Quizá uno de los aspectos más interesantes de la
segunda temporada de House of Cards –o, mejor dicho, la segunda parte de
la primera, pues en realidad es una macrotemporada de 26 episodios
dividida en dos tandas– sea la mirada sobre la presidencia de Garrett
Walker (Michel Gill). La serie de Beau Willimon, remake USA de la serie
británica de los primeros años 90 (y a su vez basada en las novelas de
Michael Dobbs), tiene a Frank Underwood (Kevin Spacey) como protagonista
prácticamente omnipresente, con esa pose a lo Ricardo III dirigiéndose
al espectador, rompiendo la cuarta a la pared y permitiendo que
conozcamos de primera mano qué piensa en cada momento; una idea que ya
era presente en la serie británica y en la que Ian Richardson tenía una
presencia escénica más intensa aún que la de Spacey. Lo interesante de
la versión estadounidense es la apertura del objetivo hacia otros
personajes y situaciones, de manera lógica, por otro lado: la
omnipresencia del primer ministro en el Reino Unido y del nº 10 de Downing Street
como centro de poder, en muchas ocasiones por delante del Parlamento de
Westminster, es relativa en el caso norteamericano por el propio
funcionamiento de la vida política, con un Capitolio (Cámara de
Representantes y Senado) que ejerce un contrapeso efectivo a la acción
ejecutiva de la Casa Blanca… hasta el punto de que el obstruccionismo de
proyectos de leyes es algo habitual en el Congreso, frustrando los
programas de los presidentes y estableciéndose una lucha feroz en la que
los líderes de la mayoría (republicana o demócrata) parlamentaria deben
sacar los machetes y desbrozar su camino con toda la fuerza de la que
sean capaces. Algo a lo que Underwood, el House Majority Whip de la
primera temporada (y durante varias legislaturas) está más que
acostumbrado… aunque en la segunda, al alcanzar el cargo de
vicepresidente, delegará con resultados desiguales para sus propias
ambiciones… y la Administración Walker.
Ver House of Cards como una lección constante de política
estadounidense de verdad, de la que se desarrolla en el Congreso, es una
opción. Una guerra sin cuartel en la que el Whip trabaja desde su
despacho, en plenas trincheras: es interesante ver el despacho de
Underwood, después de Jackie Sharp (Molly Parker), con esos planos en
los que se destaca el plafón en la pared con la distribución de
congresistas y senadores, moviéndose las piezas como su fuera un tablero
de ajedrez. Siendo el vicepresidente de los Estados Unidos, un cargo
que suele verse como una figura institucional vacía de poder, que casi
exclusivamente preside el Congreso en ocasiones especiales (o en
votaciones muy importantes y disputadas), y que sólo espera que pase una
cosa –que el presidente muera o abandone el cargo por motivos de fuerza
mayor–, en la segunda temporada (o tanda de episodios) hemos visto a
Underwood entre dos espacios: el Congreso, donde su influencia sigue
estando muy presente –a fin de cuentas, Walker lo eligió para tener un
cierto control de la doble cámara parlamentaria–, y en la Casa Blanca,
aunque nunca como una figura establecida como tal, nunca bien recibida y
siempre con el temor y la suspicacia… elementos que han caracterizado a
Garrett Walker.
Yes, Mr. President... |
Resulta inevitable ver al presidente Walker como una figura
extrañamente solitaria en esta segunda temporada. Solitaria por la
propia naturaleza del cargo, pero exacerbada en la serie por la propia
psique de Walker: un personaje que calla más que habla, que escucha más
que piensa, que tiene a Linda Vásquez (Sakina Jaffrey), su jefa de
Gabinete, como única persona cercana a la que escuchar y consultar…
además del multimillonario Raymond Tusk (Gerald McRaney), el hombre que
de un modo u otro le aupó a la presidencia, que siempre la da consejos,
que ejerce una enorme influencia en Walker… y que deviene la némesis de
Underwood, la figura que debe constantemente burlar, puentear e incluso
derribar para poder ejercer su propia influencia (y manipulación) en
Walker. Linda, Tusk y Underwood manipulan a Walker, cada uno a su
manera: aséptica y consciente de su posición subordinada en el caso de
Linda; abusando de la amistad de varias décadas y del peso que tienen
sus consejos según Tusk; y echando la carne en el asador y buscando
subterfugios en el caso de Underwood. El espectador percibe que la
relación entre presidente y vicepresidente no es cómoda, forzada por las
circunstancias que bajo mano ha manejado Underwood y con la frágil
alianza de éste con Tusk, que a finales de la primera temporada
convencía al presidente de designar a Frank para el cargo… sabiendo que
era una apuesta arriesgada y en cierto modo envenenada.
Walker ha aparecido en la segunda temporada como un personaje aislado en la Casa Blanca, siempre dependiente de los informes que le traían sus colaboradores (Linda), del control que Underwood podía ejercer sobre el Congreso (en persona o a través de Jackie Sharp, que a medida que avanza la serie desarrolla su propia agenda, política y personal) y de la recepción de su inexistente programa de gobierno en los medios de comunicación. Es hasta tal punto preocupante el hecho de que la Administración Walker esté en un punto muerto que el propio Underwwod, a mitad de temporada, le recuerda a Walker que convendría presentar algún proyecto de ley –de la primera temporada el espectador recuerda una ley sobre educación–, pues se acercan las Mid Terms (las mal llamadas elecciones legislativas desde este lado del charco) y, con una Cámara de Representantes en manos demócratas pero un Senado bajo control republicano, el electorado puede darle la espalda al presidente. El hecho de que la relación de Walker y Underwood se module desde la fría cortesía institucional del principio y la creciente impaciencia del presidente ante los fracasos del vicepresidente para controlar el Congreso –la razón por la que fue escogido para la vicepresidencia–, a la cierta conexión personal de ambos hombres –jugando un rol especial la primera y la segunda dama, que colaboran en algunos proyectos en común– y una frágil pero en ocasiones cálida amistad, nos acerca a la propia personalidad de Walker. Para Underwood estar cerca del presidente es esencial –como lo es que la Mano del Rey controle al Rey de Poniente en Game of Thrones, o lo hicieran los cortesanos más cercanos a los reyes medievales de época medieval y moderna–, pues del contacto cercano emana la aceptación de la figura del vicepresidente como algo más que un florero institucional: la ambición de Underwood es diáfana, demasiado incluso para sus enemigos (Tusk, sobre todo), y por tanto su cercanía al presidente es fuente de disputas y base de su poder real.
Walker ha aparecido en la segunda temporada como un personaje aislado en la Casa Blanca, siempre dependiente de los informes que le traían sus colaboradores (Linda), del control que Underwood podía ejercer sobre el Congreso (en persona o a través de Jackie Sharp, que a medida que avanza la serie desarrolla su propia agenda, política y personal) y de la recepción de su inexistente programa de gobierno en los medios de comunicación. Es hasta tal punto preocupante el hecho de que la Administración Walker esté en un punto muerto que el propio Underwwod, a mitad de temporada, le recuerda a Walker que convendría presentar algún proyecto de ley –de la primera temporada el espectador recuerda una ley sobre educación–, pues se acercan las Mid Terms (las mal llamadas elecciones legislativas desde este lado del charco) y, con una Cámara de Representantes en manos demócratas pero un Senado bajo control republicano, el electorado puede darle la espalda al presidente. El hecho de que la relación de Walker y Underwood se module desde la fría cortesía institucional del principio y la creciente impaciencia del presidente ante los fracasos del vicepresidente para controlar el Congreso –la razón por la que fue escogido para la vicepresidencia–, a la cierta conexión personal de ambos hombres –jugando un rol especial la primera y la segunda dama, que colaboran en algunos proyectos en común– y una frágil pero en ocasiones cálida amistad, nos acerca a la propia personalidad de Walker. Para Underwood estar cerca del presidente es esencial –como lo es que la Mano del Rey controle al Rey de Poniente en Game of Thrones, o lo hicieran los cortesanos más cercanos a los reyes medievales de época medieval y moderna–, pues del contacto cercano emana la aceptación de la figura del vicepresidente como algo más que un florero institucional: la ambición de Underwood es diáfana, demasiado incluso para sus enemigos (Tusk, sobre todo), y por tanto su cercanía al presidente es fuente de disputas y base de su poder real.
The Third Man... |
Walker deviene una figura trágica en algunos aspectos: sin controlar
su destino, consciente de la majestad que desprende su cargo, protege
su intimidad de manera absoluta, percibiendo que puede ser causa de
problemas que afecten a su propia condición presidencial. De ahí su
distancia con quienes le rodean, escuchando sólo a un grupo reducido de
colaboradores y consejeros, cambiando caprichosamente de agenda cuando
percibe que los medios de comunicación le ponen en el ojo del huracán y
dejándose manipular, inconscientemente, por ese mismo grupo cerrado y
minoritario. Sin un rumbo claro, la Administración Walker se mece en las
turbulencias de un conflicto comercial y estratégico con China, que
Tusk y Underwood utilizan para sus propios fines (económico el primero,
político el segundo), yendo en ocasiones a la deriva. Walker parece
tener en mente el cuento El traje nuevo del emperador de Hans Christian
Andersen y teme que constantemente alguien diga «¡el rey está desnudo!»…
y así sucede. Su imagen no puede ser más distinta de otros presidentes
que han aparecido en series de televisión, siendo el contrapunto más
claro Jed Bartlet (Martin Sheen) en El ala oeste de la Casa Blanca.
Bartlet es alguien muy consciente de su condición y del aura intelectual
que desprende (dos doctorados, un Premio Nobel de Economía), y se rodea
de un equipo del que saca el mejor partido posible, con Leo McGarry
(John Spencer) al frente. Bartlet no se limita a escuchar, como Walker,
sino que es activo y echa mano de las herramientas institucionales que
le da el cargo. Recordaremos que en un episodio de la 5ª temporada
(“Shutdown”) y ante el obstruccionismo de un Congreso en manos
republicanas, Bartlet se ve forzado a echar el cierre a la
Administración y enviar a cientos de miles de funcionarios federales a
sus casas; sólo una posición de fuerza institucional, como es ir
caminando desde la Casa Blanca al Capitolio para hablar con el House
Majority Whip, en una secuencia de enorme significado simbólico,
destensa la situación, ganándose así el apoyo de la ciudadanía que le ve
caminar por las calles de Washington y forzando a los republicanos a
dialogar y (más disimuladamente) a acudir al Despacho Oval. No encontramos
en Walker un ejemplo similar: siempre agazapado en la Casa Blanca,
viendo los informativos y rodeado de los que considera sus colaboradores
más cercanos (y no son muchos), Walker se enfrentará en la tanda final
de episodios a una comisión de investigación que se ha visto forzado a
designar, exponiendo sus problemas matrimoniales a la opinión pública
(algo que le horroriza) y finalmente teniendo que tirar la toalla cuando
se le hace creer que su colaborador más íntimo (Tusk) le ha abandonado…
e incluso traicionado. Underwood se juega el todo por el todo con una
carta (escrita con una máquina de escribir Underwood), en la que se
desnuda interiormente (hasta cierto punto, claro está) y que deviene una
jugada ganadora.
Garrett Walker es uno de los presidentes más frágiles que hemos podido ver en la ficción serial actual (dejemos a un lado la sucesión caótica de presidentes en 24) y una evidencia de los problemas estructurales de la democracia estadounidense en cuanto a las instituciones: ¿hasta dónde llega el poder ejecutivo del Despacho Oval? ¿Qué capacidades puede demostrar un presidente cuando el obstruccionismo parlamentario no es excepcional sino el día a día de su agenda política? ¿Cómo gobernar cuando la gobernación es un escenario de segundo orden en el panorama político de Washington D.C.? Con sus carencias argumentales (que las tiene; o más bien diría que su dependencia de la serie británica le acaba pasando factura), House of Cards nos muestra diversas lecciones políticas. El destino de Garret Walker es su incapacidad para evitar que se publique en primera plana «¡el rey está desnudo!».
PS: ¿es House of Cards una serie finita? ¿Cuántas temporadas más puede soportar?
Garrett Walker es uno de los presidentes más frágiles que hemos podido ver en la ficción serial actual (dejemos a un lado la sucesión caótica de presidentes en 24) y una evidencia de los problemas estructurales de la democracia estadounidense en cuanto a las instituciones: ¿hasta dónde llega el poder ejecutivo del Despacho Oval? ¿Qué capacidades puede demostrar un presidente cuando el obstruccionismo parlamentario no es excepcional sino el día a día de su agenda política? ¿Cómo gobernar cuando la gobernación es un escenario de segundo orden en el panorama político de Washington D.C.? Con sus carencias argumentales (que las tiene; o más bien diría que su dependencia de la serie británica le acaba pasando factura), House of Cards nos muestra diversas lecciones políticas. El destino de Garret Walker es su incapacidad para evitar que se publique en primera plana «¡el rey está desnudo!».
PS: ¿es House of Cards una serie finita? ¿Cuántas temporadas más puede soportar?
PS 2: la tercera temporada del original británico se inició con la muerte de Margaret Thatcher... 18 años antes de su muerte real. Hubo polémica en 1995, hasta el punto de que Michael Dobbs exigió que su nombre no apareciera en los títulos de crédito. ¿Se atreverá Beau Willimon a plantear algo similar en próximas temporadas de la versión estadounidense?
Me imagino que el personaje de la prostitura huída al final de la 2ª temporada, será clave en la 3ª, pudiendo perfectamente terminar con la imputación de Frank en el asesinato de la periodista en la 1ª. Muy buena reseña, desde un punto de vista muy Shackespiriano. Enhorabuena Far.
ResponderEliminarBueno, no es una reseña propiamente, pero eran ideas que tenía en la cabeza desde hace semanas.
ResponderEliminarLa trama de la prostituta me ha parecido alargada en exceso. Ayer comentaba con una profesora de comunicación audiovisual de Madrid, en un curso de series, que parecía como si le dieran más cancha para llenar aquellos espacios en los que Kevin Spacey no aparecía tanto... dándole demasiado cancha. Veremos si el personaje regresa en la tercera temporada (¿la tendremos en 2015? Spacey tiene bastantes compromisos...). De hecho, aunque hay diferencias con el original británico, hay una cierta idea de por dónde irán los tiros... aunque la riqueza de matices de la versión estadounidense le da un rumbo propio. Lo malo es que la "hoja de ruta" es la que es y con un desarrollo que, inevitablemente, da para lo que da... y llega adónde llega. Por eso me pregunto si esta no es una serie con una longitud de temporadas no muy larga... o así debería ser.
¿Saludos!