4 de junio de 2014

Reseña de Tutankhamón. Vida y muerte de un faraón, de Christiane Desroches Noblecourt

No hay duda de que la figura de Nebjeperura Tutankamón (c.1336-1327 a.C.) sigue despertando un enorme interés en el lector aficionado a la egiptología. Hace un año y medio reseñaba el libro de Joyce Tyldesley sobre este faraón, una obra que aunando rigor y amenidad nos acercaba a la etapa final de la dinastía XVIII, al período amarniano y a la vida de este personaje, rastreando con detalle las numerosísimas evidencias que Howard Carter encontrara en las excavaciones en el Valle de los Reyes en 1922, y que luego catalogaría y comentaría en tres volúmenes de un enorme valor historiográfico. Comentaba entonces que el libro de Tyldesley constituía un atractiva apuesta para el lector interesado en la materia, pues suponía una actualización respecto a obras anteriores, destacando para el lector en español obras como Todo Tutankamón. El rey. La tumba. El tesoro real de Nicholas Reeves, el gran especialista sobre el tema (2001; edición original en inglés de 1990), y Tutankhamón: vida y muerte de un rey niño de Christine El Mahdy (2002; edición original inglesa de 1996). Y mencionaba también Vida y muerte de un faraón. Tutankhamen de Christiane Desroches Noblecourt (1989; edición original inglesa de 1963), editado por primera vez en castellano por la editorial Noguer en 1964. Y hete aquí que Editorial Confluencias rescata el libro de Mme. Desroches Noblecourt, bajo el título Tutankamón. Vida y muerte de un faraón, en una excelente y muy visual edición, y con la exquisita traducción de José Miguel Parra, destacado egiptólogo español.

Christiane Desroches Noblecourt a los 24 años, en una tumba
cercana al Valle de los Reyes (1938).
Mucho ha llovido desde la publicación del libro de Desroches Noblecourt (1913-2011) y el lector tiene que tenerlo claro cuando coge este libro, lo hojea y se plantea comprarlo. Si es por esto último, hágame caso y cómprelo, porque disfrutará de un libro deliciosamente escrito (y traducido, reitero), con una enorme cantidad de imágenes e ilustraciones que acompañan el texto y con la calidad de un libro que trata la figura y la época de Tutankhamón. Por otro lado, respecto a que las tesis de la autora están superadas en algunos casos, como, por ejemplo, asumir que Tutankhamón era hijo de Amenhotep III y la reina Tiyi, y a su vez hermano del faraón-hereje Akhenatón, o que había evidencias epigráficas sobre el misterioso Esmenkharé en tumbas pertenecientes a monarcas del período amarniano, el lector tiene a su disposición las jugosas notas de Parra al final del volumen; notas explicativas y aclaratorias que ponen al lector en antecedentes sobre algunas cuestiones, así como el adenda bibliográfico actualizado que el traductor añade en la bibliografía final. Y además tiene a su disposición libros como Akhenatón. El primer faraón monoteísta de la historia de Dimitri Laboury (La Esfera de los Libros, 2012) o Akhenatón, el falso profeta de Egipto de Nicholas Reeves (Oberón, 2004), para este faraón y la cuestión amarniana. Por tanto, ¿por qué optar por el libro de la egiptóloga francesa? Pues por el propio desarrollo del libro, que ya viene en el subtítulo: vida y muerte de un faraón.

Howard Carter examinando el sepulcro de Tuatankhamón.
Como ya hiciera en otras obras –Ramsés II: La verdadera historia (Destino, 1998) o Hatshepsut. La reina misteriosa (Edhasa, 2005), por citar dos libros biográficos sobre faraones egipcios–, la egiptóloga francesa aporta un numeroso aparato visual y lo utiliza como hilo de sus argumentaciones. Y para explicar la vida de Tutankhamón echa mano de los restos encontrados por Carter en su tumba, así como en otras tumbas del Valle de los Reyes y en otros yacimientos egipcios, y construye la biografía del personaje en función de lo que sabemos de él y de la imagen que ha quedado en las paredes de templos y en mobiliario diverso. De hecho, se rastrean los datos de la vida de un personaje que murió con apenas diecinueve o veinte años (según el análisis forense de la momia hallada) y en las diversas estelas y decoraciones pictóricas diseminadas por todo el Alto Egipto. Desroches Noblecourt sigue la pista de los templos restaurados tras la herejía amarniana y el retorno de la preponderancia de Amón (y otras deidades) gracias al tour que el faraón realizó siendo apenas un niño y que es posible documentar visualmente. Restauraciones religiosas que se apropiarían sucesores como Horemheb o Ramsés II, borrando incluso el nombre de Tutankhamón, Akhenatón, Esmenkharé (¿existió?) o Ay de los muros y estelas. Al mismo tiempo, la autora reconstruye esa vida del rey-niño situándola en su propia época, en el contexto del Egipto del Reino Nuevo, de los egipcios de la época, de sus intereses, pasiones, gustos y oficios; Tutankhamón fue un egipcio más, con un carácter divino, pero un hombre que vivió en un medio determinado y es posible establecer qué le gustaba, interesaba o entretenía a partir de la cultura material conservada en su tumba (una mina de información) o de los poblados de obreros y artesanos en el Valle de los Reyes, o en los pueblos y ciudades situados en la orilla del Nilo.

Plano de la tumba de Tutankhamón en el Valle de los Reyes.

Y también está la muerte. Los sepulcros y ataúdes, la momia, los bienes, joyas y tesoros, y los frescos de las paredes, acumulados en la tumba nos hablan de la otra vida tras el deceso del faraón. Si en capítulos precedentes la autora describe con detalle los elementos hallados en la tumba y que nos permiten conocer cómo fue Tutankhamón vivo, el protegido de Amón, en los dos capítulos finales se describe los elementos que nos permiten comprender cómo se preparó el cadáver para la vida en el reino de Osiris. Así, Desroches Noblecourt reconstruye la momificación del cuerpo, el ceremonial religioso que se realizaría a los setenta días del fallecimiento, la apertura de la boca por quien sería su sucesor (el «padre divino», su abuelo Ay) y todo el imaginario relacionado con el viaje a la otra vida, en compañía de Osiris, y en el imaginario sobre la propia muerte que la civilización egipcia desarrolló durante milenios. De este modo, el libro trasciende el elemento biográfico y nos acerca a los dos puntales esenciales de la concepción divina del faraón, la vida y la muerte, íntimamente relacionados.

El resultado es un apasionante viaje a una época (la segunda mitad del siglo XIV a.C., grosso modo), a los enigmas que siguen rodeando a los últimos faraones de la Dinastía XVIII: cómo no, a Akhenatón, el rey-hereje y su familia, a mujeres como Nefertiti (que según teorías más actuales asumiría el rol de faraón como el misterioso Esmenkharé), la reina Tiyi, el «padre divino» Ay, los servidores principales del rey en Tebas o en Nubia (el virrey Huy, por ejemplo); e incluso a las problemáticas relaciones internaciones de este período, aparentemente dejadas a un lado por los faraones amarnianos, pero que en realidad fueron intensas (y que Laboury trata en su libro, por ejemplo), con un Egipto acosado por la agresiva política expansiva de Hatti y por el desconcierto en las ciudades cananeas. Con su pluma elegante, a su vez, la autora francesa nos acerca a cuestiones como el saqueo de las tumbas reales ya en época de los Ramésidas, o el relato de las excavaciones que dieron lugar a uno de los descubrimientos más importantes de la arqueología. En definitiva, un libro que hay que leer con cierta precaución y que se debe disfrutar como una apasionante monografía sobre el Egipto de hace tres milenios y medio.

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