Michael Scott es, ante todo, un divulgador… y de
los buenos. Sus documentales para la BBC y otros canales temáticos
(además de programas radiofónicos para la cadena pública británica), como por ejemplo Delphi: the Bellybutton of the Ancient World (2010), Rome's Invisible City (2015) y Who Were The Greeks? (2013) o la miniserie Ancient Greece: The Greatest Show on Earth (2013), (de)muestran que, tras (o incluso delante de) un buen investigador como es
él, está el comunicador. El buen comunicador, además, que se ha
empapado a fondo del tema sobre el que va a tratar, que escribe los
guiones de los programas y trata de sintetizar, sin caer en la
“divulgarización”, una serie de temas en un documental de apenas una
hora. Sus libros anteriores publicados en castellano, Un siglo decisivo. Del declive de Atenas al auge de Alejandro Magno (Ediciones B, 2011) y Delfos. Historia del centro del mundo antiguo (Ariel, 2015), son fruto de una
investigación que no está (para nada) reñida con la amenidad de un
relato y el rigor que se espera de una monografía histórica. Sobre temas
de Grecia, Scott se desenvuelve con comodidad, pisa un terreno que
conoce bien; con el ámbito romano se le ve algo más pegado a una
narración de corte más convencional, pero puede rastrearse su huella en
aquello que escribe/guioniza para un libro/documental. Dar el salto a un
mundo menos conocido para quien se ha criado en la cuna de los
clásicos, como es el Extremo Oriente, básicamente el mundo chino y el
ámbito indio, puede resultar una enorme apuesta de la que, sin embargo,
Scott sale airoso… aunque con algunos matices.
Los mundos clásicos: una historia épica de Oriente y Occidente (Ariel, 2016) plantea una hipótesis: el mundo antiguo no estaba
formado por compartimentos estancos y con civilizaciones ajenas (del
todo) unas de otras, sino que hubo interrelaciones entre las diversas
esferas. Es más que evidente si pensamos en cómo las conquistas de
Alejandro Magno de Macedonia “abrieron” el continente asiático –más allá
de la egea y levantina– a la penetración de la cultura helénica
(helenística), de modo que incluso en los confines del mundo conocido
entonces (los actuales Afganistán y Pakistán, donde los macedonios y
griegos ubicaron la “India”) llegó el influjo griego, en escenarios tan
alejados y geográficamente esquivos como la Bactriana, en reinos que se
establecieron en la zona como el imperio Kushan o en los principados
“indios” del valle del Indo. Scott utiliza el caso del griego
Megástenes, enviado del rey sirio Seleuco I, que se estableció durante
unos cuantos años en la corte de Chandragupta Maurya en la ciudad de
Pataliputra (la fuente es Arriano, quien escribiera la crónica de la
conquista macedonia del imperio persa). Megástenes se maravilló ante la
sofisticación de la corte maurya y pudo comparar el funcionamiento del
gobierno en un reino de la India con sus referentes de la ciudad-estado
griega o el reino de los Argéadas en Macedonia. Posiblemente, la mirada
de Megástenes era la del típico turista que se deja seducir por un
“espejo” oriental y que veía en aquel mundo lejano, exótico y diferente
algo que en su país de origen era imposible. Sea como fuere,
probablemente hubo varios Megástenes más que sirvieron de puente entre
el mundo griego/helenístico y el oriental, pero los contactos en muchas
ocasiones no pasaron del intercambio comercial (a través de la(s)
Ruta(s) de la Seda). El ámbito chino, de hecho, pudo ser perfectamente
inmune a la influencia “occidental”, que apenas conoció, mientras que ya
en tiempos del Imperio romano los contactos entre ambos vastos
territorios centralizados –el romano y el imperio de la dinastía Han– se
redujo a un comercio de la seda, monopolio oriental que se les escapó
de las manos y que acabó llegando, más bien con cuentagotas, a la corte
de los emperadores romanos y su élite.
Quizá sea algo discutible la idea de Scott de una historia “global” del mundo antiguo, pero suscribo su tesis de “mundos antiguos” más que de un mundo antiguo monolítico (de hecho, es de cajón). El comercio unió (indirectamente) el mundo chino, el indio y el romano, y algunos conocimientos se compartieron. La(s) Ruta(s) de la Seda pudieron funcionar como primera “red global” en la historia universal y los viajeros y comerciantes ser los eslabones de una cadena. Scott plantea la idea de una “emergente conciencia mundial” en el mundo antiguo, en cierto modo un “espejo” de entonces de lo que sucede actualmente, y en el desarrollo de relaciones dentro de y entre comunidades humanas, así como entre las esferas humana y divina (el ámbito religioso), desde finales del siglo VI a.C. y a lo largo del IV d.C. Escoge el autor británico tres “momentos”: en primer lugar, parte de la “era axial” en el que las discusiones sobre el modo de gobernar se establecieron en la Atenas de la democracia clisténica, la Roma de los inicios republicanos y la “China” de Confucio (en concreto el estado de Lu); en segundo lugar, los siglos III y II a.C., con la forja y creación de dos grandes imperios territoriales (el romano y el Qin/Han), en dos partes alejadísimas la una de otra (Roma y China), y la guerra como mecanismo para construirlos; y en tercer lugar, a lo largo del siglo IV d.C., las innovaciones/adaptaciones religiosas en ámbitos tan diversos como el Imperio romano y el cristianismo desde el reinado de Constantino I, la Armenia de Tiridates I que adopta el cristianismo “a su manera”, la convivencia entre hinduismo y budismo en la India de los Gupta, y la penetración del budismo en la China de los reinos divididos tras la caída de los Han (y hasta el establecimiento de la dinastía Tang) y su adopción por las élites gobernantes chinas. Para Scott, lo destacable es que lo que sucedía en Atenas y Roma, con el paso de una tiranía/monarquía a un régimen democrático/republicano, a finales del siglo VI a.C. tenía un desarrollo paralelo en la concepción confuciana del buen gobernante en la China de los Reinos Combatientes (que posteriormente entraría en crisis ante el auge del legalismo Qin). “Cada uno de estos tres momentos, y las relaciones desarrollados que representan, también significan un escenario de una conexión en desarrollo de un mundo antiguo globalizado”, comenta Scott en la introducción de su libro.
Quizá sea algo discutible la idea de Scott de una historia “global” del mundo antiguo, pero suscribo su tesis de “mundos antiguos” más que de un mundo antiguo monolítico (de hecho, es de cajón). El comercio unió (indirectamente) el mundo chino, el indio y el romano, y algunos conocimientos se compartieron. La(s) Ruta(s) de la Seda pudieron funcionar como primera “red global” en la historia universal y los viajeros y comerciantes ser los eslabones de una cadena. Scott plantea la idea de una “emergente conciencia mundial” en el mundo antiguo, en cierto modo un “espejo” de entonces de lo que sucede actualmente, y en el desarrollo de relaciones dentro de y entre comunidades humanas, así como entre las esferas humana y divina (el ámbito religioso), desde finales del siglo VI a.C. y a lo largo del IV d.C. Escoge el autor británico tres “momentos”: en primer lugar, parte de la “era axial” en el que las discusiones sobre el modo de gobernar se establecieron en la Atenas de la democracia clisténica, la Roma de los inicios republicanos y la “China” de Confucio (en concreto el estado de Lu); en segundo lugar, los siglos III y II a.C., con la forja y creación de dos grandes imperios territoriales (el romano y el Qin/Han), en dos partes alejadísimas la una de otra (Roma y China), y la guerra como mecanismo para construirlos; y en tercer lugar, a lo largo del siglo IV d.C., las innovaciones/adaptaciones religiosas en ámbitos tan diversos como el Imperio romano y el cristianismo desde el reinado de Constantino I, la Armenia de Tiridates I que adopta el cristianismo “a su manera”, la convivencia entre hinduismo y budismo en la India de los Gupta, y la penetración del budismo en la China de los reinos divididos tras la caída de los Han (y hasta el establecimiento de la dinastía Tang) y su adopción por las élites gobernantes chinas. Para Scott, lo destacable es que lo que sucedía en Atenas y Roma, con el paso de una tiranía/monarquía a un régimen democrático/republicano, a finales del siglo VI a.C. tenía un desarrollo paralelo en la concepción confuciana del buen gobernante en la China de los Reinos Combatientes (que posteriormente entraría en crisis ante el auge del legalismo Qin). “Cada uno de estos tres momentos, y las relaciones desarrollados que representan, también significan un escenario de una conexión en desarrollo de un mundo antiguo globalizado”, comenta Scott en la introducción de su libro.
Mapa del "mundo antiguo" J. B. B. D'Anville, dibujado en 1762 y publicado por Laurie and Whittle en 1794. |
Hasta cierto punto, la tesis del autor se mantiene en las tres
partes del libro, aunque la narración sea más cómoda en las dos primeras
partes; en la tercera, sin ser nada confusa, la indagación en las
peculiaridades religiosas de escenarios tan diversos y alejados (incluso
entre la India gupta y la dividida China post-Han) puede resultar algo
más árida para un lector que, como el propio Scott, está más ducho en el
pasado “clásico” grecorromano que en el de un Extremo Oriente más
complejo y menos dúctil a una narración más o menos lineal. La primera
parte resulta la más fácil de leer y comprender: unas Atenas, Roma y
China en transición de regímenes monárquicos que han sido derribados o
que transitan hacia una división en reinos combatientes unos con otros
(caso de la China de la dinastía Zhou), y en el que la idea de un
pensamiento político que incide en el buen gobierno (o en el gobierno de
la mayoría, por muy discutible que sea para el ámbito griego y el
romano, desde un punto de vista actual), se perfila, siendo Confucio una
figura que coincide en el tiempo con Clístenes en Atenas o Bruto en la
incipiente Roma republicana. También resulta muy interesante la
comparativa de unos imperios en formación que coinciden en el tiempo, a
caballo de los siglos III y II a.C., con Qin Shi Huang Di en China,
Antíoco III el Grande en el imperio seléucida, Filipo V en Macedonia, y
la pugna entre Roma y Cartago en el Mediterráneo oriental. De la
ambición de crear grandes imperios quedarían dos modelos, el romano y el
chino (Qin/Han), alejados por miles de kilómetros y que tuvieron su
particular desarrollo (entra más de lleno Scott en el caso chino que en
el romano, del mismo modo que discurre sobre las flaquezas de Filipo y
Antíoco a la vez que trata el peligro xiongnu en la frontera
septentrional china). Resulta muy interesante la idea de la relación
entre religión y poder en la tercera parte: el triunfo del cristianismo
en Roma y Armenia gracias a un poder imperial que asume un rol activo,
mientras que en la India se sucede una convivencia (más o menos)
“tolerante” entre hinduismo y budismo, y en la China post-Han la llegada
del budismo viene de la mano de unas élites gobernantes que potencian
su expansión por los diversos reinos chinos anteriores a la dinastía
Tang, de modo que se multiplican los monasterios budistas desde el siglo
IV y en adelante.
¿Hay nexos de unión entre las diversas esferas? Quizá este sea el eslabón más débil del libro de Scott. Hubo intercambios comerciales de una punta a otra del “mundo antiguo” durante la “era axial” y con posterioridad, pero las influencias son más “locales”: es evidente que había más puntos en común entre los ámbitos indio y chino, budismo mediante, del mismo modo que entre Roma y Armenia las relaciones políticas eran antiguas (siendo Armenia un “estado tapón” entre el mundo romano y el parto/sasánida), y la penetración del cristianismo era más permeable entre ambos escenarios. Pero a la postre, el mundo mediterráneo y el Extremo Oriente siguieron muy alejados, más allá de la “globalización” que pudiera lograrse con la(s) Ruta(s) de la Seda o el comercio del incienso entre Arabia y Roma (un comercio que caería en picado con la cristianización del Imperio romano, que ya no necesitaría esos aceites y mirras para un culto pagano que desde Teodosio I fue prohibido). Pero más allá del objetivo, de si la hipótesis de una “globalización” del mundo antiguo funciona o no, lo interesante del libro está en el viaje emprendido: en la narración y descripción de esos tres momentos del mundo (o los mundos) antiguo(s), en las personalidades (filosóficas, políticas y religiosas) que lo vivieron, en la diversidad de civilizaciones que se desarrollaron al mismo tiempo en un ámbito euroasiático tan extenso.
¿Hay nexos de unión entre las diversas esferas? Quizá este sea el eslabón más débil del libro de Scott. Hubo intercambios comerciales de una punta a otra del “mundo antiguo” durante la “era axial” y con posterioridad, pero las influencias son más “locales”: es evidente que había más puntos en común entre los ámbitos indio y chino, budismo mediante, del mismo modo que entre Roma y Armenia las relaciones políticas eran antiguas (siendo Armenia un “estado tapón” entre el mundo romano y el parto/sasánida), y la penetración del cristianismo era más permeable entre ambos escenarios. Pero a la postre, el mundo mediterráneo y el Extremo Oriente siguieron muy alejados, más allá de la “globalización” que pudiera lograrse con la(s) Ruta(s) de la Seda o el comercio del incienso entre Arabia y Roma (un comercio que caería en picado con la cristianización del Imperio romano, que ya no necesitaría esos aceites y mirras para un culto pagano que desde Teodosio I fue prohibido). Pero más allá del objetivo, de si la hipótesis de una “globalización” del mundo antiguo funciona o no, lo interesante del libro está en el viaje emprendido: en la narración y descripción de esos tres momentos del mundo (o los mundos) antiguo(s), en las personalidades (filosóficas, políticas y religiosas) que lo vivieron, en la diversidad de civilizaciones que se desarrollaron al mismo tiempo en un ámbito euroasiático tan extenso.
Ese quizá sea el mejor aliciente
del libro de Scott: conocer a fondo esos “mundos antiguos” a partir de
tres “momentos”, ver sus evoluciones y desarrollos y, por qué no, las
“interconexiones” que pudo haber (o no). Y todo ello con el toque ameno,
didáctico y personal de Scott, que se vuelve a mostrar como un gran
comunicador y, al mismo tiempo, un buen historiador y especialista sobre
la Antigüedad. Y también por la idea de “conectar” en la mente del
lector ámbitos tan diversos, comprender su complejidad y romper la idea
de un “mundo antiguo” monolítico. A fin de cuentas, el caso de
Megástenes bien pudo estar más extendido…
Hola!
ResponderEliminarMe ha encantado tu reseña aunque difiero en la valoración del libro . Decir que de Scott me gustó más "Un siglo decisivo". Como bién comentas, la historia griega parece ser su fuerte.En cuanto al que nos ocupa, la sensación que me ha dejado es que no explica nada nuevo. Se agradece el exotismo de alguno de los temas tratados - el budismo en la India, China o Sri Lanka - , las anécdotas que incluye etc. , pero en mi opinión la tercera parte es muy dispersa y confusa. Hablar de Solón, Aníbal o Antigono es muy repetitivo para cualquier aficionado a la antiguedad clásica - no aporta nada que no sepamos - y cuando trata el Imperio Qin o Han se va bastante por las ramas.
Para nada me considero un experto, y aun así el libro me ha dejado bastante frio.
No conocia tu página, desde ya tienes un seguidor nuevo.
Saludos y buena entrada de año
Joaquim
Buenas, la tercera parte del libro es más densa y hasta cierto punto "desconocida" desde un punto de vista "eurocéntrica", pero no me pareció confusa. El libro, obviamente, no descubre nada nuevo, no es su propósito, pero sí nos obliga a reflexionar sobre qué consideramos "mundo clásico", hasta qué punto las etiquetas y los compartimentos estancos no nos permiten ver el bosque, y no sólo los árboles, y qué conclusiones podemos extraer de tres momentos "axiales". En este sentido, el libro de Scott resulta muy estimulante y abre la puerta a ulteriores lecturas.
ResponderEliminar¡Saludos!