2 de noviembre de 2015

Reseña de Agincourt. El arte de la estrategia, de Juliet Barker

[...] We few, we happy few, we band of brothers.
For he to-day that sheds his blood with me
Shall be my brother; be he ne’er so vile,
This day shall gentle his condition;
And gentlemen in England now a-bed
Shall think themselves accurs’d they were not here,
And hold their manhoods cheap whiles any speaks
That fought with us upon Saint Crispin’s day. 

William Shakespeare, Henry V, acto IV, escena 3ª

La arenga shakesperiana del rey Enrique V de Inglaterra en el campo de batalla de Agincourt (Azincourt para los franceses) es quizá uno de los discursos más recordados de la historia universal. Y es también una invención del Bardo. Probablemente, Enrique V pronunció una arenga a sus soldados, pero no la conocemos tanto como la que se escribió casi dos siglos después. Pero en el imaginario colectivo ha quedado este discurso, esta «band of brothers». Merecidamente, pero la Historia se escribe con otros renglones.

«Their finest hour», decía Winston Churchill en junio de 1940, para definir a los soldados británicos que luchaban en Francia tras la invasión alemana. En cierto modo, también se podría aplicar a los alrededor de 12.000 ingleses que desembarcaron en Normandía en agosto de 1415, siguiendo los designios de Enrique V, rey inglés de la casa de Lancaster desde dos años atrás, quien reivindicó la corona de Francia, tras casi medio siglo de combates dispersos en la llamada Guerra de los Cien Años. Una cuestión personal que el monarca convirtió en el asunto de toda una nación. Menos de la mitad de esos combatientes lucharon, dos meses después, en las llanuras cercanas al castillo de Agincourt en Picardía, agotados, hambrientos y en inferioridad de condiciones. Enfrente, al menos dos o tres veces más de combatientes franceses, seguros y convencidos de la victoria. Y sin embargo, al finalizar ese 25 de octubre de 1415,  festividad de San Crispín y San Crispiniano, la victoria fue para Enrique V y su «band of brothers», mientras que ese día sería de funesto recuerdo, una journée malhereuse, para los franceses.

Agincourt. El arte de la estrategia de Juliet Barker (Ariel, 2009) es un libro único en el mercado editorial español. Dejando de lado un volumen dedicado a la batalla por el prestigioso sello Osprey (publicado en España por Ediciones del Prado,1991), dedicado a la historia militar, y a algún capítulo en historias generales del conflicto –como LaGuerra de los Cien Años de Edouard Perroy (Akal, 1982) o un libro homólogo de Philippe Contamine (Crítica)–, hasta ahora no contábamos en castellano con un libro que analizara a fondo la campaña y la batalla de Agincourt (a diferencia del mundo anglosajón). Y llega de la mano de una especialista en el torneo medieval, digna discípula de Maurice Keen, autor de La caballería (Ariel, 2008). Y no es baladí esta referencia a la obra de Keen, pues en Agincourt, en toda la campaña, el honor caballeresco estuvo muy presente, como Juliet Barker remarca a lo largo de su libro. El subtítulo en inglés del libro le hace más justicia que el de la edición castellana: «The King, The Campaign, The Battle», pues marca la estructura de este libro. Tenemos una primera parte dedicada a la figura de Enrique V, monarca piadoso aunque ambicioso, con experiencia de combate en las campañas contra los galeses siendo príncipe de Gales, notable aprendiz en el arte de la política, decidido a reivindicar lo que considera suyo por derecho de nacimiento, la corona de Francia, tal y como hiciera su bisabuelo Eduardo III más de medio siglo antes. La experiencia de sus ancestros marca el camino a seguir para el hijo de un usurpador (Enrique IV), que necesita que la nación inglesa olvide la mancha de su origen ilegítimo mediante una campaña gloriosa contra el enemigo secular, Francia, y cuyos derechos legítimos a la corona son más que una mera reclamación. En esta primera parte, además, Barker disecciona los preparativos de la campaña, al mismo tiempo que analiza la situación política de Francia: un rey, Carlos VI (1380-1422), incapacitado para gobernar a causa de discontinuos desequilibrios mentales (cuando no locura, que le hacían creer que estaba hecho de cristal), con dos clanes luchando por el poder (Orleáns y Borgoña), con un clima de guerra civil al que ni siquiera la invasión inglesa pudo poner fin. Enfrente, todo lo contrario: un monarca fuerte, un país unido en una misión, unos preparativos bélicos minuciosos.

Enrique V, artista anónimo,  c. 1520,
National Portrait Gallery, Londres.
En esta primera parte, Barker nos habla del camino hacia la reanudación del conflicto, de cómo Enrique V sofocó la conjura de algunos de sus súbditos y colaboradores (el conde de Cambridge y lord Henry de Scroope, como se muestra en la obra shakesperiana), de los combatientes y los contratos para pagar sus soldadas, de armamento (el arco largo inglés), de cómo se reunieron las huestes en Southampton, etc. De una manera amena, la autora nos cuenta los preparativos de la campaña, para pasar a la campaña misma en la segunda parte del libro: el desembarco en la desembocadura del río Sena, a apenas 120 km de un París escenario de conflictos internos; el asedio y la captura de la importante ciudad de Harfleur, que costó a Enrique más de lo esperado,  con lo que ello comportaba respecto a las bajas militares, nutridas también por una epidemia de disentería; la marcha hacia Calais, preconizada por el monarca contra el consejo de sus colaboradores (pues temían que la cabalgada real se convirtiera en un desastre militar, atosigados por el creciente ejército francés reunido en su contra); el vado del río Somme, que obligó a Enrique a apartarse de la costa, pues los franceses ocuparon los puntos principales de paso; y la llegada a Agincourt, donde los franceses, liderados por los duques de Borbón y Orleáns y por el condestable de Francia, Charles de Albret, habían reunido un ejército que, como mínimo, triplicaba las cifras de los combatientes ingleses. Y la batalla, por supuesto.

En el asedio de Harfleur, Juliet Barker destaca la figura de Raoul de Gaucourt, que desesperó al rey inglés con su férrea defensa de esta ciudad; no se lo perdonó Enrique V, quien aceptó su rendición y que le hizo pagar su heroica resistencia con una larga prisión en tierras inglesas después de Agincourt. Junto a Gaucourt, la autora resalta la valentía de militares como el mariscal Boucicaut o los condes de Richemont (pariente de Enrique V), Eu y Vendôme. Analiza el papel de Armagnacs y borgoñones (con el duque Juan Sin Miedo y su ambivalencia al frente) como señal de la debilidad francesa a pesar de la preponderancia numérica en Agincourt: las luchas partidistas, que se desarrollaban en Francia desde una década atrás, imposibilitaron que el país se revolviera unido contra la invasión inglesa. Enrique V, además, ya desde su principado de Gales, azuzó a uno u otro bando, siguiendo el lema romano divide et impera y buscando, al mismo tiempo, un apoyo francés a sus reivindicaciones en Francia, ya fuera a la corona o a un ducado de Aquitania ampliado como en el Tratado de Brétigny (1360), al que se añadiría Normando, Anjou y Ponthieu. Estas disensiones en el bando francés continuaron y se agudizaron mientras Enrique asediaba Harfleur o marchaba hacia Calais. La tragedia para los franceses fue que en Agincourt pereció o fue capturada gran parte de los Armagnacs, mientras que los bortgoñones del duque Juan Sin Miedo o bien se mantuvieron al margen o bien facilitaron el triunfo inglés.

Del mismo modo ameno y ágil de la primera parte, el relato de la batalla de Agincourt se convierte en una lectura vivaz y dinámica, en el que las descripciones de los elementos militares no están reñidas con un análisis de lo que significó la batalla. No obvia la autora, a pesar de la simpatía que siente hacia el personaje, un elemento tan controvertido (y hasta cierto punto contrario a las leyes caballerescas de las que presumía el rey), la decisión de Enrique V, en el fragor del combate, de ordenar la ejecución de los numerosos franceses que se habían rendido o habían sido capturados (pp. 358-365): aunque las necesidades del momento (pues se temía un contraataque potencialmente devastador para los ingleses) lo podían justificar, se trataba de una mancha para el honor de Enrique V. La autora no lo especifica ni comenta, pero es posible que, en términos modernos, se pudiera hablar de crímenes de guerra.

Miniatura del siglo XV sobre la batalla de Agincourt; Chroniques d’Enguerrand de Monstrelet.

Ya en la tercera parte, Juliet Barker analiza las consecuencias de la batalla, empezando por el número (y la importancia) de los caídos. Posteriormente, describe el regreso de Enrique V a Inglaterra y el recibimiento triunfal con el que fue dispensado. En un postrero capítulo, se habla de los frutos de la victoria, de las consecuencias para una Francia que no pudo resistir la segunda campaña de Enrique V (1417), triunfal, aunque con no tantas resonancias gloriosas, que finalmente llevó al Tratado de Troyes (1420) y a que el rey inglés fuera reconocido como el heredero del trono de Francia. Un triunfo que finalmente se truncó con la prematura muerte de Enrique V en 1422, a los 35 años de edad. Con su muerte se inició la parte final de la guerra, intensa hasta 1435, languideciente hasta 1451 y la derrota final y reconquista francesa en 1453: la minoría de edad de Enrique VI, por un tiempo rey de Francia e Inglaterra, y la falta de un soporte a este rey, las disensiones francesas, las campañas de Juana de Arco, la reconciliación del duque de Borgoña (Felipe el Atrevido, sucesor del asesinado Juan Sin Miedo en 1419), etc. En esta parte final se analiza, especialmente, el destino de los prisioneros franceses (los duques reales, como los de Borbón y Orleáns, los héroes como Gaucourt o Boucicaut, etc.).

En definitiva, estamos ante un libro valioso, ágil, amenísimo (y muy riguroso, al mismo tiempo), que pone en el lugar que le corresponde la historia real de la campaña de Agincourt y deja en donde también le corresponde la obra de William Shakespeare. Las interesantísimas notas al final del libro (un error, en mi opinión, pues dificultan su lectura) dan fe del uso y el tratamiento de las fuentes que realiza la autora. Añadamos a ello una meritoria traducción y un apartado visual (mapas e ilustraciones) muy cuidado. En todos los sentidos, un gran libro, de obligatoria lectura para todos aquellos interesados en la historia de una campaña militar, de una batalla de relumbrante recuerdo, en un monarca y en dos países.

No os lo perdáis.

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