22 de febrero de 2015

Crítica de cine: El francotirador (American Sniper), de Clint Eastwood

Cuando Chris Kyle (Bradley Cooper) sale de casa para dirigirse a su destino final y empiezan los títulos de crédito, acompañada de uno de los escasísimos temas musicales de la película (a cargo de Ennio Morricone), uno se queda con una sensación extraña plantado ante la pantalla. Extraña y sin embargo positiva, pues sucede algo que con las anteriores y últimas cintas de Clint Eastwood (desde El intercambio en 2008, de hecho) no pasaba: que El francotirador deja muchas sensaciones que digerir y reflexionar, y eso siempre es algo de agradecer en una película. Quizá estemos ante una película bipolar o, mejor dicho, bifronte, que mira en dos direcciones como el Jano romano. Pero necesariamente no miramos al pasado y al presente (aunque la película, en cierto modo, lo haga), como sucede con una trama en cierto modo convencional, un biopic que nos acerca a una persona que existió, que tuvo una vida que vivir y un recorrido vital que recorrer: desde una infancia en la que se forjaron algunas lecciones (la conversación con el padre en la mesa a la hora de comer, con la parábola de "las ovejas, los lobos y los protectores de las ovejas", idea recurrente en el fondo de esta película), pasando por una juventud y primera adultez sin rumbo y la epifanía del servicio militar como salvación de uno mismo, redención de la disipación y proyecto futuro. Quizá por nuestros lares haya temas en esta película que cueste "empatizar" (si es que se trata de eso) y quizá el título castellano de la cinta no revele lo que el original sí hace para una audiencia que, mayoritariamente, conectará con la trama: el público estadounidense. Y lo hará porque la película recurre a nociones e ideas que a este lado del Atlántico pueden parecernos chocantes por desconocidas e inusuales; pero tengamos en cuenta la concepción militar de Estados Unidos como nación y prácticamente desde sus inicios: la idea de que todo ciudadano, en esencia, es un soldado y por tanto (y además de para defenderse) puede tener armas; la voluntad de servicio voluntario en cuanto a la participación en las guerras que Estados Unidos, desde el conflicto civil de hace un siglo y medio, realiza en el exterior y que, a su vez, es la defensa de lo que se ha construido en el interior; la familia entendida como algo más que la institución nuclear en la que uno nace o la que uno forja, sino también aquella que uno encuentra y fortalece en amigos, compañero de armas u hombres que pueden estar bajo mando de uno mismo. Tener en cuenta estos factores puede ayudar a entender una de las dos miradas del Jano bifronte que ha creado Clint Eastwood con esta película.

El francotirador...
Pero la película tiene dos caras. Tenemos una cara: el soldado que, por patriotismo, convicción o voluntad de servicio, se alista tras ver en televisión las consecuencias de los atentados a las embajadas de Tanzania y Kenya en 1998, que entra en los SEAL de la marina y que, 11-S mediante y guerra de Iraq, participa como francotirador en diversos momentos en Iraq, hasta cuatro estancias en ese país y durante un período que supera los mil días. Un francotirador cuyo objetivo es abatir a aquellos objetivos que ponen en peligro la labor de los marines desplegados en el país invadido y ocupado. Por tanto, un defensor de los suyos, un "protector de las ovejas" en cierto modo (pues esas ovejas tienen piel de lobo). Pero hay también otra cara: la del asesino de hombres, mujeres e incluso niños, considerados objetivos militares al ser categorizados como terroristas o colaboradores de terroristas dispuestos a atacar a militares en un país ocupado. Pues la película se centra en los soldados estadounidenses y pasa muy de puntillas sobre qué hacen esos soldados en Iraq (si es que alguien se plantea el porqué de las cosas) y presenta a prácticamente todos los personajes iraquíes como insurgentes, terroristas u enemigos militares... aunque haya población civil implicada. De este modo entramos en un juego de dualidades recurrentes —estadounidenses/iraquíes, militares/civiles, colaboradores/traidores, civilizados/salvajes, soldados que hacen su trabajo/insurgentes terroristas que les impiden hacerlo— que, en un paso más allá, nos habla también de la alteridad. El otro visto por uno mismo (subjetividad) y, por tanto, la cosificación del enemigo, la demonización de la población iraquí que se asimila como una quinta columna más. Kyle en ocasiones habla de los iraquíes como "salvajes" que provocan atentados. Una alteridad que no sólo es vista por los estadounidenses: un líder insurgente ejecuta a un civil al considerar que cualquiera que colabore con el otro, el invasor, se convierte a su vez en "otro" y debe ser eliminado como represalia (o incluso, llevándolo más lejos, pour encourager les autres). Quizá sea esta dualidad presente en todo el filme, el juego de espejos que se establece entre dos bandos que se miran y tratan con violencia, uno de los elementos más destacables de El francotirador. Una dualidad que también se establece entre dos francotiradores (uno estadounidense y otro sirio al servicio de los insurgentes iraquíes) y que se retan con la mirilla del arma que utilizan; un toma y daca que sólo puede acabar con la muerte de uno de los dos por el otro... y que en cierto modo recuerda al duelo entre Vasili Zaitsev y el mayor König en Enemigo a las puertas

... el otro francotirador.
Me queda la duda de cuál de las dos caras del Jano bifronte nos está ofreciendo Clint Eastwood en esta película: ¿Harry Callahan o Frankie Dunn? ¿El fascistoide personaje de la serie de Harry el Sucio o el hombre que rompe esquemas, sobre todo propios? La película navega entre la concepción republicana de la guerra de Iraq y el componente libertario que Eastwood ha abrazado desde hace un tiempo. El éxito que ha tenido la película en Estados Unidos (parece que) al centrarse en una visión providencialista y unilateral del conflicto iraquí quizá nos choque por nuestros lares, más acostumbrados últimamente al Eastwood que trata con valentía temas como la eutanasia, la crítica a la idea de un Estado demasiado fuerte y que es capaz de revisionar (en otro juego jánico) un episodio de la Segunda Guerra Mundial. ¿O quizá el viejo lobo estepario no se casa con ninguna de las dos caras presentadas o, mejor dicho, coge un poco de ambas? Porque a esa imagen militarista que la película presenta también está, y más que subyacente, una crítica descarnada de la guerra en sí misma y de sus consecuencias en quienes la realizan diariamente, esos mismos soldados que matan y tienen que lidiar con las consecuencias de hacerlo, además, sobre población civil; la película muestra algunas de estas sensaciones en algunas secuencias (la inicial, la posterior del niño que coge un lanzagranadas y fuerza al límite la fortaleza mental de Kyle, el encuentro entre los dos hermanos Kyle en suelo iraquí, algunas secuencias en las que son heridos/muertos algunos compañeros del protagonista). Por ello, me parece que este filme trasciende la imagen patriotera por la que ha triunfado tanto en su país. ¿Quizá Eastwood juegue con los espejos, mostrándoles a sus conciudadanos aquello en lo que creen y quieren ver, y al mismo tiempo dar la vuelta al espejo y mostrarles las consecuencias, para unos (ocupados) y otros (invasores)? ¿O quizá sea hilar muy fino? 

¿Quién se acuerda de las otras víctimas (la población civil iraquí)?

Sea como fuere, estamos ante una película que, sin ser redonda (el tramo final es demasiado apresurado), nos recuerda que Clint Eastwood sigue siendo Clint Eastwood, incluso con un proyecto heredado (Bradley Cooper, uno de los productores de la película, pensó en él tras descolgarse Steven Spielberg del proyecto) al que consigue dotar de personalidad. Es inevitable pensar en otras películas recientes que tocan el tema de la guerra de Iraq, especialmente con las dos últimas de Kathryn Bigelow, En tierra hostil (The Hurt Locker) y La noche más oscura, que también desarrollan los conceptos de alteridad e, implícitamente, dualidad. Tampoco deja de sorprender la vitalidad de un director de 85 años que se mueve con energía y buen pulso narrativo en las diversas secuencias de acción de esta película, como si se resistiera a asumir que ya no es un joven director (del mismo modo que podía chocar a propios y extraños con la apuesta musical de Jersey Boys hace unos meses). La película se muestra con brío en esas secuencias bélicas, incluida una de ellas con tormenta de arena incluida, y juega (una vez más) con otra dualidad (para variar): el hombre de acción y el hombre familiar, el trabajo y la familia, la creciente incapacidad de Kyle para conjugar ambas facetas o, otra vez mejor dicho, para lidiar con las consecuencias de una en la otra.

Para terminar: interesante película, mucho más de lo que podía parecer en un principio, y que deja la semilla de la reflexión en el espectador. O quizá, al impulsar tal reflexión, Clint Eastwood prefiera que sea el espectador quién decida con cuál de las dos caras del Jano bifronte se queda. Lo cual también tiene un riesgo: la equidistancia o, desde otra óptica, la sensación de que ha decidido no mojarse (del todo) con aquello que está mostrando en la gran pantalla.

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