12 de marzo de 2018

Crítica de cine: Cézanne: retratos de una vida, de Phil Grabsky

Crítica publicada también en el portal Fantasymundo.

Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Cinesa y Yelmo a nivel nacional, y Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 12 o 13 de febrero, en algún caso (los Cines Verdi) vinculado a una programación cultural especial; consúltese sus webs para saber en qué cines se emitirá.

Paul Cézanne (1839-1906) constituye una figura de transición en el arte pictórico de la segunda mitad del siglo XIX: bebiendo de los pintores impresionistas, con quienes mantuvo una cierta distancia (admiraba, sin embargo, a Camille Pissarro y Pierre-August Renoir), fue uno de los paladines del postimpresionismo, como Paul Gauguin y Vincent van Gogh, e influyó en el fauvismo de Henri Matisse y el cubismo de Pablo Picasso y Georges Braque. Su estancia en París en la década de 1860, cuando desairó las aspiraciones paternas de dedicarse a la banca –quien, sin embargo, le pasó una pensión mensual de 125 francos–, le permitió conocer de cerca los trabajos de Gustave Courbet y Edouard Manet, cultivando el paisajismo.

Autorretrato, hacia 1879-1880.
De regreso a la Provenza, ya casado, y manteniendo una fluida correspondencia con el escritor Émile Zola (más tarde rompería su amistad con él, sintiéndose traicionado cuando el novelista lo utilizó como modelo de uno de sus personajes), Cézanne, que despreciaba la crítica artística, mantenía relación con unos pocos marchantes de arte y exponía en escasas ocasiones –apenas vendió unos pocos cuadros en vida; se tomaba demasiado tiempo en los encargos, visitando a menudo el Louvre para observar la obra de sus pintores favoritos, como Delacroix; acabaría por abandonar alguno de esos encargos–, inició en la década de 1870 una vida a medio camino entre Marsella, donde quedó su esposa Hortènse, y París, para, finalmente establecerse en Aix-en-Provence, viviendo de la pensión paterna, aumentada a 400 francos. A la muerte de su progenitor, en 1886, los bienes familiares le permitieron vivir con una cierta holgura, instalando su taller en la finca de su padre, posteriormente vendida para repartir el dinero con sus hermanas. El matrimonio con Hortènse Fiquet, con quien tuvo a su hijo Paul, fue complicado y una breve estancia de la familia en Suiza en los inicios de la década de 1890 no suavizó las relaciones. A la postre, Cézanne, ahondando en un aislamiento personal, se fue separando de su esposa e hijo, que se instalaron en París, mientras él se quedó en Aix-la-Provence y los alrededores durante su última década de vida, pintando paisajes como la cantera de Bibémus o la montaña de Sainte-Victoire.

Retrato del padre leyendo
 L'Événement
(1866).
Sobre su obra, el documental Cézanne: retratos de una vida, escrito y dirigido por Phil Grabsky (de quien recientemente reseñamos el dedicado a dos exposiciones de David Hockney) se centra en su faceta retratista. Y lo hace alrededor la exposición Cézanne Portraits se inauguró en el Musée d’Orsay de París en junio de 2017 y estuvo abierta hasta septiembre, iniciando después una gira que la llevó a la National Gallery Portraits de Londres, donde se pudo visitar entre octubre de 2017 y mediados de febrero del actual 2018, y de marzo a julio de este año a la National Gallery of Arts de Washington, en Estados Unidos. El hecho de que sea una exposición llevada a tres grandes museos nacionales permite que el documental se nutra de entrevistas a conservadores y expertos de estas instituciones, así como del MoMa neoyorquino, que explican algunas de las constantes de la pintura de Cézanne, no sólo en su vertiente de retratista sino también como paisajista; a destacar también la participación de su bisnieto Paul Cézanne. Y siendo un filme que resigue, en general, la biografía del pintor anteriormente trazada, resulta especialmente interesante el uso de la correspondencia conservada de Cézanne a amigos como Zola, marchantes como Ambroise Vollard, pintores coetáneos como Pissarro, el coleccionista Victor Chocquet o su hijo Paul. Estas cartas, leídas en inglés por el actor Brian Cox –quizá hubiera sido más pertinente una lectura en el francés original; a fin de cuentas, iba a haber subtítulos igualmente–, muestran los estados de ánimo de Cézanne en diversos momentos de su vida, la manera que tenía de concebir el oficio (y el trabajo) del pintor, sus resquemores hacia una crítica artística que nunca acabó de aceptarlo (de su estancia en París en los años 1860 el pintor provenzal no extrajo buenos contactos no tampoco grandes expectativas). 


La colección de retratos que aparece en la exposición que resigue el documental nos permite también observar los cambios físicos (y emocionales) de Cézanne en sus propios autorretratos y en algunas obras que pintó en serie durante años (retratos de su mujer Hortènse, por ejemplo, vestida de rojo y con el cabello recogido): del joven pintor con los ojos enrojecidos y gesto serio en la década de 1860 al artista que perfecciona su mirada personal, queriendo captar diversas perspectivas (alguna de ellas imposible como el autorretrato con paleta) y que muestra los estragos del tiempo en su cabeza calva y la hirsuta barba que encanece un par de décadas después, pasando por una cierta estilización (autorretrato con bombín).

Resulta especialmente interesante la evolución de un artista como Paul Cézanne, que como pintor que supo realizar espléndidos cuadros de bodegones y naturalezas muertas –el inicio del documental, en el taller que parece estar en el mismo estado que conoció el artista, es muy elocuente al respecto–, así como escenas de paisaje de los alrededores de la Provenza de la que le costó desapegarse durante toda su vida. Pero también del retratista de pinceladas sencillas, a veces algo toscas, prefigurando los estilos de vanguardias del cambio de siglo (fauvismo, cubismo), y siendo considerado un pintor muy apreciado por los artistas de las primeras décadas del siglo XX, pero un artista poco conocido en vida por el público. Quizá su tendencia a la soledad y el aislamiento, además de las pocas relaciones que tuvo con exhibidores y marchantes de arte, así como sus reticencias a la pintura impresionista que conoció de cerca, no le permitieron llegar más lejos (al menos por su parte). Este documental, sin embargo, nos acerca a su biografía, estilo y a una parte de su obra centrada en los retratos. Vale la pena verlo.

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