6 de octubre de 2017

Crítica de cine: Blade Runner 2049, de Denis Villenueve

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Blader Runner, basada en parte en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, se estrenó sin hacer ruido en 1982, pero pronto se convirtió en una obra de culto? Los que ya peinamos canas quizá no recordemos su estreno, pero sí imágenes que en nuestra infancia nos parecieron fascinantes y, especialmente, el eco de la música de Vangelis: el tema de los créditos finales, por ejemplo, forma parte de la educación sentimental de toda una generación. Servidor no se va a poner ahora a disertar sobre el impacto y especialmente el legado de Blader Runner: sería monopolizar el espacio dedicado a esta crítica y caer en un ejercicio de nostalgia –maldita nostalgia– que me impediría hacer una valoración de esta secuela que llega treinta y cinco años. Más de tres décadas después, el recuerdo de la visionaria película de Ridley Scott y el mundo que prefiguró (los coches aún no vuelan, sin embargo) permanece y las expectativas con Blade Runner 2049 eran muy elevadas y de manera inversamente proporcional a las que generó su antecesora. Ya no está Ridley Scott tras la cámara, sino en las labores de producción, cediendo el testigo a quien sin duda es uno de los directores más interesantes de la actualidad: el canadiense Denis Villeneuve, quien hace un año nos conquistó definitivamente –tras cintas previas como Prisioneros, Enemy o Sicario– con La llegada (Arrival).

Quienes asistimos hace unos días a un pase de prensa con una mayor afluencia que de costumbre (la ocasión bien lo valía) vimos, antes de que empezara la película, un mensaje de Denis Villenueve (o de la producción) en pantalla y en el que se nos invitaba a no detallar aspectos de la trama en nuestras críticas, de modo que el espectador, que desde el viernes 6 de octubre asistirá a su visionado, pudiera ver la película, igual que nosotros, sin apriorismos ni spoilers de ningún tipo; simplemente dejarse (dejarnos) llevar por una película que no esconde su voluntad de dejar tanta huella como la que, sin pretenderlo quizá, logró la cinta estrenada en 1982. Por tanto, va a resultar algo más complicado que de costumbre hacer una valoración de una película que tiene muchos detalles sobre los que hacer hincapié; pero respetaremos el deseo de los exhibidores y trataremos de no destripar (demasiado) la trama. El (futuro) espectador bien lo merece.
 
Sólo mencionaremos el punto de partida de la trama para situarnos: en el mundo del año 2049, treinta años después de que transcurrieran los hechos de la primera película, el agente K (Ryan Gosling) de la policía de Los Ángeles, otro blade runner que persigue a los replicantes –los modelos sucesores de aquellos Nexus 6 que lideró Roy Batty en el pasado–, sigue las pistas de un caso que tiene más derivaciones de lo que parece. La sociedad del planeta se enfrentó a un “apagón” que cambió la faz del planeta para siempre y sus consecuencias se hacen sentir. La Corporación Tyrell que creara los replicantes desapareció y de sus restos surgió una nueva empresa y un nuevo líder (Jared Leto), con nuevas directrices en cuanto a la creación de androides al servicio de la humanidad. Los tiempos han cambiado y las grandes ciudades se han convertido en espacios abarrotados y rodeados de altos muros que las separan y protegen de un “mundo exterior” en el que la radiación es mortal. Sobre este escenario, K se hará un cargo de un caso que remite al pasado y que puede poner en peligro el nuevo estado de cosas. Y para ello necesitará saber qué fue de Rick Deckard (Harrison Ford), desaparecido desde treinta años atrás… 

El talento creativo que desborda Blade Runner 2049 es palmario desde su inicio y hasta los títulos de crédito finales. Es evidente que los productores han querido hacer una película que no estirara sin más del chicle de su antecesora, que fuera igual de visionaria y que, sobre todo, se mostrara respetuosa con el legado recibido y con lo que significó la primera película para una generación de espectadores. Hampton Fancher, acompañado ahora de Michael Green, asume otra vez las labores de guionista, Denis Villeneuve tras la cámara asegura que el resultado va a estar a la altura y la fotografía de Roger Deakins –lo mejor del filme, anticipamos– denota que habrá imágenes para el recuerdo. Los efectos especiales están a la altura del guion y sin convertir el filme en una preciosa estatua de escayola hueca, y la banda sonora bebe muy claramente de la partitura anterior de Vangelis, siendo ahora benjamín Wallfisch y Hans Zimmer los encargados de la música. A nivel interpretativo, Gosling (abundando en su hieratismo) y Ford (que demuestra que quien tuvo retuvo) –aunque tardan en “conocerse” y compenetrarse– asumen el liderazgo de un grupo de actores que, a grandes rasgos, componen una variedad de personajes interesantes y con bastantes matices: la inteligencia artificial “personificada” (Ana de Armas), la mano derecha del empresario visionario y encargada de defender su obra (Sylvia Hoeks), el propio genio misterioso (el citado Leto), la superior policial de K (Robin Wright), la creadora de sueños que vive en una burbuja de cristal (Carla Juri), la prostituta que es algo más (Mackenzie Davis), el replicante al que da caza K (Dave Bautista), los ecos del pasado (Edward James Olmos)… y alguna sorpresa más. Todo está construido con mimo, los engranajes funcionan a la perfección, o eso se infiere, en una película que no dejará indiferente a nadie. 

Todo ello es cierto y a grandes rasgos estamos ante una dignísima continuadora del universo Blade Runner… con matices, claro. De entrada, el elemento neo-noir que tenía la primera película ha desaparecido o quizá se ha diluido, hasta cierto punto con lógica, en esta secuela; y es algo que se echa de menos. Entendemos, desde luego, que lo que fue una seña de identidad en aquella película, concebida de aquella manera en 1982, no tenía por qué estar presente en la actualidad, que además juega con otras texturas argumentales y especialmente visuales. La lluvia y la oscuridad tan presentes entonces se sustituyen por nieblas y colores tenues, naranjas muy seductores en el tramo central. La fascinante fotografía de Deakins en esta ocasión nos hará olvidar aquellos colores metálicos de la primera película y nos transportará a una nueva realidad visual, fascinante y apabullante. Todo apabulla, en general, en esta nueva película, pero sin resultar estridente (bueno, alguna cosilla sí…), que es lo que nos podíamos temer. Blade Runner no era una película en la que el espectador entrara fácilmente: quienes la vimos años después de su estreno, con una mayor o menor madurez cinematográfica, pudimos comprender que es (y sigue siendo) una cinta con una complejidad argumental que requiere del espectador que ponga de su parte; con su secuela sucede algo similar, con la diferencia de que el espectador actual está más curtido (a priori) visualmente. No tarda uno en dejarse llevar por lo que ve, aunque quizá sí se demore un poco más en hacerse una composición de lugar. Como le sucedía a la primera película, uno debe aparcar ideas preconcebidas y valoraciones de aquello que está viendo, y simplemente dejarse llevar. 

Quizá el principal problema del filme es el metraje: 163 minutos que se dilatan además por el ritmo pausado (y probablemente necesario, no lo pongo en duda) que se le ha dado en una primera parte a la presentación del enigma y la progresiva maduración de los personajes principales (K, en esencia). Pero no olvidemos que Blade Runner no necesitó llegar a las dos horas (incluidos los diversos montajes posteriores) para maravillar al espectador con una historia que no se apartó demasiado de la fórmula de inicio, desarrollo y conclusión. En esta ocasión uno se pregunta (y a veces se remueve en la butaca) si esas dos horas y media largas no se acaban haciendo precisamente eso: demasiado largas. Sí, lo que vemos es fascinante, pero queda la cuestión de que quizá no era necesario estirar tanto el metraje. Tarda en arrancar la película (sin aburrir, que conste) y se acumula en el espectador un paulatino agotamiento; pues, inevitablemente, lo que fascina y maravilla también acaba dejando un poso de fatiga. No ayuda tampoco, en lo sensorial, que la música de Wallfisch y Zimmer evoque demasiado el trabajo previo de Vangelis, y que en ocasiones incluso pueda llegar a aturdir, más que acompañar; al margen de que para parafrasear a Vangelis quizá habrá sido más conveniente encargar el trabajo al propio Vangelis, ¿no? 

Pero tampoco quiero magnificar lo criticable. Cierto es que, a la inversa, hacer un catálogo de los mejores momentos del filme, además de destriparlo, quizá reduciría el filme a lo selectivo, más que a pensar en su globalidad. No puedo resistirme a mencionar aquellos momentos en los que los efectos visuales funcionan a la perfección en cuanto a la plasmación del deseo de “fisicidad” de lo tecnológicamente avanzado, y el espectador lo encontrará en un momento “íntimo” y “a tres bandas” en la que quizá sea una de las mejores secuencias de la película. Pues además refleja con acierto algunos de los grandes temas del universo Blade Runner, como son el de la identidad y la condición humanas. Al mismo tiempo, y ya cuando K y Deckard se encuentran, la secuencia que envuelve su acercamiento y la violencia de quienes no se conocen y chocan resulta de una enorme belleza visual, con Elvis Presley de telón de fondo. 

Y es que, tirando ya de una cierta perspectiva (probablemente algo engañosa por el cortoplacismo que se le supone), son muchas las secuencias que convierten Blade Runner 2049 en una película cautivadora y que, por su carácter acumulativo, nos convencen de que quizá sí, y empiezo a quitarme la ropa para tirarme a la piscina, quizá estamos ante una película que no se perderá en el tiempo como “lágrimas en la lluvia". Quizá estamos ante una de las películas del año y de las que dejarán poso en el espectador, a pesar del dilatado y discutible metraje, de un cierto manierismo visual en algunos momentos (cayendo incluso en lo excesivamente enfático), de algunos personajes que acaban chirriando (Jared Leto, por ejemplo) y de una trascendencia algo impostada que la película antecesora no tenía –y puede que le falte algo más de la naturalidad que esta desbordaba–. Y quizá sí, aunque se destaquen algunos deméritos, quizá queda mucho en la retina de quien la ha contemplado y sigue fascinado por lo que vio, y todo ello denota una enorme calidad. Pues Blade Runner 2049 será una película que analizaremos y escrutaremos hasta el más mínimo detalle, buscando guiños y referencias de todo tipo. Y, aunque quien esto escribe es reacio a caer en etiquetas superlativas que la perspectiva suele encargarse de desmontar, por qué no: quizá estamos ante un clásico contemporáneo.

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