28 de septiembre de 2018

Efemérides historizadas (XXX): 28 de septiembre de 48 a.C. - asesinato de Gneo Pompeyo Magno

Litografía francesa del siglo XIX.
Un 28 de septiembre del año 48 a.C., el militar y político romano Gneo Pompeyo, apodado “el Grande” (Magnus), fue asesinado cuando aún no había desembarcado en la playa de Pelusio, Ciudad situada en la desembocadura más oriental del río Nilo en el mar Mediterráneo. Su asesinato, considerado una vileza pues fue cometido por agentes del monarca Ptolomeo XIII, hermano de Cleopatra VII –la posterior amante de Gayo Julio César y Marco Antonio–, ambos correyes de Egipto pero enfrentados en una guerra civil; una guerra civil en paralelo a la que se producía entre los propios romanos. Y fue considerado un acto de vileza pues Ptolomeo aparentemente accedió a acoger a Pompeyo en su reino –de hecho, no se atrevía a rechazar su acogida, pues el romano había colocado a su padre, Ptolomeo XII, en el trono de Egipto once años antes y con el apoyo de Craso y el cónsul del año, César–, pero decidió asesinarlo para congraciarse con el enemigo y reciente vencedor de Pompeyo en Farsalia: el propio César.

Busto de Pompeyo, copia de un original
datado en las décadas de 70-60 a.C.
Museo Arqueológico Nacional, Venecia.
Todo comenzó con una guerra civil que estalló, dieciocho meses atrás, en el seno de la República romana, atizada contra el procónsul de las Galias e Iliria, César, e iniciada por este mismo al cruzar, en un gesto con más trascendencia a posteriori que dramatismo en su momento (“¡que rueden altos los dados!”, le haría pronunciar Plutarco) el río (en realidad, riachuelo) Rubicón, que establecía la frontera física entre la Italia en la que los comandantes militares no podían ostentar un imperium proconsular y la provincia de la Galia Cisalpina, una de las que gobernaba César. Los sucesos de la guerra iniciada aquel enero del año 49 a.C. fueron azarosos y diversos, con avances de César (en Italia e Hispania, donde su celeritas fue proverbial) y algunas victorias por parte de Pompeyo y los suyos: en África, derrotando a Curión, legado cesariano, y en Dyrrachium en el Épiro, donde César cosechó su primer revés, del que salió al paso adentrándose en la Grecia continental, concretamente en la Tesalia, y provocando a los ejércitos pompeyanos para una batalla campal que se esperaba fuera decisiva. Esa batalla fue Farsalia, el 9 de agosto del año 48 a.C., y fue victoriosa y clamorosa para César, pero no concluyente y a la postre no tan decisiva como se esperaba: aunque César tomó numerosos prisioneros en la llanura de Farsalia y alrededores, los principales oficiales al mando (al margen de Bruto y Casio), escaparon, comenzando por su general en jefe: Pompeyo. 

Con la excepción de Lucio Domicio Ahenobarbo, que murió en combate, la mayor parte de los “generales de salón” que atosigaron a Pompeyo hasta el desquiciamiento antes de Farsalia y le forzaron a aceptar una batalla que no quería librar si no era bajo sus condiciones –Catón, Metelo Escipión, Labieno– huyeron hacia el Mediterráneo occidental, para refugiarse en el reino aliado de Numidia. Cicerón perdió toda esperanza de un final dialogado del conflicto y partió para Italia, a esperar al vencedor. Pompeyo, derrotado física y sobre todo moralmente, dudó en qué hacer. Sabía que los que tantos quebraderos de cabeza no le perdonarían la derrota en Farsalia; mejor irse a Oriente, a buscar el apoyo de los reyes que le debían su posición y del que eran clientes personales. Deyotaro de Galacia, quizá, pero este ya buscaba la manera de congraciarse con César. ¿El rey de Comagene en el alto Éufrates o quizá el etnarca Antípatro, el idumeo, en Judea? No eran poderosos. Sólo quedaba Egipto, donde los co-soberanos Ptolomeo XIII y Cleopatra VII (desde el año 52 a.C.) no podían rechazarle: le debían mucho y lo sabían. ¿Cuáles eran los planes de Pompeyo, una vez se refugiara en Egipto? Nunca lo sabremos.

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La ruta de Pompeyo hasta Egipto desde Farsalia fue rápida y más bien triste. Con una parte menos de su ejército llegó a Mitilene, en la isla egea de Lesbos, donde se reunió con su esposa Cornelia (hija de aquel Metelo Escipión que no dudó en abandonarle tras Farsalia) y su hijo pequeño, Sexto, entonces un adolescente de dieciséis o diecisiete años; su hijo mayor, Gneo, huyó a Occidente, a preparar la resistencia en África con el resto de capitostes ya ex pompeyanos. Desde Lesbos, y comandando una pequeña flota, Pompeyo se dirigió a Egipto y ante la costa de Pelusio envió emisarios a la corte ptolemaica. La situación en Egipto era de guerra civil, iniciada pocos años antes, entre los dos reyes hermanos. En aquel momento, septiembre del 48 aC., el ejército de Ptolomeo llevaba las de ganar, comandado por el general Aquilas, mientras que Cleopatra buscaba aliados en Siria y Palestina. En la corte de Alejandría, y ante la juventud e inexperiencia del rey Ptolomeo, el poder estaba en manos del chambelán mayor, Potino, y el antiguo tutor del rey, Teódoto. Reunidos los tres –Aquilas, Potino y Teódoto– se valoró la petición de asilo de Pompeyo. No podían rechazarla sin más, seguía siendo el protector romano del rey, aunque ahora caído en desgracia; tampoco podían aceptarla sin más, pues supondría (así pensaron) disgustar al vencedor de Farsalia, César. ¿Qué hacer? 

Giovanni Antonio Pellegrini, César recibe la cabeza
de Pompeyo, ca. 1708. Museo de Bellas 
Artes, Caén.
Las fuentes dicen que Teódoto halló la solución: “los muertos no hablan”, así pues había que matar a Pompeyo. Y se decidió que lo haría un romano, un antiguo centurión que conocía al propio Pompeyo, Septimio; formaba parte de las tropas romanas que en el año 56 colocaron, por mandato del procónsul Gabinio, subordinado de un por entonces poderoso Pompeyo, a Ptolomeo XII en el trono egipcio. Esas tropas romanas se quedaron en Egipto, para garantizar que el rey egipcio pagara el soborno que había dado a Pompeyo, Craso y César por garantizarle el poder y la estabilidad (siempre frágil en la convulsa Alejandría). Pasaron los años y aunque algunos acabaron regresando a Roma, muchos de aquellos soldados romanos aún estaban en Egipto, ahora bajo sueldo de los reyes ptolemaicos. Y así fue: una legación fue enviada a la nave donde Pompeyo esperaba la respuesta del rey, en la costa de Pelusio. La comandaban Aquilas y Septimio, que invitaron a Pompeyo a trasladarse a tierra firme en una barca. Se dice que ambos romanos conversaron y que Pompeyo repasó las notas del discurso que quería pronunciar ante el rey egipcio. Cuando iba a poner un pie en tierra, Septimio lo atravesó con su espada; Aquilas y otro soldado lo acribillaron con sus dagas. Una vez muerto, cortaron la cabeza y dejaron el cuerpo de Pompeyo en la playa. Cornelia y Sexto, se decía, lo vieron todo, angustiados, desde el barco de Pompeyo. 

La consecuencia del asesinato de Pompeyo no fue la esperada por sus asesinos. César llegó poco después a Alejandría y le mostraron la cabeza de su antiguo yerno y posterior rival. No le gustó, se dice; lloró, incluso. Quizá le desagradó que unos viles egipcios acabaran con la vida de aquel a quien quizá pretendía personar con su su famosa clementia. Sea como fuere, la muerte de Pompeyo tampoco cambió gran cosa en la guerra civil aún en liza: en los tres años siguientes, César tuvo que luchar contra sus enemigos en África e Hispania. A su muerte, también asesinado, en marzo del año 44 a.C., sus enemigos aún no habían sido derrotados del todo. La guerra civil sería continua durante trece años más, con algunos años de tregua y alianza entre los “triunviros” que persiguieron y liquidaron a los asesinos de César. En suelo egipcio, con los suicidios de Cleopatra y Marco Antonio, enemigos del heredero de César y pronto Augusto, terminó definitivamente la sucesión de guerras civiles que empezaron, casi veinte años, con el cruce de un riachuelo en el norte de Italia.

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