15 de octubre de 2014

Reseña de Yo soy Espartaco: rodar una película, acabar con las listas negras, de Kirk Douglas

En 1947 diez guionistas y directores de Hollywood fueron incluidos en una «lista negra», tras declarar ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses (HUAC, por sus siglas en inglés), presidido por el senador John Parnell Thomas. Se negaron a declarar si formaban entonces o habían formado parte del Partido Comunista y, sobre todo, se negaron a delatar a nadie. Acusados de obstruccionismo a la justicia, fueron condenados a diversas penas de prisión. Fue el inicio de la «caza de brujas» que continuaría el senador Joseph MacCarthy en los años posteriores y que acabaría afectando a diversas esferas del poder, hasta que las acusaciones del macartismo llegaron a límites insospechados durante la Administración Eisenhower. McCarthy se cavó su propia tumba política, fue reprobado por el Senado y al cabo de unos años moriría alcoholizado. Pero para entonces las «listas negras» de víctimas del macartismo eran lo suficiente grandes como para provocar sonrojo, incomodidad y, aún así, silencio. Nadie quería hablar de ella ni mencionar la posibilidad de eliminarlas. Hollywood las seguía manteniendo y eso significaba que no se podía contratar a quiénes estuvieran en ellas. Y estar en ellas significaba ser un paria para la industria, sí, pero también afectaba a familiares (esposas e hijos). Se impedía a hombres y mujeres de talento poder trabajar en Hollywood y ganarse la vida. Se rompieron matrimonios y familias ante la tensión causada y nadie nunca pidió perdón por encarcelar a personas que simplemente se negaron a ser censurados o a delatar a nadie por motivos políticos. La paranoia anticomunista fue una lacra y una herida que costó años (probablemente décadas) en restañar. Uno de los afectados, incluido en los llamados Diez de Hollywood, fue Dalton Trumbo.

Dalton Trumbo ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses
en 1947... el inicio de su larga condena.
Trumbo (1905-1976), novelista y guionista con un enorme talento (y futuro y ocasional director de cine) fue condenado a once meses de prisión. Su exitosa carrera en Hollywood quedó destruida por las acusaciones y la condena. Cumplida la pena, Trumbo siguió escribiendo pero nadie le contrató. Al menos, nadie lo hizo mientras se siguiera llamando Dalton Trumbo. Utilizó desde entonces diversos seudónimos y escribió guiones de éxito; dos de sus guiones, los de Vacaciones en Roma (1953) y El bravo (1956) lograron sendos Oscars de la Academia de Hollywood. No subió al escenario a recogerlos y nadie supo entonces quién era, por ejemplo, «Robert Rich», la persona que firmó el segundo guión. Nadie (o casi nadie) lo sospechó entonces y nadie hizo lo posible por remediar la situación de desamparo de alguien que había hecho su trabajo, había ganado un reconocimiento y, sin embargo, era un paria social. Hombres como Trumbo a los que se les negaba incluso la entrada en los estudios de cine. Carl Foreman fue uno de ellos y, cuenta Kirk Douglas, las acusaciones contra él prácticamente acabaron con su vida, empezando con su matrimonio. Exiliado a Londres, dice Douglas, una vez coincidieron (eran buenos amigos) y cuando ya parecía la hora de ir a comer, Foreman se quedó callado. «Esta bien, Kirk, no pasa nada», dijo Cameron, ante un Douglas que no sabía de qué iba la cosa; Foreman le dijo que no pasaba nada por ir a comer juntos y que les vieran en público. Quizá fue entonces cuando Kirk Douglas fue plenamente consciente de lo que significaba que alguien estuviera en una «lista negra»: significaba la muerte social del «afectado» y de quienes le rodeasen. En un gesto que le honra (y que emociona al leerlo), Kirk Douglas le dijo que se dejara de tonterías, que eran amigos, que iban a comer juntos y que al infierno con lo que la gente dijera. Foreman no regresó a Estados Unidos hasta pocos años antes de su muerte, en 1984. Dalton Trumbo tuvo que esperar hasta 1975 para que se le reconociera como el autor del guión de El bravo; pero no fue hasta 1983 que fue oficializado su nombre real como el del autor del guión de Vacaciones en Roma, y tuvo que llegar 2011 para que el sindicato de guionistas de Hollywood (WGA, por sus siglas en inglés) le concediera todo el mérito y devolviera su nombre adonde le correspondía: a los carteles y pósters y a las carátulas de los DVD y Blu Ray. Para entonces, Dalton Trumbo llevaba muerto casi cuarenta años.

Ostras y/o caracoles: he ahí la cuestión...
Yo soy Espartaco: rodar una película, acabar con las listas negras es el libro que publicó Kirk Douglas (n. 1916) en 2012 y que acaba de publicar en castellano Capitán Swing Libros. Echando mano de sus recuerdos (a sus casi cien años tiene una memoria prodigiosa) y de sus allegados, de sus archivos personales y de libros de memorias de otros amigos actores, Douglas echa la vista atrás y nos cuenta cómo se fraguó el rodaje de la película Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), una empresa llena de obstáculos y por varias razones. Para empezar, la materia prima: una historia escrita por el novelista Howard Fast, también condenado como Trumbo a prisión por sus filias comunistas (las suyas fueron ciertas) y por negarse a delatar a nadie. La novela (que en castellano ha publicado Edhasa) cuenta la historia de la rebelión del esclavo Espartaco contra la República romana del siglo I a.C. a partir de diversos flashbacks y con una mirada muy «actual» (en clave años cincuenta) del suceso. Fast empezó a trabajar en la novela durante su estancia en prisión (y en paralelo a la propia condena de Trumbo); una vez liberado, ninguna editorial quiso publicarla y tuvo que recurrir a la autoedición. Un ejemplar cayó en manos de Kirk Douglas a mediados de los años cincuenta: para entonces, el actor estadounidense de origen ruso, ya consagrado, había creado su propia productora (Bryna, el nombre de su madre) y comenzaba a financiar películas. Espartaco de Fast fue un proyecto que comenzaba con problemas: ¿quién escribiría el guión? Pues hacía falta un guionista profesional (aunque al vender los derechos cinematográficos Fast pensó que él mismo adaptaría la novela; costó convencerle de lo contrario) y alguien del equipo de Douglas le recomendó a un tal «Sam Jackson». Este talentoso y desconocido guionista, que se sospechaba que utilizaba un seudónimo, escribió una primera versión del guion y que a Douglas, productor, le encantó. Tardó poco en enterarse de que en realidad quien había escrito ese primer guion era el represaliado Dalton Trumbo. Douglas, que hasta entonces apenas se había significado públicamente contra las «listas negras», dio un paso al frente y contrató a «Sam Jackson». Pero nadie podía enterarse de que Trumbo era el autor de un guión que pasaría por diversas fases de escritura y que sería la columna vertebral de una película cuya producción fue complicadísima. 

El reparto principal de la película: lo pasaron bien, pero a veces...

De ese rodaje, desde la idea inicial de contratar a «Sam Jackson» hasta que tres años después llegó a las salas de cine, trata este delicioso libro de Kirk Douglas. Un libro que se erige en denuncia de las «listas negras», por un lado, y en amenísimo cuaderno de bitácora del rodaje. Un proyecto que nación con un guion envenenado y sin director. Douglas sedujo a Laurence Olivier, a quien vendió el proyecto en Londres y amarró para la película… aunque Olivier pensó inicialmente que se le ofrecía el papel de Espartaco y no el de Marco Licinio Craso. Fichar a Olivier era una buena jugada, pero Douglas tuvo que lidiar con otro problemón: se perfilaba otra película de gladiadores, basado en la novela sobre Espartaco de Arthur Koestler y con el protagonismo de Yul Brynner, y sabía perfectamente que los estudios de Hollywood no financiarían dos películas similares. La lucha para lograr que su proyecto finalmente triunfara fue larga, y para cuando logró la financiación de Universal Pictures se produjo la circunstancia de que no tenían director. El primer elegido fue Anthony Mann, artesano y complaciente, pero no convencía a Douglas. Luego llegó la plétora de actores que rellenaron el elenco principal: Charles Laughton como el senador Graco, Jean Simmons como Varinia (aunque no fue la primera actriz elegida… algo que se cuenta con detalle en el libro), Peter Ustinov como Léntulo Batiato, Tony Curtis como Antonino (es divertidísimo cómo se «subió al carro» echándole morro al asunto), John Gavin como un joven Julio César… Durante un rodaje que vio un cambio de director (de Mann a un ambicioso, insoportable y obsesivamente metódico Stanley Kubrick), una reelaboración del guion (el primer montaje de la película no convenció a casi nadie), un rodaje que se alargó durante más de un año y que tuvo que ampliarse para rodar la gran batalla final en España (con miles de Guardias Civiles como extras) y un presupuesto que se iba de madre hasta alcanzar los 12 millones de dólares de la época (cerca de unos cien actuales). Con gracia, buena memoria y buen estilo (aunque se percibe que Douglas no es escritor profesional), el libro nos cuenta el largo proceso para realizar la película y los temores de que la industria cinematográfica descubriera quién se ocultaba tras el seudónimo «Sam Jackson». Llegado el final del rodaje, finalmente Douglas decidió dar el gran paso: poner el nombre de Dalton Trumbo en los carteles de la película para el estreno y dar un enérgico golpe sobre la mesa. Ello significaba finiquitar las «listas negras» con ese gesto. Y devolver el nombre y el respeto para un Dalton Trumbo que finalmente pudo entrar, para asombro de todos, en los comedores de los estudios Universal.

Póster del estreno de la película en 1960 y en el
que aparece Dalton Trumbo.
Este es un libro delicioso de principio a fin; incluye, además, un estupendo pliego de imágenes de la película y del rodaje. El brío que Douglas imprime a la narración muestra cómo debió de ser el largo proceso, los múltiples problemas con los que tuvo que lidiar (incluido el descubrimiento de que uno de sus colaboradores prácticamente le dejó en la ruina tras estafarle durante años), el papel de mediador entre egos como los de Olivier, Laughton (especialmente) y Ustinov, o poniéndose los galones de productor para «poner en su sitio» al complicado Kubrick (que siempre renegó de la dirección de esta película). Es un libro en el que resulta interesante cómo el nonagenario Kirk Douglas echa la vista atrás y recuerda con lucidez aquellos años, viéndose a sí mismo como alguien impulsivo y con demasiado mal carácter, y quizá no tan agradable como le gustaría recordar (y menos valiente de lo que le que querría admitir… pero lo fue). Y es un libro que emociona en algunos momentos: no sólo la escena con Carl Foreman sino también otras con Dalton Trumbo, cuyos sentimientos debieron de estar a flor de piel cuando pudo entrar en unos estudios cinematográficos a plena luz del día, sin esconderse tras un sombrero y una gabardina, como había hecho en algunas noches para visionar el montaje de la película. Un Trumbo eternamente agradecido con Douglas por haberle devuelto el nombre y la libertad de movimientos, acabando con las «listas negras» (aunque Douglas se empeña en que él no lo hizo, sino que simplemente dio un paso natural y con justicia). Hollywood levantó el veto contra Trumbo, que años después dirigiría su propia adaptación de Johnny cogió su fusil (1971), a partir de su aclamada novela homónima, pero que no viviría para ver cómo ese mismo Hollywood le reivindicaría y cerraría definitivamente (¿lo ha hecho, en general?) la puerta hacia un pasado oscuro y manchado por la ignominia.

Hacedme caso: conseguid el libro, no os decepcionará. Y probablemente os sucederá como a mí: que lo devoré en apenas unas horas.

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