4 de enero de 2014

Crítica de cine: Nymphomaniac. Vol. 1, de Lars von Trier

Que Lars von Trier es un tipo raro... bien lo sabemos. El hombre de aquel experimento que acabó en nada (no podía ser de otra amnera) y que se llamó Dogma. El tipo que epata pretendiéndolo... e incluso sin pretenderlo. Su cine es cautivador a la par que extraño y en ocasiones sin sentido. Pero también es un tipo que hace lo que quiere y cómo quiere. Tras Melancholia (2011), cuya promoción en Cannes (más unos desafortunados comentarios) le dejaron en el arroyo, presentó el que sería su siguiente y no menos controvertido proyecto: una película con secuencias de sexo real. Stanley Kubrick barajó un proecyo similar, aunque sí con la etiqueta de pornográfico. Von Trier se contenta con añadir secuencias de sexo, pero no realizadas por actores conocidos: rodadas con actores porno, en postproducción se han añadido las caras conocidas a los "dobles" sexuales. Pero lo que llamaba la atención era que había secuencias porno en una película comercial, estrenada en salas de cine comerciales. Y comenzó la leyenda de Nymphomaniac: que si Von Trier sometió a los actores a un rodaje agotador, que si la protagonista, Charlotte Gainsbourg, llegó a decir que el director la había llevado más allá de la humillación, que si el propio Lars se había negado a recortar un solo minuto de sus cinco horas y media de película... Parece ser que sólo lo último es cierto, aunque Von Trier ha permitido que la película sea dividida en dos partes, de dos horas cada una, para tranquilizar a los exhibidores, que veían imposible estrenar el montaje original en una sala de cine. Cobarde decisión, más allá de lo que se haya podido editar en cuanto a las secuencias de sexo real. Pues esta película debería poder contemplarse en su totalidad. Que, cuando más abducido estás por la trama, la cosa se corte y te inviten a regresar a la sala de cine casi un mes después... eso sí es un gatillazo. Y de los malos.

Porque, como muchos podrán imaginarse, Nymphomaniac es una película que va más allá de la controversia y de sus secuencias pornográficas. Lo que subyace, lo que interesa y mantiene al espectador en vilo, es la historia que Joe (Gainsbourg) le explica a Seligman (Stellan Skarsgård), el hombre que la recoge en un callejón, tirada y magullada, y se la lleva a su casa. Como la Sherezade de Las mil y una noches, Joe le contará una historia dividida en ocho episodios. es la historia de su vida, de como su obsesión por el sexo la ha convertido en una ninfómana, de cómo se considera una mala persona, de cómo su concepción del pecado la traumatiza y le hace desear que se merece lo que le está pasando. El primer volumen nos presenta la juventid de Joe (Stacy Martin), mientras la segunda parte se centrará en la Joe ya adulta (Gainsbourg). Comenzando con esa pantalla en negro durante un par de minutos y un poderoso tema de Rammstein, la película nos lleva a esa callejón, a esa mujer tirada en el suelo y con señales de haber sido golpeada. Luego el hogar de Seligman, Joe en una cama, bebiendo una taza de té y contándole esa historia a un hombre que no acaba de entender por qué Joe se obsesiona con el pecado. A partir de ahí, una atractiva trama que atrapa al espectador, trufada con digresiones sobre fresnos, la pesca con mosca y la polifonía de Bach. Y el sexo, por supuesto; no tantas secuencias como se pudiera esperar (lo que ha quedado después del montaje no deseado por Lars). ¿Secuencias gratuitas? Que lo juzgue cada espectador que quiera asomarse a esta película; a mí no me sobró nada, si acaso me faltó ver la película en su totalidad. Algo que los cobardes distribuidores me han escamoteado.

Esta no es una película para todos los gustos, eso ya se lo pueden imaginar muchos (no suele serlo el cine de Lars von Trier). A muchos les parecerá una provocación absoluta y gratuita. Pero yo me quedo con una historia que atrapa: esa Joe que vive obsesionada por el sexo, sí, pero cuyas carencias son más profundas. No me han impactado las secuencias pornográficas, sino esa Mrs. H (Uma Thurman) que lleva a sus hijos a casa de Joe, cuando su marido, uno de tantos amantes de Joe, los ha abandonado. Y con una increíble sangre fría les pide a los niños que conozcan la mujer, la casa y la cama por los que les ha dejado y por los que a ella misma ha destrozado la vida. Entre la comedia y el drama, el desconcierto más absoluto. O la agonía de un padre (Christian Slater), que sabe que va a morir, que como médico conoce lo que le va a suceder, y cuyo dolor es insoportable para la propia Joe. O la extrañísima relación de Joe con Jérôme (Shia Laboeuf), el hombre al que animó a arrebatarle su virginidad y con quien se reencuentra en el futuro. Impacta la secuencia del tren y la competición por una bolsa de chocolatinas que Joe y una amiga realizan cuando son adolescentes. Sorprende Joe, como personaje, sus vivencias, sus miedos, su fobia al amor y su falta de empatía en ocasiones. Porque ella es auténtica, como lo es una película que traspasa la polémica y atrapa al espectador por aquello que más importa: la trama.

Me habría quedado en el cine para ver el segundo volumen de esta película. Porque me interesa ESA historia. Por encima de controversias y provocaciones de Lars von Trier, que juega con el espectador y le lleva a un terreno en el que él, dentro de su locura, se siente cómodo. Para que te sientas incómodo... o no. Como en La vida de Adèle, lo que importa no es el envoltorio, sino el contenido...

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