14 de mayo de 2014

Garrett Walker o el rey desnudo en House of Cards

Quizá uno de los aspectos más interesantes de la segunda temporada de House of Cards –o, mejor dicho, la segunda parte de la primera, pues en realidad es una macrotemporada de 26 episodios dividida en dos tandas– sea la mirada sobre la presidencia de Garrett Walker (Michel Gill). La serie de Beau Willimon, remake USA de la serie británica de los primeros años 90 (y a su vez basada en las novelas de Michael Dobbs), tiene a Frank Underwood (Kevin Spacey) como protagonista prácticamente omnipresente, con esa pose a lo Ricardo III dirigiéndose al espectador, rompiendo la cuarta a la pared y permitiendo que conozcamos de primera mano qué piensa en cada momento; una idea que ya era presente en la serie británica y en la que Ian Richardson tenía una presencia escénica más intensa aún que la de Spacey. Lo interesante de la versión estadounidense es la apertura del objetivo hacia otros personajes y situaciones, de manera lógica, por otro lado: la omnipresencia del primer ministro en el Reino Unido y del nº 10 de Downing Street como centro de poder, en muchas ocasiones por delante del Parlamento de Westminster, es relativa en el caso norteamericano por el propio funcionamiento de la vida política, con un Capitolio (Cámara de Representantes y Senado) que ejerce un contrapeso efectivo a la acción ejecutiva de la Casa Blanca… hasta el punto de que el obstruccionismo de proyectos de leyes es algo habitual en el Congreso, frustrando los programas de los presidentes y estableciéndose una lucha feroz en la que los líderes de la mayoría (republicana o demócrata) parlamentaria deben sacar los machetes y desbrozar su camino con toda la fuerza de la que sean capaces. Algo a lo que Underwood, el House Majority Whip de la primera temporada (y durante varias legislaturas) está más que acostumbrado… aunque en la segunda, al alcanzar el cargo de vicepresidente, delegará con resultados desiguales para sus propias ambiciones… y la Administración Walker.

Ver House of Cards como una lección constante de política estadounidense de verdad, de la que se desarrolla en el Congreso, es una opción. Una guerra sin cuartel en la que el Whip trabaja desde su despacho, en plenas trincheras: es interesante ver el despacho de Underwood, después de Jackie Sharp (Molly Parker), con esos planos en los que se destaca el plafón en la pared con la distribución de congresistas y senadores, moviéndose las piezas como su fuera un tablero de ajedrez. Siendo el vicepresidente de los Estados Unidos, un cargo que suele verse como una figura institucional vacía de poder, que casi exclusivamente preside el Congreso en ocasiones especiales (o en votaciones muy importantes y disputadas), y que sólo espera que pase una cosa –que el presidente muera o abandone el cargo por motivos de fuerza mayor–, en la segunda temporada (o tanda de episodios) hemos visto a Underwood entre dos espacios: el Congreso, donde su influencia sigue estando muy presente –a fin de cuentas, Walker lo eligió para tener un cierto control de la doble cámara parlamentaria–, y en la Casa Blanca, aunque nunca como una figura establecida como tal, nunca bien recibida y siempre con el temor y la suspicacia… elementos que han caracterizado a Garrett Walker.

Yes, Mr. President...
Resulta inevitable ver al presidente Walker como una figura extrañamente solitaria en esta segunda temporada. Solitaria por la propia naturaleza del cargo, pero exacerbada en la serie por la propia psique de Walker: un personaje que calla más que habla, que escucha más que piensa, que tiene a Linda Vásquez (Sakina Jaffrey), su jefa de Gabinete, como única persona cercana a la que escuchar y consultar… además del multimillonario Raymond Tusk (Gerald McRaney), el hombre que de un modo u otro le aupó a la presidencia, que siempre la da consejos, que ejerce una enorme influencia en Walker… y que deviene la némesis de Underwood, la figura que debe constantemente burlar, puentear e incluso derribar para poder ejercer su propia influencia (y manipulación) en Walker. Linda, Tusk y Underwood manipulan a Walker, cada uno a su manera: aséptica y consciente de su posición subordinada en el caso de Linda; abusando de la amistad de varias décadas y del peso que tienen sus consejos según Tusk; y echando la carne en el asador y buscando subterfugios en el caso de Underwood. El espectador percibe que la relación entre presidente y vicepresidente no es cómoda, forzada por las circunstancias que bajo mano ha manejado Underwood y con la frágil alianza de éste con Tusk, que a finales de la primera temporada convencía al presidente de designar a Frank para el cargo… sabiendo que era una apuesta arriesgada y en cierto modo envenenada.

Walker ha aparecido en la segunda temporada como un personaje aislado en la Casa Blanca, siempre dependiente de los informes que le traían sus colaboradores (Linda), del control que Underwood podía ejercer sobre el Congreso (en persona o a través de Jackie Sharp, que a medida que avanza la serie desarrolla su propia agenda, política y personal) y de la recepción de su inexistente programa de gobierno en los medios de comunicación. Es hasta tal punto preocupante el hecho de que la Administración Walker esté en un punto muerto que el propio Underwwod, a mitad de temporada, le recuerda a Walker que convendría presentar algún proyecto de ley –de la primera temporada el espectador recuerda una ley sobre educación–, pues se acercan las Mid Terms (las mal llamadas elecciones legislativas desde este lado del charco) y, con una Cámara de Representantes en manos demócratas pero un Senado bajo control republicano, el electorado puede darle la espalda al presidente. El hecho de que la relación de Walker y Underwood se module desde la fría cortesía institucional del principio y la creciente impaciencia del presidente ante los fracasos del vicepresidente para controlar el Congreso –la razón por la que fue escogido para la vicepresidencia–, a la cierta conexión personal de ambos hombres –jugando un rol especial la primera y la segunda dama, que colaboran en algunos proyectos en común– y una frágil pero en ocasiones cálida amistad, nos acerca a la propia personalidad de Walker. Para Underwood estar cerca del presidente es esencial –como lo es que la Mano del Rey controle al Rey de Poniente en Game of Thrones, o lo hicieran los cortesanos más cercanos a los reyes medievales de época medieval y moderna–, pues del contacto cercano emana la aceptación de la figura del vicepresidente como algo más que un florero institucional: la ambición de Underwood es diáfana, demasiado incluso para sus enemigos (Tusk, sobre todo), y por tanto su cercanía al presidente es fuente de disputas y base de su poder real.

The Third Man...

Walker deviene una figura trágica en algunos aspectos: sin controlar su destino, consciente de la majestad que desprende su cargo, protege su intimidad de manera absoluta, percibiendo que puede ser causa de problemas que afecten a su propia condición presidencial. De ahí su distancia con quienes le rodean, escuchando sólo a un grupo reducido de colaboradores y consejeros, cambiando caprichosamente de agenda cuando percibe que los medios de comunicación le ponen en el ojo del huracán y dejándose manipular, inconscientemente, por ese mismo grupo cerrado y minoritario. Sin un rumbo claro, la Administración Walker se mece en las turbulencias de un conflicto comercial y estratégico con China, que Tusk y Underwood utilizan para sus propios fines (económico el primero, político el segundo), yendo en ocasiones a la deriva. Walker parece tener en mente el cuento El traje nuevo del emperador de Hans Christian Andersen y teme que constantemente alguien diga «¡el rey está desnudo!»… y así sucede. Su imagen no puede ser más distinta de otros presidentes que han aparecido en series de televisión, siendo el contrapunto más claro Jed Bartlet (Martin Sheen) en El ala oeste de la Casa Blanca. Bartlet es alguien muy consciente de su condición y del aura intelectual que desprende (dos doctorados, un Premio Nobel de Economía), y se rodea de un equipo del que saca el mejor partido posible, con Leo McGarry (John Spencer) al frente. Bartlet no se limita a escuchar, como Walker, sino que es activo y echa mano de las herramientas institucionales que le da el cargo. Recordaremos que en un episodio de la 5ª temporada (“Shutdown”) y ante el obstruccionismo de un Congreso en manos republicanas, Bartlet se ve forzado a echar el cierre a la Administración y enviar a cientos de miles de funcionarios federales a sus casas; sólo una posición de fuerza institucional, como es ir caminando desde la Casa Blanca al Capitolio para hablar con el House Majority Whip, en una secuencia de enorme significado simbólico, destensa la situación, ganándose así el apoyo de la ciudadanía que le ve caminar por las calles de Washington y forzando a los republicanos a dialogar y (más disimuladamente) a acudir al Despacho Oval. No encontramos en Walker un ejemplo similar: siempre agazapado en la Casa Blanca, viendo los informativos y rodeado de los que considera sus colaboradores más cercanos (y no son muchos), Walker se enfrentará en la tanda final de episodios a una comisión de investigación que se ha visto forzado a designar, exponiendo sus problemas matrimoniales a la opinión pública (algo que le horroriza) y finalmente teniendo que tirar la toalla cuando se le hace creer que su colaborador más íntimo (Tusk) le ha abandonado… e incluso traicionado. Underwood se juega el todo por el todo con una carta (escrita con una máquina de escribir Underwood), en la que se desnuda interiormente (hasta cierto punto, claro está) y que deviene una jugada ganadora.

Garrett Walker es uno de los presidentes más frágiles que hemos podido ver en la ficción serial actual (dejemos a un lado la sucesión caótica de presidentes en 24) y una evidencia de los problemas estructurales de la democracia estadounidense en cuanto a las instituciones: ¿hasta dónde llega el poder ejecutivo del Despacho Oval? ¿Qué capacidades puede demostrar un presidente cuando el obstruccionismo parlamentario no es excepcional sino el día a día de su agenda política? ¿Cómo gobernar cuando la gobernación es un escenario de segundo orden en el panorama político de Washington D.C.? Con sus carencias argumentales (que las tiene; o más bien diría que su dependencia de la serie británica le acaba pasando factura), House of Cards nos muestra diversas lecciones políticas. El destino de Garret Walker es su incapacidad para evitar que se publique en primera plana «¡el rey está desnudo!».

PS: ¿es House of Cards una serie finita? ¿Cuántas temporadas más puede soportar? 

PS 2: la tercera temporada del original británico se inició con la muerte de Margaret Thatcher... 18 años antes de su muerte real. Hubo polémica en 1995, hasta el punto de que Michael Dobbs exigió que su nombre no apareciera en los títulos de crédito. ¿Se atreverá Beau Willimon a plantear algo similar en próximas temporadas de la versión estadounidense?

2 comentarios:

  1. Me imagino que el personaje de la prostitura huída al final de la 2ª temporada, será clave en la 3ª, pudiendo perfectamente terminar con la imputación de Frank en el asesinato de la periodista en la 1ª. Muy buena reseña, desde un punto de vista muy Shackespiriano. Enhorabuena Far.

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  2. Bueno, no es una reseña propiamente, pero eran ideas que tenía en la cabeza desde hace semanas.

    La trama de la prostituta me ha parecido alargada en exceso. Ayer comentaba con una profesora de comunicación audiovisual de Madrid, en un curso de series, que parecía como si le dieran más cancha para llenar aquellos espacios en los que Kevin Spacey no aparecía tanto... dándole demasiado cancha. Veremos si el personaje regresa en la tercera temporada (¿la tendremos en 2015? Spacey tiene bastantes compromisos...). De hecho, aunque hay diferencias con el original británico, hay una cierta idea de por dónde irán los tiros... aunque la riqueza de matices de la versión estadounidense le da un rumbo propio. Lo malo es que la "hoja de ruta" es la que es y con un desarrollo que, inevitablemente, da para lo que da... y llega adónde llega. Por eso me pregunto si esta no es una serie con una longitud de temporadas no muy larga... o así debería ser.

    ¿Saludos!

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