Un 19 de octubre de 202 a.C. tuvo lugar la batalla de Zama, la contienda definitiva entre las tropas de la República romana, al mando
del procónsul Publio Cornelio Escipión, y las de Cartago, al mando del
estratega Aníbal, hijo de Amílcar el Rayo (baraq, de ahí el apellido
Barca). La batalla significó la derrota cartaginesa, que poco después
aceptaría la rendición y la firma de un duro tratado de paz que
supondría el final de Cartago como potencia mediterránea y como imperio
colonial: no sólo perdía gran parte de su propio hinterland africano
sino que aceptaba abandonar oficialmente Hispania, territorio del que
había sido expulsada por los romanos tras la batalla de Ilipa (206 a.C.)
y la pérdida de Gadir (Cádiz). De hecho, la batalla era el final de la
aventura iniciada por Aníbal dieciséis años atrás (218 a.C.), cuando a
la cabeza de un numeroso ejército cruzó los Pirineos para dirigirse a
Italia y llevar la guerra –declarada por Roma tras la toma cartaginesa
de Arse-Saguntum varios meses antes– a suelo italiano.
Aníbal (247-183 a.C.) |
Todo empezó con la invasión italiana de Aníbal en el otoño del año
218 a.C., tras cruzar los Alpes y sorprender a los romanos, que lo
esperaban en la orilla del Ródano. En los dos años siguientes (hasta
216.C.), Aníbal derrotó a varios ejércitos consulares –en Trebia a
finales de aquel año, en Trasimeno en 217 a.C. y en Cannae al año
siguiente–, acabando con dos cónsules (Flaminio y Emilio Paulo),
burlando a un dictator (Fabio Máximo) y provocando la alarma y el terror
en una Roma que no sabía cómo derrotarle. Aníbal, en esos años, estuvo
muy cerca de alcanzar el plan que trataba de desarrollar: quebrar la
alianza romana con sus aliados (socii) romanos en Etruria y la Italia
central y meridional, forzando, en consecuencia, a Roma a firmar un
tratado de paz que reconociera la supremacía cartaginesa en el
Mediterráneo occidental (limitando a su vez la hegemonía romana en la
península italiana). No lo logró, ni siquiera tras la situación romana
de shock tras Cannae (80.000 romanos y aliados muertos). Sólo Capua se
pasó al bando cartaginés. Roma resistió. Pudo hacer volver el ejército
proconsular de Publio Cornelio Escipión (cónsul en 218 a.C. y padre del
futuro vencedor de Aníbal), pero apostó por mantener a los dos
Escipiones (Publio y su hermano Gneo) en Hispania –imposibilitando de
este modo que Asdrúbal Barca cruzada también los Alpes y se reuniera con
su hermano Aníbal en Italia –, y por reclutar nuevas legiones. Se
adoptó la estrategia «fabiana» –por el dictator Quinto Fabio Máximo (217
a.C.; cónsul en 215, 214 y 209 a.C. [ya lo había sido en 233 y 228
a.C.])– de no presentar batalla al enemigo, desgastándole y acosándole
desde el año 215 a.C., al tiempo que le impedía recibir refuerzos de
África (mediante un fuerte bloqueo, para lo cual fue esencial el control
romano de Cerdeña, provincia a la que se envió parte de la flota). El
plan de Fabio funcionó: paulatinamente Aníbal se vio empujado al sur de
Italia, donde consiguió aliados firmes contra Roma entre los itálicos,
pero no pudo quebrar la alianza de los itálicos del centro de Italia.
Aníbal logró victorias estériles como la defección de Capua en la
Campania, pero la defensa de esta plaza suponía diversificar sus cada
vez menguadas tropas en varios frentes en Italia, mientras que Roma
contaba con recursos muy superiores. Tampoco pudo sacar partido del
hecho de que desde el año 215 a.C. se abrieran escenarios bélicos en el
mar Jónico (contra Macedonia, que firmó un tratado de alianza con
Aníbal) y en Sicilia (donde el nieto del viejo aliado romano, Hierón de
Siracusa, se unió a los cartagineses).
Los nuevos escenarios bélicos, más Hispania y la guerra naval en el
Mediterráneo occidental, restaban y dividían los recursos en hombres,
naves y dinero que Aníbal necesitaba en Italia, cada vez con mayor
desespero. Poco a poco, Roma fue cambiando las tornas: Capua y Siracusa
cayeron en el año 212 a.C.; una breve ocupación cartaginesa de Tarento,
un puerto desde donde se podrían recibir refuerzos (si la flota militar
cartaginesa superaba el bloqueo romano) terminó en 209 a.C., y las cosas
cambiaron especialmente en Hispania. No fue fácil: Publio y Gneo
Escipión fueron traicionados por varias tribus hispanas y Asdrúbal Barca
los derrotó en el Betis en el año 211 a.C., muriendo ambos romanos en
sendos combates. El Senado romano envió al ambicioso hijo de Publio, del
mismo nombre, a Hispania como procónsul y al mando de un ejército
formado por los vencidos en Cannae. Sorprendentemente, el joven Escipión
tomó la iniciativa y burló a Asdrúbal con la toma de su capital, Qart
Hadasht (Cartago Nova para los romanos, la moderna Cartagena) en el año
210 a.C., recién llegado a Hispania. Al año siguiente derrotó a los
comandantes cartagineses en Baecula (Bailén). Asdrúbal asumió el plan
inicial de pasar a Italia cruzando los Alpes, mientras su hermano Magón y
otro Asdrúbal (Giscón) permanecieron en el valle del Guadalquivir
tratando de contener al joven Escipión. El plan de Asdrúbal no funcionó:
un mensaje enviado a Aníbal fue interceptado por los romanos en el
norte de Italia, y las tropas de los dos cónsules (Marco Livio Druso y
Gayo Claudio Nerón), sin que se enterara el cartaginés, se reunieron y
plantaron batalla a Asdrúbal en el río Metauro (207 a.C.); sobrepasado
en fuerzas por el enemigo, el ejército cartaginés fue destruido y
Asdrúbal murió en combate. Su cabeza fue enviada a Aníbal que comenzó a
asumir el final de su aventura en Italia, cada vez más aislado en el
sur. No había servido de gran cosa que matara en una escaramuza al
cónsul Marco Claudio Marcelo el año anterior. En Hispania las
disensiones entre los comandantes cartagineses y la política de Escipión
de atraerse a los pueblos de la zona condujeron a la victoria romana en
Ilipa (206 a.C., cerca de Alcalá del Río en Sevilla). Giscón abandonó
la península Ibérica, Magón se trasladó a Gadir, aunque ésta se entregó a
finales de ese año y con su rendición terminaba la presencia
cartaginesa en Hispania. Escipión regresó a Italia como vencedor, fue
elegido cónsul en 205 a.C. y recibió el mando de la guerra en África:
durante su consulado, Escipión planificó la invasión de África, con la
idea de llevar la guerra a pocos kilómetros de la metrópoli púnica;
mientras, Aníbal quedaba aislado en la punta de la bota italiana.
Publio Cornelio Escipión (236-183 a.C.) |
La guerra en los años 204-202 a.C. fue lenta para los planes de
Escipión, pero segura. Escipión desembarcó en Útica, tras zarpar de
Lilibeo en Sicilia, y se preparó para enfrentarse al rey Sífax de
Numidia, aliado de Cartago. Contó, además, con el apoyo de Masinisa,
rival de Sífax al trono numídico, que traía consigo su valiosa
caballería. Gran parte de los años 204 y 203 a.C. se dedicó al asedio y
toma de Útica, al tiempo que Sífax atacaba a los romanos. La batalla de
Campi Magni o de Bagradas forzó la balanza en favor de Escipión, que
derrotó a las fuerzas combinadas de Sífax y Giscón. El rey númida huyó a
Cirta, su capital, pero fue capturado, y con él su esposa Sofonisba,
hija del púnico Giscó, y que ambicionaba Masinisa (Escipión prohibiría
su matrimonio, pero el joven númida, que ahora asumió el reino de Sífax,
le desafió; el romano decidiría enviar a Sofonisba a Italia para que
desfilara en su triunfo, pero Masinisa envió a la púnica un veneno para
que se suicidara y evitara así la humillación). La derrota
púnico-numídica forzó a Cartago a plantear una primera propuesta de paz e
incluso envió una embajada a Roma para tratar los preliminares de un
acuerdo, mientras confiaba en ganar tiempo para que Aníbal regresara a
África. Por su parte, Escipión veía como el tiempo comenzaba a correr en
su contra: para el año 202 a.C. había sido elegido cónsul Tiberio
Claudio Nerón, que aspiraba al mando de la guerra en África. Una
propuesta de ley presentada por un tribuno de la plebe y aprobada por
los comicios tributos, sin embargo, le garantizó a Escipión el mando
supremo. El Senado decidió, por su parte que cónsul y procónsul
comandaran las tropas de forma paritaria. Compartir el ejército podía
suponer un problema para el joven procónsul (teóricamente subordinado al
imperium del cónsul); necesitaba vencer pronto y acabar la guerra antes
de que al año siguiente otro cónsul lo hiciera por él. Aníbal
desembarcó en Leptis Minor y, tras dejar descansar unos días a sus
tropas, se dirigió a Zama, en el interior del hinterland cartaginés. Los
cartagineses rompieron las conversaciones con Escipión e incluso
secuestraron unos navíos romanos, lo cual encolerizó al comandante
romano.
Actualmente se considera que muy probablemente la batalla no se desarrolló en las cercanías de Zama, sino más bien cerca de Hadrumeto: Aníbal tenía su campamento en Zama pero avanzó hacia las cercanías de Hadrumeto, según Polibio (Historias, XV, 5, 3); por su parte, Tito Livio (Historia de Roma desde la fundación de la ciudad, XXX 29, 8-9) comenta que Escipión acampó en Naragara, después de que los dos ejércitos acordaran adelantar sus dos campamentos para que sus comandantes pudieran entrevistarse, y la batalla se desarrollaría a las afueras del campamento romano. Escipión aceptó la entrevista. Aníbal habló primero (según Livio, XXX, 30, 3-30) y planteó su propuesta de paz: «No nos oponemos a que sea vuestro todo aquello por lo que fuimos a la guerra; Sicilia, Cerdena, Hispania y cualquier isla que este comprendida en todo el mar entre Africa e Italia; los cartagineses, confinados dentro del litoral africano, veremos cómo vosotros, puesto que así lo han querido los dioses, extendéis vuestro dominio por tierra y mar incluso sobre naciones extranjeras. No voy a negar que podéis tener vuestras dudas acerca de la credibilidad púnica debido a la forma no demasiado sincera en que recientemente pedimos y estábamos a la espera de la paz. La garantía de que la paz será respetada, Escipión, depende en gran medida de quien es el que la demanda. También vuestros senadores, según he oído, negaron la paz debido en buena medida a que nuestra embajada no era un dechado de dignidad. La paz la pido yo, Aníbal, que no la pediría si no la considerase ventajosa, y la respetaré por las mismas razones de utilidad por las cuales la pido. Y lo mismo que hice todo lo posible, hasta que los dioses se pusieron en contra, para que nadie se arrepintiese de la guerra, ya que era yo quien la había iniciado, también me esforzare para que nadie se sienta pesaroso de la paz promovida por mí» (25-30). En su respuesta (31, 1-9), Escipión echó en cara a los cartagineses su perfidia, el tópico por antonomasia contra los púnicos, y culpó a Cartago (e implícitamente al propio Aníbal) del origen de la guerra: «No merecéis que se os mantengan las mismas condiciones, y pretendéis encima sacar provecho de vuestro engaño. Ni nuestros padres fueron los agresores en la guerra por Sicilia, ni nosotros lo fuimos en la guerra por Hispania; entonces fue el peligro que corrían nuestros aliados mamertinos y ahora fue la destrucción de Sagunto lo que nos vistió con las armas de la lealtad y la justicia. Tú mismo reconoces que vosotros fuisteis los agresores, y son testigos de ello los dioses que dieron a aquella guerra un desenlace acorde con el derecho divino y humano, y también a, esta se lo dan y seguirán dando»; de hecho, se negó a aceptar la propuesta de Aníbal. Polibio (XV, 6-8) también trata la entrevista entre ambos comandantes, con unos planteamientos similares. La resolución de la batalla decidiría el vencedor y el final de la guerra.
Disposición de los dos ejércitos sobre el campo de batalla en Zama. |
Actualmente se considera que muy probablemente la batalla no se desarrolló en las cercanías de Zama, sino más bien cerca de Hadrumeto: Aníbal tenía su campamento en Zama pero avanzó hacia las cercanías de Hadrumeto, según Polibio (Historias, XV, 5, 3); por su parte, Tito Livio (Historia de Roma desde la fundación de la ciudad, XXX 29, 8-9) comenta que Escipión acampó en Naragara, después de que los dos ejércitos acordaran adelantar sus dos campamentos para que sus comandantes pudieran entrevistarse, y la batalla se desarrollaría a las afueras del campamento romano. Escipión aceptó la entrevista. Aníbal habló primero (según Livio, XXX, 30, 3-30) y planteó su propuesta de paz: «No nos oponemos a que sea vuestro todo aquello por lo que fuimos a la guerra; Sicilia, Cerdena, Hispania y cualquier isla que este comprendida en todo el mar entre Africa e Italia; los cartagineses, confinados dentro del litoral africano, veremos cómo vosotros, puesto que así lo han querido los dioses, extendéis vuestro dominio por tierra y mar incluso sobre naciones extranjeras. No voy a negar que podéis tener vuestras dudas acerca de la credibilidad púnica debido a la forma no demasiado sincera en que recientemente pedimos y estábamos a la espera de la paz. La garantía de que la paz será respetada, Escipión, depende en gran medida de quien es el que la demanda. También vuestros senadores, según he oído, negaron la paz debido en buena medida a que nuestra embajada no era un dechado de dignidad. La paz la pido yo, Aníbal, que no la pediría si no la considerase ventajosa, y la respetaré por las mismas razones de utilidad por las cuales la pido. Y lo mismo que hice todo lo posible, hasta que los dioses se pusieron en contra, para que nadie se arrepintiese de la guerra, ya que era yo quien la había iniciado, también me esforzare para que nadie se sienta pesaroso de la paz promovida por mí» (25-30). En su respuesta (31, 1-9), Escipión echó en cara a los cartagineses su perfidia, el tópico por antonomasia contra los púnicos, y culpó a Cartago (e implícitamente al propio Aníbal) del origen de la guerra: «No merecéis que se os mantengan las mismas condiciones, y pretendéis encima sacar provecho de vuestro engaño. Ni nuestros padres fueron los agresores en la guerra por Sicilia, ni nosotros lo fuimos en la guerra por Hispania; entonces fue el peligro que corrían nuestros aliados mamertinos y ahora fue la destrucción de Sagunto lo que nos vistió con las armas de la lealtad y la justicia. Tú mismo reconoces que vosotros fuisteis los agresores, y son testigos de ello los dioses que dieron a aquella guerra un desenlace acorde con el derecho divino y humano, y también a, esta se lo dan y seguirán dando»; de hecho, se negó a aceptar la propuesta de Aníbal. Polibio (XV, 6-8) también trata la entrevista entre ambos comandantes, con unos planteamientos similares. La resolución de la batalla decidiría el vencedor y el final de la guerra.
Livio, como todo el relato de la guerra, ofrece un vívido retrato de la batalla de Zama (XXX, 32-35); la narración de Polibio (XV, 9-14) es menos intensa. Aníbal llevó la iniciativa y trató de rodear el ejército romano con la caballería como hiciera en Cannae, con apoyo de elefantes. Escipión contaba con la caballería númida de Masinisa y con la romana al mando de Gayo Lelio y supo contrarrestar hábilmente la maniobra enemiga. Aunque las tropas de infantería eran similares en ambos bandos (unos 35.000 soldados cartagineses y restos de la gran expedición de Aníbal en Italia frente a unos 30.000 legionarios romanos), Escipión contaba con una superioridad en caballería (6.000 jinetes, entre númidas y romanos, frente a los 4.000 de Aníbal). Los elefantes no arrollaron las primeras filas del enemigo, como esperaba Aníbal, ya que pronto fueron asustados y puestos en fuga por los romanos (que abrieron pasillos para que pudieran pasar sin hacer daño), al mismo tiempo que los jinetes de Masinisa atacaban a los cartagineses, logrando destruirlos. La batalla pasó entonces a ser disputada por los soldados de infantería. Los ataques cartagineses chocaron con la firmeza de los romanos, que resistieron las embestidas y poco a poco fueron avanzando, destrozando las primeras dos filas del ejército de Aníbal, más inexpertas; el comandante púnico mantuvo a sus veteranos experimentados en la tercera fila, confiando en ellos para contraatacar. Y así fue: los veteranos de las campañas en Italia comenzaron a avanzar y esta vez fueron las filas romanas las que empezaron a ser destruidas. La batalla parecía inclinarse a favor de Aníbal cuando regresaron los jinetes de Masinisa y Lelio, que entraron en la melé, atacando desde la retaguardia cartaginesa. Y esta acción fue la que decidió la batalla: superados por la caballería enemiga, los cartagineses se colapsaron, atacados por dos frentes. «Esta carga de la caballería acabó de desarbolar al enemigo. Muchos fueron rodeados y muertos en el campo de combate; muchos se dispersaron huyendo por la llanura que se extendía a su alrededor y perecieron aquí y allá, pues la caballería lo cubría todo. Murieron aquel día más de veinte mil, entre cartagineses y aliados; cayeron prisioneros casi otros tantos, capturándose ciento treinta y dos ensenas militares y once elefantes. Los vencedores tuvieron unas mil quinientas bajas», relata Livio (XXX, 35, 2-3). Aníbal, viéndose derrotado, huyó a Hadrumeto con los restos de la caballería. Sólo le preocupaba una cosa: llegar a Cartago y plantear una propuesta de paz que fuera aceptada por Escipión.
Desarrollo de la batalla de Zama. |
La consecuencia de la batalla de Zama fue que se decidió la guerra que desde hacía dieciséis años se disputaban romanos y cartagineses. Cartago no tenía más ejércitos que oponer; el que había luchado durante tres lustros en Italia fue aniquilado en aquella batalla. Escipión impuso los términos de la paz, dispuesto a terminar la guerra entonces y que los cónsules del año 201 a.C. le arrebataran la gloria. Los cartagineses «conservarían las ciudades, territorios y fronteras que tenían antes de la guerra, y los romanos cesarían en sus devastaciones aquel mismo día; devolverían a los romanos todos los desertores, fugitivos y prisioneros, y entregarían todas las naves de guerra a excepción de diez trirremes, y los elefantes que tenían domados, y no domarían más; no harían guerras ni dentro ni fuera de África sin autorización del pueblo romano; devolverían a Masinisa lo que le pertenecía y harían una alianza con él; aportarían trigo y dinero para pagar a las tropas auxiliares hasta que volviesen de Roma los embajadores; abonarían en cincuenta años diez mil talentos de plata repartidos en plazos iguales; entregarían cien rehenes escogidos por Escipión que no tuvieran menos de catorce años ni más de treinta. Y les concedería una tregua a condición de que devolviesen las naves de guerra apresadas durante la tregua anterior y todo lo que contenían; en caso contrario, no habría ni tregua ni la menor esperanza de paz» (XXX, 37, 2-6). En Cartago Giscón habló contra estas condiciones, pero Aníbal lo expulsó de la tribuna. El tratado de paz, tras el envío de una embajada cartaginesa a Roma, se firmaría con nuevos cónsules en el cargo en el año 201 a.C.
Con la aceptación del tratado de paz, Cartago dejaba de ser una potencia mediterránea y se convertía en una ciudad-estado con un limitado hinterland en África. Roma asumía el control del Mediterráneo occidental, aunque al cabo de un año tuvo que destinar sus esfuerzos a una guerra contra Macedonia (la segunda) en la zona oriental; posteriormente, hubo guerra contra Antíoco de Siria y en el plazo de una década desde el final de la guerra púnica Roma se convertía en la principal potencia de todo el Mediterráneo. Comenzaría luego la azarosa dominación de Hispania, el territorio legado por Cartago y que se tardaría casi dos siglos en someter por completo. Cartago acabaría pagando la onerosísima indemnización a Roma, y antes del plazo fijado, pero para entonces su prosperidad despertó los recelos del Senado romano y de los sectores más belicistas del mismo: Catón el Censor no dejaría de clamar para que la ciudad púnica fuera destruida y logró que Roma finalmente declarara la guerra (en apoyo de la Numidia del anciano Masinisa, contra quien Cartago declaró la guerra, hasta de sus abusos en la frontera entre ambos territorios), en 149 a.C., aunque no viviría para ver el final del asedio de Cartago, finalmente tomada y destruida por el nieto adoptivo de Escipión, el primer Africano: Escipión Emiliano, el segundo Africano. Con la destrucción de Cartago en 146 a.C., y muerto Aníbal en el exilio treinta y pico años antes, desaparecía el rival más fuerte y enconado que tuvo Roma hasta entonces.
Lecturas recomendadas: el relato más completo de la Segunda Guerra Púnica lo ofrece Tito Livio, los libros XXI-XXX de su Historia de Roma desde la fundación de la ciudad; un relato ameno, de lectura fluida y casi novelesca, y llena de datos sobre los diversos frentes bélicos. Su relato palidece, sin embargo, ante el análisis más perspicaz de Polibio en sus Historias, pero el relato del historiador griego es fragmentario. Recomendamos la edición de Tito Livio en dos volúmenes a cargo de A. Ramírez de Verger, J. Fernández Valverde, J. Solís y F. Gasco en Alianza Editorial.
Ficha de los dos volúmenes.
Añadimos el estupendo ensayo de Giovanni Brizzi, Escipión y Anibal (Ariel, 2009), que confronta el relato de ambos personajes durante y después de la guerra.
Ficha del libro y reseña mía en Hislibris.
gracias gato....estupendo resumen
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