Uno de los inicios de novela más conocidos de la
literatura universal es el de Anna Karenina de Lev Tolstói: «Todas las
familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su
manera». Y a menudo te acuerdas de esa frase mientras vas leyendo este
novelón de 650 páginas sobre una familia; concretamente, tres
generaciones de una misma familia, más de treinta años de historia
familiar, también con la historia española de trasfondo. Un
trasfondo sutil, de todas maneras, ya que Ignacio Martínez de Pisón no
pretende narrar un Cuéntame cómo pasó (ni, espero, le pasaría por la
cabeza): la novela inicia su andadura –tras un prólogo que luego se
trenza con su desarrollo– en Melilla, donde en 1950 vive la familia Caro
Campillo. Una familia de curiosa mezcla: el padre, Samuel, es un judío
(no ortodoxo) que se casó con la católica Mercedes, la hija de un
militar, y aunque las dos hijas de la pareja, Miriam y Sara, lleven
nombres judíos, la suya no ha sido una educación en las costumbres
religiosas judías; válgame Dios, Mercedes, una mujer con carácter, no lo
habría aceptado. Son los últimos años del Protectorado español en
Marruecos, pronto Melilla pasará a ser, junto a Ceuta, el último enclave
español en suelo africano y todo cambiará para una familia que, aún no
siendo judía en su totalidad, emprende su particular diáspora.
Ignacio Martínez de Pisón (n. 1960). |
La buena reputación (Seix Barral) es una novela que dentro de los
cánones de la literatura se insertaría en el realismo, etiqueta con la
que el autor está más que satisfecho: «desdeñamos el realismo español y
apreciamos el de fuera, olvidándonos de Galdós, y yo quería tirar atrás,
vincularme a una novela con estructura y desarrollo y personajes
clásicos de la gran tradición realista», comenta en una entrevista-artículo. Y lo cierto es que leyendo la historia de esta
familia llegas a conclusiones parecidas. Pues es una novela de
personajes y desarrollo muy «realista», alejada de juegos literarios a
los que últimamente la novela nos acostumbra; aunque, también es cierto,
el lector se siente cómodo con el realismo de toda la vida: aquel que
evoca a Galdós, Dickens o Tolstói. Yo mismo disfruto mucho con las
novelas de John Irving, quizá uno de los autores estadounidenses
actuales en los que la estela dickensiana es más perceptible. En el caso
de Martínez de Pisón, su novela juega con la baza de la estructura y
los personajes construidos en la tradición realista, sí, pero también le
toca la fibra emocional al lector; y con esto no me refiero a que
busque emocionarle, sino que éste, como cualquier persona, tiene una
familia con los más y los menos, los dimes y diretes, las disputas y
reconciliaciones que encontramos en los Caro Campillo. Y eso, a la
postre, es una baza importante para atrapar al lector: acercarle a su
propio imaginario colectivo. Que el autor además sitúe la trama de su
novela entre 1950 y 1986, evocará muchas sensaciones a lectores de una
cierta edad, especialmente aquellos que vivieron la etapa de la
Transición, época sobre la que Martínez de Pisón parece
«especializarse».
¿La España del 600 en los años sesenta y setenta? |
Quizá haya lectores a los que las idas y venidas de una familia de
clase media española hace ya unas cuantas décadas le parezca una materia
ligera para tratar en una novela; quizá incluso piense que le están
vendiendo una «telenovela» más que una novela en sí, por muy «realista»
que sea. Y hay momentos en el libro en el que me parecía estar viendo el
«culebrón» familiar, lo admito. Pero el autor no se contenta con
narrar, desde los puntos de vista (que no las voces narrativas, pues
siempre utiliza un narrador omnisciente) de cinco miembros de la
familia, de modo que cada parte lleva el título «La novela de…», es
decir, de los cinco personajes seleccionados; por orden: el padre
Samuel, la madre Mercedes, la hija Miriam y los nietos Elías y Daniel.
Cada personaje modula un acercamiento, desde sus pensamientos y
sensaciones más o menos «personales» (o incluso «egoístas»), a lo que le
sucede a una familia que vive, por etapas, en Melilla, Málaga y
Zaragoza… para volver a Melilla, los orígenes. Samuel es un judío que se
lleva bien con la élite melillense y española del Protectorado, hasta
el punto de que queda en la retina del lector su apoyo a los sublevados
en la Guerra Civil y actúa como puente entre militares y políticos de la
zona con la comunidad judía local. Como colaborador, la vida le va bien
a Samuel, ajeno (hasta cierto punto) a la mirada que sobre él tiene esa
misma comunidad judía. Los tiempos cambian, el final del Protectorado
será también el final de un sueño; como muchos españoles que se
trasladaron a la península cuando Marruecos alcanzó su plena
independencia, la familia de Samuel hará lo mismo, dejando atrás un
legado que pesará en el corazón del patriarca, especialmente cuando, de
ser un judío bastante laicizado, pase a ser un ultraortodoxo en Málaga,
la nueva tierra de promisión (Málaga y, sobre todo, Zaragoza), para
desesperación de una Mercedes que siempre fue ajena a las costumbres
religiosas de su marido.
Mercedes es precisamente un personaje fuerte, con carácter y
dispuesto a ejercer de matriarca implacable. Las relaciones con sus
hijas Miriam y Sara no serán fáciles, no sólo en la juventud de estas,
sino prácticamente toda su vida. El testamento, cuya lectura se produce
en el prólogo y que será la muestra de cómo pretende influir en las
vidas de sus descendientes más allá de su propia muerte, es un macguffin
literario que nos lleva a conocer el pasado de esa familia y su
tránsito por los años sesenta y setenta. Frente a ella, Sara (que no
«protagoniza» una «novela de») es la rebeldía y Miriam la sumisión que
acaba por explotar. La novela sigue las andanzas de la segunda
generación en la época del «desarrollismo» español, con una sucesión de
lugares comunes para quienes hayan tenido una familia en aquellos años.
De hecho, y aunque mis recuerdos de infancia pertenecen a la década de
los años ochenta, la novela consigue hacerme «familiares» esos años
sesenta y setenta por el modo de enfocar actitudes y mentalidades, o
reconstruir una cultura material que no ha sido hasta la era Internet
cuando ha cambiado radicalmente. Con ese feeling hacia el lector juega
Martínez de Pisón, con algunas referencias literarias e históricas muy
sutiles, y con el recuerdo más «reciente» en la memoria de los años
ochenta, la época de la tercera generación de la familia: los nietos,
Elías y Daniel. Con ellos transcurre el último tramo de la novela, más
próximo y al mismo tiempo más idealizado. Pero los tiempos cambian, y en
la mirada a la Melilla de los años ochenta por parte de Martínez de
Pisón se percibe que ya no es la ciudad en la que vivieron los abuelos:
época de contrastes entre los habitantes «españoles» y los trabajadores
«inmigrantes» marroquís, que en la actualidad se nos hace presente con
la cuestión de la inmigración subsahariana; lo que entonces eran los
problemas de los marroquíes que venían a trabajar a España, podemos leer
ahora como las aventuras de quienes saltan las vallas en Ceuta y
Melilla y llegan a las costas gaditanas en pateras.
"El piropo", fotografía de Xavier Miserachs, 1960: en Barcelona, aunque la novela apenas pisa la Ciudad Condal... |
Con esta novela, Martínez de Pisón evoca el cambio generacional de
una España que vivía en una dictadura pero al margen de la misma. Con un
ritmo ágil y un estilo sencillo pero evocador, y poniendo la mirada
casi a ras de suelo, se nos reconstruye una época de color sepia y
preocupaciones cotidianas –el trabajo fijo, la casa propia, el coche,
las vacaciones de verano, los «lujos» que se pagan a plazos– y las aspiraciones de
una vida dentro de los cánones de una clase media que busca el confort y
la estabilidad de un modelo industrial de sociedad que paulatinamente
ha ido desapareciendo. Un modelo familiar que se ha transmutado con el
cambio de milenio y en el que la estructura nuclear permanece por
necesidad, pero las mentalidades son otras y las aspiraciones han pasado
de la euforia de final de milenio a la inquietud emocional y el
desamparo socioeconómico que la crisis económica ha dejado en los
últimos años. La buena reputación nos traslada a una época anterior a
todo esto, con una mirada que no es nostálgica (aunque para muchos
lectores pueda serlo… según su mirada personal). A unos años que forman
parte de la historia sentimental del país y a las idiosincrasias que
jalonan el rumbo de una (miles de) familia(s). Pues la familia, ay, la
familia, no sabes cómo es la (mi) familia…
Felicidades por la crítica, muy completa. Y además me has terminado de convencer, hay tanto en el mercado y mucho de dudosa calidad (y vaya si relata la historia reciente española) que se agradecen las orientaciones. Por cierto, no sé si te sobra un trasfondo en la séptima línea. Sea como fuere, es la primera crítica que te leo, pero no la última. Saludos de la hislibreña 'yomisma'
ResponderEliminarCorregido, gracias. ;-) A ver qué te parece la novela...
ResponderEliminarExcelente reseña Oscar, veo que hemos leído la misma novela, esa estupenda descripción que de la postguerra civil hasta hace unos años nos hace Martínes de Pisón.
ResponderEliminarBuena novela, sí señor, un estupendo viaje a una época y unas mentalidades. ;-)
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