14 de septiembre de 2018

Reseña de Julius Caesar: A Life, de Patricia Southern

Gayo Julio César es el personaje perenne de la historia romana, sobre el que siempre se vuelve. Su vida, carrera y obra es la más conocida de la historia de Roma, gracias al hecho de que su período es el mejor documentado de esta civilización y sobre él hay relatos de autores romanos durante varios siglos. Tuvo el acierto –y el oportunismo propagandístico– de escribir dos esbozos de obras históricas, sus comentarios sobre la guerra de las Galias y sobre la guerra civil de los años 49-47 a.C. (añadamos los textos sobre la guerra africana y la guerra hispana de los años 46-45 a.C incluidos en el Corpus cesariano), que permitieron que generaciones de lectores conocieran, «de primera mano», lo que hizo en ambas contiendas. Contamos con el testimonio explícito de Cicerón en muchos de sus discursos y sobre todo en su correspondencia con Ático y algunos amigos y familiares (Bruto, su hermano Quinto, el propio César en unas pocas epístolas) y con relatos casi contemporáneos como Salustio (su monografía sobre la conjura de Catilina), para, ya en las siguientes dos generaciones, las obras de Tito Livio y Veleyo Patérculo. Con casi dos siglos de distancia nos quedan las biografías de Plutarco (incluida la suya), Suetonio (su biografía, para la que pudo tener acceso a documentación de archivo) y Apiano (su historia de las guerras civiles), siendo la historia de Dión Casio (ya en el primer tercio del siglo III de nuestra era) una obra muy posterior al personaje pero también valiosa (y discutible). Todos ellos, empezando por el propio César, crearon una imagen del personaje «diferente» en cada caso, partiendo de fuentes similares pero también diversas (la historia perdida de Asinio Polión sobre el período de los años 60-42 a.C. influyó en algunos de esos autores). La leyenda, acicateada por el heredero de César, Octavio/Augusto, se forja, mezcla, amplía, difunde y mitifica, hasta el punto de que parece confundirse la vida del personaje con esa leyenda que la cultura popular del último siglo y pico ha llegado a exacerbar (del cine a la televisión, sin obviar la masa de novelas históricas que sobre el personaje se ha escrito, con mejor o peor pluma). Y más en un personaje siempre de candente actualidad: «[…] cada generación lo contempla a la luz de su propios tiempos, por lo que, al final, resulta cuestionable si en algún momento hubo un César real» (p. 9, traducción propia).

Patricia Southern (apenas
he encontrado fotos de ella)
Tratar de dejar la leyenda a un lado y situarse en el hombre y en lo que hizo en cada momento, a partir de un estudio crítico de las fuentes, es la labor que Patricia Southern (n. 1948) se ha propuesto con una obra que excede los márgenes a menudo borrosos de la biografía y que ya en el título deja claras sus intenciones: Julius Caesar: A Life (Amberley Publishing, 2018). Como la autora remarca en un primer capítulo, “Caesar: An Extraordinary Life”, a menudo la escritura histórica no puede evitar vestirse con la ventaja que supone la presciencia que nos da analizar los hechos conociendo sus consecuencias. «En cada momento significativo durante la carrera de César, es tentador reconocer los aspectos y las características que le ayudaron a resolver sucesivos dilemas, y aunque esto puede ser útil también puede hacer que parezca que el auge hacia el poder era inevitable, un progreso fluido a partir de un objetivo planeado y hacia otro objetivo planeado, superando obstáculos y la oposición hasta que se alcanzara la meta final. Este enfoque no tienen en cuenta los contratiempos documentados y los no documentados, los fracasos, las oportunidades perdidas y los retrocesos, las revisiones de los planes y la a menudo despiadada manipulación de las personas y los sucesos que permitieron a Cesar sobrevivir y seguir adelante con sus ambiciones intactas» (p. 11, traducción propia). Y es algo que los autores antiguos que escribieron sobre él, especialmente los más tardíos, hicieron: establecer un camino que no necesariamente estaba claro en vida del personaje. César mismo era consciente de sus habilidades y capacidades, y las explotó, «pero no era omnisciente, sobreviviendo muchas veces por un pelo gracias a una combinación de determinación, rapidez mental, oportunismo y, muy a menudo, una cierta dosis de suerte» (p. 12, traducción propia). En cualquier momento pudo morir por una enfermedad, sucumbir en un combate o ser asesinado (antes de los Idus de Marzo), o pudo tener que lidiar con una derrota política o militar que lo hubieran condenado a la oscuridad, comenta Southern. 

Y es que, básicamente, la «historia» de César comienza con su pretura, o especialmente su primer consulado, y se convierte en la figura «extraordinaria» en sus últimos quince años de vida. Antes del año 59 a.C., César era un senador más, un hombre que, como tantos otros que formaban parte de la nobilitas de ese período, trataba de desarrollar una carrera política que lo condujera a lo que todo miembro de esa nobilitas aspiraba: el consulado, lo más alto que, en cuestión de ejercer el poder, podía ejercer un romano de la élite. «Si César hubiera muerto en el año 61 a.C. [durante su propretura en Hispania], sin haber alcanzado el consulado y sin ser descendiente de una importante familia en ese momento y con una larga y ancestral línea de cónsules que habían realizado varias hazañas en defensa de Roma, apenas habría dejado una impresión en la historia romana» (p. 15, traducción propia). Son esos quince años finales de su vida, profusamente documentados, los que formaron el legado de su «grandeza» y reputación en el mundo antiguo… y el moderno. 

Busto de César hallado en Tusculum,
probablemente la única escultura que se le
hizo en vida y que ha llegado hasta nosotros.
Museo Arqueológico, Turín.
Leyendas al margen sobre combates en la cuna contra serpientes –del mismo modo que el mito del niño Octavio que mandó callar a las ranas– y anécdotas como la altanería mostrada ante los piratas que lo secuestraron en su camino a Rodas, entre otras muchas, César no parecía más «predestinado» que sus coetáneos de la élite a alcanzar y retener el poder. Fue a partir de su consulado e incluso durante si edilidad, a causa de decisiones y comportamientos que tomó, cuando algunos contemporáneos suyos, como Cicerón, «reconocieron» una tendencia al despotismo. El modo en el que, por ejemplo (según el relato de Suetonio), humilló a Lúculo en una sesión del Senado durante su consulado, cuando éste se opuso a que fueran ratificadas las disposiciones de Pompeyo en el Este, y cómo lo hizo caer de rodillas y suplicar –ya fuera un acto de cobardía por parte de Lúculo o un gesto para mostrar abiertamente hasta dónde llegaban los rasgos de tiranía en César–, debió de dejar perplejos a sus colegas. Del mismo modo, sus «hazañas» durante mando en las Galias (58-50 a.C.), engrandecidas en unos «comentarios» que trataban aparentemente de ser informes «oficiales» –pero no escondían propósitos de propaganda– o la celeritas (rapidez) con que se movió durante las (interminables) guerras civiles de los años 49-45 a.C. –siendo el famoso lema veni, vidi, vici (llegué, vi y vencí) el epítome de todo ello–, por no hablar de su clementia (que engañó a pocos, pues dejaba entrever que todo el mundo estaba a su merced… excepto Catón, que se negó a permitir ser perdonado y prefirió suicidarse), no dejaban de ser (múltiples) evidencias de una leyenda que el propio César ayudó a crear. Una leyenda rosa que se teñiría de negro cuando, en sus últimos meses de vida, acumuló inmensas cotas de poder, más que ningún romano hasta entonces, y toda una sucesión de honores que hicieron pensar a no pocos (amigos y especialmente enemigos) que su propósito en la vida era alcanzar un poder absoluto, algo nefas para los romanos fervientemente creyentes en el componente «republicano» del Estado romano (la res publica). 

De este modo, pues, tratando de ponernos en el preciso contexto en el que vivió y actuó César, es como Southern ha escrito una biografía que, por méritos propios, podemos ubicar entre los mejores libros sobre el personaje. Y todo ello teniendo en cuenta las fuentes de que disponemos, lo que nos cuentan de ello y especialmente cómo lo cuentan. César mismo, Cicerón, Salustio, Veleyo, Plutarco, Suetonio, Apiano, Dión Casio y alguno más son las fuentes principales sobre el personaje, pero no cuentan las cosas de la misma manera, como Southern apuntilla a menudo. Tal asevera esto, pero obvia el contexto, o tal cuenta esto sobre una campaña en las Galias o un aspecto de la guerra civil, pero César no lo menciona en sus comentarios. Es constante la crítica de las fuentes, del mismo modo que se apoya la autora en la bibliografía moderna y no cualquiera. Southern aporta dos páginas de bibliografía, entre obras antiguas y obras modernas, pero entre estas están aquellas que son las más relevantes sobre el período de César. Obras en inglés, por supuesto, o traducidas al inglés, como la biografía de Luciano Canfora; pero desde luego no faltan las consideradas mejores biografías de César (incluida la de Canfora, algo que no suele suceder a menudo), como son las de Matthias Gelzer (traducción inglesa de 1968, orig. alemán de 1921), Christian Meier (traducción inglesa de 1995, original alemán de 1982) y Adrian Goldsworthy (2006, aunque personalmente tenga mis reservas sobre éste). No falta la obra seminal de Ronald Syme (The Roman Revolution, 1939, traducción española en 1989), estudios como los de P.A. Brunt (Social Conflicts in the Roman Republic, 1971) o Lily Ross Taylor (Party Politics in the Age of Caesar, 1949), entre otros, todos ellos imprescindibles. Del mismo modo que la autora trata convenientemente a las fuentes antiguas, hace lo propio con las interpretaciones de los autores modernos, citando ora aquí y ora allá a Meier y Gelzer (sobre todo). 



Detalle importante es que Southern expone y analiza, en ocasiones con un énfasis que no suele abundar en una biografía para un público amplio, diversas cuestiones sobre el personaje: por ejemplo, hasta qué punto estuvo implicado, y si resulta «creíble» el hecho, en la llamada «primera conjura de Catilina» (cui bono, como dicen los clásicos, o qué tenía que ganar con ello); cómo considerar el pacto privado que conformó el mal llamado «Primer Triunvirato» que reunió a César, Pompeyo y Craso (y si se forjó antes de o durante el primer consulado del personaje, en el año 59 a.C.); cuál fue la estrategia «real» de Pompeyo a la hora de enfrentarse a César en la guerra civil de los años 49-48 a.C.: no tanto si fue acertada o no su decisión de llevar la guerra a Grecia, como interpretar hasta qué punto tenía decidida esta decisión o si fue un working progress; o, para rematar, hasta qué punto César calibró los numerosos honores y poderes recibidos en sus últimos meses de vida. La autora expone, a partir de las fuentes, e interpreta (a menudo dejándose llevar por la «lógica»), pero no impone una única interpretación (aunque, desde luego, tiene las suyas). 

El hecho de que sepamos más, o la leyenda del personaje sobredimensione más, de los últimos quince años del personaje, de su primer consulado a su asesinato, no significa que este período (60/59-44 a.C.) tenga más peso en el libro. A diferencia del libro de Jérôme Carcopino, Julio César: el proceso clásico de la concentración del poder (original francés de 1936, traducción española en 2004; no se menciona en la bibliografía), que comienza su relato con un César ya crecidito (a la muerte de Sila, en 78 a.C.), y al que apenas dedica unas pocas páginas sobre su «formación», Southern no da mayor énfasis a los años de madurez política del personaje; de hecho, un tercio largo del libro transcurre antes del año 59 a.C. y se ofrece una amplia y detallada panorámica de la Roma del período, así como la biografía de César. Dos capítulos están dedicados a las campañas gálicas: uno sobre las tribus galas y la situación «política» que se encontró César, así como la manera de guerrear de estos y el tipo de ejército romano que él forjó, y otro sobre las propias campañas durante los años 58-50 a.C. Del mismo modo, la guerra civil de los años 49-45 a.C. se desarrolla en cuatro capítulos: las causas y el camino hacia ella en la misma década de la guerra de las Galias, la escalada hasta el cruce del Rubicón (punto de no retorno), las campañas de los años 49 a 47 a.C. y las de los años 46 y 45 a.C., sin dejar a un lado las reformas políticas de César. Queda un capítulo final sobre los últimos meses del personaje, la acumulación de poderes y honores, y la conjura y asesinato. 

Jean-Léon Gérôme, La muerte de César, 1867. Walter Arts Museum, Baltimore.


El resultado es un libro que, como su espléndida biografía de Augusto (1998, 2ª edición en 2014, traducción española en 2013), trasciende lo puramente biográfico y se erige en una valiosa monografía sobre el personaje y su época, sobre su carrera política y la Roma que lo albergó y vio, con mayor o menor reticencia, alcanzar un poder que en todo era monárquico menos en el nombre. Su heredero, Gayo Octavio –tanto de su fortuna como de su nombre («tú, muchacho, que todo lo debes a un nombre», como le reprocharía Marco Antonio) y su «legado» político–, engrandecería su leyenda, pero también aprendería de los errores y la imprudencia de César: «Octaviano aceptó su posición como heredero de César y se aferró a ella con tenacidad durante los siguientes cincuenta años, remodelando el Imperio lenta y pacientemente, quizá de un modo parecido al que César tuvo en mente, pero con mucha menos prisa. César fue un hombre que tenía prisa y en su frenético deseo por rápidos resultados abandonó la tradición y pisoteó a aquellos que se agarraban a ella. Octaviano fue más afortunado ya que tuvo más tiempo para alcanzar aquello que quería y en el 27 a.C. un Senado agradecido le cambió el nombre por el de Augusto. Se convirtió entonces en el primer emperador de Roma, utilizando el nombre personal de Imperator con el que se distinguió a César y con más poder en sus manos que cualquier rey» (p. 299, traducción propia). 

Otro buen libro que merecería una traducción española.

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