18 de febrero de 2019

Crítica de cine: El candidato, de Jason Reitman

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

En la terminología política en inglés el front-runner es el candidato en una carrera electoral que va en cabeza y con mucha distancia respecto a sus competidores. Así fue considerado Gary Hart (n. 1936) cuando se presentó a las elecciones presidenciales de 1988. No era su primera campaña presidencial: ya había optado a las primarias en 1984 pero no fue el candidato elegido por los demócratas en la Convención del partido en San Francisco el 16 de junio de aquel año: se optó por Walter Mondale, quien había sido vicepresidente en el único mandato de Jimmy Carter y que, como el propio Hart anticipó, fue vapuleado por Ronald Reagan en noviembre en cuanto a votos electorales: 525 para el presidente republicano y sólo 13 para Mondale, uno de los peores registros en la historia de las elecciones presidenciales del país (sólo superado por Alf Landon en 1936, devorado por Franklin D. Roosevelt en su primera reelección y que sólo pudo llevase 8 votos electorales; las cosas fueron más parejas en votos populares, pero estos no llevan a un candidato a la Casa Blanca, como bien sabe Hillary Clinton). En aquellas elecciones de 1972, Hart fue el director de campaña de McGovern y aprendió algunas lecciones de aquella debacle, aunque no las suficientes como para convencer al electorado demócrata en 1984. Paciencia, se dijo: era joven (más de lo que fue Kennedy en 1960), tenía mucho tiempo por delante y experiencia que ganar. Una experiencia que atesoró como senador por Colorado entre 1975 y 1987 durante dos mandatos.

Una nueva oportunidad llegó para las elecciones presidenciales de 1988 y Hart, interpretado por Hugh Jackman en esta película, la aprovechó. Renunció a revalidar su cargo en el Senado y desde finales de 1986 ya empezó a reunir a su equipo. Los demócratas debían encontrar un candidato sólido que hiciera olvidar el bochornoso resultado de Mondale: los nombres de Mario Cuomo, gobernador de Nueva York (y padre del actual mandatario en dicho estado, Andrew Cuomo) y de Michael Dukakis, gobernador de Massachussetts, sonaban como posibles candidatos. Pero Hart era quien parecía cosechar más apoyos. Cuando Cuomo renunció en febrero de 1987 a concurrir a la carrera presidencial (seguiría siendo gobernador hasta 1994), Hart aprovechó el viento a favor y a mediados de abril anunció oficialmente su candidatura. Faltaban diecinueve meses para las elecciones y desde entonces la prensa lo presentó como el corredor con mayor ventaja de entre los que disputaban las primarias demócratas y podía tener muchas opciones para derrotar al sucesor de Ronald Reagan entre los republicanos, el vicepresidente George H.W. Bush. Tres semanas después, Gary Hart se apartaba de la carrera presidencial tras destaparse un affaire extramatrimonial con una joven modelo de 29 años, Donna Rice (Sara Paxton). 



La cosa fue de la siguiente manera. Ya había habido rumores sobre los idilios de Hart fuera de su matrimonio. De hecho, su matrimonio con Oletha “Lee” Ludwig (Vera Farmiga) había tenido sus altibajos, con alguna separación temporal, y pocas semanas antes de que estallara el escándalo había respondido, a la pregunta de un reportero del Washington Post, que él no era un mujeriego. Pero Hart no supo cómo responder cuando, a finales de abril, reporteros del Miami Herald, que habían recibido información del affaire del candidato demócrata, viajaron a Washington, D.C. a finales de abril y vieron a Rice entrar la residencia de Hart. Este se enfrentó a los reporteros en un callejón y negó estar involucrado en ninguna relación amorosa. La noticia, sin embargo, fue publicada por el Herald el 3 de mayo. Preguntado por un periodista del New York Times que le entrevistaba en el marco de su candidatura presidencial, Hart retó a la prensa a que encontraran pruebas de su affaire: “Síganme, no me importa, lo digo en serio. Si alguien quiere seguirme el rastro, adelante, se van a aburrir” (en el filme la frase, dicha a un periodista ficticio del Post, interpretado por Mamoudou Athie, queda en: “¿Te interesa saber qué hago en mi tiempo libre? Sígueme, te vas a aburrir de lo lindo”). 

Pero la mecha ya se había encendido y el interés de la prensa, incluso de la que no se abonaba al mero sensacionalismo como el Post, aumentó: los medios ya no querían conocer sus propuestas sobre política económica, sino más datos sobre Hart y su relación con Rice, sobre todo cuando se supo que ambos se conocieron en un yate en Florida, llamado “Monkey Business” (nombre que desde luego no ayudaba a la causa del candidato). Encuestas realizadas en esos primeros días de mayo revelaron que un alto porcentaje de entre quienes se preguntó sobre el tema desaprobaban lo que Hart y su equipo presentaban como un acoso de la prensa y sus preguntas sobre su vida privada. Pero los medios ya habían situado sus furgonetas en la entrada de la residencia de los Hart en Denver y la sangre que habían olido les había abierto el apetito. Acorralado (en el filme) en una rueda de prensa en la que se le preguntó directamente si había cometido adulterio, Hart dudó en dar la respuesta que sus colaboradores esperaban que diera y sólo ofreció una evasiva. Desde ese momento, la carrera de Gary Hart a la presidencia de los Estados Unidos embarrancó y ya no se recuperaría: tiró la toalla. 

Jason Reitman realiza en El candidato –título soso donde los haya– una interesante película sobre las relaciones convulsas entre política y poder, y un debate siempre de moda en torno a si la vida privada de un político afecta a sus capacidades para ejercer un cargo, sobre todo si se trata de la presidencia del país que se aspira a ganar. Hay dos partes bien claras en un filme y hasta cierto punto contradictorias en cuanto al dinamismo de la trama: una primera en la que se presenta al personaje, ya desde su derrota en las primarias de 1984, y su apuesta por concurrir en los comicios de cuatro años después, y una segunda cuando se ha destapado el affaire y Hart se ve en problemas. Una primera con un ritmo vibrante, didáctico incluso, alrededor de lo que significa llevar una carrera presidencial, con J.K. Simmons como el director de la campaña del candidato y quien mueve los hilos para que su equipo dé lo mejor de sí y vaya a por todas. Y una segunda en la que el ritmo se ralentiza, sin que ello significa que sea lento, y a pesar de que las cosas se ponen muy cuesta arriba para un Gary Hart que reacciona con lentitud a la bola de nieve que, cada vez más grande, se cierne sobre él. 

Parece como si director y guionistas –Matt Bai, que adapta su libro All the Truth is Out: The Week Politics Went Tabloid (2014), Jay Carson y el propio Reitman– se propusieran no ir por caminos trillados y excesivamente artificiosos, y en cambio quisieran contar una historia que, de un modo u otro, remite a tiempos actuales (y presidentes también actuales). De hecho, en un momento climácico del filme, un periodista le pregunta a Hart si cuando decía que no había hecho nada inmoral se refería a si no había tenido relaciones sexuales con Rice, a lo que Hart responde que no tuvo con ella una relación; inevitable no pensar en el escándalo Lewinsky que afectó a Bill Clinton durante su presidencia y en aquella rueda prensa que este dio en enero de 1998, cuando afirmó tajante: “quiero que me escuchen, voy a decir esto de nuevo: no tuve relaciones sexuales con esa mujer, la señorita Lewinsky”; meses más tarde Clinton admitió que tuvo una “relación física inapropiada” con Lewinsky y jugó con su idea de que el sexo oral no es “realmente” sexo con otra persona.

Donde el filme también gana enteros especialmente es en la crítica atemporal que se destila en los detalles que remiten al papel del periodismo… para bien o para mal. Así, se juega con la duplicidad de los medios de comunicación, incluso con aquellos periódicos “serios” que no desaprovechan la oportunidad de cubrir una noticia, siquiera para que no quedar fuera del interés “mediático” que dicha noticia provoca en los lectores; cuando la redacción tiene en sus manos fotografías comprometedoras de Hart con otras mujeres recibidas de una fuente anónima, Ben Bradlee (Alfred Molina) no duda en tirar adelante: “si no lo publicamos nosotros, lo harán otros periódicos”. Es muy incisivo, en cambio, el punto de vista de una de las periodistas del Post, Ann Devroy (Ari Graynor), que considera que Hart no respeta a las mujeres: “es un hombre con poder y oportunidades; tratándose de quien puede ser presidente, eso me pone nerviosa y como periodista te debería importar”, le dirá a un colega que piensa que es demasiado dura con el candidato. Recuérdese a cierto presidente de pelo anaranjado que, años atrás, dijo que “cuando eres famoso (las mujeres) te dejan hacer lo que quieras, puedes hacer lo que quieras, agarrarlas por el coño, puedes hacer de todo”. 



Con voluntad poliédrica el filme muestra las diversas caras en este filme. Hart, por descontado, pero también la de su jefe de campaña, que le abronca (“¿no nos merecemos acaso una respuesta nosotros?” ¡Hay mucha gente que se sacrifica por ti!”); la de su esposa, que le recuerda que le prometió que nunca la pondría en una situación humillante, o la de Donna Rice, que no se muestra como una mujer atractiva sin más, sino como alguien con estudios y que no quiere ser reducida a ser carne de tabloide (de hecho, la Donna Rice real se ha labrado una carrera como abogada y presidenta de una organización benéfica que lucha que lucha por una Internet segura para niños y familias), o la del periodista que entrevista al candidato y acaba por perder la “fe” en su proyecto político, sin dejar de lado a aquellos reporteros que huelen un escándalo político y se lanzan en plancha. Si acaso, el principal demérito de la película es que, teniendo mucho más que mimbres, no acaba de poner toda la carne en el asador, como si se contuviera demasiado cuando podría dar más (a diferencia de otros filmes en los que uno percibe que el guionista se ha pasado de frenada). 

El resultado es una interesante cinta de debate político sobre la “moralidad” tanto en la política como en la prensa, ese “cuarto poder” que se mueve a su alrededor y que debe fiscalizarlo… quizá demasiado. Y sigue una senda similar a la que trazara Los idus de marzo de George Clooney (2011), una de las mejores cintas políticas de los últimos años.

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