15 de julio de 2017

Crítica de cine: Cars 3, de Brian Fee

Crítica publicada previamente en Fantasymundo.

Dentro del universo Pixar, Cars (John Lasseter y Joe Ranft, 2006) no es una de sus mejores películas, pero sí de las más exitosas; no suele destacar en listados y ránkings diversos pero los niños, que pasan de las críticas, la adoran (¿será por eso de que unos coches animados hablen?). En cambio su secuela, Cars 2 (John Lasseter y Brad Lewis, 2011) no genera discrepancias: no conectó con el público y decepcionó, aunque económicamente le salió rentabilísima a los estudios de animación; probablemente el protagonismo de Mate cansó a un público que sintonizaba más con las peripecias de Rayo McQueen, que asumió entonces un rol secundario en una película con la que Lasseter quiso homenajear el cine de espías. Seis años después del bache de la segunda entrega, sabiendo perfectamente Disney que iremos a verla y que Mattel venderá millones de juguetitos de los personajes, se estrena la tercera parte de la franquicia, en la que Lasseter cede la dirección al animador gráfico de las dos primeras películas, Brian Fee. Cars 3 aprende de las lecciones del fracaso de su antecesora y regresa a sus orígenes: la competición automovilística y la “familia” que Rayo McQueen (Owen Wilson en la voz original) conoció en Radiador Springs en el primer filme (y la que queda por conocer).

McQueen es ahora un veterano corredor, ganador de siete Copas Pistón. Pero su veteranía y la de otros coches que hasta ahora han competido con él se verán desafiadas por la arrogancia de una nueva generación de coches, más rápidos, liderados por Jackson Storm (con la voz de Armie Hammer [El llanero solitario, Operación U.N.C.L.E.] en el original). Coches que, con sus mejores prestaciones, fuerzan a los rivales habituales (y colegas) de McQueen a retirarse. Un accidente de carrera deja tocado al propio McQueen, que temporalmente se retira a lamerse las heridas en Radiador Springs y a valorar su continuidad en las carreras de competición. Pero McQueen no es en vano “el Rayo” (“ligero como una moto, potente como un camión”) y vuelve a los entrenamientos para descubrir que sus patrocinadores de Rust-eze han decidido vender el negocio, adquirido ahora por un rico empresario, Sterling (Nathan Fillion [Castle, Firefly] en la voz original), que pone a disposición de McQueen las impresionantes instalaciones del Ruzt-eze Racing Center y a una entrenadora a su servicio, Cruz Ramírez (Cristela Alonzo en el original, creadora de la efímera sitcom Cristela en 2014-2015). Sin embargo, el futuro de McQueen no está claro: Sterling cree que, ante la arrolladora presencia de Jackson Storm y compañía, Rayo ya no puede competir, y pretende que se retire y se dedique a ser una marca dentro de sus empresas, promocionando productos para la automoción. Pero McQueen se resiste y lanzará entonces el órdago: si gana la primera carrera de la nueva temporada de la Copa Pistón en Florida, continuará compitiendo y con el apoyo financiero de Sterling; si no, se retirará. Sterling acepta y comienza el entrenamiento, una nueva aventura en la que Rayo McQueen aprenderá más de una lección acerca de sí mismo y de lo que puede hacer por los demás. 

El filme de Brian Fee ofrece todo aquello que echamos de menos en la segunda entrega: carreras trepidantes y una montaña rusa de emociones. Pero también incide en los baches de la primera película: los (a menudo extensos) valles narrativos entre secuencias de acción, la presencia cansina de Mate (aunque afortunadamente de regreso a su rol de secundario) y una sensación de que, a pesar de las secuencias de acción, su hora y media larga se hace eso… algo larga. A nivel argumental, volvemos a transitar por caminos ya recorridos, y la sorpresa, más allá del tono de comedia y las novedades en cuanto a personajes y situaciones, es escasa (por ejemplo, cámbiese el asfaltado en Radiador Springs por una master class en una carrera de demolición; o a Doc Hudson por Smokey, su antiguo jefe de mecánicos y con la voz original de Chris Cooper). Se repite de manera casi calcada la fórmula de la primera película: un viaje iniciático, personajes que se conocen y con los que tras algunos roces iniciales se acaba empatizando, un problema que parece insuperable… y una carrera final, con el consabido final feliz que se espera de un filme de animación; añádase las convenientes notas de tensión en las carreras, un grafismo de altísima calidad y no poco entretenimiento; pero, básicamente, lo mismo que ya vimos hace once años. 

Como en las dos anteriores películas, en las que hubo cameos de pilotos de NASCAR y de la Fórmula 1, en esta ocasión Lewis Hamilton pone voz a un asistente de voz de Cruz que también se llama Hamilton, que también tuvo una breve participación en la segunda película; en el doblaje castellano contamos de nuevo con Fernando Alonso, que pone voz al asistente de voz Fernando (en los doblajes alemán e italiano se encarga Sebastian Vettel). Y Antonio Lobato de nuevo como narrador de carreras en el doblaje castellano. En cuanto a la versión versión original, Paul Newman, que puso voz a Doc Hudson en la primera entrega, falleció en 2008, por lo que los flashbacks que aparecen ahora corresponden a secuencias descartadas en la primera película; también se cuenta con las voces del reparto original de la “familia” de McQueen en Radiador Springs (Bonnie Hunt, Cheech Marin, Tony Salhoub, etc.), y se suben al carro Margo Martindale y Lea DeLaria (Boo en Orange is the new black). 

En conclusión, anticipamos que Cars 3 no estará tampoco entre las mejores películas de Pixar (al margen de la entusiasta opinión de los espectadores más pequeños, por descontado), pero con la recuperación de su esencia vuelve a aporta entretenimiento y espectacularidad a partes iguales, que no es poca cosa. Pero al verla uno se pregunta: ¿dónde han quedado la inspiración de películas con alma como Wall-E, Up e Inside Out (Del revés), la frescura de Ratatouille, el talento de Los increíbles o incluso la genialidad de una saga que sí ha funcionado muy bien como es Toy Story? El problema estriba en que los estudios de animación en manos de Disney se han abonado a las secuelas y sagas; películas de una gran rentabilidad, pero cada vez más adocenadas. Y eso es lo que no buscamos, esperamos o queremos de una película de Pixar… 

PS: Lou, el corto que se ofrece antes de la película no está nada mal, pero queda lejos de maravillas de hace años como Día y noche

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