Ayer por la tarde me acerqué a la Filmoteca de Catalunya a ver Satiricón de Fellini (subtitulada en YouTube),
una película de 1969 basada en la novela incompleta de Petronio. Aunque
la vi hace mucho tiempo (ah, años universitarios...), en cierto modo es
como si la viera por primera vez, recordaba vagamente algunos detalles.
Sí recordaba que no es una película de esas que pasas un rato
entretenido. No, Federico Fellini, adaptando libremente (en algunas
secuencias) el texto romano, no se preocupa por "entretener" al
espectador. De hecho, como ya es el texto de Petronio, no hay una
narración lineal al uso, sino que Fellini pasa de una trama a otra, de
un episodio al siguiente, a veces con abruptos y radicales saltos
narrativos. Vas a "sentir" la película, más que a ver una historia con
principio, desarrollo y fin. Y hay momentos, especialmente en el tramo
final, que la historia es tan enrevesada, como suele serlo la novela de
Petronio, que no sabes realmente qué te cuenta y por qué. Tienes que,
simplemente, dejarte llevar por las sensaciones, por la imagen (más que
por la palabra) y entrar en un mundo lleno de referencias a una cultura
romano-helenística en la que prima sobre todo el punto de vista de las
clases bajas. Eso sí, ayuda que se haya leído la novela de Petronio,
para situar al espectador en los personajes y las aventuras que viven
esos tres protagonistas llamados Encolpio, Ascilto y Gitón.
Satiricón
de Petronio es uno de mis textos favoritos de la Antigüedad clásica,
por tanto ya iba bien predispuesto a la sala de cine. Petronio narra las
andanzas de estos tres crápulas, en especial Encolpio y Ascilto, mozos
de las clases bajas de una sociedad romana tan estratificada, que sin
oficio ni beneficio se disputan el amor y la posesión del adolescente
Gitón. En una sociedad en la que la sexualidad precristiana no establece
categorías como la homosexualidad o la propia heterosexualidad,
Encolpio lamenta que Ascilto le haya arrebatado las delicias que le
depara el joven Gitón. Así comienza la película de Fellini: el lamento
desgarrado de Encolpio delante de un muro de grafitis, llorando la
pérdida de Gitón, "robado" por el cruel Ascilto, hasta entonces
compañero de crapulencias. Lo mejor de esos primeros minutos de la
película (en realidad, de toda ella, pero especialmente aquí) son los
decorados: pasamos a unas termas de diseño futurista, para luego a una
insula inmensa, que pronto se derrumbará, en la que Encolpio, que ha
recuperado momentáneamente a Gitón (salvándolo de las "garras" de un
actor, a quien Ascilto se lo vendió), lo acaba perdiendo en manos de su
rival amoroso. La cámara se entretiene en esas clases bajas del teatro,
de la ínsula, de las termas: casi monstruos, un muestrario de seres de
baja estofa, hombres, mujeres y niños, prostitutas y rufianes, pobres y
enfermos, todos ellos rodean a Encolpio y Gitón mientras entran en la
ínsula y suben unas escaleras que parecen no tener fin. La luz es
oscura, la escenografía es colosalista, la puesta en escena aturde al
espectador. En estas primeras secuencias, previas a la cena de
Trimalción, Fellini echa mano de lo que ya había mostrado en películas
anteriores, de Los inútiles a Las noches de Cabiria, de Giulietta de los espíritus a La Dolce Vita o Boccaccio 70. Hay ecos del Pasolini más experimental, coetáneo de esta película, de el Evangelio según San Mateo a especialmente Edipo Rey.
El neorrealismo de los años cincuenta, esos primeros planos de los
rostros; unos rostros sucios, maquillados en exceso, casi máscaras
clásicas de comedia y tragedia. Unos gestos exagerados, una
interpretación que busca el paroxismo, que se nutre de la esencia de la
comedia romana (mucho más expresiva que la griega), que tiene en el
catálogo de mimos, atelanas y farsas el material de donde sacar
partido... y se nota ahí la mano de Fellini.
La cena de Trimalción, quizá el episodio más
conocido de la novela de Petronio, es a la postre el que menos me ha
impactado. Trimalción es un liberto, pintado con brocha gorda por
Petronio (como Fellini), con actitudes de nuevo rico, con una educación
basta que busca la ostentación por encima de todo. Me resulta más
sugerente la lectura del texto que la traslación a la imagen, aunque
Fellini capta muy bien la esencia de ese liberto exagerado, caprichoso y
ostentoso, para quien el mal gusto es la seña de identidad. Frente al
matrimonio de patricios de una secuencia posterior, cuya dignidad es
inversa a su fracaso económico (que les impulsa al suicidio, a punto de
ser embargados), y al mismo tiempo a su declive social, Trimalción y la
caterva de libertos y esclavos que rodean, participan y se nutren de esa
cena a la que Ascilto ha sido invitado (apareciendo Eumolpo, en una de
las licencias que Fellini se toma a partir del texto). Los excesos
culinarios de Trimalción son parejos a su falta de tacto y a su
necesidad absoluta de mostrar su riqueza. Más adelante, en otro abrupto
salto narrativo, Ascilto y Encolpio acaban prisioneros en el barco del
pirata Lica de Tarento, donde se escenificará una parodia de boda romana
(en la que Lica asume el rol de la mujer), para luego (otra vez
abruptamente) situar a los personajes en el santuario de Hermafrodita,
donde acuden menesterosos y enfermos buscando la ayuda del semidios.
Previamente (creo recordar, pues hay un momento que en la confusión de
la trama es importante), se ha producido la llegada de los dos
protagonistas a la casa vacía del matrimonio patricio, que liberan a sus
esclavos antes de suicidarse. Los dos crápulas jugarán con una esclava,
que no habla latín. El tramo final lleva a Encolpio a la costa de un
país, donde Eumolpo, el poeta lenguaraz, es el amo del lugar, y donde
Encolpio ha de luchar en un particular laberinto contra un Minotauro. La
risa será la consecuencia de un combate que acaba en salvación para
Encolpio, a quien se premia con la posibilidad de yacer con una mujer;
problema para Encolpio, cuya "espada ha perdido la fuerza" (es decir, ha
quedado impotente), y deberá acudir a la maga Enotea para poder
solucionar su problema. Finaliza la película con la marcha de Encolpio
tras la muerte de un Eumolpo que ha dejado en su testamento el deseo de
que sus allegados se coman sus restos para poder asumir la herencia.
La película es escesiva de principio a fin; pero con unos excesos muy
bien equilibrados, mostrando esa sociedad romano-helenística, en la que
Roma no es protagonista: no es la Roma de los grandes monumentos, sino
la de los barrios bajos, la de las ciudades portuarias de la Campania,
la del sur de Italia. Un mundo de magia y sensualidad, de suciedad y
molicie, de cultos religiosos que se centran en divinidades telúricas o
en dioses como Príapo o Venus. La imagen es lo que predomina en una
película que sientes y padeces, que no deja indiferente, que muestra
mucho del imaginario felliniano y que evoca el universo de la novela de
Petronio.
Una película curiosa y llena de referencias: no
pude evitar sonreír cuando la patricia que va a morir recita el breve
poema de Adriano Animula, vagula, blandula,
otra licencia felliniana, o las lapidarias frases de Trimalción para
su epitafio ("aquí yace Cayo Pompeyo Trimalción, Mecenatiano [...].
Piadoso, esforzado, fiel, salió de la nada. Deja treinta millones de
sestercios, nunca escuchó a un filósofo"). Una joya que se contempla
como las obras de arte que Encolpio observa en un moment determinado... o
como las pinturas de los personajes, ya formando parte de un pasado
lejano, en los muros semiderruidos del epílogo.
Muy buena esta reseña.
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