20 de enero de 2016

Crítica de cine: Sufragistas, de Sarah Gavron

Esta es una película cuyo solo empeño de realizar ya es un logro, incluso más allá de su resultado final. Ya de entrada digo que es una película notable pero no de las que uno acabe satisfecho, cinematográficamente hablando: si cogemos la película en sí, como producto, uno se queda algo insatisfecho, con la sensación de que falta algo o de que el filme no ha acabado de dar todo lo que a priori prometía. Formalmente es muy convencional en trama y desarrollo, e incluso deficitaria en algunos aspectos argumentales. A nivel de interpretación, las actrices están solventes, tanto Carey Mulligan como Helena Bonham Carter, por destacar a las dos protagonistas (capítulo aparte estaría una Meryl Streep que apenas aparece unos cinco minutos, pronuncia un discurso y luce bien en el personaje de Emmeline Pankhurst... pero apenas nada más); incluso un secundario como Brendan Gleeson está más que correcto en su rol, pero uno se queda con la idea de que podía haber aportado algo más. La historia de un grupo de mujeres sufragistas, reales y ficticias a un mismo tiempo, tiene los ingredientes necesarios para funcionar en la gran pantalla, y en general lo hace. Quizá falta pulir el resultado final y darle una mayor coherencia argumental. No creo que esta película pase a los anales del cine... o al menos no lo creo que lo haga por sus méritos cinematográficos. Pero quedará en el imaginario (o debería quedar) por su valor simbólico. Y ese, en cambio, sí que consigue dotarlo de suficiente fuerza. Pues la historia de la lucha de las mujeres británicas (de las mujeres en general) por lograr la igualdad de derechos civiles y políticos, con el derecho al voto como leitmotiv esencial, es de aquellas que hay que recordar siempre. Y Sufragistas, en ese sentido, lo consigue.


Abi Morgan, guionista y dramaturga (The Hour, Shame, La Dama de Hierro, la reciente miniserie River,...), asume el reto de contarnos la historia de una lucha: la de aquellas mujeres que en vísperas de la Primera Guerra Mundial se alzaron para exigir el derecho al voto en una Inglaterra que no miró con buenos ojos sus demandas. Unidas alrededor de la figura de Emmeline Pankhurst, activista radical cuya apelación a la desobediencia civil y a actos de resistencia activa (con tácticas de guerrilla urbana) le granjearon la oposición del Gobierno liberal de H.H. Asquith, que inició una férrea campaña contra ella, forzándola a ella y a su grupo a actuar en la clandestinidad. Morgan no focaliza la trama en Pankhurst (personaje que, ya dijimos, apenas aparece unos minutos), sino que tiene el acierto de hacerlo en un personaje ficticio, Maud Watts (Mulligan), y en el de una farmacéutica (Bonham Carter) en el que se mezclan otros personajes reales; y ello le permite establecer una historia que se abre no sólo a la figura de la mujer sufragista, sino también a la de la madre trabajadora, en el caso de Maud (que trabaja en una lavandería), y a una mujer que rompió convencionalismos sociales para conseguir un título universitario, Edith Ellyn. 

Maud, de hecho, no es una sufragista convencida, sino la voz sometida de generaciones de mujeres que fueron explotadas laboralmente (e incluso físicamente) por patrones descarnados, al mismo tiempo que subordinó su propia personalidad a un marido egoísta (convincente, a medias, Ben Whishaw). He ahí el matiz interesante: Maud es madre y esposa antes que mujer con derechos, y aunque ella misma se siente madre de un niño al que adora y que luchará por no perder, su papel "activo" en la sociedad no se despierta hasta que asume las riendas de su vida y decide romper la cadena de la sumisión. Maud es madre, esposa y mujer, y decide que puede tenerlo todo... aunque la sociedad no lo considere así. Su paso de la sumisión y la estigmatización social (clase trabajadora, esposa sumisa, madre que debe velar antes por sus hijos que por sí misma) es un acto de enorme valor; la adquisición de una conciencia social no es algo que asuma sin pensar, sino que llega tras un proceso interior para hacer oir su voz y la de muchas mujeres oprimidas y rechazadas (la vergüenza como arma social arrojadiza por los demás). Y eso es lo interesante de la película, como lo es también la figura de Edith, que no ha subordinado sus ambiciones de lograrse un oficio cotizado (y con un título universitario), como es la farmacia, hasta el punto de que aunque su marido sea el titular del negocio en realidad el alma experta en la materia es ella. Junto a ellas aparecen otras mujeres que asumen un papel de rebeldía contra un estado de cosas_ un Gobierno que aparenta escucharlas pero luego no concede la demanda del voto, una policía que actúa con métodos brutales, una sociedad pacata que incentiva el rechazo de todas aquellas mujeres (incluso entre las más desfavorecidas y trabajadoras) que osan alzar la voz ("entréguenlas a sus maridos, sabrán qué hacer", dirá el inspector Steed cuando la policía detiene, otra vez, a Maud y otras mujeres). 

Quizá el principal problema de la película de Sarah Gavron (esta es una película de mujeres delante y detrás de las cámaras) es que perfila pero no profundiza en algunos aspectos; por ejemplo, las divergencias en el seno del movimiento sufragista, con una Emmeline Pankhurst y su círculo más cercano cada vez más radicalizadas, mientras que otras mujeres (como la propia hija de la líder, Sylvia) apelando por un posibilismo que a la postre, pensaban, sería más rentable. Hacia mitad de película, por otro lado, la trama da un cierto bandazo en relación con Maud y su familia: Sonny (Whishaw) resulta demasiado esquemático como el marido opresor (lo mismo cabría decir del gerente de la lavandería, de quien se deja entrever que abusa sexualmente de sus obreras, incluso de Maud en el pasado), al mismo tiempo que maniqueo (¿necesariamente maniqueo, quizá?). La trama baja de intensidad tras una primera hora en la que vemos la conversión (personal) de Maud a la causa sufragista y el tramo final, con el fatal accidente de Emily Davison en el Derby de Epsom, para acercarse al rey Jorge V y pantearle las demandas de las sufragistas, resulta algo atropellado (no va con segundas) y metido argumentalmente con calzador. Cierto es que la tragedia de Emily y su funeral público fue el acontecimiento mediático que hizo mundialmente conocida la lucha de las sufragistas, en 1913. 



Con todo, y a pesar de que el resultado final no es óptimo, esta película es de aquellas que acaban por ser necesarias... incluso en la actualidad. Una lucha por la igualdad entre hombres y mujeres que es una página más de una historia que debe continuar. Una película estupendamente ambientada, un retrato social bien planteado y mostrado. Un episodio de valentía y humillación que no busca el melodrama fácil, sino apelar a la conciencia humana, a un bien mayor. Mujeres por el derecho al voto, sí, pero también madres y trabajadoras en pos de su dignidad. Ya sólo por ello el esfuerzo de realizar esta película vale la pena.

PS: por cierto, Helena Bonham Carter es bisnieta del que fuera primer ministro en aquella época, H.H. Asquith.

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