12 de abril de 2017

Crítica de cine: Negación, de Mick Jackson

En 1996 el autor británico David Irving, autor de numerosos estudios sobre el Reich nazi, la Segunda Guerra Mundial y Adolf Hitler en particular (suyo es un best-seller de los años setenta, La guerra de Hitler, que en nuestro país fue editado por la Editorial Planeta), presentó una demanda por difamación contra la historiadora estadounidense Deborah Lipstadt y la editorial Penguin. Irving argüía que Lipstad, en su obra Denying the Holocaust (1993), le difamaba y lo consideraba un negacionista del Holocausto. Penguin y Lipstadt se pusieron en manos del bufete de Anthony Julius y prepararon la defensa del caso: en el Reino Unido, a diferencia del modelo estadounidense, en una demanda por difamación son los demandados quienes deben demostrar unos hechos, no el demandante, algo que puede parecer ilógico. Sea como fuere, durante tres años se preparó la defensa del caso (o más bien la acusación implícita contra Irving) y en ella colaboró el historiador Richard Evans, que aún no había publicado su magna trilogía sobre el Tercer Reich. La maquinaria legal se puso en marcha, se citaron a testigos y expertos por parte de la defensa: no sólo Evans, también historiadores e prestigio como Peter Longerich o el especialista en arquitectura histórica Robert van der Pelt, para testificar sobre las cámaras de gas que Irving negó que existieran. Irving se representó a sí mismo, sin abogados, y llevó a cabo la acusación (o habría que decir la defensa implícita de ser un negacionista, racista y antisemita). El juicio duró varias semanas, creó una enorme expectativa en aquellos primeros meses del año 2000, y más en un proceso que dirimiría un juez y no un jurado, como deseaba la defensa de Lipstadt y Penguin.

El 11 de abril el juez Charles Gray emitió su sentencia, un texto de 334 páginas que un día antes fue enviado a defensa y acusación, y leyó en el tribunal una parte de la misma, que daba la razón a los demandados: «Irving tergiversó y manipuló de manera persistente y deliberada la evidencia histórica por sus propias razones ideológicas; que por esas mismas razones retrató a Hitler de una manera injustificadamente favorable, principalmente en relación con su actitud y responsabilidad en el trato a los judíos; que es un negacionista activo del Holocausto; que es antisemita y racista y que se ha relacionado con ultraderechistas que promueven el neonazismo […]; de ahí que se sentencia a favor de los demandados». La causa de David Irving, se arruinó para pagar las costas del juicio y su “influencia” quedó tocada y años después fue condenado a tres años de cárcel en Austria por negar el Holocausto, de los que cumplió uno. Hoy en día, a sus casi ochenta años, Irving se ha convertido en una persona non grata en muchos países y colabora en charlas sobre los “mitos y falsedades” del Holocausto.

Negación recoge la esencia del proceso de Irving contra Lipstadt, especialmente, y el juicio posterior, seleccionando algunos momentos; sería imposible detallar en un filme que no llega a las dos horas toda la controversia. Y focaliza en algunos personajes una trama que desde luego tiene todos los alicientes para interesar tanto a lectores aficionados y avezados a la materia como al público en general. La materia prima es el libro de Lipstadt, que el guionista David Hare –realizador de la muy recomendable “trilogía Worricker” o serie de películas sobre el homónimo agente del MI5 retirado: Page 8, Turks & Caicos y Salting the Battlefield, producidas por la BBC entre 2011 y 2014– ha adaptado con buen pulso narrativo. 

Quizá llame la atención que el rol de Deborah Lipstadt, que en la época de los hechos superaba la cincuentena, en una Rachel Weisz sensiblemente más joven que el personaje, pero lo cierto es que consigue dotarle de una gran fuerza interpretativa; incluso en la manera en que debe contener sus emociones cuando el equipo de abogados le “pide” que les deje llevar el caso (eufemismo de “mejor cállate y no la líes, que nos jugamos mucho”). Frente a ella, el siempre eficiente Timothy Spall encarna a un Irving arrogante y despreciativo. El peso de la defensa del caso (o de la acusación contra Irving) recae en Tom Wilkinson como el abogado de Lipstadt y Penguin en el tribunal, Richard Rampton, de métodos propios y en ocasiones no comprendidos por la propia Lipstadt, además de un Andrew Scott (para siempre asociado al Moriarty de la serie Sherlock) como Anthony Julius, el abogado principal (“el procurador”, como le dirá a Lipstadt, para hacerle entender que en el Reino Unido existen figuras diferentes para el abogado que lleva el caso en el juicio y aquel otro que se encarga, digámoslo, de la “instrucción” del mismo en el bufete). Para los lectores sobre el Holocausto y el Reich nazi en general, será curioso ver a John Sessions interpretar al aclamado historiador Richard Evans, que se encargó de analizar a fondo la obra histórica de Irving para hallar pruebas de su negacionismo, y que contó con la ayuda de dos ayudantes suyos en la Universidad de Cambridge, uno de ellos Nikolauss Wachsman (Max Befort en el filme), de quien recientemente contamos con su magna obra KL: historia de los campos de concentración nazis (Crítica, 2015). 

La película transita de una manera convencional sobre el caso y las dudas del mismo para una Lipstadt que se jugaba mucho más que su reputación como historiadora: para ella, que se negaba a debatir con quienes negaban el Holocausto, el juicio era un asunto capital para el ámbito de la historia, juzgado en un tribunal por quienes no eran historiadores, y que podía sentar cátedra (o “jurisprudencia”, por así decirlo). Lipstadt se muestra reacia a la estrategia de la defensa, que no quiere llevar al estrado a supervivientes del Holocausto para evitar que sean víctimas de alguien como Irving, y le cuesta dejar a un lado su arrolladora personalidad y dejar el atril a los abogados. Es muy interesante cómo el juicio fue, en cierto modo, un “estado de la cuestión” del Holocausto, de los estudios realizados, con profesores e historiadores como testigos, suscitando un seguimiento mediático importante. No es una película con sorpresas, en el sentido que si uno conoce mínimamente los hechos sabe lo que sucederá, y es evidente que sabiendo que la sentencia fue contraria a Irving el suspense queda relativizado. No hay “testimonios de última hora” o giros dramáticos que hacen que contengamos la respiración (aunque el juez, interpretado por un Alex Jennings que siempre resulta convincente, tiene sus momentos). Hay un origen, un nudo y un desenlace, y todo funciona con corrección; quizá sin demasiado brillo, pero el resultado es una película que, a riesgo de gastar la expresión, es necesaria (quizá ahora, pasados casi veinte años, no tanto) y que nos debe mantener alerta ante revisionismos y negacionismos que tratan de alterar unos hechos que han marcado la historia del siglo XX. 

En definitiva, una buena película, con una clara e indisimulada predisposición a “gustar” al espectador y bien realizada e interpretada. Lo cierto es que uno sale del cine satisfecho con un producto que lograría justamente eso, satisfacerle. Pero no nos durmamos en los laureles…

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