounidense para hablar sobre su tesis doctoral en un pub del Berlín Occidental, apenas a una milla de la Puerta de Brandeburgo y de aquellos sucesos históricos a ambos lados del Muro. Al regresar al piso en el que residía, su hijo Stephen le contó que el Muro había «caído» y que su esposa había llamado desde Reino Unido para decir que lo estaba viendo todo por las noticias de las nueve de la noche en la BBC. [1] A la mañana siguiente, «pasó» al Berlín Oriental junto con un amigo alemán y ambos vieron que los controles fronterizos en la Friedrichstrasse aún funcionaban y que, aparentemente, todo parecía ir como siempre. Cuenta también Kershaw una anécdota que refleja el clima de optimismo de esos días. Regresó en metro a Berlín Occidental y al salir a la calle en el zoo Bahnhof, un berlinés corrió hacia él y le estrechó en un abrazo de oso, diciéndole, emocionado: «tenga una cálida bienvenida al Oeste, ¿de dónde es usted?», a lo que el historiador británico respondió: «de Manchester, Inglaterra», momento en el que el ciudadano berlinés le soltó, como si tuviera la peste bubónica, y se fue corriendo a abrazar al siguiente «recién llegado».

Ian Kershaw.
Casi treinta años después, el panorama europeo ha cambiado radicalmente y, con la crisis migratoria de 2015 como reverso del espejo, junto al auge de movimientos y partidos xenófobos, cuesta imaginar a un alemán recibiendo con los brazos (tan) abiertos a recién llegados a Alemania; de hecho, el mismo alemán que «dio» la bienvenida a quien consideraba un alemán del Este quizá hoy en día se mostraría remiso e incluso agresivo, si formara parte de colectivos como Pegida (siglas de Patriotische Europäer gegen die Islamisierung des Abendlandes, Patriotas Europeos contra la Islamización de Europa) o hubiera votado a Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland), el partido euroescéptico y de derechas que preconiza un férreo control en la política inmigratoria. Una reacción xenófoba que también podría recibir en Hungría o Polonia, o en el Reino Unido, donde el UKIP (siglas de United Kingdon Independence Party, Partido de la Independencia del Reino Unido), ha hecho bandera desde su creación de la salida del país de la Unión Europea (UE) y de un rechazo de la llegada de inmigrantes. El referendo sobre la salida del país de la UE en junio de 2016 fue uno de los objetivos del UKIP y de los euroescépticos del Partido Conservador desde hace décadas; la sorprendente victoria del sí a la salida ha abierto un panorama de incerteza para el país y para la propia estabilidad de la UE, que, en marzo de 2019, perderá a uno de sus principales motores económicos.

[Nota de junio de 2019: desde la redacción de esta reseña el asunto del Brexit se ha convertido en un callejón sin salida en Reino Unido y a la postre ha provocado la dimisión de la primera ministra, Theresa May, sucesora en el cargo de quien planteara el referendo, David Cameron, que renunció tras la victoria del sí. May, que convocó unas elecciones generales anticipadas en junio de 2017, en las que perdió la mayoría absoluta ganada por Cameron dos años antes, se demostró incapaz de lograr una salida negociada con Bruselas que fuera aceptada en Westminster y se llegó a la fecha planteada del Brexit sin los deberes hechos. A lo largo del mes de julio de 2019 llegará al poder un nuevo primer ministro que, probablemente, se verá abocado (y puede que voluntariamente, en función de quien sea el nuevo mandatario) a una salida de Europa «por las bravas».]

En el tramo final de su libro, Ascenso y crisis. Europa 1950-2017: un camino incierto (Editorial Crítica, 2019), Ian Kershaw muestra cómo se ha realizado la conversión de una cálida bienvenida en 1989 a un progresivo (aunque, por ahora, no mayoritario) rechazo a la llegada de inmigrantes en algunos países de Europa. Un «telón de acero» había dividido Europa a finales de los años cuarenta y una ciudad, Berlín, quedó partida por la mitad, certificándose así la división con la construcción del Muro en agosto de 1961. Hubo, pues, una primera «era de inseguridad», entre las dos (o más) Europas, con una evolución política, social y económica divergente, que a la postre beneficiaría a los países de la Europa occidental (quedando España, Portugal y Grecia al albur de dictaduras con mayor o menor grado de duración e intensidad), y que pareció terminar con la caída del Muro berlinés y de las «democracias populares» en la Europa oriental en el caliente otoño de 1989, y el desplome de la URSS en 1991. Una segunda «era de inseguridad» es a la que asistimos en la actualidad y que, en la tesis de fondo del libro de Kershaw, supone un pico más de esa «montaña rusa» por la que ha transitado Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría.



El punto de partida de este libro, que es una inmediata continuación del anterior volumen de Kershaw –To Hell and Back: Europe, 1914–1949 (Allen Lane, 2015); traducción castellana: Descenso a los infiernos. Europa, 1914-1949 (Editorial Crítica, 2016)–, es la formación de la República Federal Alemana y la República Democrática Alemana, dentro de la política de bloques de la Guerra Fría, y la conformación de dos alianzas militares en cada uno de ellos –la OTAN y el Pacto de Varsovia–, al mismo tiempo que se ponen las bases para un proyecto de discutida «unidad» europea a partir del establecimiento de un espacio económico libre de aranceles que favorezca el intercambio comercial: las semillas de la Comunidad Económica Europea (CEE) y de la futura Unión Europea. Y supone el inicio de una primera «era de la inseguridad» en función de estos parámetros: Europa en el seno de la Guerra Fría, carta y tablero de juego de este conflicto entre las dos grandes superpotencias y con la amenaza nuclear latente (y muy presente).

Una etapa de inseguridad, pues, que tiene sus altos y sus valles, los momentos críticos y las etapas en las que las cosas parecen avanzar (de manera muy desigual, desde luego, según el bloque en el que se sitúe el objetivo de la cámara) e incluso progresar. Y es que Europa avanzó, económica y socialmente, desde la década de 1950: el establecimiento de una plena sociedad de consumo y de un Estado del Bienestar que, con matices, se extendió por los países de la Europa Occidental. Esta «montaña rusa» de acontecimientos y procesos pareció tener un «lógico» fin con la caída del Muro de Berlín, la descomposición del bloque comunista y el derrumbe de la Unión Soviética, y, por tanto, el fin de la Guerra Fría. Francis Fukuyama proclamó entonces «el fin de la historia», [2] en el sentido de que el fin de la Guerra Fría, con la victoria del liberalismo político y económico, daba por superada la «lucha de ideologías»; la democracia liberal era la gran triunfadora y con ella, la idea de una Historia que se había construido como enfrentamiento de ideologías contrarias desde el siglo XIX, había terminado. Pero, desde luego, no se había producido el «fin» de la Historia… y tampoco el análisis de este libro en los sucesos de 1989.

A grandes rasgos, el libro se estructura en dos grandes partes: una primera y más extensa, los capítulos 2-9 –el capítulo 1 es asumido como un texto de introducción y de establecimiento del escenario geopolítico entre 1950 y 1953–,establece la narración de los hechos entre 1950 (grosso modo) y 1991, el período de la Guerra Fría, mientras que una segunda, más reducida pero no por ello menos intensa, los capítulos 10-12 y gran parte del epílogo, explica y analiza los acontecimientos desde entonces y hasta el otoño de 2017. De entrada, hay una desproporción, en cierto modo «lógica», en el volumen, con un mayor detalle a esos primeros cuarenta años, mientras que los sucesos de los siguientes veintisiete se tratan en tres capítulos.

Por todo ello el título original, «Roller-Coaster» –intuimos que de traslación algo compleja al castellano [nota de junio de 2019: así ha sido, pues se ha traducido por «ascenso y crisis»]– es muy elocuente como metáfora narrativa de la Europa del período 1950-2017: si el libro se inicia en medio de una «era de inseguridad» y termina con el continente inmerso en otra, lo que sucede entre medio es una sucesión de altibajos, de momentos críticos en medio de etapas de bonanza y progreso social y económico, que es lo que ha definido las últimas casi siete décadas. Vayamos por partes en cuanto a los puntos fuertes de este libro, que son varios.

1. De entrada, se percibe una mirada «emocional» que puede explicar en gran parte el concepto de «montaña rusa». Una mirada por parte del autor y al mismo tiempo una «lectura» emocional por parte del lector y que a su vez deviene «personal». De hecho, al leer el volumen de Kershaw seguramente el lector echará mano de sus propios recuerdos, ya lejanos, de cómo vivió –«dónde estuve, qué hacía»– aquellos momentos «históricos», y probablemente a través de la televisión. Quizá por ello, puede que la lectura de este libro fluya con especial viveza e intensidad porque, dependiendo de la edad del lector y de hasta dónde llega su memoria, porque se «recuerdan» los hechos que se relatan –a fin de cuentas, muchas de las «imágenes» televisadas de muchos de esos acontecimientos no quedan lejos; apenas han pasado 68 años desde 1950, fecha en la que se inicia el volumen, y muchísimos lectores estaban vivos por entonces–; a los lectores más ancianos tampoco les costará recordar los sucesos de aquellos primeros años cincuenta en Europa (y el mundo), del mismo modo que aún quedan muchos «supervivientes» de la Guerra Civil española apenas una década y media anterior, y los lectores más jóvenes pueden construir su «recuerdo» de manera indirecta, a través de lo que han visto en la televisión.

La segunda mitad del siglo XX (y lo que llevamos del XXI) tienen un elemento distintivo muy evidente en comparación con la primera y, por supuesto, centurias anteriores: es una era «vista» y «vivida» en directo por televisión. El televisor entró cada vez más en las casas de los europeos, según países, como detalla Kershaw en uno de los capítulos de su libro –un capítulo muy bueno, el quinto, “Culture after the Catastrophe”–, y gracias a este aparato se han podido «vivir» acontecimientos como la masacre de los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, el descubrimiento del cadáver del ex presidente del Gobierno italiano Aldo Moro tras semanas de secuestro en 1978, las imágenes de la central nuclear de Chernóbil, cuya explosión en abril de 1986 creó una psicosis por todo el continente, o el aterrizaje de la avioneta pilotada por el joven alemán Matthias Rust en la Plaza Roja de Moscú el 28 de mayo de 1987. Por supuesto, una fecha como 1989 tuvo numerosas «imágenes» televisadas, como la ya citada caída del muro de Berlín en noviembre, precedida por la no menos icónica imagen del ciudadano chino que hizo frente a unos tanques en la Plaza de Tiananmén de Pekín, captada el 5 de junio y que llenó noticiarios de todo el mundo, durante las protestas de los estudiantes contra el Gobierno chino en mayo y junio de aquel año.

2. Un componente «emocional», pues, que tiñe la lectura, pero también el análisis del libro por parte del autor. El concepto de la «montaña rusa», que sirve para ese período de los años cincuenta a los ochenta, también se aplica a las últimas décadas, pero desde otro punto de vista: en esas décadas iniciales parece subyacer una sensación de «ilusión», «esperanza» por el futuro y «lucha» contra un enemigo considerado capital; una sensación sentida de manera muy desigual en función del bloque occidental y capitalista o del oriental y comunista. En la segunda parte, desde la caída del Muro berlinés, las ilusiones se han ido desvaneciendo ante una realidad que no era la esperada; no era el resultado de lo mucho que se había luchado contra un Enemigo (el comunista para unos, el capitalista para otros). El lector puede percibir en la lectura del libro una sensación de pesimismo y desencanto ante el horizonte y las oportunidades que se abrieron con la caída del Muro de Berlín y el desplome del bloque comunista en 1989, una fecha que marca un antes y un después.

Pero no fue mejor lo que llegó, o no tan bueno como se deseó, y en todo ello incide de manera incisiva Kershaw: las «democracias populares» de la Europa del Este tuvieron una transición abrupta y traumática al liberalismo económico que, en la línea de la «doctrina del shock» que relatara Naomi Klein en su libro homónimo, [3] empobrecieron los países en un corto período de tiempo, situación que afectó especialmente a sus habitantes (Rusia durante la etapa de Boris Yeltsin entre 1991 y 1999 es un claro ejemplo) y abrió la puerta a trusts de corte mafioso; las guerras en Yugoslavia (1991-1995,1999) a medida que se descomponía este país creado algo artificiosamente en 1919-1920, haciendo que prácticas aparentemente superadas (la «limpieza étnica», con matanzas como la de Srebrenica) llenaran los noticiarios vespertinos; el auge de partidos xenófobos que hasta entonces no habían superado el mínimo para entrar en un parlamento, en Austria, Francia, los Países Bajos… y paulatinamente en Alemania (la entrada de Alternativa para Alemania en el Bundestag tras las elecciones de septiembre de 2017), Hungría (Víktor Orbán) y Polonia (los gemelos Lech y Jaroslaw Kaczyński); el terrorismo islamista radical que tras el 11-S de 2001 tuvo otros zarpazos (el 11-M de 2004 en Madrid, el 7-J de 2005 en Londres) y que en los últimos años, bajo la égida de Daesh/Estado Islámico, ha golpeado París y Niza (2015 y 2016), Bruselas, Londres y Barcelona en 2017. Y, recientemente, la crisis financiera de 2008 que dio paso a la Gran Recesión que se llevó por delante la estabilidad económica de países como Grecia, Malta y Portugal, con especial incidencia en el primero, y que afectó a España e Italia con intensidad. Todo ello, en los últimos veinticinco años, no ha alumbrado esa Europa de esperanza y progreso que la caída del Muro de Berlín pareció ofrecer.

Es una segunda y nueva «era de inseguridad» a la que asistimos, llega a concluir Kershaw: una etapa de «incerteza e inseguridad», mayor que en cualquier otro período desde las secuelas de la Segunda Guerra Mundial (p. 547; la traducción es mía). Este es otro de los puntos fuertes del libro: la mirada lúcida, aunque con la ausencia de una perspectiva que da el paso del tiempo, del «presente», del auge de los partidos xenófobos y euroescépticos, los atentados terroristas islamistas a la sombra o en colaboración con Daesh/ISIS, el componente de inestabilidad internacional con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en enero de 2017 y el cambio de tendencias diplomáticas. Europa está en crisis, no sólo el proyecto de Mercado Común y de Unión, sino también la estabilidad democrática de algunos de sus estados miembros, la solvencia financiera de algunos otros (el caso paradigmático de Grecia), el papel de Turquía con el autoritarismo del presidente Erdogan, el impasse de Reino Unido mientras «negocia» su salida de la Unión Europea o cómo pueden afectar procesos secesionistas como el de Cataluña por sus consecuencias en otros países. [4] El multiculturalismo parece olvidado, se imponen discursos de «renacionalización», la seguridad como factor de la estabilidad (y en detrimento de la «libertad» de movimientos o incluso de expresión), la unidad monetaria que supuso la llegada del euro se halla bajo críticas y no se ha extendido a todos los estados miembros de la Unión Europea, y Rusia tiene su propio programa «imperial» para «recuperar» la influencia perdida con la caída de la URSS.

3. Por otro lado, la primera parte del libro relata la historia de Europa de 1950 a 1991 y quizá de entrada pueda ser la más trillada: son muchos los libros que han tratado este período, en general desde una perspectiva global y en función de la Guerra Fría. [5] El libro de Kershaw recoge los principales hechos que asociamos a esa época, pero desde Europa, sin olvidar lo que sucede en el resto del mundo. A fin de cuentas, los años cincuenta y sesenta fueron «calientes» en el marco de la Guerra Fría, pero también tiene lugar el proceso de descolonización de los imperios europeos en Asia y África (quedaría Portugal como uno de los últimos países en realizarlo, a mediados de los años setenta). ¿Qué aporta Kershaw? Una mirada netamente «europea», tanto en lo geográfico como en lo temático, pero sin olvidar lo que sucede fuera de sus límites. Cómo la pugna entre bloques afecta a los países europeos, en función de su adscripción a los dos bloques –con excepciones como Yugoslavia, que será uno de los países que encabece el «movimiento de los no alineados»–, cómo afecta a su gobernabilidad y los cambios de Gobierno/partido en algunos de ellos (conservadores/laboristas en Reino Unido, los problemas de la IV República francesa, la inestabilidad política en Italia); cómo las crisis se suceden –Suez y Hungría en 1956, Checoslovaquia y el Mayo francés en 1968, la crisis del petróleo desde 1973, el recrudecimiento de la Guerra Fría en los años ochenta, la obsolescencia del comunismo en los países satélites de la Unión Soviética desde los años setenta–; o cómo los cambios económicos y especialmente sociales (la paulatina mengua en la asistencia a las iglesias, el uso de la píldora, la música rock y pop como caldo de cultivo de la rebeldía juvenil, etc.) hacen «avanzar» a las sociedades de la Europa occidental.

Pero lo «europeo» también se refiere, además del componente geográfico y de los países que lo rellenan, al proyecto de Mercado Común y de Unión Europea, un eje temático que se presenta en prácticamente todo el volumen; sus orígenes (netamente económicos), su evolución hacia un proyecto de Europa «supranacional» que rompiera con los desastres del pasado y sus hitos progresivos desde la creación de la CECA (Comunidad Económica del Carbón y el Acero) en 1949 al Tratado de Roma de 1957 que pone en marcha la Comunidad Económica Europea, con la «Europa de los Seis»: República Federal Alemana, Francia, Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo, y sus posteriores ampliaciones (1973, 1981, 1986), dentro de este primer período. Ciertamente, es un tema que no se cierra en esta primera parte del libro, sino que continúa en la segunda, incidiendo entonces en los problemas del proyecto europeo, agudizado con las ampliaciones de 1995, 2004, 2007 y 2013, que muestran las críticas internas sobre el modelo a seguir (una Europa a «dos velocidades»), los tratados que amplían competencias –el Acta Única de Europea de 1986, el Tratado de Maastricht de 1992-1993 (que abre la puerta a la Unión Europea), el, Tratado de Ámsterdam de 1999 (que blinda la libre circulación de personas y establece políticas comunes en política exterior, justicia y seguridad), el Tratado de Niza de 2003 (que preveía una Constitución europea), el Tratado de Lisboa de 2009 (que enmienda el anterior tratado)–, la crisis migratoria de 2015, el Brexit votado por los británicos en 2016,… Aspectos que jalonan un proyecto de «unidad» que, como destaca Kershaw, no logró el objetivo –superar las tensiones nacionales y establecer un área económica y jurídica sin trabas ni aranceles fronterizos– y que en la actualidad se percibe en muchos de los países miembro como una no-solución a nuevos desafíos (económicos, migratorios, terrorismo).

Europa en 2017.


4. Si el análisis de la construcción del proyecto europeo es uno de los puntos fuertes del libro, y que se desarrolla de manera transversal a lo largo de sus páginas, no lo es menos (como en el anterior volumen), la mirada global, sí, pero también la particular por países. De este modo, y a lo largo de todo el volumen, se establece un eje geográfico, que a su vez deviene temático. Por un lado, la Europa occidental, en la que se pone un especial énfasis en Reino Unido, Francia, Alemania e Italia, principalmente, con posteriores derivaciones a los países nórdicos y el ámbito mediterráneo (grosso modo, España, Portugal y Grecia). Por otro, la URSS y sus cambios a la muerte de Stalin: resulta especialmente interesante (y diferente) el capítulo 3, “The Clamp” ["El sargento" en la traducción castellana], que muestra la construcción de la preponderancia de Nikita Jrushov, quien, para hacerlo, no duda en desmantelar el entramado personalista de Stalin, «aflojando la tenaza» que supuso su gobierno personalista, creando de este modo un caldo de cultivo que se le echaría encima, pues el desmonte del mito de Stalin en el XX Congreso del PCUS creó una sensación de inseguridad y debilidad en el seno de la URSS, paradójicamente. Junto a la URSS, el bloque soviético, analizando las vicisitudes de los países que lo conformaron, sus contradicciones y debilidades, y su propia autonomía respecto al modelo soviético (alentada, en cierto modo, por Jrushov). Quedan flecos para disidentes como Yugoslavia.

Al poner el énfasis en un eje geográfico, Kershaw realiza un seguimiento pormenorizado de la historia de una serie de países en particular, con más detalle en algunos (Reino Unido, Francia, Alemania e Italia, sobre todo), como ya hiciera en el anterior volumen, de modo que el libro mantiene la mirada global y añade un plus específico que lo hace prácticamente único en el panorama de libros de historia contemporánea que el lector hispano puede encontrar en las librerías. Una mirada que se centra en las vicisitudes internas, de cariz político, económico y social, en los grandes nombres que asociamos a la historia de esos países de los años cincuenta a finales de los ochenta, y que por su incidencia en esos avatares logran que esas secciones «nacionales» en cada capítulo devengan pequeños libros de historia de esos países.

5. Añadamos otro punto fuerte a la lista: la visión que tiene Kershaw de la Guerra Fría en Europa no es monolítica, sino que muestra como la dicotomía de bloques se modula de los años cincuenta a finales de los ochenta, al margen de la retórica estadounidense. Hay momentos críticos –las crisis de Hungría y de Suez en 1956, el Mayo del 68, la crisis petrolífera de 1973, el «rearme ideológico» en época de Reagan y Gorbachov en los años ochenta, la descomposición del bloque comunista en 1989-1991– que se explicitan en una progresión temporal en la que se observa el progreso de los países occidentales frente a la erosión del bloque comunista, en especial a nivel económico y social. Películas como Good Bye, Lenin (Wolfgang Becker, 2003), por ejemplo, mostraron la dicotomía entre los modos de vida de las dos Alemanias (o los dos Berlín) a partir de la caída del Muro berlinés desde el punto de vista de un muchacho del lado oriental, y en cómo se explicitaba la caducidad de los valores del sistema comunista frente a la voracidad económica que procedía del mundo capitalista. [6] En su libro, observamos esta idea de fondo en la evolución de ambos bloques, el occidental y el oriental, y en cómo el capitalismo lamina paulatinamente las creencias más fervientes del sistema comunista a partir del triunfo de una sociedad de consumo contra la que la frugalidad (y obsolescencia) comunista no puede luchar, a menos que sea con represión.

Queda al final una sensación de desencanto, patente en los dos últimos capítulos y el epílogo del libro, en los que el repaso a los acontecimientos de la última década (desde la crisis financiera de 2008) oscurece, y mucho, el panorama; quizá demasiado, si el lector no quiere verse influenciado por el pesimismo. Josep Fontana también planteó, desde postulados ideológicos diferentes a los de Kershaw, un panorama pesimista en El siglo de la revolución: una historia del mundo de 1914 a 2017 (Crítica, 2017), [7] centrándose en la desigualdad que a lo largo de la centuria ha triunfado por encima de los sueños (pronto pesadillas) que se alentaron desde la Revolución rusa de 1917. Kershaw no entra específicamente en la cuestión de la desigualdad económica y las consecuencias de un liberalismo económico cada vez más despiadado, como hace Fontana, pero sí incide en cómo se ha ido «desmantelando» un Estado del bienestar creado en Europa occidental la década de 1950 para evitar el surgimiento de tensiones ideológicas que condujeron a los fascismos y la Segunda Guerra Mundial. A lo largo del libro vemos cómo el progreso de una sociedad de consumo en diversos países de la Europa occidental, en contraposición a las estrecheces económicas del bloque comunista, entró en barrena una vez desapareció el enemigo ideológico (el comunismo) y encontró la puntilla en la Gran Recesión desde 2008, con recortes sociales y una política de austeridad económica que a la postre ha empobrecido a las clases medias (si es que no los ha hecho desaparecer).

6. ¿Qué más podemos añadir? Destaca en el libro, como en el anterior volumen (y en el marco de la colección anglosajona en la que se ha publicado), además del fondo (¡y qué fondo!) prima una voluntad de (altísima) divulgación para llegar a un amplio público lector, y por ello el aparato crítico se ha reducido al mínimo (sin notas) y con una bibliografía accesible. El estilo es también asequible, pero Kershaw no «rebaja el nivel», siendo este un libro tremenda, apasionada y a la postre muy ameno y lleno de datos que en algunos casos hasta podrían ser «novedosos»; por ejemplo, el relato de la URSS tras la muerte de Stalin y en época de Jrushev, las tensiones internas en el bloque comunista (y su «brazo» armado, el Pacto de Varsovia) en las décadas de 1950 y 1960. La perspectiva que permite un análisis desapasionado a medida que avanza el tiempo logra que una primera gran parte del libro (capítulos 1-10) resulte especialmente perspicaz.

La falta de esa perspectiva, en especial para el último capítulo, tiñe de un cierto estilo de periodista más que de historiador el tramo final del libro, como dejábamos entrever antes: y quizá este puede ser la principal crítica que se le puede hacer al libro en su último capítulo y gran parte del epílogo: que es un reporte periodístico ampliamente documentado, pero al que le falta la perspectiva que el tiempo ofrece y que aporta un extra de análisis a la mera narración. En cierto modo, el propio Kershaw llega a esta misma conclusión en el epílogo: «resulta imposible saber lo que sucederá en las próximas décadas. La única certeza es la incerteza. La inseguridad seguirá siendo un sello distintivo de la vida moderna. Las curvas y los giros de Europa, los altibajos que han caracterizado su historia, seguro que continuarán» (p. 562, la traducción es mía). No es una conclusión alentadora, pero ciertamente no parecen que se avecinen buenos tiempos, y el autor nos advierte de ello. Pero también es cierto, y con esto concluimos, que el libro de Ian Kershaw proporciona una amplia panorámica de casi siete décadas, de los sueños y las pesadillas que ilusionaron y atenazaron Europa, de los riesgos del pasado y los desafíos del presente. Vistos en conjunto, los dos libros de Kershaw sobre el un largo siglo XX y más allá (de 1914 a 2017), plantean, si no «lecciones» de cara al futuro, sí claras señales de hacia dónde no debe ir Europa si quiere ser relevante (como siempre ha sido) en el mundo y si desea sobrevivir a sus propias contradicciones.

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Notas

[1] Esa es una fecha en la que, como sucedería después con el 11 de septiembre de 2001, es habitual preguntarse «¿dónde estabas la noche que cayó el Muro de Berlín?». En un ejercicio de «memoria histórica» muchos lectores del libro podrán hacerse esta pregunta, quizá muy manida. Para muchos españoles de la época, por ejemplo, la caída del Muro se pudo vivir «en directo» en el noticiario vespertino de TVE, a las 21h., mientras se cenaba; véase, por ejemplo, el vídeo disponible en la web de RTVE (fecha de consulta: 14 de mayo de 2018). Al día siguiente, las noticias del mediodía mostraron a muchos jóvenes berlineses sentados en lo alto del Muro, parte del cual ya comenzaba a ser demolido.

Para muchos, aquellos acontecimientos, como los que sucedieron en Rumanía un mes y medio después y acabaron con el fusilamiento del dictador rumano Nicolae Ceaușescu y de su esposa Elena tras una sentencia de un tribunal popular, podían dar pie a una sensación de que algo estaba cambiando: se abría una nueva etapa en aquellos momentos y se estaba “haciendo” historia. Sensaciones muy parecidas se podían tener al ver a Boris Yeltsin subido en un tanque para oponerse al golpe de Estado en Rusia a mediados de agosto de 1991, hecho que agudizó la crisis del régimen soviético y agilizó su descomposición en pocos meses.

[2] En su libro The End of History and the Last Man, publicado en 1992. Por supuesto, la historia no había llegado a su «fin», pero la propia tesis de Fukuyama quedaría superada en unos pocos años con el auge del terrorismo islamista, Al Qaeda, Osama bin Laden y los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Pensilvania.

[3] La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre, Paidós, Barcelona, 2007.

[4] Kershaw dedica apenas una brevísima mención al «desafío soberanista» (p. 561).

[5] Por mencionar sólo dos de los más relevantes, y recogiendo el período de tiempo que trata Kershaw en su volumen: Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945 de Josep Fontana (Pasado y Presente, 2011) y Posguerra. Una historia de Europa desde 1945 de Tony Judt (Taurus, 2012).

[6] Una dicotomía que el cine ha mostrado –mencionemos también La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) y que en los últimos años podemos ver también en el ámbito de las series de televisión. Para el caso estrictamente alemán, series como El mismo cielo (Der Gleiche Himmel; ZDF: 2017) o Deutschland 83 (Sundance Channel: 2015), y su secuela Deutschland 86 (Sundance Channel: 2018), muestran las vicisitudes de la RDA en dos momentos concretos (1974 y 1983, respectivamente), con la utilización de los llamados «agentes Romeo» en el caso de la primera y de jóvenes espías en la segunda, que inciden en como la Alemania Oriental se interesaba por conocer los planes de su «hermano» capitalista y cómo la Guerra Fría era una realidad constante.

Que el libro de Kershaw pueda ser leído por los espectadores de estas (y otras) series de televisión como un manual de historia de la época no es una cuestión baladí.

[7] Como ya hiciera en Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945 (Pasado y Presente, 2011) y en su breve secuela, El pasado es un país extraño, Una reflexión sobre la crisis social de comienzos del siglo XXI (Pasado y Presente, 2013), actualizada en el ya citado El siglo de la revolución.

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