27 de enero de 2014

Crítica de cine: Otel·lo, de Hammudi Al-Rahmoun Font

En Cesare deve morire, la película de los venerables hermanos Paolo y Vittorio Taviani, unos presos escenificaban Julio César de Shakespeare en las celdas, los pasillos y los patios de una cárcel cercana a Roma. Pero no sólo era una representación al uso, que comenzaba y acababa en el escenario del auditorio de la cárcel, sino que la "representación" era personal, llevada del clasicismo de la obra a la contemporaneidad de los presos (reales, no actores interpretando a presos), de modo que se establecía una relación directa entre ficción y realidad, entre el Arte y la Vida. Una de las ideas de la película era mostrar que las obras de Shakespeare sonm atemporales y que tanto pueden funcionar desde la tradición de una representación en un escenario o a través del cásting, los ensayos y la otra "escenificación" por parte de actores que son delincuentes condenados. En esta línea de superar las barreras habituales y mostrar que una obra de Shakespeare está tan viva ahora como en el momento en el que se escribió, el joven director Hammudi Al-Rahmoun Font (otro talento surgido de la ESCAC. Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya) toma Otelo del Bardo para elaborar una reflexión sobre los celos, el poder y la manipulación.

Otel·lo (tráiler), la arriesgada propuesta de Al-Rahmoun Font parte de la idea de aliar ficción y realidad en torno a un texto ("¡texto, texto!" repetirá a los actores en diversos momentos intensos de la película, no olvidando la materia prima en la que se basa su cinta), unos actores no profesionales (es decir, en proceso de formación), una presentación con diversas cámaras al hombro, un set en penumbra, unas determinadas escenas de la obra shakesperiana... y la manipulación de un director que al mismo tiempo es actor. Hammudi dirige la filmación de Otelo y al mismo tiempo es Yago, uno de los personajes más maquiavélicos del dramaturgo inglés. ¿Por qué Yago? Pues porque Yago es la manipulación en persona. Recordamos la obra: por despecho, Yago maquina contra su superior, Otelo, casado con Desdémona, y comienza a inocular el veneno de los celos en el Moro, haciéndole creer que su esposa alberga deseos con Casio, uno de sus colaboradores, y que incluso ambos llegan a consumar una relación ilícita. Otelo enloquece de celos y acaba matando a Desdémona, para descubrir, antes de suicidarse, que ha sido engañado, que todo ha sido fruto de la manipulación de Yago. Otelo es una tragedia que nos habla del poder la manipulación, sí, pero en última instancia también de la propia esencia del poder. Esta idea subyace en el guión y "puesta en escena" de esta película, de 70 intensos minutos, que comienza con el cásting a los dos actores, Youcef y Ann, que interpretarán respectivamente a Otelo y Desdémona. Desde el principio, Hammudi (tras haber asistido el sábado a un visionado de la película en la que, sin saberlo previamente, hubo un coloquio posterior con el director y parte del equipo d ela pelócula, permitidme que le llama por su nombre de pila); como decía, pues, Hammudi juega con la ambivalencia: los actores son pareja en la vida real, la línea entre ficción y realidad es muy fina, se cruza a menudo a conveniencia del director. Hammudi presenta los ensayos de una escena entre Youcef/Otelo y Ann/Desdémona y también entre ésta y Kike/Casio, pero la química no funciona entre estos dos últimos. Hay que crear esa química, y al mismo tiempo darle celos a Youcef/Otelo, que observa desde la distancia como su compañera/amada "intima" con Casio/Kike. Algo sucece, Hammudi/Yago mueve los hilos, habla con los actores/personajes, les incentiva/manipula, hasta llevarlos a una secuencia muy intensa en la que se muestra, de todas todas, hasta dónde llega el director/actor con su manipulación/ejercicio del poder. 


Todos recordamos directores que ejercían el poder y manipulaban a los actores: Hitchcock o Erich von Stroheim son buenos ejemplos (las tensas relaciones del primero con actrices como Vera Miles o Tippi Hedren); más recientemente, la polémica entre Abdellatif Kechiche y Léa Seydoux, director y actriz respectivos de La vida de Adèle (excelente película, por cierto), en torno a la presión que ejercería el primero en torno a las secuencias de altísimo y explícito contenido erótico de Seydoux y Adèle Exarchopoulos, su partenaire en la cinta; o incluso las controversias que siempre han rodeado a Lars von Trier (Nicole Kidman no quiso participar en Manderley, continuación de Dogville, o se han publicado declaraciones, no confirmadas, de Charlotte Gainsbourg, que estarían relacionadas con la sensación de "humillación" que la actriz sufriría a lo largo del rodaje de Nymphomaniac). Se trata, en última instancia, de relaciones de poder, de conflictos en los que el director ejerce el poder sobre los actores y el equipo de un rodaje, y de la manipulación que son capaces de ejercer para llegar a sus fines. Hammudi juega con esta idea, deja al espectador entre boquiabierto y carcajeante ante lo que ve en la pantalla, ante lo que es capaz de hacer alguien que tiene poder. Yago tiene el poder de manipular a Otelo justo allí donde el Moro es débil (sus celos); Hammudi/Yago hace lo mismo, cogiendo los sentimientos de los actores/personas y exprimiéndoles para llevarlos a hacer lo que él quiere que hagan. "Ya tienes tu puta película", explotará Ann al final de la cinta, rota como actriz y especialmente como persona.


La película de Hammudi provoca muchas reacciones e induce a la reflexión. En apenas 70 minutos (como los hermanos Taviani en su película, de metraje similar) lleva al espectador a plantearse qué ha visto en la gran pantalla, qué hay de ficción y qué de realidad, cuál es el rol del director/actor, hasta dónde es capaz de llegar alguien para alcanzar un objetivo. En muchos sentidos, y Hammudi lo comentó en el coloquio posterior, la telerrealidad de según qué programas televisivos y de según qué formatos (realitys como Gran Hermano) han sido parte de la inspiración de la película; podemos añadir, como espectadores de series televisivas, algunos episodios de Black Mirror de Charlie Brooker. Por mi parte, cuando acabó la película recordé unos minutos de uno de esos programas vespertinos que tanto triunfan en las cadenas/contendedores de basura: llegué a casa y estaba terminando el programa, pero me fijé en la manipulación (¿real o ficticia?) cuando la cámara seguía a una de las colaboradoras, a la que se acababa de anunciar que su pareja (real) le ponía los cuernos. La colaboradora se acababa de enterar de la noticia (supuestamente) en directo; rótulos sobrepantallados lo anunciaban. La cámara al hombro seguía a la colaboradora, rota de dolor, por los pasillos de la cadena, seguida del presentador estrella del programa, que la animaba/infoxificaba/atormentaba con la noticia. En un momento determinado, la colaboradora se metía en un cuarto de baño, seguido del presentador, que la "consolaba", mientras a la cámara (fuera de los servicios) le decía "está rota, está hundida, está llorando". De pronto, sucedió un momento surrealista (¿preparado o improvisado?) cuando el presentador se acercó a dos señoras que estaban en el pasillo, y que formarían parte del público asistente de un programa o de visitas a la cadena, y las animó a entrar en el cuarto de baño y animar o consolar a la rota colaboradora. La cámara no entró, pero se escuchaba como las dos señoras trataban de "consolar" a la "pobre mujer", "humillada" delante de toda la audiencia. ¿Ficción o realidad? Afortunadamente (o todo lo contrario), alguien en casa cambió de canal...

"¿Qué es real?", preguntaba Morfeo a Neo en Matrix. "¿De qué modo definirías real?". El espectador de Otel·lo se preguntará lo mismo.

Fascinante película...

PS: lástima que la distribución de esta película sea tan limitada... sólo una sala de Barcelona la exhibe (Cinemes Girona). A saber cómo será en el resto del país... Lástima, pues estamos ante una película que se merece ser vista en grandes y múltiples pantallas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario