1 de febrero de 2014

Crítica de cine: La Venus de las pieles, de Roman Polanski

La calle de una ciudad (podemos suponer que es París), bajo la lluvia y vacía, sin gente. La cámara se acerca a un teatro. Entra por la puerta principal. Un cartel ofrece audiciones en la puerta de entrada a la sala de butacas. Dentro, un hombre habla por teléfono, no está contento: las actrices que han venido para la audición no le convencen. No encuentra a la protagonista de su obra. En ese momento entra una mujer exuberante, vestida provocativamente y cargada con dos grandes bolsas de viaje. "Toc, toc". Ella es Vanda (Emmanuelle Seigner), una mujer descarada, vocinglera y de modos demasiado ruidosos para Thomas (Mathieu Amalric), el director y autor ("adaptador", remarca) de una obra de teatro basada en La Venus de las pieles, novela de Leopold von Sacher-Masoch, comúnmente conocido como quien dio nombre al masoquismo. Thomas ya se iba del teatro, hastiado de unas audiciones que no le han supuesto más que decepciones, pero la presencia arrolladora de Vanda, que solicita que se la escuche, le obliga a darle una oportunidad. Y cuando empieza la lectura de la obra y Vanda comienza a hablar, personificando a la perfección a la protagonista del texto, Thomas queda sorprendido ante la metamorfosis de quien parecía alguien vulgar y estridente...

Que Roman Polanski le ha cogido el gusto a las adaptaciones teatrales es un hecho tras Un dios salvaje, aunque lo suyo viene de lejos: de sus años jóvenes en Polonia, cuando participó en algunas obra de teatro. Que a sus 81 años (quién lo diría) busca hacer algo diferente tras la cámara es también un deseo que reitera en entrevistas promocionales. Algo que le divierta y suponga un reto como cineasta... y que al mismo tiempo sea un desafío para el espectador: un escenario, dos actores, una trama... y a ver qué sucede. Por tanto, resulta estimulante acercarse a una sala de cine para ver en la gran pantalla una película basada en una novela que recrea una pieza teatral que a su vez adapta una novela escandalosa del siglo XIX. No se le escapará al espectador el juego de espejos entre cine y teatro, la simplicidad del punto de partida y el juego metanarrativo entre géneros, medios... y realidades vs. ficciones. Vanda se mete de lleno en un papel que parece conocer al dedillo, sorprendiendo a un Thomas que hasta entonces la miraba por encima del hombro, dudando incluso, con una pedantería casi insultante, de las capacidades de la supuesta actriz. Por su parte, Vanda/actriz lleva a su terreno a Thomas/director/autor/actor improvisado, y que no deja de ser una particular guerra de sexos en el que la mujer pretende darle una lección al hombre. Se ha acusado a Polanski de misógino (¿cuántas acusaciones le faltan por recibir?) por el modo en el que plantea una trama en la que, aparentemente, Vanda/personaje representa ser una femme fatale sobre las tablas y una castigadora/castradora de un hombre que en fondo es débil e insulso. El juego de espejos, sin embargo, dista de ser tan facilón a nivel conceptual...
 
Es inevitable pensar en el propio Polanski detrás del personaje de Thomas: el director con poder que utiliza a su conveniencia a las actrices (en este caso quien es su musa particular de los últimos años... y su esposa). De hecho, Mathieu Amalric se parece físicamente al Polanski de hace varias décadas, al de la etapa de Hollywood antes de tener que huir de Estados Unidos. Que Thomas ejerce el poder, sobre las tablas y en la adaptación de la obra de Sacher-Masoch, es evidente, del mismo modo que la lucha que establece con Vanda va más allá de la negociación entre un director de escena/de cine y una actriz con personalidad. La obra que se representa es una historia de dominación/perversión con un viaje de ida y vuelta... y lo que sucede en el texto (ficción) subyace y sale a la palestra en el ensayo (realidad). Ambos personajes ensayan la obra (ya no es una mera audición...) pero al mismo tiempo establecen una relación que paulatinamente deriva hacia lo personal... algo que Thomas descubrirá a medida que avanza la audición/la película. Su rol de director dominante se verá en peligro ante el magnetismo y la seducción de la supuesta actriz/sumisa. Y al final, como dice la cita bíblica que abre la primera escena del texto (para consternación de Vanda), "Dios castigará al hombre dejándolo en manos de una mujer".

Estamos, pues, ante una película que juega con una trama... y con las propias expectativas del espectador (¿de una película, de una obra de teatro, de un híbrido de ambos medios?), atrapándole sutilmente con una historia que seduce por sus diversas lecturas (el poder, la dominación, el componente erótico que subyace, el experimento metanarrativo). El resultado es una atractiva y muy estimulante película que demuestra que Polanski es un animal inquieto que no se conforma con hacer simplemente cine.

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