13 de enero de 2019

Crítica de cine: Los nenúfares de Monet: la magia de la luz y el agua, de Giovanni Troilo

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 11 y/o 12 de diciembre, vinculado a una programación cultural especial; consúltese también en FilmAffinity para saber en qué otros cines se emitirá.

Claude Monet (1840-1926) fue uno de los “fundadores” del impresionismo, movimiento artístico que surgió como respuesta a un cierto realismo y formalismo académico en la década de los años 1870. Precisamente fue su obra Impresión, sol naciente (1872) la que dio nombre al movimiento (y a partir de un comentario despreciativo por parte del crítico Louis Leroy ante los cuadros expuestos por los artistas independientes en 1874) y la que muestra los aspectos esenciales de prácticamente toda la obra de Monet: el agua y la luz. Precisamente estos elementos constituyen el eje del documental Los nenúfares de Monet: la magia de la luz y el agua, dirigido por Giovanni Troilo. Escrito por el director en colaboración con Giorgio D’Introno y Marco Pisoni, El documental se basa en el libro del especialista en el arte y novelista Ross King, Mad Enchantment: Claude Monet and the Painting of the Water Lillies (Bloomsbury, 2016), al que se entrevista, y cuenta con la actriz Elisa Lasowski como “presentadora” y “conductora” de los espectadores de las playas de Normandía a París a través del curso del río Sena.

Y es que el documental nos cuenta la vida de Monet, artista que no se apartó de la Normandía en la que vivió durante prácticamente toda su vida (con algunos viajes a Londres y Venecia), y su fascinación por las aguas, tanto del embravecido océano Atlántico como de las más plácidas de los meandros del Sena. Las primeras obras de Monet trazaron ya una fijación por el agua y los acantilados de Étreat, en especial el conocido arco natural llamado La Porte d’Aval, que pintaría en numerosas ocasiones (por ejemplo, la serie pintada en 1885). La pérdida de su primera esposa (y modelo de varias obras), Camille Doncieux en 1879, le afectaría especialmente; al pintarla en su lecho de muerte, Monet ya mostraba algunas de las pautas más destacadas de su pintura. A principios de la década de 1880 Monet se instaló en la que sería su residencia permanente en Giverny y en la que creó su jardín, que cuidó y amplió (a pesar de las suspicacias de vecinos y campesinos locales), y en el que destaca la variedad de colores de las flores, los nenúfares en el lago y el puente japonés que pintaría en los últimos treinta años de su vida, captand en diferentes momentos del día las tonalidades que ofrecía la luz. 

La progresiva pérdida de visión de Monet desde 1908, que evolucionó hacia unas cataratas, golpeó su ánimo durante algunos años y redujo su producción de pinturas. El estallido de la Gran Guerra en 1914 le impulsó a superar las adversidades físicas y a insuflar nuevos aires a su pintura, especialmente la de los nenúfares en el lago, animado por amigos como el primer ministro Georges Clemenceau, que insistiría en el pintor en la idea de que el arte debía rescatar a la Francia devastada por las consecuencias militares, como un símbolo de paz y esperanza en un mundo que trataba de recuperarse de cuatro años de sangrienta y destructiva devastación. Clemenceau sería el impulsor, de hecho, de su último y en su momento incomprendido gran ciclo sobre los nenúfares exhibida en el Museo de l’Orangerie de París; una obra que los artistas del expresionismo abstracto y la crítica especializada recuperarían a partir de los años cincuenta del siglo XX, otorgándole la trascendencia que merece.

El documental de Troilo es una auténtica delicia para los amantes del arte (resulta ideal para estudiantes), incidiendo en algunas de sus obras maestras, y para un público en general que quedará fascinado por el preciosismo de la pintura de Monet, al tiempo que la tecnología (la película se ha rodado en 4K) añade escenas “fotográficas” de un enorme virtuosismo emocional. El viaje por el río Sena, desde las playas de Normandía y su desembocadura en Le Havre, y hacia el interior, nos “traslada” a algunos de los lugares en los que Monet residió y pintó (Argenteuil, Poissy, Vétheuil y, por supuesto, Giverny). Las pinturas de Monet que actualmente pueden visarse en el Museo de l’Orangerie, el Museo Marmottan Monet y el Museo Orsay, así como el paseo por la casa y los jardines en Giverny, muestran con todo el detalle que a veces sólo el cine es capaz de ofrecer acerca de la mirada en profundidad que reflejan la fijación, cuando no obsesión, de Monet por el agua y la luz. 



El resultado es una obra cinematográfica imperdible, una experiencia sensorial que conmueve y lleva a querer saber más de la vida y el genio artístico de Claude Monet. Sólo por ello, por azuzar nuestra curiosidad y mostrarnos algunas de sus pinturas con una espectacularidad a veces poco desarrollada por este medio, este documental vale mucho la pena. En serio, hacedme caso: ¡no os lo perdáis!

No hay comentarios:

Publicar un comentario