18 de mayo de 2014

Crítica de cine: 10.000 km, de Carlos Marques-Marcet

"Tú no quieres estar conmigo, quieres que yo esté contigo".

Esta es una historia de nuestro tiempo. Así ha definido el director Carlos Marques-Marcet a su película en la promoción de las últimas semanas, y lo reiteró en la sala de cine a la que acudí ayer por la tarde-noche, y en la que estaba presente junto a uno de los dos actores protagonistas, David Verdaguer (un plus para ir a una sala de cine: que el equipo de la película esté allí para poder charlar un rato sobre lo que acabamos de ver). Una película que en muchos sentidos no sería igual si no tuviera ese cuadro visual: el juego de pantallas en los ordenadores portátiles, la impronta de la tecnología para visualizar una relación a distancia. Hace años se habría hecho con cartas, después con el e-mail como elemento de comunicación; ahora podemos mantener esa relación vía Skype, pero ¿es posible que en una era tecnificada, con móviles de última generación y aplicaciones diversas, la distancia no sea el olvido? 10.000 km nos acerca a preguntas como esa y al mismo tiempo muestra la erosión de una pareja. Y todo en formato 2.0 (o incluso 3.0).

Ya con Her de Spike Jonze fabulamos con la idea de establecer una relación personal y afectiva con un programa informático. Pero la película de Marques-Marcet, que tiene algunas trazas autobiográficas, es eminentemente física a pesar de que los ordenadores portátiles y Skype marquen los tempos. Física de principio a fin, comenzando y terminando con un acto sexual, un "polvo" de pareja, aunque muy distinto el primero y el último por las consecuencias y las connotaciones que se perciben. Que la película de poco más de media hora se enmarque con un prólogo de 23 minutos en plano secuencia y se cierre con otro (no tan largo), debería ponernos en aviso que la parte central, la relación vía Skype, no esconde la necesidad de que los dos (y únicos) personajes en pantalla necesiten tocarse y sentirse "físicamente"; incluso en algunas de esas secuencias Skype se muestra la necesidad de que los personajes se huelan, toquen e incluso besen, aunque tenga que ser con una pantalla por medio. La tecnología, como es de prever, precisamente acentúa esa necesidad de que el contacto físico se produzca o se pueda realizar en cualquier momento.
 
La película nos cuenta la historia de una relación a distancia: Alex (Natalia Tena) consigue una beca para desarrollar un proyecto relacionado con la fotografía en Los Ángeles durante un año. Duda en aceptar, lo discute con su pareja Sergi (Verdaguer), pues la situación es compleja: tras varios años de vivir juntos han decidido tener un hijo, lo buscan y anhelan... ¿pero con la misma intensidad? Alex siente que esta oportunidad laboral es única y a la vez pueda ser la última posibilidad de encontrar ese trabajo que hasta ahora no ha podido realizar. Por su parte, Sergi persigue la estabilidad: un hijo (una hija es lo que quiere) sería el paso lógico en una relación de pareja, al mismo tiempo que estudia unas oposiciones mientras trabaja (presumiblemente) de profesor interino en un colegio. Son estados (y estadios) diferentes los de ambos: Alex busca el viaje, Sergi quiere quedarse. Los dos emprenderán ese viaje/residencia y será en el tramo central de la película, con la selección de días a lo largo de ese año, de modo que el espectador ve de primera mano como los dos personajes "viven" ese período de tiempo separados; y con diversos estados de ánimo: la soledad, el miedo a lo desconocido, la adaptación a la ausencia, el trauma de la separación "física", las dudas, los engaños de cada uno a su manera, las discusiones (ya sean vía Skype o por e-mail), las reconciliaciones, la forja de proyectos en común...
 
La película se engrandece por las actuaciones de los dos únicos actores y se modula a través de sus estados de ánimo. El director-guionista consigue situarnos en esa concatenación de pantallas y primeros plano de los dos personajes, y nos atrapa con una historia sencilla (y al mismo tiempo compleja: una relación en pareja) y habla tanto de ellos como de nosotros mismos, de nuestra percepción de los cambios de la sociedad actual (el peso de la crisis actual, la búsqueda de expectativas laborales en el extranjero, el hecho de que ambos personajes estén en la treintena y sientan que es hora de formar una familia estable). Visualmente la película resulta un ejercicio estimulante de reflexión sobre cómo los medios tecnológicos actuales afectan a nuestras vidas. Pero, en realidad, la película no deja de ser una pequeña historia, una reflexión acerca de las relaciones personales, la madurez y lo terriblemente solos que nos sentimos en un mundo cada vez menos físico.

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