3 de julio de 2017

Reseña de El clan Wagner, de Jonathan Carr

«No podemos suprimir sin más ni más el capítulo oscuro de la historia alemana y de la historia de Bayreuth. En efecto, estoy convencido de que las lecciones que tenemos que extraer de ello son incluso más importantes que lo que Wagner quisiera decirnos en sus obras. Hemos aprendido a desconfiar de las doctrinas absolutistas de la salvación, tanto si vienen de la derecha como si vienen de la izquierda o si provienen de Bayreuth. Hemos aprendido que someterse incondicionalmente a un hombre, a una obra o a una nación es algo que irremediablemente nos conduce al abismo».
Walter Scheel, presidente de Alemania, 23 de julio de 1976, en ocasión del centenario del festival de Bayreuth. 
Entre los libros publicados en 2009, uno de los que más me llamó la atención fue esta monografía de Jonathan Carr (1942-2008), El clan Wagner (Turner), sobre la familia del Maestro de Bayreuth. Un libro que, de entrada, escapa a lo que podría ser algo tópico y archisabido sobre la influencia de la música de Wagner en el nazismo en general y en Hitler en particular. Un libro que no sólo trata de la música de Wagner, del festival de Bayreuth, de los tejemanejes de la peculiar familia del compositor (considerados, grosso modo, como algo parecido a lo que son los Kennedy en los Estados Unidos). Un libro que no se reduce a remarcar las vinculaciones de los Wagner con el nazismo y el antisemitismo. Se trata de un libro que es todo eso y mucho más. 

Jonathan Carr
Antes que nada, tres aspectos a tener en cuenta. En primer lugar, es importante echar un vistazo a un buen cuadro genealógico de la familia; el libro incluye uno muy útil, que conviene revisar a lo largo de la lectura. Segundo, el libro no exige un conocimiento exhaustivo de la obra de Richard Wagner, pues a lo largo del mismo se dan múltiples referencias, pero no espere el lector que se explique cada una de sus óperas. Con todo, profanos y creyentes en la obra de Wagner, podrá seguir perfectamente la narración de Carr. Y por último, si el lector asume el libro de Carr como una novela, lo disfrutará y devorará enseguida, como fue mi caso; si lo asume como una ensayo, que es lo que es, descubrirá muchas cosas, como también me sucedió a mí.

Jonathan Carr fue durante muchos años corresponsal en Alemania del Financial Times y The Economist. Conocedor de la historia de la familia Wagner, desde 1970 fue un visitante asiduo del festival veraniego de Bayreuth, lo que le permitió conocer muchos datos de la familia Wagner. En 2007, como resultado, publicó este libro: en él, Carr, tras unas larga investigación –que incluyó entrevistas con algunos de los miembros de la familia (Daphne y Nike, hijas de Wieland; Gottfried, hijo de otro nieto del Maestro, Wolfgang), un repaso a la correspondencia de Richard, los diarios de Cósima y las memorias de Wolfgang, así como el uso de material de archivos públicos y privados–, ha puesto por escrito la historia de la familia Wagner, prácticamente desde el nacimiento del patriarca, en 1813, y hasta el presente actual, con el cambio de dirección en Bayreuth en 2008. Del mismo modo que Peter Collier y David Horowitz hicieran con su ensayo sobre los Kennedy (Tusquets, 1985/2004), Carr ha creado un libro sobre una saga familiar. Una saga que es, en palabras de Nike Wagner (bisnieta del Maestro),
«una hidra familiar difusamente expandida, una masa de egoísmo y pretensión, de hocicos prominentes y mentones huidizos […] en la que los padres castran a sus hijos y las madres los aplastan con su amor […] en la que los hombres poseen un sesgo femenino y las mujeres inclinaciones masculinas, en la que un tataranieto se alimenta con el hígado de otro tataranieto». (p. 12)
El volumen comienza con el joven Richard Wagner (1813-1873) durante las revoluciones de 1848 en Alemania. Se nos muestra a un joven compositor irascible, anárquico, mujeriego, que tuvo que huir de Dresde tras participar en las algaradas revolucionarios; que vivió exiliado en Italia, que finalmente pudo encontrar un mecenas en Luis II, rey de Baviera, cuya relación no fue tan idílica como habitualmente se nos pinta; que consiguió finalmente crear un festival para su música (en el que, paradójicamente, la tetralogía de El anillo del Nibelungo no era la obra que Wagner consideraba más importante de las que podía ofrecer). Se nos cuentan sus dos matrimonios, especialmente el segundo con Cósima (1837-1930), hija ilegítima de Franz Lizst. Con Cósima, Wagner tuvo, además de dos hijas, al anhelado heredero, Siegfried (1869-1930), con un nombre que lo dice todo para los entendidos en su obra. Cósima heredó el legado de Wagner y fue la que se encargó de convertir el pequeño festival en Bayreuth en algo que se convirtió en sinónimo de música, germanismo y dinastía familiar. Con el cambio de siglo, entraron otros personajes a formar parte de la familia Wagner, como Houston Stewart Chamberlain (1855-1927), casado con una de las hijas del patriarca y autor del megapanfleto racista Los fundamentos del siglo XIX, que tanto gustó al káiser Guillermo II y que también influyera en Adolf Hitler y en el ideario vertido en su libro Mi lucha

Siegfried asumió la dirección del festival cuando Cósima ya era demasiado mayor. Hijo del Maestro, con gran talento musical y buen oído y ojo para los montajes operísticos, Siegfried, más afable que su padre, se casó con Winifred Williams-Klindworth (1897-1980), una británica que asumiría con mayor peso que su marido y sus hijos lo que significaba ser una Wagner. Enamorada platónicamente de Hitler, al que defendió prácticamente hasta el final de sus días, Winifred llevó las riendas del festival de Bayreuth durante los años del Tercer Reich, apoyada económicamente por el régimen, y sin que nunca pudiera quitarse de encima el estigma de colaboradora del nazismo. Sus hijos, Weiland (1917-1966) y Wolfgang (1919) asumieron la tarea de reconstruir la fortuna, la casa solariega y el festival tras la Segunda Guerra Mundial, no sin problemas familiares (véase el caso de su hermana Friedelind [1918-1991]), la necesidad de buscar formas de financiación (que terminarían en la actual fundación que rige el funcionamiento del festival de Bayreuth) y de conservar el legado artístico de Richard Wagner. En 2008, un anciano Wolfgang dejó paso a una nueva generación, sus hijas Eva (1945) y Katharina (1978), tras años de disputas familiares por el control del festival.

Wolfgang Wagner, fallecido en 2010, junto a sus
hijas, Katharina (izquierda) y Eva.
A lo largo de este apasionante libro, se analizan muchos temas: la importancia de la música de Wagner en la segunda mitad del siglo XIX; las veleidades de Wagner con el antisemitismo, demostradas, pero que parece que no pueden considerarse una correa de transmisión hacia Hitler y el Tercer Reich (aun cuando se dijera que había «muchos Wagner en Hitler»); la creación del festival de Bayreuth y su concepción como el templo sagrado del germanismo más patriótico a lo largo de todo el siglo XX; los contactos de la familia Wagner no sólo con Hitler y el nazismo, que es lo que siempre ha destacado, sino con la economía del régimen (los nazis sufragaron el festival a través de su organización Kraft durch Freude («A la Fuerza a través de la Alegría») e incluso los aspectos más personales (Hitler era apreciado en la familia, conocido como el Tío Lobo, e incluso protegió a Wieland y Wolfgang durante la guerra); la recuperación del legado familiar tras la Segunda Guerra Mundial –con un proceso de «desnazificación» por parte de Winifred, que nunca fue completo–, la transición a un nuevo concepto de festival, con nuevos montajes (en ello Wieland fue un auténtico maestro), y la conversión del mismo no sólo en una de las principales atracciones alemanas (las entradas hay que pedirlas con una década de antelación) sino en todo un referente cultural mundial. Wagner y el festival profundizaron en el carácter alemán, en lo que significaba la música para responder a lo qué era (y es) ser alemán en el siglo XIX. El nacionalismo (más aún que el patriotismo) siempre ha estado presente en la familia Wagner. Carr recalca que, paradójicamente con lo que significa ser alemán, los más furibundamente nacionalistas alemanes de entre sus miembros fueron los no alemanes de nacimiento, los que se unieron a la familia por la vía matrimonial: Cósima, Chamberlain y Winifred, que llegaron a ser «más alemanes que los propios alemanes». Lo cual no quiere decir que el resto de la familia no se sintieran menos alemanes: muchos de ellos, de hecho, apenas salieron de las fronteras de la amada Vaterland (patria).

El libro de Carr está lleno de enormes sorpresas, algunas de las cuales sólo conocerán los wagnerianos más acérrimos (y que, en todo caso, puede que se molesten en silenciar). La imagen de Hitler en la portada, junto a varios pequeños miembros de la familia (los hijos de Wieland), no es banal ni casual. No siendo en exclusiva el elemento principal del libro, las relaciones de la familia Wagner con el nazismo han pesado mucho no sólo en la imagen de la familia en el último medio siglo, sino también en la propia configuración ideológica del régimen nazi. Pero no conviene olvidar que, más que el régimen nazi, era Hitler el wagneriano de pro, el fanático, el amante superlativo de la obra del Maestro. La mayoría de dirigentes nazis se aburrían en Bayreuth, siendo casi únicamente Goebbels (y no siempre) el único entusiasta del repertorio wagneriano. Incluso un análisis de las principales obras de Wagner –del Anillo a Parsifal, pasando por Lohengrin y Tannhäuser– demuestra que los nazis no encontraron en el repertorio de Bayreuth un elemento de identificación racial e ideológico de su propio programa. Quizá sea Los maestros cantores de Núremberg la obra en la que los nazis encontraron el espejo donde mirarse de principio a fin. Hitler, por ejemplo, adoraba esta obra, por encima de el Anillo o de Parsifal, que incluso llegó a despreciar.

Winifred Wagner y Hitler, una relación compleja.
Ya en el siglo XXI, la familia Wagner ha podido resurgir de sus cenizas tras una cierta catarsis, el proceso de «desnazificación» tras la guerra. Sin embargo, no ha superado los fantasmas del pasado, ni se ha posicionado claramente sobre este pasado, asumiendo errores. Siempre le acompañará el fantasma del antisemitismo, de sus estrechas relaciones con Hitler y el régimen nazi: en 1975, una anciana Winifred se emocionaba recordando a Hitler en el curso de una amplia entrevista. «Si entrase Hitler ahora mismo por la puerta, sin ir más lejos, yo me-me-me… p-p-pondría tan contenta… tan… tan feliz de verle y de tenerle aquí que…», exclamó entonces (p. 427). Palabras más que reveladoras.

Con todo lo comentado, podemos hacernos a la idea de que estamos ante un libro más que recomendable. Un libro apasionante, sugestivo, un repaso a la historia de Alemania y de su música en el último siglo y medio, que se lee y devora con fruición. Un libro que se ha convertido ya en una obra de referencia sobre Wagner y su clan, especialmente sobre este último. Un libro que es de obligada lectura para los melómanos wagnerianos y para los interesados en la historia de un país, de una saga familiar y de un personaje. Un libro, en definitiva, imprescindible.

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