Durante unas pocas décadas, entre 1405 y 1433, el
Imperio del Centro, la China de los Ming, pudo dominar el mundo
saliendo de sus fronteras estables, echándose a la mar, navegando en el
Índico y los mares del Sur. Un hombre, un eunuco de origen turcomongola,
Zheng He (c. 1371-1435), también conocido como Ma San Bao («Ma el de
las tres joyas» [el pene y los testículos emasculados]) y también como
el legendario Simbad entre los musulmanes, emprendió una serie de viajes
y comandó una flota de «28.000 hombres en 320 naves. Navegando en
formación cubrían el mar de horizonte a horizonte. Tenía a sus órdenes
93 capitanes, 100 contramaestres, cinco astrólogos y 180 médicos. Los
barcos más pequeños medían 20 metros de eslora y servían como transporte
de personas y comunicación entre la flota, los buques de guerra medían
60 metros de largo por 22 de ancho, las naves capitanas –llamadas barcos
del tesoro– medían 100 metros por 50 de ancho, el buque insignia tenía
150 metros de eslora con nueve mástiles y 62 metros de ancho. La
tripulación constaba 500 marineros. Todos los juncos eran blancos como
la nieve. Tenían ojos pintados en la proa, para hallar el camino, los de
guerra cabezas de tigre para amedrentar al enemigo; por su parte, los
soldados llevaban máscaras de tigre. Algunos barcos tenían establos para
la caballería, otros eran huertos de verduras y otros, cisternas de
agua potable en cuyo fondo depositaban barros traídos de pozos
domésticos para no perder las raíces. Las velas de las naves eran de
seda roja, ligera y resistente» (pp. 8-9). Qué buena novela puede salir
ya sólo con esa descripción de una flota que empequeñecía las carabelas de Colón.
Qué personaje tan atractivo Zheng He, qué interesante la pugna entre
eunucos y mandarines confucianos en la China del primer tercio del siglo
XV, la época de mayor esplendor de la dinastía Ming. Y, sin embargo,
qué frustradas pueden quedar las expectativas ante esta novela…
Luis Racionero |
Probablemente la culpa sea del lector, en este caso servidor. Tras leer una entrevista a Luis Racionero en La Vanguardia, confiaba en que su novela, El mapa secreto
(Ediciones B) me deparase entretenidos momentos de distracción, un
oasis en medio de los quehaceres cotidianos. No esperaba más. Pero tras
sus primeras ochenta páginas, quedé defraudado. Zheng He es protagonista
en la sombra en esas pocas páginas, pues en realidad el actor principal
en esta particular película es Enzo, un joven florentino capturado por
la flota de Zheng He en la península de Malaca y que pasa a ser ayudante
y confidente del almirante chino. Pero cuando el emperador chino que
sucedió a Yongle, aquel que abriera las puertas para los viajes del
almirante eunuco, decidió, siguiendo los consejos de los mandarines,
cerrar de nuevo el Imperio del Centro a la influencia exterior,
considerando que el comercio con otros países no aportaba nada que el
país pudiera producir –o que no se pudiera traer a través de la Ruta de
la Seda–, la figura de Zheng He se difumina, su legado pasa a una
particular damnatio memoriae y Enzo regresa a Europa. Pero lo hace con
los mapas del almirante, aquellos que describen con lujo de detalles las
rutas realizadas en esas décadas…. incluidas las que llevaron a las
naves chinas –teoría de Gavin Menzies mediante– a un continente
desconocido: América. A partir de ahí, el empeño de Enzo, junto con los
desvelos de Lorenzo de Médicis y Americo Vespucio, es que alguien pueda
realizar el viaje a ese continente desconocido, recogiendo el timón de
la Zheng He, y descubrir riquezas y nuevos escenarios para la vieja
Europa. Y ahí entran en juego el irascible y en ocasiones místico
navegante genovés Cristóbal Colón… y el propio Vespucio. Y con ellos
Enzo, que acompañará al primero en su primer viaje al Nuevo Mundo.
El lector atento se habrá dado cuenta de que hay un largo puente cronológico entre el fin de los viajes de Zeng He y la Florencia de Lorenzo el Magnífico y el primer viaje colombino. Racionero se toma una amplia licencia cronológica, manteniendo, dice, «el espíritu de los tiempos». Bueno, eso es más que discutible. La primera decepción en la novela es que no trata con detalle los viajes del almirante eunuco… y esperaba eso. La segunda es que el resto de la novela es una larga digresión en torno a Vespucio, Colón y, en las páginas finales, un apéndice en el que tres mujeres, descendientes de la sociedad secreta de las Nü Shu, han conseguido que triunfara el verdadero legado de los mapas de Zheng He. Podemos admitir pulpo como animal de compañía, pero lo que me ha resultado verdaderamente decepcionante (y ya van tres) es que Racionero se dedica a contarnos con detalle el primer viaje colombino, las veladas disputas Colón-Vespucio sobre el territorio al que llegó el primero (¿las Indias o un Nuevo Mundo?) o detalles cronísticos a tutiplén sobre Florencia o Simonetta Cattaneo, antigua amante de Colón, ahora de Enzo. Es decir, para entendernos, Racionero dedica su novela a contar la idea de «cómo los mapas de los viajes chinos llegan a Europa y son utilizados por Colón y Américo Vespucio para atravesar el océano Atlántico» y plantear la hipótesis de que «China renunció a los viajes intercontinentales en el siglo XV porque, fuera de Europa, que ya alcanzaba por la Ruta de la Seda, nada de interés apareció para comerciar en los continentes ignotos del mundo. “No es el momento”, concluyeron los chinos en el siglo XV, pero este momento ha llegado en el siglo XXI tras completarse la globalización que llevaron a cabo los europeos» (p. 310).
No es lo que esperaba. No esperaba que de tanto en tanto los personajes se pongan a divagar y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, pues te ilustro sobre esto o aquello. O que Enzo acabe siendo un personaje espumoso, que apenas juega el rol de ser mero transmisor de unos mapas o testigo de un viaje, el de 1492, que conocemos de sobra. O que personajes que parecía que iban a dar juego, como la cortesana Mi-Fei o Simonetta, queden al final en poca cosa. Racionero nos lleva por otros terrenos, por las filias renacientistas que reconoce en la nota final, pero que me alejan de ese Zheng He del que yo quería leer más, literariamente hablando. Escrita con cierto tono presentista, saltando de una mata a otra, presentando diálogos que se aprovechan para meter morcillas didácticas, la novela trata de engordar unas páginas que me temo que no daban para tanto. Ojo, entiendo que a otros lectores les interesará la novela tal y como está y la leerán con fruición, y posiblemente si mis expectativas hubiesen sido otras, pues yo también… pero no es la novela que realmente esperaba. Probablemente, en este caso la responsabilidad sea más mía que del autor, al que puedo perdonar que dé carta de naturaleza a Gavin Menzies simplemente porque ha escrito una novela, no un ensayo. Afortunadamente.
El lector atento se habrá dado cuenta de que hay un largo puente cronológico entre el fin de los viajes de Zeng He y la Florencia de Lorenzo el Magnífico y el primer viaje colombino. Racionero se toma una amplia licencia cronológica, manteniendo, dice, «el espíritu de los tiempos». Bueno, eso es más que discutible. La primera decepción en la novela es que no trata con detalle los viajes del almirante eunuco… y esperaba eso. La segunda es que el resto de la novela es una larga digresión en torno a Vespucio, Colón y, en las páginas finales, un apéndice en el que tres mujeres, descendientes de la sociedad secreta de las Nü Shu, han conseguido que triunfara el verdadero legado de los mapas de Zheng He. Podemos admitir pulpo como animal de compañía, pero lo que me ha resultado verdaderamente decepcionante (y ya van tres) es que Racionero se dedica a contarnos con detalle el primer viaje colombino, las veladas disputas Colón-Vespucio sobre el territorio al que llegó el primero (¿las Indias o un Nuevo Mundo?) o detalles cronísticos a tutiplén sobre Florencia o Simonetta Cattaneo, antigua amante de Colón, ahora de Enzo. Es decir, para entendernos, Racionero dedica su novela a contar la idea de «cómo los mapas de los viajes chinos llegan a Europa y son utilizados por Colón y Américo Vespucio para atravesar el océano Atlántico» y plantear la hipótesis de que «China renunció a los viajes intercontinentales en el siglo XV porque, fuera de Europa, que ya alcanzaba por la Ruta de la Seda, nada de interés apareció para comerciar en los continentes ignotos del mundo. “No es el momento”, concluyeron los chinos en el siglo XV, pero este momento ha llegado en el siglo XXI tras completarse la globalización que llevaron a cabo los europeos» (p. 310).
No es lo que esperaba. No esperaba que de tanto en tanto los personajes se pongan a divagar y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, pues te ilustro sobre esto o aquello. O que Enzo acabe siendo un personaje espumoso, que apenas juega el rol de ser mero transmisor de unos mapas o testigo de un viaje, el de 1492, que conocemos de sobra. O que personajes que parecía que iban a dar juego, como la cortesana Mi-Fei o Simonetta, queden al final en poca cosa. Racionero nos lleva por otros terrenos, por las filias renacientistas que reconoce en la nota final, pero que me alejan de ese Zheng He del que yo quería leer más, literariamente hablando. Escrita con cierto tono presentista, saltando de una mata a otra, presentando diálogos que se aprovechan para meter morcillas didácticas, la novela trata de engordar unas páginas que me temo que no daban para tanto. Ojo, entiendo que a otros lectores les interesará la novela tal y como está y la leerán con fruición, y posiblemente si mis expectativas hubiesen sido otras, pues yo también… pero no es la novela que realmente esperaba. Probablemente, en este caso la responsabilidad sea más mía que del autor, al que puedo perdonar que dé carta de naturaleza a Gavin Menzies simplemente porque ha escrito una novela, no un ensayo. Afortunadamente.
Gracias. Tu blog me da siempre ideas interesante y claras. Hoy me has librado de comprar un libro sobre el que dudaba, y que me habría decepcionado. Seguro. Enriqueta
ResponderEliminarMuchas gracias
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