1 de noviembre de 2018

Crítica de cine: Bohemian Rhapsody, de Bryan Singer

Desde que Brian May y Roger Taylor anunciaran en 2010 que había un proyecto para realizar una película sobre Queen, los fans de la banda británica se frotaron las manos. De la elección inicial de Sacha Baron Cohen como Freddie Mercury y de Peter Morgan como guionista, pasamos al abandono del proyecto por parte de Baron Cohen (cuyo parecido físico con Freddie era evidentísimo, pero se temía que “Borat” se acabaría comiendo al personaje) en 2013 y a una posterior marea de cambios que incluían a Ben Whishaw como el icónico líder de la banda y la designación de Dexter Fletcher como el director, cosa que finalmente no cuajó y ambos dejaron la producción en 2014. La cosa se alargaba, se rumoreó que tanto Baron Cohen como Whishaw podrían retornar al proyecto. Se encargó en 2015 a Anthony McCarten, autor de los guiones de La teoría del todo y El instante más oscuro, la escritura del guion del filme y finalmente se anunció un año después que Bryan Singer (que no necesita presentación) dirigiría el filme. Por fin las cosas parecían encarrilarse: se fichó a Rami Malek (de la serie Mr Robot) para encarnar a Freddie y paulatinamente se anunciaron los nombres del resto del elenco. Se inició el rodaje en septiembre de 2017, las primeras imágenes de Malek como Freddie en la recreación del mítico concierto Live Aid de Wembley, en julio de 1985, corrieron por las redes sociales, la cosa ya iba en serio, el estreno se anunció para este 2018. Luego vino el despido de Bryan Singer (¿qué hubo detrás? ¿Desidia, ausencias del rodaje y falta de profesionalidad? ¿Pique con Malek?), nos temimos lo peor, pero con dos tercios del rodaje ya completado, el sustituto de Singer, Dexter Fletcher, se limitó a completar lo que faltaba y a finales de enero de 2018 terminó la fase de grabación; y se mantiene a Singer en los créditos como director del filme. Y empezamos a contar las horas para que llegara este deseadísimo Bohemian Rhapsody. Por fin.

Por supuesto, las expectativas de los fans de Queen eran (y son) altísimas, pero nos equivocaríamos si quisiéramos darle al filme más entidad que la que tiene: una recreación de los quince años que transcurren entre que Freddie se unió a la banda que pronto se convertiría en Queen en 1970 y el concierto Live Aid en Londres en 1985. No es propiamente una biografía de Freddie Mercury, aunque desde luego se incide mucho en su historia: nacido como Farrokh Bulsara e hijo de una familia de parsis británicos, marcado por una dentadura especial (cuatro dientes de más en el interior de la boca que empujaban los delanteros y ofrecían esa imagen tan conocida de la prominente dentadura de Freddie), se muestra su historia de amor con Mary Austin, su compañera para toda la vida y su proceso para aceptarse a sí mismo como homosexual (“creo que soy bisexual” le dice a Mary, que no duda en responderle al instante “no, Freddie, eres gay”); su desaforada vida personal (sexo y drogas, sobre todo) y su progresiva certeza de que había contraído el sida y cómo decidió mantenerlo en un círculo muy privado de amigos (el común de los mortales nos enteramos, aunque se sospechara, poco tiempo antes de que Freddie muriera); su particular historia con Jim Hutton, con quien compartiría los últimos años de su vida… y por supuesto la propia intrahistoria de Queen (Gwylim Lee como Brian May, Ben Hardy como Roger Taylor y Joseph Mazzello como John Deacon), con los piques entre sus miembros y las desavenencias sobre quién componía, quién asumía la autoría de las canciones (y quien cobraba las regalías), la relación con los mánagers (interpretados por Aiden Gillen y un siempre eficaz Tom Hollander), la breve separación de la banda en 1984 y el proceso de creación de algunas de sus canciones más coreadas: de la “Bohemian Rhapsody” del título del filme a We Will Rock You o Another Bites the Dust”, pasando por la imperecedera “Love of my Life”, dedicada a Mary. 



Todo ello se muestra en el filme y todo ello forma parte de lo que esperábamos. El guion de McCarten y (hasta donde sepamos) la dirección de Singer permiten que disfrutemos de una película muy convencional, dentro del canónico género de los biopics. Pues la película asume su estructura convencional como seña de identidad y lo hace con estilo y mucho más que funcionalidad. De hecho, si Bohemian Rhapsody funciona tan bien es porque sabe utilizar técnicas cinematográficas muy manidas al servicio de un personaje tan icónico como Freddy Mercury, que Rami Malek encarna con mucho más que convicción. Poco importa que el parecido físico no sea tanto como se podría esperar y es cierto que le falta algo de volumen, pero Malek compone un Freddie que evoca en cada secuencia, sobre todo en aquellas de conciertos y vídeos musicales, al añorado cantante. No hay inventos raros ni medias tintas en la voz cantante: es Freddie Mercury quien canta y Malek realiza un notable ejercicio para meterse en su piel: sus movimientos son los de Freddie, nos convence. 



El convencionalismo del filme deja espacio para que también conozcamos algunos intersticios íntimos del personaje: esa soledad en la casa que compró al lado de la de Mary y esas llamadas nocturnas con ella, encendiendo y apagando una lámpara. Una soledad que se percibe en su personalidad esquiva en ocasiones, manipulada a menudo por Paul Prenter, su asistente personal y quien progresivamente lo va aislando de su círculo habitual. Un miedo a que su vida personal sea destapada por unos medios que buscan carnaza (la secuencia de la rueda de prensa, por ejemplo). Un hartazgo de Freddie por la rutina de álbum y gira, álbum y gira (después de 1985 esa rutina cesaría) No se escamotea la cuestión del abuso de drogas, que se muestra con más sutileza que edulcoración, así como sus apetitos sexuales (una mirada de un camionero en un área de servicio, un muchacho brasileño de quien después se deshace). No se trata tanto de suavizar los excesos de la vida personal de Freddie Mercury como de no recargar en exceso las tintas y mostrar, con una cierta naturalidad, cómo estos progresivamente le fueron aislando de su grupo de amigos (aunque él dijera no tenerlas en la secuencia en que conoce a Jim Hutton) y de la banda. Resulta interesante complementar todo eso con las diferencias creativas en el seno de Queen, en su desidia a la hora de acudir a grabar o en cómo decidió darse un respiro para probar una paralela aventura en solitario. Pero la familia es la familia y Queen volvería a reunirse, dentro también de lo convencional, para el concierto Live Aid: presentado brevemente en el prólogo, de manera indirecta, y que se refiere en la secuencia final: 20 minutos de puro disfrute musical, un regalo para los fans de la banda, una secuencia que enardece y emociona a partes iguales. Electrizantes minutos, tanto como recordar aquellos minutos reales.



El resultado es un filme que trasciende sus propios méritos cinematográficos (y que no son pocos), que se basa en el convencionalismo y en lo que se espera sobre la historia de Queen y la vida de Freddie Mercury y que precisamente por todo ello, por jugar con acierto y buen estilo con lo trillado (en el buen sentido), logra llegar al espectador. Porque, además, no creo que sea esta una película realizada exclusivamente para los fans de Queen: es un buen filme de género que se desarrolla con eficacia e incluso personalidad, y que como película entretiene y funciona muy pero que muy bien. Si acabas cantando los temazos de Queen desde la butaca de la sala de cine es que la película ha conseguido atraparte de principio a fin. Y eso Bohemian Rhapsody lo ha logrado plenamente.

PS: que Mike Myers, que en Wayne's World (1992) nos regalara aquella secuencia con "Bohemian Rhapsody", aparezca en la película interpretando a Ray Foster, ejecutivo de EMI que rechaza que esta canción sea el primer single del album A Night at the Opera, no deja de ser un gracioso guiño al espectador.

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