24 de octubre de 2014

Efemérides historizadas (VIII): 24 de octubre de 1929 - crash de la Bolsa de Nueva York

Un 24 de octubre de 1929 se produjo el desplome de la Bolsa de Nueva York, que perdió un 9% de su índice de valores industriales. No fue la peor de las pérdidas que sufriría Wall Street en los años siguientes, pero fue un mazazo de tal magnitud que ese día pasó a llamarse el Jueves Negro (Black Thursday) y se consideró el crash de Wall Street, así como el inicio de la Gran Depresión que arrasaría la economía de los Estados Unidos, y de gran parte del mundo capitalista, durante la década siguiente. La crisis económica, agudizada por la falta de medidas de control del negocio bursátil especulativo, llevó a un replanteamiento de los mecanismos de vigilancia en la Bolsa y a un paquete de medidas económicas de enorme calado, el llamado New Deal, por parte del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt desde marzo de 1933. El New Deal, sin embargo, no acabó con la Gran Depresión: en realidad lo hizo la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la dedicación de la economía estadounidense al esfuerzo bélico en un conflicto en el que finalmente entraría como beligerante en diciembre de 1941.

Todo empezó con las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, diez años del crash de Wall Street. En 1919 Estados Unidos era el principal acreedor de los países industrializados y el flamante vencedor económico del conflicto. Vencedores como el Reino Unido y Francia, y vencidos como Alemania, se convirtieron en los deudores del gigante norteamericano. Los alemanes, de hecho, fueron los principales beneficiarios de los préstamos que Estados Unidos realizó al finalizar la guerra para reconstruir unas economías que, hasta entonces, habían destinado todos sus recursos al esfuerzo de guerra. Alemania pudo renegociar las indemnizaciones estipuladas en las conferencias posteriores al Tratado de Versalles, y gracias a los planes Dawes (1924) y Young (1929), se estableció un sistema de pago ajustado y que el país germano podía realizar sin que su existencia se viera en peligro. Sin los préstamos y las facilidades de banqueros y financieros estadounidenses, Alemania no habría superado el fatídico año 1923, con una hiperinflación que prácticamente destruyó el marco (Reichsmark), forzando al Deutsches Bank a crear una nueva moneda, el Rentenmark. Estos préstamos significaron, por un lado, que las economías europeas dependieran de la estabilidad financiera de EEUU y, por el otro, que la balanza del comercio exterior estadounidense fuera negativa en la década de 1920 y no se pensara a fondo que una falta de liquidez en casa podía suponer que se exigiera el retorno íntegro de los préstamos concedidos a los países europeos, además de cerrarse el grifo de préstamos, lo cual podía poner en un serio brete a economías en recuperación como la alemana u otras en una situación que tampoco era boyante como la británica. Esta balanza comercial negativa forzaba a EEUU a importar de sus deudores más de lo que podía exportar, y ello suponía que se acumulaban los stocks de los productos de importación y que el comercio interior del país tampoco podía absorber. Y todo ello sucedió precisamente en unos años, la época de la prosperidad de los Roaring Twenties (los locos años veinte), de la expansión de la cultural del consumo al otro lado del Atlántico. Una época de popularización de los electrodomésticos y automóviles, de las compras a crédito para facilitar las ventas de productos y de la especulación bursátil. No hay una única causa que explique el crash de 1929 pero el devenir de la década precedente nos ayuda a entender cuál fue el camino trazado, qué pasó, qué falló y qué medidas no se tomaron para impedir el cuasi desplome del sistema económico capitalista.

La prosperidad norteamericana era una realidad, cierto, pero ocultaba algunos puntos débiles. Pensemos que la agricultura estaba en crisis desde el final de la Gran Guerra, con una pérdida de inversiones en el campo, lo cual supuso menos beneficios y miles de jornaleros que fueron al paro en el interior del país. El paro afectó también a sectores como el textil, como el del algodón en el Sur del país, la lana, el calzado y la piel. El sector terciario vio cómo se reducía el paro, que aumentaba de manera generalizada en los otros sectores, aunque de manera sostenida. El país vivía bien en las dos costas y la zona de los Grandes Lagos, mientras que la crisis afectaba a las zonas rurales y la industria tradicional, que se estancaba. Las grandes empresas y la banca era la principal beneficiaria del esplendor consumista y de la especulación bursátil de los años veinte. Pero la apariencia de beneficios fáciles en la Bolsa y el aumento de los salarios camuflaban las señales de estancamiento económico en los principales sectores industriales. La mejora de las técnicas de producción en los años precedentes, con el fordismo como modelo, crearon una sensación de que la producción podía ser absorbida por el consumo, y que un aumento de los salarios podía inducir a consumir más. Pero los sueldos no se incrementaron al mismo nivel que la productividad (un 40% mayor que apenas una década antes) y que la producción en sí. La gente compraba y consumía, echaba mano de los créditos que ofrecían los bancos con facilidad, y más en un país como EEUU donde predominaba un sistema de pequeños y medianos bancos que se extendía por toda la superficie del país. 

De los Roaring Twenties a la Gran Depresión...



Suele achacarse a la especulación bursátil desaforada la causa del crash de Wall Street. Y es cierto que la especulación fue un factor importante, pero no el único: para entendernos, las señales de alarma del estancamiento económico en EEUU, junto con una balanza del comercio exterior negativa y unos préstamos al extranjero muy numerosos, serían factores claves para entender cómo pudo afectar a la economía el hundimiento del castillo de naipes que suponía la especulación en Wall Street. Como en el consumo, mucha gente pidió créditos para invertir en la Bolsa y ganar dinero que se consideraba fácil y rápido. No conviene tampoco sobredimensionar el papel del pequeño inversionista con un nivel adquisitivo limitado frente a los desmanes que también cometieron las principales firmas de inversión, los bancos y magnates más o menos sospechosos como Joseph Kennedy (padre del futuro presidente). Para invertir en la Bolsa era necesario tener capital, y quienes sobre todo lo tenían eran los grandes inversores y aquellas personas que tenían un dinero importante, aunque quizá más modesto que el de los millonarios. La Bolsa de Wall Street no estaba regulada en los años veinte y aunque fue el mercado financiero que daba unos réditos más elevados, la mayor parte del beneficio era en cierto modo ficticio, especulativo. Se decía que Joe Kennedy solía hablar de oportunidades de inversión con su limpiabotas habitual, y que éste solía pedirle consejo; también se repitió la anécdota de Kennedy que dijo que cualquier sistema que permitiera que un limpiabotas se lucrara especulando en Bolsa no era bueno para él. Kennedy especuló y mucho, y que posteriormente fuera designado como uno de los que debían velar por el buen funcionamiento del parquet financiero fue visto con suficiente sorna como para causar sonrojo. La Bolsa se basaba, además, en un factor esencial: la confianza en y del mercado. 

Índice Dow Jones durante el crash de octubre de 1929
(clickar encima para aumentar la imagen)
En su clásico libro El crash de 1929 (1954), el economista John Kenneth Galbraith explica con detalle el funcionamiento de la especulación bursátil y cómo se organizó un «tinglado» de enormes dimensiones: grandes operaciones y estructuras piramidales a través de sociedades y fondos de inversión, por un lado, y préstamos a través de pequeños corredores que adquirían opciones de compra de acciones para pequeños y medianos inversores, por otro, con un dinero que no existía, pues se confiaba en pagar esas acciones con créditos a un alto tipo de interés que «se confiaba» en devolver con los beneficios a corto plazo. Los pequeños y medianos bancos se especializaron en conceder créditos para que inversores con un nivel adquisitivo limitado pudieran especular en la Bolsa, vinculando la recuperación de esos créditos al buen funcionamiento de la Bolsa, mientras que la gran banca (con JP Morgan al frente, por ejemplo) jugaban con valores industriales importantes, atrayendo también a las grandes fortunas del país, que invertían gran parte de su dinero con lo que se consideraba que era un negocio fácil, de los grupos industriales (que invertían en la Bolsa en lugar de hacerlo en sus propias empresas), e incluso con especuladores foráneos. De un modo u otro, invirtiendo esas grandes fortunas o jugándose la libreta de ahorros para pagar la universidad de los hijos y los ahorros de toda una vida de trabajo, mucha gente asumió la idea de que el negocio estaba en retirarse del juego cuando las acciones estuvieran a punto de bajar, tras alcanzar su nivel máximo, y que entonces sería el momento de vender e irse a casa con los beneficios. Por último, y esto fue esencial, el Sistema de la Reserva Federal (Federal Reserve System, el banco central estadounidense, para entendernos) no ejerció un papel de guardián del sistema bursátil; creada en 1913, se preocupaba de la emisión de billetes y controlar los tipos de interés de la moneda. Los intentos de la Reserva Federal para atenuar la burbuja especulativa, subiendo el precio del dinero, chocó con los intereses de los grandes especuladores, que consideraban que se ponían trabas al, así visto, lícito enriquecimiento en la Bolsa. El hecho de imponer elevados tipos de interés a los préstamos tampoco disuadió a los inversores, especialmente a los grandes. Y parecía que ya nadie se acordaba del pánico financiero de 1907, que se atajó con una intervención de la Banca Morgan (con el propio John Pierpont Morgan al frente) y de los principales bancos, que inyectaron dinero propio en la Bolsa para mantener la confianza.

La fragilidad del sistema comenzó a verse en las semanas previos al Jueves Negro; en septiembre de 1929 el índice Dow Jones alcanzó su máximo nivel histórico (381 puntos)… para comenzar a ceder, perdiendo un 17% en el mes siguiente. A mediados de octubre remontó pero se preveía una nueva bajada. Muchos inversores consideraron que había llegado el momento de vender las acciones, coger los beneficios y dejar el juego; acercándose final de mes, muchos pensaron que sería ideal vender y devolver todos o parte de los créditos conseguidos con los beneficios. Pero tantas acciones vendidas no podían enjugarse solas. El 23 de octubre, miércoles, la Bolsa de Wall Street cerró con pérdidas. Empezó a surgir el nerviosismo entre los corredores de bolsa que buscaron compradores con una creciente desesperación. Wall Street abrió el jueves 24 con casi trece millones de acciones en venta. Acciones a la baja, desde luego, con lo cual el beneficio que se podía conseguir era mínimo a medida que tardaban en aparecer los compradores. Llegó el pánico ante la pérdida de confianza en el valor de las acciones que se poseían. Con millones de acciones sin comprador, su valor se depreció y la Bolsa volvió a cerrar con pérdidas. La semana siguiente, del 24 al 29 de octubre, fue catastrófica para pequeños y medianos inversores: miles de ellos se arruinaron, se perdieron miles de millones de dólares, se vio que el pinchazo de la burbuja no se podría solucionar como en 1907. Miles de créditos no pudieron devolverse en las semanas y meses siguientes, lo cual supuso la bancarrota de miles de bancos en los cuatro años posteriores al crash. El viernes 25 se reunieron los principales banqueros neoyorquinos, que acordaron invertir en algunos de los principales valores a un precio elevado. El fin de semana fue de calma tensa, muy tensa. El lunes 28, sin embargo, los valores siguieron bajando: el índice Dow Jones cayó el 13%. El martes 29 (Black Tuesday) se pusieron a la venta más de 16 millones de acciones, pero las pérdidas alcanzaron otro 12%. Ya no era una crisis de pequeños y medianos inversores: afectaba entonces a los grandes especuladores, aquellos que se consideraba expertos en el juego de Wall Street. Se calcula que sólo ese día se perdieron 14.000 millones de dólares, que acumulado a lo perdido en la semana precedente llegó a la cifra de 30.000 millones: una cifra inimaginable entonces. Las semanas siguientes el índice de los valores industriales que representaba el Dow Jones siguió bajando: de los 381 puntos de agosto de 1929 se pasó a los 275 a finales de año. Y siguió bajando a lo largo de 1930 y 1931, hasta tocar fondo en julio de 1932 con un nivel de 58,46 puntos. Para entendernos, 100 dólares invertidos antes del inicio del pánico, en octubre de 1932 tenían un valor real de sólo 14.

Wall Street el Black Tuesday (29 de octubre de 1929).
La consecuencia del crash de 1929 fue la gran crisis económica que conocemos como la Gran Depresión. Hemos mencionado antes las señales de fragilidad de la industria y el campo, así como de la propia estructura bancaria. Al perderse miles de millones con los valores de las acciones, muchos créditos no pudieron devolverse y miles de bancos cerraron. El consumo cayó en picado, la producción disminuyó y no pudieron venderse los stocks, muchas fábricas y empresas (que habían invertido también en bolsa gran parte de sus beneficios) quebraron y cerraron, el paro aumentó hasta alcanzar casi 13 millones de parados en 1933 (un 25% de la población activa), el hambre y la miseria se extendieron. El presidente Herbert Hoover trató de intervenir desde el principio, pero los estímulos gubernamentales no dieron frutos; en gran parte porque Hoover consideraba que el problema se podría solucionar reduciendo los impuestos y estimulando el consumo, pero sin apenas alterar el sistema que condujo al crash. El sector primario estaba en crisis y en el secundario el presidente chocó con unos empresarios que pensaban que podrían mantener sus beneficios reduciendo los costes y bajando los sueldos, cuando el presidente les incentivaba a mantener los salarios para que el consumo no disminuyera. Al mismo tiempo, el paulatino cierre de bancos significaba la pérdida de miles de millones en depósitos, y también afectaba a miles de empresas que no podían afrontar los gastos y cerraban. La bola era cada vez mayor; no ayudó que algunos países europeos abandonaran el patrón oro en 1931, comenzando por el Banco de Inglaterra (mientras que Hoover y la Reserva Federal se obstinaron en mantenerlo) y la suspensión de los pagos de la mayor parte de las deudas con EEUU. La crisis estadounidense afectó especialmente a Alemania cuando se empezó a exigir la devolución de los créditos y el país germánico se vio incapaz de hacerlo, sufriendo a su vez las consecuencias de suspensión de pagos en empresas y paro en ascenso (hasta seis millones de parados alemanes en 1933). El paro superó los ocho millones de desempleados en EEUU a finales de 1931 y los precios agrícolas se desplomaban, con más cierres de bancos y las retiradas de oro de la Reserva Federal por parte de inversores estadounidenses y extranjeros. Un año después, sin que Hoover se aviniera a abandonar el patrón oro, el paro alcanzaba ya a siete millones de estadounidenses, y con las elecciones presidenciales de noviembre de 1932 los republicanos vieron que no saldrían de esa tendencia al desplome. El demócrata Roosevelt venció en los comicios pero se negó a colaborar con el presidente saliente: Roosevelt ya tenía en mente las líneas generales del New Deal y necesitaba libertad de movimiento para implementarlas, y eso suponía esperar a que llegara a la Casa Blanca en marzo de 1933. Aumentó el pánico financiero y el sistema bancario estadounidense prácticamente se colapsó. Roosevelt contaba con ello… el sistema debía tocar fondo para volver a levantarlo.

Cifras de paro en EEUU durante la Gran Depresión.
En líneas generales, la producción industrial estadounidense entre mediados de 1932 y principios de 1933 se redujo a la mitad de la que había en octubre de 1929; los precios agrícolas eran la mitad de cuatro años antes y el comercio exterior mundial se contrajo en un tercio. Las grandes fortunas se vieron afectadas… pero mucho menos que las clases medias y, por descontado, los parados. El hambre se extendió por las zonas rurales (aunque había excedentes agrarios que no se ponían a la venta porque sus propietarios no podían sacar beneficio ante el desplome de los precios) y en las ciudades fue habitual hacer cola para conseguir alimentos o un empleo que prácticamente no se ofrecía. Galbraith analizó en su estudio sobre el crash de 1929 el curso de los acontecimientos que condujeron al estallido de la burbuja especulativa en Wall Street y, por tanto, a la Gran Depresión. En su opinión, los problemas de la economía productiva estadounidense surgieron por la falta de inversiones, los altos tipos de interés, la pésima distribución de la renta, la fragilidad del sistema bancario, el déficit de la balanza de pagos y, como factor añadido, la ausencia de una regulación de (y la negativa a intervenir en) la actividad económica por presidentes (republicanos) como Calvin Coolidge y, en menor medida, Herbert Hoover.

Lectura recomendada: ante lo comentado, no queda más que recomendar el libro de John Kenneth Galbraith, El crash de 1929 (Ariel, 2013), de lectura incisiva, en ocasiones irónica y que sigue siendo una de las principales interpretaciones del crash de 1929. Por su parte, Milton Friedman y la Escuela de Chicago ofrecen una explicación opuesta y desde el liberalismo económico más tradicional.
Ficha del libro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario