14 de marzo de 2018

Reseña de Estambul: la ciudad de los tres nombres, de Bettany Hughes

Esta reseña parte de la lectura de la edición original en inglés: Istanbul: A Tale of Three Cities (Weidenfeld & Nicolson, 2017).

Una ciudad con varios miles de años de historia (y con una primera ocupación humana del territorio en el Neolítico) como Bizancio/Constantinopla/Estambul merece un libro. Y un libro que sea asequible para un público lector muy amplio. Bettany Hughes combina en su carrera la alta divulgación histórica (sus libros precedentes sobre Sócrates y la Atenas del siglo V a.C. (The Hemlock Cup: Socrates, Athens and the Search for the Good Life. Vintage, 2010) y Helena de Troya (Helen of Troy: Goddess, Princess, Whore. Knopf, 2005) han tenido una buena recepción) con documentales en televisión y programas de radio sobre temas históricos que consiguen acercarla a un público fiel; destacaría, por ejemplo, el programa documental Athens: the Truth about Democracy (BBC, 2007) y las series documentales The Ancient World (Channel 4, 2010), Genius of the Ancient World [Buda, Sócrates y Confucio] (BBC, 2015) y Genius of the Modern World [Marx, Nietzsche y Freud] (BBC, 2106), estas dos últimas disponibles en Netflix (véase también su canal en YouTube). Y no es baladí esta base “televisiva”: en cierto modo sus libros no dejan de tener un input hacia el documental e incluso el estilo literario, a menudo recargado con expresiones más propias del periodismo que de un ensayo historiográfico propiamente dicho, es un elemento que utiliza (conscientemente) para aproximar a los lectores/espectadores a diversos episodios de la historia que siempre suscitan interés.

Bettany Hughes.
Estambul: la ciudad de los tres nombres (Crítica, 2018) es un libro extenso pero de lectura cómoda y amenísima, con capítulos cortos y que casi parecen escritos para ser leídos en el autobús o el metro sin que uno se quede con esa sensación de “oh, vaya, llegué a mi destino y me he quedado a medias”. Este es quizá el principal aliciente del volumen, y no dejaremos de remarcarlo: la voluntad clara de llegar a un lector de ensayos divulgativos sobre historia que aprovecha sus ratos libres para aprender sobre civilizaciones y culturas que le “suenan” pero sobre las que no ha profundizado. Un amplísimo nicho de mercado en el que a menudo se opta por las “breves historias de” que suelen “divulgarizar” más que divulgar. Hughes se sitúa a medio camino de la comunicadora que sabe contar una historia sin necesidad de entrar en vericuetos académicos demasiado técnicos, y la historiadora con formación que indaga sobre un tema y se empapa del mismo, logrando que en su texto se perciba ese trabajo de documentación y profundización que se requiere en un ensayo histórico y la claridad expositiva que no renuncia al rigor que se espera de un libro de historia de setecientas cincuenta páginas.

Las tres ciudades que se han ido sucediendo en el mismo lugar –la griega Byzantion, la romanizada Byzantium/luego refundada como Constantinopla y la otomana Istanbul/Estambul– son reconstruidas en el periplo que Hughes misma emprende: el libro en múltiples ocasiones deviene una “biografía” muy viva de la ciudad que ha sido capital de dos imperios y un puente entre varias culturas que también se mezcla con el particular “libro de viajes” de la autora, es decir, de sus impresiones como visitante de la ciudad a lo largo de un amplio espacio de tiempo. Hughes elabora un retrato de la cambiante cara de la ciudad en cada período histórico que le tocó vivir; no se aleja demasiado de las muros y en las muchas veces en que se aparta del Bósforo para llevarnos a diversos lugares del Mediterráneo, el Mar Negro y en general el Levante asiático, siempre hay un elemento de conexión con la ciudad que controla el importantísimo estrecho de los Dardanelos. 


Cierto es, no obstante, que hay una cierta descompensación en la extensión dedicada a cada una de las ciudades: quizá excesiva para la Bizancio anterior a su refundación como Constantinopla, a tenor de los escasos datos que tenemos de dicha ciudad, mientras que la capital del Imperio Bizantino (Romano) recibe un trato generoso, quedando la ciudad otomana con algo menos de doscientas páginas. Resulta más llamativo, en cambio, que acontecimientos de enorme importancia histórica pasen de puntillas: apenas las Cruzadas reciben unas pocas páginas, por ejemplo, y la caída de Constantinopla ante los turcos sucede también con bastante rapidez. De Heraclio en el primer tercio del siglo VII se pasa en pocas páginas al siglo XI, mientras que se trató con más  detalle el período de Justiniano. Apenas ahonda en cuestiones como la querella iconoclasta de los siglos VIII-IX y tampoco incide demasiado en las sucesivas campañas musulmanas para conquistar la ciudad, hasta el siglo XIV; el fuego griego no falta, eso sí.  Pero, claro, conviene recordar que es un libro sobre la capital del Imperio, no sobre el propio Imperio.

Jean-Joseph Benjamin-Constant, Mehmed II 
entra en Constantinopla (1876). Musée
 des Augustins, Toulouse.
Quizá sea más discutible que el libro acabe, algo abruptamente, con la fundación de la República de Turquía en 1923 y el traspaso de la capitalidad a Ankara. Una cuarta ciudad, la Estambul propiamente dicha –hasta muy avanzado el siglo XVIII no recibió este nombre por parte del sultanato otomano, afianzado finalmente con la secularización impuesta por Kemal Atatürk y Konstantiniyye fue uno de los nombres habituales de la ciudad en el período otomano–, la ciudad del siglo XX que ya no es capital de un imperio, apenas aparece; sí que en algún momento se menciona cómo Estambul cambió radicalmente en cuanto a su ordenamiento urbanístico en las décadas de 1960 y 1970, pero poco más; alguna mención también a la actualidad política, como las manifestaciones populares en contra del intento de golpe de estado en julio de 2016 contra un presidente Erdoğan, nacido en la ciudad y de la que fue alcalde en los años noventa del siglo XX. Pero, y es de justicia destacarlo, si hay algo que particularmente Hughes ha querido hacer en el libro es no caer en una sucesión de clichés sobre lo que la tradición ha atribuido a la ciudad de los tres nombres: las pugnas religiosas del cristianismo desde el concilio de Nicea, las conquistas y derrotas, el repliegue bizantino, las campañas de Solimán o Lepanto, el exotismo de eunucos y harenes (sobre los que, de todos modos, habla), la lujuria oriental, la idea de decadencia del Imperio otomano (“el hombre enfermo de Europa”, como lo definiera el zar Nicolás I durante la guerra de Crimea). Sobre ello se ha tratado en muchos otros libros, quizá demasiado, mientras que sobre la ciudad en sí hay poco publicado.

Y es cierto que Hughes escribe sobre emperadores y sultanes, militares, eunucos, vikingos/Varegos, el palacio de Topkapi, conjuras palaciegas, castigos bizantinos (cegar a aquellos a los que se quería apartar del trono) y otomanos (el asesinato de los hermanos de un sultán cuando este alcanza el poder), los jenízaros y sus revueltas… sí, todo eso aparece en el libro. Pero la autora también otorga un cierto protagonismo a los habitantes de la ciudad a lo largo de la historia de la ciudad: los colonos griegos que la fundaron, los que trataron de hacerse con ella hasta que Constantino la refundó; las comunidades de judíos que siempre han residido en ella, el elemento griego que perduró tras la conquista otomana, la visión de los extranjeros que residieron allí (de Lady Mary Montagu a Lord Byron, pasando por Kavafis). La ciudad era más que los decretos de romanos, bizantinos y otomanos impusieron: una cierta tolerancia religiosa (y remarco lo de cierta) permanece, una cultura que bebe de muchas fuentes, una construcción constante de iglesias y mezquitas sobre un plano urbano siempre cambiante. 

El antiguo Puente Gálata a principios del siglo XX; el actual se acabó de construir en 1994.

De este modo la palabra tale que aparece en el subtítulo original del libro –"A Tale of Three Cities"–, y que sin embargo no consta en la traducción española, adquiere una especial relevancia: es la historia, el cuento, de una ciudad y cómo se fue amoldando a los cambios históricos que, a menudo, la golpeaban. Una ciudad muy disputada por su estratégica ubicación en un importante cruce de caminos/rutas comerciales, con la romana Vía Egnatia que la comunicó con el oeste romano, y que al otro lado del Bósforo pugnó con ciudades como Nicea y Calcedonia. Esta es la historia, desigual en cuanto a los períodos históricos a tratar, de una ciudad y sus gentes, y Hughes la retrata con brío y sin rendirse a la nostalgia. El resultado es un libro muy ameno y de vivaz lectura, bien documentado y adecuadamente ilustrado con mapas e imágenes. 

Un último comentario: habiéndose publicado en Crítica libros sobre otras ciudades esenciales y la historia a lo largo de miles de años –Roma. Una historia cultural de Robert Hughes y Jerusalén: la biografía de Simon Sebag Montefiore– no podía faltar un volumen dedicado a la ciudad del Bósforo. Sin duda alguna.

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