8 de enero de 2014

Crítica de cine: Fellini Satyricon, de Federico Fellini

Ayer por la tarde me acerqué a la Filmoteca de Catalunya a ver Satiricón de Fellini (subtitulada en YouTube), una película de 1969 basada en la novela incompleta de Petronio. Aunque la vi hace mucho tiempo (ah, años universitarios...), en cierto modo es como si la viera por primera vez, recordaba vagamente algunos detalles. Sí recordaba que no es una película de esas que pasas un rato entretenido. No, Federico Fellini, adaptando libremente (en algunas secuencias) el texto romano, no se preocupa por "entretener" al espectador. De hecho, como ya es el texto de Petronio, no hay una narración lineal al uso, sino que Fellini pasa de una trama a otra, de un episodio al siguiente, a veces con abruptos y radicales saltos narrativos. Vas a "sentir" la película, más que a ver una historia con principio, desarrollo y fin. Y hay momentos, especialmente en el tramo final, que la historia es tan enrevesada, como suele serlo la novela de Petronio, que no sabes realmente qué te cuenta y por qué. Tienes que, simplemente, dejarte llevar por las sensaciones, por la imagen (más que por la palabra) y entrar en un mundo lleno de referencias a una cultura romano-helenística en la que prima sobre todo el punto de vista de las clases bajas. Eso sí, ayuda que se haya leído la novela de Petronio, para situar al espectador en los personajes y las aventuras que viven esos tres protagonistas llamados Encolpio, Ascilto y Gitón.

Satiricón de Petronio es uno de mis textos favoritos de la Antigüedad clásica, por tanto ya iba bien predispuesto a la sala de cine. Petronio narra las andanzas de estos tres crápulas, en especial Encolpio y Ascilto, mozos de las clases bajas de una sociedad romana tan estratificada, que sin oficio ni beneficio se disputan el amor y la posesión del adolescente Gitón. En una sociedad en la que la sexualidad precristiana no establece categorías como la homosexualidad o la propia heterosexualidad, Encolpio lamenta que Ascilto le haya arrebatado las delicias que le depara el joven Gitón. Así comienza la película de Fellini: el lamento desgarrado de Encolpio delante de un muro de grafitis, llorando la pérdida de Gitón, "robado" por el cruel Ascilto, hasta entonces compañero de crapulencias. Lo mejor de esos primeros minutos de la película (en realidad, de toda ella, pero especialmente aquí) son los decorados: pasamos a unas termas de diseño futurista, para luego a una insula inmensa, que pronto se derrumbará, en la que Encolpio, que ha recuperado momentáneamente a Gitón (salvándolo de las "garras" de un actor, a quien Ascilto se lo vendió), lo acaba perdiendo en manos de su rival amoroso. La cámara se entretiene en esas clases bajas del teatro, de la ínsula, de las termas: casi monstruos, un muestrario de seres de baja estofa, hombres, mujeres y niños, prostitutas y rufianes, pobres y enfermos, todos ellos rodean a Encolpio y Gitón mientras entran en la ínsula y suben unas escaleras que parecen no tener fin. La luz es oscura, la escenografía es colosalista, la puesta en escena aturde al espectador. En estas primeras secuencias, previas a la cena de Trimalción, Fellini echa mano de lo que ya había mostrado en películas anteriores, de Los inútiles a Las noches de Cabiria, de Giulietta de los espíritus a La Dolce Vita o Boccaccio 70. Hay ecos del Pasolini más experimental, coetáneo de esta película, de el Evangelio según San Mateo a especialmente Edipo Rey. El neorrealismo de los años cincuenta, esos primeros planos de los rostros; unos rostros sucios, maquillados en exceso, casi máscaras clásicas de comedia y tragedia. Unos gestos exagerados, una interpretación que busca el paroxismo, que se nutre de la esencia de la comedia romana (mucho más expresiva que la griega), que tiene en el catálogo de mimos, atelanas y farsas el material de donde sacar partido... y se nota ahí la mano de Fellini.  

La cena de Trimalción, quizá el episodio más conocido de la novela de Petronio, es a la postre el que menos me ha impactado. Trimalción es un liberto, pintado con brocha gorda por Petronio (como Fellini), con actitudes de nuevo rico, con una educación basta que busca la ostentación por encima de todo. Me resulta más sugerente la lectura del texto que la traslación a la imagen, aunque Fellini capta muy bien la esencia de ese liberto exagerado, caprichoso y ostentoso, para quien el mal gusto es la seña de identidad. Frente al matrimonio de patricios de una secuencia posterior, cuya dignidad es inversa a su fracaso económico (que les impulsa al suicidio, a punto de ser embargados), y al mismo tiempo a su declive social, Trimalción y la caterva de libertos y esclavos que rodean, participan y se nutren de esa cena a la que Ascilto ha sido invitado (apareciendo Eumolpo, en una de las licencias que Fellini se toma a partir del texto). Los excesos culinarios de Trimalción son parejos a su falta de tacto y a su necesidad absoluta de mostrar su riqueza. Más adelante, en otro abrupto salto narrativo, Ascilto y Encolpio acaban prisioneros en el barco del pirata Lica de Tarento, donde se escenificará una parodia de boda romana (en la que Lica asume el rol de la mujer), para luego (otra vez abruptamente) situar a los personajes en el santuario de Hermafrodita, donde acuden menesterosos y enfermos buscando la ayuda del semidios. Previamente (creo recordar, pues hay un momento que en la confusión de la trama es importante), se ha producido la llegada de los dos protagonistas a la casa vacía del matrimonio patricio, que liberan a sus esclavos antes de suicidarse. Los dos crápulas jugarán con una esclava, que no habla latín. El tramo final lleva a Encolpio a la costa de un país, donde Eumolpo, el poeta lenguaraz, es el amo del lugar, y donde Encolpio ha de luchar en un particular laberinto contra un Minotauro. La risa será la consecuencia de un combate que acaba en salvación para Encolpio, a quien se premia con la posibilidad de yacer con una mujer; problema para Encolpio, cuya "espada ha perdido la fuerza" (es decir, ha quedado impotente), y deberá acudir a la maga Enotea para poder solucionar su problema. Finaliza la película con la marcha de Encolpio tras la muerte de un Eumolpo que ha dejado en su testamento el deseo de que sus allegados se coman sus restos para poder asumir la herencia. 

La película es escesiva de principio a fin; pero con unos excesos muy bien equilibrados, mostrando esa sociedad romano-helenística, en la que Roma no es protagonista: no es la Roma de los grandes monumentos, sino la de los barrios bajos, la de las ciudades portuarias de la Campania, la del sur de Italia. Un mundo de magia y sensualidad, de suciedad y molicie, de cultos religiosos que se centran en divinidades telúricas o en dioses como Príapo o Venus. La imagen es lo que predomina en una película que sientes y padeces, que no deja indiferente, que muestra mucho del imaginario felliniano y que evoca el universo de la novela de Petronio. 

Una película curiosa y llena de referencias: no pude evitar sonreír cuando la patricia que va a morir recita el breve poema de Adriano Animula, vagula, blandula, otra licencia felliniana, o las lapidarias frases de Trimalción para su epitafio ("aquí yace Cayo Pompeyo Trimalción, Mecenatiano [...]. Piadoso, esforzado, fiel, salió de la nada. Deja treinta millones de sestercios, nunca escuchó a un filósofo"). Una joya que se contempla como las obras de arte que Encolpio observa en un moment determinado... o como las pinturas de los personajes, ya formando parte de un pasado lejano, en los muros semiderruidos del epílogo.  

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