En torno a un 9 de septiembre de 9 d.C –las fechas no son
seguras, barajándose entre el 8 y el 11– tuvo lugar uno de esos sucesos
ominosos que Roma siempre guardó con pesar en los Fasti: la batalla (o masacre) en el bosque de Teutoburgo –saltus Teutoburgensis–
en la que tres legiones (XVII, XVIII y XIX), con sus auxiliares
(alrededor de 20.000 hombres en total) fueron aniquilada por una
coalición de pueblos germánicos, con los queruscos al frente. Un líder
germano, el querusco Arminio, que había colaborado con Roma en la
revuelta de Panonia e incluso gozaba de la condición de ‘eques’ y, por
tanto, de la ciudadanía romana, fue quien llevó a las tropas romanas,
comandadas por el legado de la provincia de Germania, Publio Quintilio
Varo, a través del bosque de Teutoburgo (en el borde septentrional de la
colina Kalkriese y unas millas al norte de la actual Osnabrück), a una
trampa que sería mortal y dejaría una huella que Roma nunca podría
cerrar. Todo comenzó con la conquista romana de la Galia, en tiempos de
Gayo Julio César (58-51 a.C.), cuando se produjeron los primeros
contactos serios con los germanos de más allá del Rin y hasta el Elba,
en la confluencia con los ríos Lippe y Weser. César no estableció un
dominio en la zona, pero hubo contactos comerciales y militares que
prefigurarían la idea de un control romano sobre la zona.
Tras
las guerras civiles y ante la inestabilidad de la frontera romana al
norte de Italia, el Rin y la zona de los Alpes, Augusto y Agripa
iniciaron una serie de campañas en la Germania “a este lado del Rin”
desde el año 16 a.C. Fue el inicio de dos décadas de guerras contra los
germanos del bajo Rin y contra los marcomanos de Maroboduo (o Marbod),
el líder germano más fuerte de la zona. Las campañas de Druso y Tiberio,
sucediendo a Agripa, consolidaron una primera frontera entre los ríos
Rin y Danubio, dando paso también a la consolidación de Iliria y la
creación de las provincias de Retia, Nórica Panonia y Moesia, y la
creación de una provincia Germania Magna, a un lado y otro del Rin, y
cuyos límites septentrionales pudieron llegar (con muchos matices) al
Elba. Parecía que Roma había alcanzado unas fronteras estables en el
norte y el inicio, como en la Galia desde César, de un proceso de
“romanización” de la zona. ¿Soberbia de Augusto y sus colaboradores o
realismo y pragmatismo defensivo? Sea como fuere, las campañas entre los
años 16 a.C. y 6 d.C., daban la sensación, en la propaganda romana de
la época, de haber conquistado un mundo nuevo. El estallido de la
rebelión de los pueblos panonios en el año 7d.C., asfixiados por los
impuestos y tributos, fue la señal de que, con todo, el nuevo mundo
conquistado era inestable.
Con
la aparente “pacificación” de Germania Magna (6 d.C.) y el estallido
de la rebelión panonia, adonde fue enviado Tiberio César para sofocarla
(y le costó tres años poder hacerlo), Augusto designó a Varo como nuevo
legado en la zona: antiguo cónsul (13 a.C.), gobernador de África (7-6
a.C.) y legado en Siria (6-3 a.C.), valorando sus capacidades como
gestor y confiando en una institucionalización de la provincia y en la
recaudación de impuestos. Varo no debió de ser el incompetente
prepotente que retratara su coetáneo Veleyo Patérculo (Historia romana, II, 117-120) ni el sobrecogido comandante militar que se percibe en Dión Casio (Historia romana,
LVI, 18-24), las dos fuentes principales, junto a Floro, del desastre
militar. Dión Casio escribe con dos siglos de distancia y su relato,
impreciso en ocasiones, depende de fuentes perdidas (y difiere también
de Floro), mientras que Veleyo escribe un relato que trata de cargar las
culpas en la imprudencia de Varo para descargar a Augusto (y Tiberio,
su héroe) de la responsabilidad del desastre.
Al sacar a sus tres
legiones de los campamentos al final de la temporada veraniega, Varo
recibió noticias de una revuelta en el interior de la provincia.
Arminio llevó a los romanos a la emboscada que se preparaba en el bosque
de Teutoburgo, para desaparecer posteriormente. En un terreno
desconocido y estrecho, en el que el orden de formación se vería
alterado por la topografía forestal, Varo no fue capaz de contrarrestar
el primer ataque de los germanos: agazapados entre los espesos árboles,
atacaron a los romanos con una lluvia de lanzas, rompiendo su formación.
Todo sucedió con demasiada rapidez como para que un sobrepasado Varo
pudiera reaccionar: tras el primer ataque germano, los romanos no
pudieron sobreponerse, aterrorizados por los gritos e imposibilitados
para formar adecuadamente en un terreno tan estrecho; encajonados y
hostigados, apenas pudieron defenderse de los asaltos del enemigo, que
usó la movilidad que le ofrecía un armamento más ligero, para atacar
desde diversos frentes y provocar el caos. Al cabo de unas pocas horas
de combate, Varo y su staff fueron conscientes de la magnitud del
desastre, y se suicidaron; los soldados perdieron la poca moral que les
quedaba y trataron de huir por los desfiladeros, pero la suerte estaba
echada. Prácticamente las tres legiones fueron destruidas entre la
emboscada y la escasa resistencia que trataron de imponer al día
siguiente: entre 15 y 18.000 muertos, más unos cuantos cientos más que
serían sacrificados en los rituales religiosos germanos de los días
posteriores; las bajas germanas no superarían los 500 muertos y no más
de 1.500 heridos sobre un total de 18.000 atacantes (una estimación).
Pocos soldados romanos pudieron sobrevivir y regresar a la otra orilla
del Elba; Casio Querea, futuro asesino de Calígula, sería prácticamente
el único oficial que consiguió llevar a unos pocos soldados al otro lado
del Rin.
La
primera consecuencia del desastre romano fue la pérdida de toda la
provincia Germania Magna al este del Rin; las aldeas, fuertes (el
ubicado en Haltern, por ejemplo, y cuyos restos arqueológicos han podido
ser estudiados) e incluso ciudades creadas por Roma en esa zona fueron
destruidas y los romanos establecidos en la zona (comerciantes sobre
todo) desaparecieron. La primera reacción en Roma fue el shock y
el miedo (“¡Varo, devuélveme mis legiones!”, clamaría Augusto según
Suetonio): el terror a que se repitieran las invasiones de germanos que
causaron la debacle en Arausio (105 a.C.). Pero los germanos de Arminio
no asaltaron los campamentos romanos en el Rin ni se barajó una invasión
de la Galia que pudiera llegar a Italia. En los tres años siguientes
Tiberio inició una serie de campañas de castigo al otro lado del Rin,
pero no parece que la intención fuera reconstruir la provincia perdida:
el Rin fue la frontera permamente, la Germania “a este lado del Rin” se
dividiría varias décadas después en dos provincias (Inferior y Superior,
con capitales en Colonia Claudia Ara Agrippinensis [la moderna Colonia]
y Mogontiacum [actual Maguncia], respectivamente) y Augusto y Tiberio
asumieron la idea de que no habría una expansión más allá de este río.
Esa fue, en esencia, la gran consecuencia de Teutoburgo: el fin de la
conquista romana en Germania o el proyecto de establecer la frontera en
el río Elba. Roma aprendió una lección que nunca olvidaría, y aunque en
la zona de Danubio hubiera campañas en el siglo II d.C. (las guerras
marcomanas) que llegaron a perfilar unas fantasmales provincias de
Marcomania y Sarmacia en época de Marco Aurelio (simples proyectos), se
llegó a la conclusión de que la defensa del imperio requería de
fronteras estables en la línea Ron-Danubio. Germánico, sobrino de
Tiberio, desarrollaría una serie de campañas en los años 15-17 d.C. para
recuperar las águilas de las tres legiones destruidas (se encontraron
dos); se cruzó el río Weser, hubo una batalla con resultados no
decisivos y se planteó un desembarco en la costa báltica, pero que
Tiberio, prudentemente, canceló. Tácito recoge la llegada de los romanos
al lugar del desastre (Anales, II, 60-63) en el año 15 d.C., y
cómo Germánico ordenó enterrar los huesos de los soldados que había
caído y estaban desparramados aún por el bosque. Pero las tres legiones
no fueron reconstituidas y los números XVII, XVIII y XIX pasarían a
estar malditos en el numeral de los ejércitos romanos de época imperial.
Lectura recomendada: The Battle That Stopped Rome: Emperor Augustus, Arminius, and the Slaughter of the Legions in the Teutoburg Forest,
de Peter S. Wells (W.W. Norton & Company), un ameno libro en el que
se disecciona la batalla, desde la crítica textual y el análisis de los
restos arqueológicos, así como sus antecedentes y consecuencias.
La batalla en el videojuego Total War Rome II (2013).
La conquista de Germania no valía la pena, porque los germanos no vivían en ciudades como los galos y lo peor del asunto, es que los romanos no podían derrotarlos en batallas frontales como en el pasado. Generándose una guerra de desgaste.
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