16 de julio de 2018

Crítica de cine: El mejor verano de mi vida, de Dani de la Orden

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Dani de la Orden (n. 1989) encontró una fórmula para hacer películas como Love Actually (Richard Curtis, 2003) –una película que a su vez derivó en productos similares a ambos lados del Atlántico– pero en clave local: así surgieron Barcelona, noche de verano (2013) y Barcelona, noche de invierno (2015), películas corales resultonas y agradables, de esas que vas a ver en grupo una tarde-noche que no tienes otra cosa que hacer. Hizo además algunos documentales y se encargó de una película de encargo, la flojísima El pregón (2016), y ahora en Atresmedia –siguiendo la estela de Mediaset con Perfectos desconocidos (Álex de la Iglesia, 2017), adaptación española de Perfetti sconosciuti de Paolo Genovese (2016)–, le han encomendado el remake español de una comedia italiana, Sole a catinelle (Checo Zalone, 2013); “sol a cántaros”, dice el protagonista de la película italiana y es una frase propia que repite a menudo Curro (Leo Harlem) en esta adaptación española diseñada para atraer a las salas de cine al público veraniego con una comedia “de toda la vida”. El resultado, no obstante, no es para tirar cohetes.
 
Curro se ha quedado en paro, pero no se desanima y comienza a trabajar vendiendo robots de cocina. Se abona a la cultura del pelotazo y comienza a vivir a lo grande, gastando sin medida; pero cuando las cosas vienen mal dadas y las ventas caen en barrena, pierde casa y esposa, Daniela (Toni Acosta), que no puede soportar que Curro sea tan manirroto. Le queda su hijo, Nico (Alejandro Serrrano), que lo idolatra. Para no perder su estima, Curro le promete que si saca buenísimas notas le hará pasar el mejor verano de su vida… confiando en que el niño no lo logrará. Pero, sí, lo consigue y Curro deberá estrujarse las meninges para cumplir su promesa. Prueba con llevarlo al pueblo, en casa de la tía Martirio (Gracia Olayo): la típica villa del interior que ha vivido mejores tiempos en otros veranos, pero que ahora apenas lo visita nadie. Nico se resigna a aburrirse como nunca, pero Curro, liante en potencia y echao pa’adelante nivel profesional no se contenta y hará lo posible para que el niño pase eso, el mejor verano de su vida. Y lo logrará cuando conozca a Zoe (Maggie Civantos), que ha empeñado su vida y dinero en un spa hippy en la costa, y su hija Laura (Spehanie Gil), que ha perdido el habla (no se preocupe el espectador, la recupera enseguida). Ponemos a Jordi Sánchez, Isabel Ordaz y Antonio Dechent por medio, le echamos sifón y humor blanco, un poco de caspa… et voilà, tenemos película de verano. 

El problema de este filme es que pretende que te estés descoyuntando la mandíbula de la risa con el estilo de Leo Harlem, monologuista que ya de por sí suele cansar, pero al asumir el rol principal principia a estomagar ya en las primeras secuencias. Si uno busca el epítome del cuñadismo lo encontrará en un filme que no esconde sus costuras y tampoco tiene vergüenza en jugar a lo que juega (escasa ambición la suya). Sucesión de secuencias con Harlem desbarrando vocalmente y lugares comunes de la comedia más simplona, El mejor verano de mi vida (se supone que el del niño, pero en realidad el del padre, encantadísimo de haberse conocido) gustará a quienes aprecien al monologuista y se dejen lleva por una trama poco desarrollada y con intenciones edulcoradas en prácticamente todo su metraje; coñas acerca de la vida en el pueblo, el esnobismo de los nuevos ricos y la cultura del pelotazo, al mismo tiempo que se denuncia la deslocalización de las empresas, aderezan un producto cocinado a mayor gloria de su protagonista. 

La profundidad de la supuesta crítica social es la misma que la de cuando se te han pelado los hombros porque te ha dado el sol; reconozcamos, no obstante, que el filme tampoco te quiere dar gato por liebre: da lo que da. Puede rescatarse alguna secuencia graciosa entre harlemadas de todo tipo que te hacen poner en un pedestal a Paco Martínez Soria y Alfredo Landa; y lo digo sin sorna y alardes de sin gafapastismo: las suyas eran películas de una época, con otros gustos, y ambos lo hacían con buen oficio; que ahora se repita esa misma fórmula, en pleno siglo XXI, resulta, no enternecedor, sino bastante bochornoso, casi tanto como la canícula propia de esta época del año. 



Si vas a una sala de cine por el aire acondicionado y confiando en pasar un rato medianamente entretenido, esta puede ser tu película o al menos una excusa para justificar tu decisión. Si te conformas con un humor de nivel ínfimo (pero familiar, nada basto), hasta puede que le eches unas risas. Y si simplemente pasas de todo, esta crítica incluida, pues ole tú, pues también tienes derecho a divertirte con lo que sea. Servidor, no obstante, hace ya semanas que prácticamente la había olvidado…

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