24 de abril de 2018

Crítica de cine: Las leyes de la termodinámica, de Mateo Gil

Se podría decir que Mateo Gil ha estado a la sombra de Alejandro Amenábar, con quien ha escrito algunas de sus películas –Tesis, Abre los ojos, Mar adentro, Ágora–, ganadoras de numerosos, y nos equivocaríamos. De hecho, Gil ha tenido una trayectoria en paralelo a la de Amenábar, con una filmografía propia y en labores de guionista para otros directores; así, en 2005 Gil ganó el Goya al mejor guion adaptado por El método y en 2010 se llevó otro “cabezón” por el corto de ficción Dime que yo; premios en solitario a los que añadir los dos Goyas que comparte con Amenábar por los guiones de Mar adentro y Ágora. Pero no sólo de premios se curte un cineasta, lo hace sobre todo con sus experiencias, con las películas que ha realizado. Gil apuntó maneras con el thriller Nadie conoce a nadie (1999), su debut en las tareas de director, basada en la novela de Juan Bonilla y con unos crímenes en serie en la Semana Santa sevillana como trama principal. En 2006, y dentro del proyecto colectivo “Películas para no dormir”, presentó Regreso a Moira, que se presentó directamente en DVD, y en la senda de la serie televisiva Historias para no dormir (1966), de Narciso Ibáñez Serrador. No se conformó Gil con un solo género y en 2010 probó el western crepuscular en la muy sólida Blackthorn, con Sam Shepard en la piel de un anciano Butch Cassidy, y en 2017 volvió a cambiar, apostando por la ciencia-ficción en la también interesantísima Proyecto Lázaro, que tuvo, inmerecidamente, un discreto paso por las salas de cine. Culo inquieto, como podemos observar, Mateo Gil ha ido bebiendo de diversos géneros, que ha adaptado a su manera y estilo, y de este modo su carrera siempre ha llamado la atención (con resultados desiguales) en los últimos veinte años. Su última película, Las leyes de la termodinámica, logra justamente eso, que nos interese saber qué ha hecho con un género tan popular como el de la comedia romántica.

De entrada, y así lo ha advertido Gil en la inauguración del Festival de Málaga Cine en Español que se está desarrollando en estos días en la ciudad andaluza, y como repitió en el preestreno barcelonés hace un par de días –al que acudió con parte del equipo artístico–, Las leyes de la termodinámica “es una comedia romántica disfrazada de documental”; en el pase barcelonés, de hecho, volvió a matizar entre risas, diciendo que “os han engañado: es un documental científico más que una comedia; todos los científicos que aparecen son reales y son figuras en lo suyo”. Y lo cierto es que, con la excusa de contar la historia amorosa de una pareja (o de dos), Gil ha escrito una película en el que la (alta) divulgación científica se mezcla con la trama, de modo que, como el protagonista de la película, nos preguntamos constantemente hasta qué punto la física cuántica explica las relaciones amorosas (y las rupturas); o cómo la entropía –el elemento caótico y complejo que ha “permitido” que, desde el Big Bang, se hayan creado las condiciones que, millones de años mediante, surgiera la vida en un planeta concreto llamado Tierra– establece unas leyes que “deciden” por nosotros el funcionamiento del amor.

Bueno, eso es lo que (se) dice Manel (Vito Sanz, a quien recientemente hemos visto en la serie Vergüenza [Movistar+]), un físico, doctorando y profesor ayudante universitario, cuya vida siempre ha transitado por el orden (algo neurótico) y la precisión hasta conocer a Elena (Berta Vázquez), una modelo y actriz en ciernes. Manel es amigo de Pablo (Chino Darín), un publicista con labia y planta, y todo un womanizer, que entabla también una relación más o menos “seria” con Eva (Vicky Luengo). Para Manel la física, desde Copérnico, Kepler, Newton y Einstein, llegando a los físicos cuánticos como Rutherford o Heisenberg, determina mediante leyes la atracción de los cuerpos y la materia, la gravedad o la relatividad. Y para que la cosa no se quede en meras elucubraciones de un científico algo pasado de rosca, Gil “complementa” la historia romántica de su película con secuencias de entrevistas a una serie de especialistas en física cuántica, de modo que sus explicaciones se engarzan con las escenas de comedia de los personajes, un pastiche romántico-erótico-científico incalificable y que el lector de estas líneas comprenderá en toda su extensión si se acerca a una sala y ve la película. Vamos, que a Mateo Gil se le ha ocurrido mezclar divulgación científica con una comedia romántica y que el espectador saque sus propias conclusiones.



¿Funciona la cosa? A grandes rasgos, sí, pues tampoco es que las secuencias de documental sean de difícil comprensión (yo soy “de letras”, por ejemplo, y no me he perdido). La cuestión es hasta qué punto, al margen del delirante punto de partida de Manel, que también asume los roles de voz en off –y con un “delirio” semejante al de Jeff Bridges, profesor de matemáticas en El amor tiene dos caras (Barbra Streisand, 1996), cuando trataba de mantener una relación “amorosa” con una profesora de literatura (Streisand), desde el punto de partida de que la atracción física no cuenta en una relación, que puede medirse en términos de números primos y de simple compañía personal; una patochada, como al final se demuestra y el atribulado matemático se rendía a la evidencia de que estaba hasta los huesos por la profe de literatura–; la cuestión, decía, es hasta qué punto Manel no retuerce lo que sabe de ciencia y física cuántica para hacerse más o menos responsable de las decisiones que toma, o de sus reacciones, en la relación con Elena. Mientras tanto, el caos –la entropía, en términos científicos– se apodera de su vida y nos dejamos llevar por sus vicisitudes y desventuras amorosas con Elena, al tiempo que Pablo y Vicky, por su parte, también tienen sus más y sus menos, y en la pantalla se sobreimpresionan flechas y símbolos científicos, se añaden imágenes con fórmulas y gráficos, todo ello para “comprender” si la ciencia explica las relaciones personales.

Se me preguntará otra vez: vale, pero ¿funciona la cosa? Pues durante algo más de hora y media, y a pesar de los vaivenes visuales, flashbacks rápidos, triples saltos argumentales con tirabuzón y todo, y de una cierta reiteración argumental (a veces parece que la película, como el protagonista le echa en cara a la chica, no deja de mirarse el ombligo constantemente), la película cumple sobradamente con la idea de hacernos pasar un buen rato, hacernos reír y entretenernos, y quizá hasta nos quedemos con un par de conceptos científicos. Vito Sanz demuestra tener una enorme vis cómica, woodyalleniana especialmente, a gran distancia de Berta Vázquez, algo forzada en ocasiones, y quedando Chino Darín bastante convincente en la interpretación cómica y canallesca de su personaje (recuerda, a su manera, a Rupert Everett en La boda de mi mejor amigo [1997] y a Chris Hemsworth en la reciente Cazafantasmas [2016]). Y qué lo bien está/ lo hace Vicky Luengo (y también Josep Maria Pou en su rol secundario, pero esto no es nuevo). Quizá haya espectadores que hubieran preferido más mondongo cómico y menos chapa científica, pero entonces quizá la película habría quedado descompensada o incluso coja. No es que se trate, a la postre, de un “o lo tomas o lo dejas”, pero desde luego a la película le habría faltado una chispa de naturalidad o incluso de ingenio si se hubiera limitado a ser una comedia romántica al uso, más o menos divertida, o una comedia de enredo, si se quiere.


Lo cierto es que Mateo Gil, una vez más, presenta algo “diferente” y hace suyos los códigos de la comedia, a los que aporta dinamismo y trazas del slapstick clásico; ya me perdonará la pedantería el lector de esta crítica, pero algo de Preston Sturges y de La fiera de mi niña (Howad Hawks, 1938) parece haberse colado en esta cinta. Sea como fuere, este arriesgado filme, con un planteamiento que roza el caos y que a veces estira al máximo las posibilidades que ofrecen el estilo y la narración, aporta algo que desde luego no abunda en el cine (ya no sólo español): originalidad y no poca frescura. Y ratifica que Mateo Gil no se conforma con jugar únicamente según las reglas.

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