11 de agosto de 2017

Crítica de cine: Emoji: la película, de Tony Leondis

Crítica publicada previamente en Fantasymundo.

Cuando el diseñador japonés Shigetaka Kurita creó el primer emoticón de carita sonriente (emoyi, en japonés) en 1999, quizá no era consciente del universo ideogramático que se expandiría en los años posteriores en los teléfonos inteligentes y demás parafernalia tecnológica. Probablemente tampoco se habría imaginado entonces que las caritas amarillas y derivaciones posteriores que expresan sentimientos y emociones de todo tipo acabarían por ser carne de película; y una película de animación, por supuesto, el género idóneo para desarrollar una trama para todos los públicos, incluidos los más pequeños de la casa. Si hemos visto coches que hablan y tienen vidas propias en un mundo de coches (la saga Cars) o incluso ciudades modernas habitadas exclusivamente por animales (Zootrópolis, 2016), por qué no un mundo de emoticonos: Textópolis, la ciudad en la que viven los emojis a la espera de que el usuario del teléfono móvil decida escogerlos y concederles su momento de gloria, con toda probabilidad efímera, pues lo que en un minuto es novedoso, fresco y divertido pronto pasa a ser algo pasado de moda (apunten reflexión sobre la fugacidad tecnológica en los tiempos modernos). Y a grandes rasgos esa es la premisa con la que parte Emoji: la película, cinta de animación para estos días caniculares que, confiamos, pase sin mayor trascendencia por las salas de cine.

En el teléfono de Alex, como en todos los móviles, cada uno de los emojis tiene una única expresión facial y, en cierto modo, funcionalidad en la “vida”. Gene busca ser un “bah”, la indiferencia por antonomasia, digno hijo de dos “bah” –con acento sudamericano, por cierto, aunque en el doblaje castellano Gene habla, con la voz de Quim Gutiérrez (T.J. Miller en el original), con perfecto deje peninsular; una de las rarezas de la película, búsquenle explicación si la hay– que también han hecho de la indiferencia o el aburrimiento su máxima razón de ser. Si eres un “bah”, serás o se espera que seas un “bah” y formes parte de la lista de emojis que Álex usará en sus conversaciones en las redes sociales. Pero cuando Gene espera tener su bautismo emoticonero, sin saber por qué entra en pánico –o, permítaseme la expresión, en syntax error– y lo que muestra es una sucesión de tics faciales que Sonrisas (Smiler, en el original; con la voz de Úrsula Corberó), la lideresa de la central emoji, sólo puede definir como un “error informático”. Y los errores informáticos no pueden permitirse; es más, deben eliminarse. Huyendo de los bots que deberán destruirlo, Gene encontrará la ayuda de Choca Esos 5 (Hi-5 en el original, voz de Carlos Latre), emoji que perdió la popularidad hace tiempo y ansía volver a estar “en el candelabro”, que le convence de que la mejor manera de solucionar su problema es encontrar a un hacker; y lo hallarán en Rebelde (Jailbrake en el original; voz castellana de Macarena Gómez). Mientras, Alex considera que el emoji desplegado (Gene) debe de ser un error interno del aparato, por lo que pide cita en la tienda de móviles para resetearlo. El tiempo correrá en contra para Gene y el resto de emojis antes de que el móvil sea formateado y todos ellos dejen de existir.

Emoji: la película tiene un problema básico: no aporta nada a una película de animación. Queriendo ofrecer aventuras –perdón, “app-venturas”–, no deja de ser un calco sin chispa de enésimas películas del género y con una fórmula tan gastada que ni siquiera logra que levantes una ceja. Por estética, quizá intencionadamente, evoca la deliciosa Del revés (2015), y puede que incluso pretenda jugar a lo mismo: lo que en la película de Pixar son los sentimientos en el interior de una adolescente, en Emoji son los emoticonos que reflejan sentimientos en el interior del móvil de otro adolescente; pero, claro está, no es lo mismo. Tampoco la torpeza social de Alex, que bebe los vientos por una chica, resulta tan tierna (y argumentalmente interesante) como el paso de Riley por la pubertad y los cambios emocionales que surgen de un cambio de domicilio. Alex es como tantos chicos con un móvil en las manos, sin apenas personalidad marcada más allá del uso que desee darle a las redes sociales y a los emoticonos que, admitamos, son lo que son… y sirven para lo que sirven. Espuma, nada más, sin reflejar nada que suena a “verdad”. Tampoco logra la película emular otros ejemplos recientes del género, como La LEGO película (2014) o, incluso, ¡Rompe Ralph! (2012), que juegan con perspicacia y gracia con el inframundo de los juguetes de bloques y los videojuegos, respectivamente; sinceramente, los emojis, en su simplicidad intrínseca, no llegan a la suela de los zapatos de lo que realmente es (de)mostrar sentimientos.

Lo peor de la película no sólo es que no sea interesante como producto de animación y que tampoco tenga gracia –uno se acaba preguntando si realmente todo lo que rodea a los emojis es tan superficialmente tonto como se muestra en la película… o si han rebajado el tono, pues la realidad suele superar a la ficción–, sino el mensaje perverso que (in)disimuladamente camufla: sí, Gene, quieres ser tu mismo, expresarte libremente como eres, salirte del rol que la sociedad emoji ha establecido que debes ser (un bah, una sonrisa, un guiño, un sacar la lengua…), pero sin un smartphone Alex no es nadie y desde luego tú tampoco serás nada, emoji del demonio: sólo una figura animada (o un adolescente inseguro) que, sin popularidad, está condenado al ostracismo social. Hay que consumir, tener un buen móvil y llenarlo de apps; al margen de la búsqueda de un amigo “de verdad” que Gene, Choca Esos 5 y Rebelde –una emoji que encubre y quiere romper con otro estereotipo… cayendo ahora en otro– persiguen con ahínco, ese amigo no será nada si no tiene entre sus manos un teléfono móvil e interactúa mediante redes sociales con el resto de sus congéneres (otra de las perversiones de este filme). La superficialidad conceptual de los emojis, que trasciende incluso el período de la adolescencia –quién no utiliza hoy en día un emoticono de cara amarilla y sucedáneos–, marca ya las pautas de lo que socialmente es el mundo frívolo del presente y que, incluso sin necesidad de Black Mirror, certifica que en sus propósitos alienantes el Gran Hermano de las Redes Sociales es mucho más sutil que la temida Skynet. Desconozco si los creadores de este filme pretendían dar este mensaje, pero desde luego lo que muestran como película de animación apenas tiene gracia y supone un derroche de inanidad. Como decía el personaje de Robert de Niro en Una historia del Bronx (1993), “no hay cosa más triste en la vida que el talento malgastado”. Esta cinta es una buena muestra de ello.

Pero, ¿algo bueno tiene la película? Sí, que sólo dura 86 minutos (si te la tragas con los títulos de crédito finales). Y que se está fresquito en una sala de cine. Fin.

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