5 de julio de 2014

Crítica de cine: Open Windows, de Nacho Vigalondo

A Nacho Vigalondo le va la marcha. Una marcha diferente a la que estamos (mal) acostumbrados por estos lares, como sus cortos o películas como Los cronocrímenes o Extraterrestre han ido demostrando. Es un tipo que tuene buen olfato, ingenio y buen pulso técnico. Quizá lo que no acabe de desarrollar del todo son películas que funcionen bien de principio a fin, que no entren en barrena a mitad de metraje, que las expectativas despertadas en tráilers y promos luego acaben siendo algo decepcionantes. Le da una vuelta al concepto de thriller, bebe de fuentes (y medios diversos: cine, televisión. cómic, videojuego) y nos pone la miel en los labios, dejándonos saborear incluso un producto con un gusto diferente, pero no acaba de rematar la jugada. Originalidad tiene a raudales y eso es ya es mucho en la actualidad. Y un dominio técnico que cada vez va a más... como Open Windows demuestra en su hora y media de metraje. Pero le falta algo... o al menos es la sensación que me queda, y eso que durante hora y media me ha interesado (y mucho) el envoltorio visual de una película muy bien pensada pero quizá más complicada de llevar a la Gran Pantalla de lo que se calculaba.

Open Windows es un juego con muchas aristas. Es un juego de pantallas: toda la película es una pantalla que pasa a otra, del portátil a un móvil o una cámara de vídeo, pasando por un Ipad. Y conseguir que el espectador no se aburra de la parafernalia visual es todo un alarde en estos tiempos, y ahí Vigalondo sale airoso y con muy buena nota. De hecho, es inevitable ver las sinergias que se desarrollan entre cine (thriller) y videojuego (de pantalla a pantalla, de prueba en prueba), los ecos de la viñeta cómica y el trasfondo de producciones seriales como Utopia y Black Mirror (los referentes televisivos que te vienen a la cabeza constantemente). Ahí está lo mejor de una película que tiene voluntad de ser ambiciosa y lo consigue. Otra cosa es el guión, también ambicioso y poniendo a prueba la capacidad del espectador para retener tanto dato, tanta información... sobre todo si es algo neófito en la materia (imagino que espectadores tradicionales que no estén al tanto de las interfaces de un videojuego se pueden sentir perdidos). La historia parece sencilla (un webmaster que se ve metido en un peligroso "juego" con una actriz a la que desea conocer y que se ve utilizado por un misterioso hacker que le hace pasar toda serie de avatares, con múltiples mecanismos tecnificados), pero se complica poco a poco, hasta el punto de que los giros, retruécanos y "pruebas" acaban por apabullar al espectador: yo mismo a mitad de película ya empecé a desconectar sentado en la butaca de la sala de cine...



La película juega con los atractivos/peligros que tienen las tecnologías en la vida actual y en cómo la pantalla se ha convertido en un elemento más cotidiano de lo que parece, y ahí reside su atractivo. Del mismo modo que en el primer episodio de la primera temporada de Black Mirror Charlie Brooker ponía el foco en el morbo mediático de la gente, en un momento determinado de la película se pone a prueba la capacidad de los internautas para no dejarse llevar por la curiosidad malsana. Del mismo modo que en Utopia nos preguntábamos quién era Jessica Hyde, aquí lo haremos con Chord o incluso Nevada, nicknames particulares de alguien que no sabemos qué pretende... y que en ambos casos, serie y película, tienen a un actor en común. Es inevitable pensar también hasta qué punto bebe Vigalondo del cine de Brian de Palma, siendo Snake Eyes y Redacted dos películas suyas las que te vienen a la cabeza una y otra vez. ¿Homenaje, referencialidad... o menos originalidad de la que apuntábamos antes?; del mismo modo que en Super 8 nos cuestionábamos hasta dónde llegaba el homenaje de J.J. Abrams al cine de Steven Spielberg, y hasta dónde llegaba el fondo de su "caja misteriosa". Y ver a Elijah Wood en una papel que también te recuerda al que interpetaba hace un año en Grand Piano resulta algo peculiar... y redundante. 

Sea como fuere, y aunque la película decae en su segunda mitad hacia una en cada vez más complicada trama (forzando mucho la suspensión de la incredulidad que se le exige al espectador), lo cierto es que la cosa se salva por el aparato técnico, por el juego de pantallas... pero no tanto por la historia en sí, que a la postre acaba siendo previsible y hasta algo grandilocuente (probablemente como esta crítica). Uno se pregunta si Sasha Grey no se burla del espectador cuando realiza entrevistas y trata de venderle la moto con un postureo mal disimulado; o hasta qué punto no hay un punto de parodia en todo el conjunto por parte de Vigalondo, muy dado a jugar con la ironía. De cualquier manera, la película merece la pena ser vista, aunque nos queda la duda de si en un segundo visionado los defectos estructurales acaban por dejar en segundo plano lo que a primera vista es fascinante y diferente.

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