3 de febrero de 2016

Crítica de cine: Spotlight, de Tom McCarthy

Cuando en 2012 Aaron Sorkin estrenó The Newsroom en HBO la profesión periodística se le echó encima y fue bastante inmisericorde con una serie que muchos (sorkinianos) esperábamos con ganas y (en general) no (nos) defraudó. Las críticas se centraron en lo "imposibles" que eran los personajes de la serie, en los diálogos larguísimos, en un idealismo que para muchos estaba ya trasnochado. Pero sobre todo subyacía un escozor: Sorkin les decía a los periodistas cómo hacer su trabajo, pues no lo estaban haciendo bien. Ya el prólogo (antológico) ponía las cartas sobre la mesa y la "cruzada" particular de Will McAvoy (Jeff Daniels) en una "mission to civilize" destacaba el deseo indisimulado de Sorkin por honrar la profesión de periodista y apartarla de lo que consideraba mero cotilleo, el rumor frívolo y el acoso a los famosos (lo que en la prensa escrita serían la prensa amarilla y los tabloides). No, decía Sorkin, eso no es periodismo y la primera temporada recogió diversos tratamientos de noticias en la ficticia redacción del informativo que McAvaoy presentaba y cuya labor homenajeaba a los grandes anchors (presentadores) de los años cincuenta y sesenta: Chet Huntley, Edward Murrow, Walter Cronkite. El rostro honesto de la información en un medio tan denostado como la televisión. Por supuesto, se podrá decir, no es lo mismo un informativo en televisión que el periodismo escrito, el de los periódicos, el de toda la vida. Su labor es la misma pero al mismo tiempo diferente en cuanto al medio: investigar, contrastar, informar (publicar). Ese es el ideal, pero no siempre ha sido así. El periodismo clásico, suele decirse, murió hace tiempo y hoy en día manda más el director ejecutivo de una gran empresa que posee un periódico que el director de dicho periódico. El escándalo de las escuchas ilegales realizadas durante años por News of the World, periódico sensacionalista británico que formaba parte del gigante News International (propiedad de Rupert Murdoch), estalló en 2011, llegó incluso a salpicar a Downing Street y forzó el cierre de un periódico con más de siglo y medio de historia. Pero, se dirá también, una manzana podrida no empaña la calidad de un cesto, y es cierto. Spotlight de Tom McCarthy nos devuelve a aquellos periodistas de toda la vida y enaltece un oficio que sigue siendo muy necesario hoy día.

La trama de Spotlight podría hacer arrugar la nariz a un espectador algo cinico: la investigación por parte de unos periodistas de The Boston Globe en 2001-2002 sobre los abusos de cientos (miles, de hecho) de niños en Boston por parte de centenares de sacerdotes durante al menos tres décadas (o más); unos abusos que eran conocidos por la archidiócesis bostoniana desde los años sesenta y que simplemente se limitó a trasladar a los sacerdotes de una parroquia a otra (con el riesgo, confirmado, de que reincidieran en los abusos) y a echar tierra y especialmente silencio sobre víctimas y familias. De hecho, sobre toda una ciudad. Y digo que podría hacer arrugar la nariz pues uno podría temer que la aproximación cinematográfica a los hechos narrados se realizara con morbo y sensacionalismo. No es el caso: McCarthy y su coguionista Josh Singer escriben una historia muy clásica en su concepción, muy contenida en el tono, muy centrada en la labor de los periodistas y narrativamente muy entretenida. Tediosa, leí en alguna crítica el día de su estreno: no me lo pareció en ningún momento, las dos horas de metraje transcurren con agilidad. La historia se cuenta paso a paso: un nuevo editor llega al Globe, en julio de 2001, Marty Baron (Liev Schreiber), deseoso de devolver al periódico a la "primera plana" de la prensa escrita local; lee una columna en el diario sobre el caso del sacerdote pedófilo John Geoghan y la denuncia de un abogado, Mitch Garabedian (Stanley Tucci) de que el cardenal Law, arzobispo de Boston, había estado al tanto de los abusos de Geoghan y no había hecho nada para impedirlo durante años (tan sólo cambiarlo de parroquia). Baron ve una noticia que debe ser investigada y decide que el equipo Spotlight, del periódico un pequeño grupo de periodistas que se dedican a las investigaciones en profundidad, se dedique a ello de lleno. Se trata de un equipo dirigido por Walter "Robby" Robertson (Michael Keaton) y formado por Mike Rezendes (Mark Ruffalo), Sacha Pfeiffer (Rachel McAdams) y Matt Carroll (Brian D'Arcy James); periodistas de la "vieja escuela" que dedican sus esfuerzos en exclusiva a un caso y que se toman meses (o incluso un año) en rastrear en detalle las fuentes, a entrevistarlas, a contrastar los datos, a reunir pruebas y a presentarlas en reportajes especiales. Con el apoyo explícito del redactor jefe del Globe, Ben Bradlee (John Slattery), y aun provocando un cierto resquemor en los dueños del periódico, Baron decide ir a por todas con este caso con derivaciones judiciales: los documentos que certificarían los abusos realizados por sacerdotes como Geoghan estarían, por así decirlo, bajo secreto de sumario y un juez debe aprobar que pasen a ser públicos, tarea que Garabedian lleva años persiguiendo. Hacer uso de dichos documentos significaría, en última instancia, enfrentarse directamente a la jerarquía católica en Boston o, lo que es lo mismo (y como se incide una vez Baron toma su decisión) en interponer (indirectamente) una demanda contra el cardenal Law y la archidiócesis bostoniana.

La trama puede parecer compleja, pero no lo es: Garabedian representa a una serie de víctimas, pero realiza una demanda contra la archidiócesis caso por caso (lo cual multiplica la lentitud del proceso judicial); su labor es lenta y apenas puede competir con la maquinaria legal que la Iglesia tiene a su disposición. Cuando Rezendes le visita para comunicarle el interés del Globe por investigar los abusos y entrevistar a algunos de los afectados, desconfía. Hombre de carácter peculiar (e incluso difícil), preocupado por proteger a las víctimas (la mayoría de ellos ya hombres adultos), Garabedian considera que el periódico, como otros medios locales, no se interesó en el pasado por los abusos y que ahora sólo busca sensacionalismo. Subyace en el temor de Garabedian la idea de que la capa de silencio que se ha establecido sobre el caso durante décadas sea demasiado espesa, que los periodistas no ayuden a unas víctimas que necesitan justicia no una exposición pública, y que la lentitud de la justicia (algo con lo que cuentan los abogados de la Iglesia) haga que el caso se diluya. Quizá le cueste al espectador entender las diversas aristas del caso: la investigación periodística por parte de Spotlight, la labor de Garabedian en el juzgado, el rol de abogados de sacerdotes (como el que interpreta Billy Crudup). Pero Rezendes, Pfeiffer y Carroll tiran de los diversos hilos; incluso Mike contacta diversas veces por teléfono con un ex sacerdote (Richard Sipe, voz de Richard Jenkins en la versión original), un psicoterapeuta que trabaja en la "rehabilitación" de los sacerdotes pedófilos, y que le destapa la posibilidad de que sean muchos más curas implicados en abusos de niños de los que se pensaba en un principio. Conjugar todos estos elementos, hacer que la narración sea fluida y sólida y al mismo tiempo amena, muestra que estamos ante un excelente guion, quizá el mejor de los que concurren en la carrera de los Oscars. Un guion que huele a clasicismo en su concepción, que nos devuelve, como espectadores, a películas "clásicas" del género: de Luna nueva (Howard Haks, 1940) a Primera plana (BIlly Wilder, 1974) y, sobre todo, a Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976); a series también veteranas como Lou Grant (CBS, 1977-1982). 

En Spotlight hay una investigación en desarrollo y un retrato de la profesión periodística. Periodistas que constantemente toman notas, que llaman a la puerta de víctimas y familiares, de sacerdotes implicados incluso. Que siguen el hilo de las pistas que paulatinamente se van desvelando. Que no usan Twitter ni teléfonos de última generación. Periodistas que no se dejan influir por el "medio": ni Baron ante la (en ocasiones poco) sutil apelación de que es alguien de fuera (y además judío, ¿qué hace "atacando" a una institución católica?); ni Robby, que sí es "uno de los nuestros" y es consciente de que pudo ser uno de aquellos niños que sufrieron abusos. No hay giros dramáticos de infarto en una trama que no busca desviar la atención del caso que se presenta; los periodistas también tienen familia y viven en una comunidad en la que todos se conocen, pero McCarthy y Singer no "torpedean" su narración focalizando en un melodrama innecesario: apenas unas pinceladas para destacar que la investigación les afecta (una nota en la nevera, una casa en la que se nota que alguien vive solo tras una ruptura matrimonial, una mirada a un familiar anciano del que no sabremos cómo se tomará la noticia). La impronta de formar parte de una comunidad católica se percibe a lo largo del filme: sí, somos periodistas, pero también hemos crecido en una ciudad como Boston, con lo que ello significa. Quizá lo más interesante de la película esté en la idea se fondo que subyace: cómo la sociedad era conocedora de unos hechos, cómo miró hacia otro lado y cómo la Iglesia católica (como institución) se aprovechó del silencio cómplice y de la vergüenza (de unas víctimas) durante décadas para tapar unos hechos criminales. Baron (el outsider) lo tiene claro: "tenemos que centrarnos en la institución, no en unos sacerdotes. Mostradme cómo la Iglesia manipuló el sistema para evitar que estos tipos no fueran encausados. Mostradme que cambiaron a esos mismos sacerdotes de parroquia en parroquia una y otra vez. Mostradme que esto fue sistémico y que provino de lo más alto. Vamos a por el sistema". 


Estamos, pues, ante una película intensa, que no cae en lo sensacionalista (no veremos a niños contando cómo sufrieron abusos, sino a adultos que recuerdan lo que vivieron y sin cargar las tintas). Una película que también hace (auto)crítica sobre los propios periodistas, sobre su responsabilidad en el conocimiento de unos hechos que pudieron investigar antes ("¿Y qué pasa con nosotros? Teníamos todas las pistas, ¿por qué no lo hicimos antes?"). Una película con aroma clásico, con pericia y buen pulso narrativo. Una película con un gran compromiso ético, en última instancia.

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