En el inicio de la reseña de El heredero de Tartessos comentaba que a menudo tenemos una imagen “apriorizada” de
Roma como conquistadora, sí, pero especialmente como luz de la
civilización y creadora de una identidad allá donde pasa, de modo que su
sello distintivo no es tanto la conquista de un territorio sino el
legado que deja en todo aquello relacionado con la romanización. De
manera similar, se puede argüir el peso de la influencia cartaginesa en
la creación de un imaginario colectivo o, para el caso que nos toca, de
un modelo de civilización alternativo al romano. En el fondo no dejan de
ser constructos historiográficos, a partir de exempla que las fuentes
del período (mejor dicho, posteriores a los acontecimientos) perfilan,
crean y fijan en ese imaginario colectivo (la perfidia plus quam punica,
por ejemplo). De modo que surge la idea de una Cartago, o Qart Hadasht,
para no asumir necesariamente el punto de vista “romano”, que trataba
de expandirse en Hispania –Ispania, para ellos– mediante el comercio y
la explotación de los recursos naturales de Iberia –si asumimos el punto
de vista local–, política que los bárcidas, desde la llegada de Amílcar
en el año 237 a.C-, modificarían para crear un imperio nuevo en una
península de la que apenas controlaban el sur y algunas factorías
estratégicas en el interior. Un modelo de imperialismo púnico que
llevaría a los bárcidas (¿con la aquiescencia del gobierno y las élites
de la Qart Hadasht en África?) a controlar de facto el territorio
peninsular allende el Betis, a poner orden en la maraña de pueblos
iberos, a establecer un protectorado de nombre, a fundar una nueva
capital en Ispania (otra Qart Hadasht) y a, incluso, prepararse para un
nuevo enfrentamiento con Roma… que había de llegar. O esa idea sigue
reiterándose en ese imaginario colectivo.
Arturo Gonzalo Aizpiri (n. 1963). |
Personalmente me muestro remiso a esa idea de que la guerra contra
Roma era inevitable… e inaplazable. Del mismo modo que asumimos que la
Segunda Guerra Mundial era consecuencia inmediata de la Primera (como en
muchos aspectos así era), tendemos a veces con analogías parecidas y
damos por sentado que la derrota púnica en la “Primera Guerra Romana” (o
Primera Guerra Púnica para los romanos) necesariamente tenía que dar
paso a un nuevo conflicto. No podemos más que interpretar la política de
Amílcar y su yerno Asdrúbal entre los años 237-221 a.C., basada en la
expansión y la negociación, respectivamente (constructos
historiográficos, decía…) en la península Ibérica como causa de fondo,
además del resentimiento del primero y el odio que inculcaría en Aníbal.
Las principales fuentes que tenemos son o dos siglos posteriores (Tito
Livio) y con un tono propagandístico al servicio de un nuevo régimen (el
Principado augústeo), o son fragmentarias (Polibio), y parcialmente al
servicio del enaltecimiento de un sector determinado de la sociedad
romana (los Escipiones); o incluso han desaparecido y de ellas apenas
nos han llegado fragmentos en otros autores (Plutarco, por ejemplo). Sea
como fuere, que Asdrúbal negociara con una embajada romana los límites
de la influencia púnica en la península Ibérica (¿el Ebro? ¿el Júcar?)
no necesariamente significa el reconocimiento de una tregua no escrita
entre púnicos y romanos, con Iberia como tablero de ajedrez. Solemos
darle importancia al asedio y toma de Arse-Sagunto por Aníbal como mecha
de la guerra entre unos y otros, y quizá la causa de la Segunda Guerra
Púnica esté en otros factores. El fundamental es la política bárcida, en
no pocos aspectos ajena a la de la metrópoli púnica. Una política de
corte helenístico en la península, basada en una propaganda que
enaltecía al líder de los bárcidas casi al punto de considerársele un
monarca, y no el virrey que desde Qart Hadasht se pensaba que era.
Asdrúbal fundó la Qart Hadasht ibera, se casó con una princesa ibera
(aun estando casado, ¿o ya no?, con Sofonisba, la hija Amílcar), elaboró un
programa de propaganda personal e incluso se pudo plantear la
posibilidad del nacimiento de un hijo, heredero de púnicos e iberos, que
sería el símbolo del programa monárquico en Iberia… y la creación de un
nuevo actor en el panorama estratégico del Mediterráneo occidental. Un
nuevo Estado en medio de dos firmes rivales como Qart Hadasht y Roma.
No se impaciente el lector, esta es la reseña de El cáliz de Melqart de Arturo Gonzalo Aizpiri (Ediciones Evohé, 2014), la continuación de El heredero de Tartessos y la confirmación de que el autor –Arturo, vuelvo a llamarlo por su nombre– se ha consolidado como un escritor de talento… pues lo ha logrado. Si me he entretenido en los dos párrafos anteriores en tratar de dilucidar qué hay tras la política bárcida en la península Ibérica y en la figura de Asdrúbal… es porque de un modo u otro son elementos que subyacen en la novela de Arturo. Elementos que forman parte de una trama compleja en cuanto a la variedad de personajes, la sucesión de subtramas, así como de escenarios “visitados”, de manera que esta segunda novela se erige en un riquísimo tapiz que atrapa al lector prácticamente desde el principio. Novela ambiciosa por su propia construcción… y que no voy a destapar (leedla, leedla), destacando no obstante el salto hacia adelante que ha realizado Arturo desde su primer libro. Porque Arturo elabora un complejo escenario, con personajes que se mueven de la nueva capital púnica a la Hélike oretana que ya desafiara a Amílcar unos años atrás, de Gadir a la desembocadura del Miño, de las ciudades oretanas al territorio “celtíbero”, y todo en pos del cáliz de oro que da título a la novela y que simboliza la herencia tartesia (de la anterior novela) y a la idea de una legitimidad política en toda Iberia… y que constituye un precioso premio para quien lo consiga (llámese Asdrúbal, por ejemplo). Nos situamos en esta ocasión en el 221 a.C., ocho años después de los acontecimientos de El heredero de Tartessos, y con unos personajes que siguen muy vinculados a aquellos sucesos vividos en dicho texto: Orissón y su familia en Hélike, Aníbal y los suyos en Qart Hadasht, esencialmente. Temores y odios a partes iguales: los primeros por la política expansiva púnica, que significaría la sumisión de todos los pueblos iberos al dominio de los bárcidas; y los segundos, especialmente Aníbal y su hermana Sofonisba, por el rencor a quienes causaron la muerte de Amílcar y con el deseo de destruir Hélike de una vez por todas. Quizá en medio de las dos posturas surge Asdrúbal, líder (¿indiscutible?) de los púnicos en la península, conductor de una política alternativa a la de Amílcar, persiguiendo un proyecto que le llevaría a ser el hombre fuerte en Ispania, quien aglutinaría la alianza con los pueblos iberos, quien podría ser incluso rey.
No se impaciente el lector, esta es la reseña de El cáliz de Melqart de Arturo Gonzalo Aizpiri (Ediciones Evohé, 2014), la continuación de El heredero de Tartessos y la confirmación de que el autor –Arturo, vuelvo a llamarlo por su nombre– se ha consolidado como un escritor de talento… pues lo ha logrado. Si me he entretenido en los dos párrafos anteriores en tratar de dilucidar qué hay tras la política bárcida en la península Ibérica y en la figura de Asdrúbal… es porque de un modo u otro son elementos que subyacen en la novela de Arturo. Elementos que forman parte de una trama compleja en cuanto a la variedad de personajes, la sucesión de subtramas, así como de escenarios “visitados”, de manera que esta segunda novela se erige en un riquísimo tapiz que atrapa al lector prácticamente desde el principio. Novela ambiciosa por su propia construcción… y que no voy a destapar (leedla, leedla), destacando no obstante el salto hacia adelante que ha realizado Arturo desde su primer libro. Porque Arturo elabora un complejo escenario, con personajes que se mueven de la nueva capital púnica a la Hélike oretana que ya desafiara a Amílcar unos años atrás, de Gadir a la desembocadura del Miño, de las ciudades oretanas al territorio “celtíbero”, y todo en pos del cáliz de oro que da título a la novela y que simboliza la herencia tartesia (de la anterior novela) y a la idea de una legitimidad política en toda Iberia… y que constituye un precioso premio para quien lo consiga (llámese Asdrúbal, por ejemplo). Nos situamos en esta ocasión en el 221 a.C., ocho años después de los acontecimientos de El heredero de Tartessos, y con unos personajes que siguen muy vinculados a aquellos sucesos vividos en dicho texto: Orissón y su familia en Hélike, Aníbal y los suyos en Qart Hadasht, esencialmente. Temores y odios a partes iguales: los primeros por la política expansiva púnica, que significaría la sumisión de todos los pueblos iberos al dominio de los bárcidas; y los segundos, especialmente Aníbal y su hermana Sofonisba, por el rencor a quienes causaron la muerte de Amílcar y con el deseo de destruir Hélike de una vez por todas. Quizá en medio de las dos posturas surge Asdrúbal, líder (¿indiscutible?) de los púnicos en la península, conductor de una política alternativa a la de Amílcar, persiguiendo un proyecto que le llevaría a ser el hombre fuerte en Ispania, quien aglutinaría la alianza con los pueblos iberos, quien podría ser incluso rey.
Arturo dosifica la acción, (re)sitúa paulatinamente a los personajes
sobre el tablero, vuelve a plantear las opciones en juego y lleva al
lector de un lado a otro sin que se pierda. Cada lector encontrará
aquellos alicientes que puedan interesarle más, de la intriga política a
los combates a espada, de la novela de aventuras al juego de voces
narrativas. Incluso nos aproximamos a la influencia de la cultura
helenística entre los pueblos (las élites, de hecho) iberas, y es quizá
uno de los aspectos más interesantes de la novela. Receptores de la
tecnología fenicia y púnica, así como deudores del contacto con los
colonos griegos, tendemos a ver a los pueblos iberos como simples
transmisores de materias primas y continuadores de una cierta
orientalización en cuanto a la cultura material, ya desde la fundación
de Gadir y los contactos entre colonizadores y tartesios. Arturo nos
obliga a poner atención ante la idea de una influencia cultural
helenística entre los iberos, de modo que la literatura griega llega
también a ellos, caso de las tragedias que Argonio, el hijo de Orissón,
lee y comenta en diversos momentos. De este modo se perfila un escenario
cultural que atraviesa todo el Mediterráneo, autopista de conocimiento,
llegando a esos pueblos iberos que no sólo tomarían los elementos
tecnológicos de los foráneos.
Todo ello cabe en El cáliz de Melqart, incluso los aspectos no tan positivos y que (me temo) caen en la subjetividad personal: en mi caso, algunos diálogos forzados (y la redundancia de algunos nombres cuando no es necesario), un tono casi cinematográfico en algunas secuencias o la propia complejidad lectora (y sonora) de esos nombres iberos y púnicos (tan acostumbrado a la sencillez de la nomenclatura romana, ¿verdad?). Pero supongo que se trata de manías personales como lector… y ya se sabe que lectores hay tantos como libros. Lo cierto es, sin embargo, que esta no es sólo la segunda novela de un autor: es la confirmación de que estamos ante un escritor con talento y pasión. Talento en cuanto a la compleja construcción de un texto y pasión ante el amor por la historia y la propia escritura. Elementos ambos que destacan muy por encima de las imperfecciones que el lector pueda encontrar y que demuestran que Arturo Gonzalo Aizpiri es un novelista del que queremos leer más. Y pronto.
Todo ello cabe en El cáliz de Melqart, incluso los aspectos no tan positivos y que (me temo) caen en la subjetividad personal: en mi caso, algunos diálogos forzados (y la redundancia de algunos nombres cuando no es necesario), un tono casi cinematográfico en algunas secuencias o la propia complejidad lectora (y sonora) de esos nombres iberos y púnicos (tan acostumbrado a la sencillez de la nomenclatura romana, ¿verdad?). Pero supongo que se trata de manías personales como lector… y ya se sabe que lectores hay tantos como libros. Lo cierto es, sin embargo, que esta no es sólo la segunda novela de un autor: es la confirmación de que estamos ante un escritor con talento y pasión. Talento en cuanto a la compleja construcción de un texto y pasión ante el amor por la historia y la propia escritura. Elementos ambos que destacan muy por encima de las imperfecciones que el lector pueda encontrar y que demuestran que Arturo Gonzalo Aizpiri es un novelista del que queremos leer más. Y pronto.
Buena reseña... No me imaginaba otra cosa del libro de Arturo. Lo tendré que colar para leerlo pronto, ya que me apetece mucho retomar esa Iberia o Hispania de la que trata el libro. Me alegro que Arturo se nos muestre como un escritor en alza, se lo merece.
ResponderEliminarNo, no podíamos esperar otra cosa. Tiene sus cosillas a revisar también (como todas) pero el resultado es muy bueno.
ResponderEliminarMil gracias por la reseña, Óscar/Farsalia, ya sabes cómo valoro tu opinión. Me encanta cómo has introducido el contexto de las versiones historiográficas de aquella época y las consideraciones que haces sobre el helenismo en los pueblos de la península. Agradezco las valoraciones positivas y más aún los aspectos a mejorar. A ver sí tenemos ocasión un día de repasar con mas detallé las cosas que más te chirrían. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Gracias a ti por la novela, Arturo! Cuenta con esa charla cuando podamos los dos.
ResponderEliminarExcelente reseña! Espero escuchar al autor pronto en Valencia, ya que no puede al final quedarme para ver su intervención en el encuentro hislibreño.
ResponderEliminarA ver si hay tour de presentaciones...
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