«—No puedes pretender comprender, por más agudo y versátil que sea tu ingenio. Aprovecha en lo que puedas mi benevolencia y no preguntes más. Lo que ha sucedido hoy yo no podía cambiarlo porque era la voluntad de los dioses que habitan en los cielos. No era su deseo que la guerra terminase, pues quieren que este juego mortal prosiga para su deleite. Algunos de ellos ayudan a los troyanos, otros a los aqueos. Así la lucha continuará sin descanso ni interrupción aún por mucho tiempo. Resignaos: a los mortales no les es dado sustraerse a la voluntad de los númenes.
—¿Por esa razón corre nuestra sangre, por eso muchos jóvenes se precipitan al Hades?
—No, no solo por eso: lo que ocurre es también un misterio para nosotros. El hado insondable no tiene rostro ni expresión, no tiene finalidad ni causa.
—¿Qué te mueve, pues, a ayudarme si todo es inútil?
—El hado no es otra cosa que el resultado de mil y mil voluntades, infinitas, humanas y divinas, de la fuerza de las olas y del soplo de los vientos, del canto de los pájaros y del movimiento de los astros, así como un gran río está hecho de mil y mil corrientes y su potencia es invencible. Yo estoy a tu lado porque desde los orígenes de los tiempos hasta el final nadie ha sido nunca como tú, nadie lo será jamás. Yo amo tu miedo y tu coraje, tu odio y tu amor, tu voz y tu silencio y por tanto vive tu vida, rey de Ítaca, mientras te quede aliento. Ningún dios podrá ser nunca lo que tú eres, ni aunque quisiera» (pp. 284-285).
Valerio Massimo Manfredi |
Valerio Massimo Manfredi (n. 1943) me ha parecido siempre un
novelista irregular. No sabes nunca con qué te va a sorprender, para
bien o para mal, y hay novelas que te llegan (la trilogía Aléxandros… y
hasta cierto punto) y otras tantas que son puro fast-read, desechadas y
olvidadas (coloque aquí el lector algún ejemplo). Pero es cierto que
suelen llamar la atención… para bien o para mal. Y una novela –en
realidad, dos; la continuación aparecerá en el mercado hispano en 2014–
protagonizada por Odiseo, «laertíada, fecundo en ardides», el Ulises
romano, el protagonista de la Odisea homérica y que juega un rol
importantísimo en la Ilíada, un héroe que ha tenido mil rostros y que ha
sido interpretado de diversas maneras –el Ulysses de Joyce es un buen
ejemplo–… cómo no va a llamar la atención. Quizá el título de la
traducción castellana tenga menos empaque que el original italiano –Il
mio nome è Nessuno. Il giuramento–, y que es la frase que Odiseo le dice al cíclope
Polifemo cuando este exige que se identifique («¡Ciclope! Preguntas cual
es mi nombre ilustre y voy a decírtelo pero dame el presente de
hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie; y Nadie me llaman
mi madre, mi padre y mis compañeros todos»; Odisea, IX, vv. 364-367;
traducción de Luis Segalá y Estalella). No puede hacerlo el héroe
itacense, pues Polifemo es hijo de Poseidón, que se la tiene jurada a
Odiseo, aunque finalmente le revelará su identidad, y Poseidón volverá a
interrumpir el retorno (nostói) a casa del rey de Ítaca y sus
compañeros.
Busto de Odiseo, período helenístico, hallado en la villa del emperador romano Tiberio en Sperlonga. |
Manfredi escribe una novela (dos) en la que es el propio Odiseo
quien cuenta su historia. Emprende su último viaje, se embarca en la
nave, se dirige hacia no sabemos dónde, y en un largo flashback nos
cuenta su historia. Hijo de Laertes, wanax de Ítaca, nieto materno de
Autólico, señor de Acarnania («él mismo un lobo»), una figura temida,
despreciada y odiada en Acaya, Odiseo desde bien joven tendrá esa mente
despierta y esa facilidad para el ingenio y la resolución de problemas
que le convertirá en «fecundo en ardides» pero también en artero,
maquiavélico avant-la-lettre y mañoso. Frente a la ferocidad de héroes
como Aquiles, la fuerza bruta de Áyax, la inquina de Agamenón, la
sabiduría de Néstor o la bravura de Diomedes, Odiseo es un héroe
racional, y así nos lo presenta Manfredi. Puede incluso provocar en el
lector una cierta antipatía el hecho de que Odiseo pueda parecer un
marisabidillo, pero dejaría de lado la esencia de Homero y de la épica
si tratara de ver a Odiseo con ojos modernos. Pues la novela está
escrita con un estilo arcaizante (abomina Manfredi de actualizar los
poemas clásicos si ello conlleva desvirtuar la esencia de los personajes
y el alma del épos) que no está reñida con un cierto realismo. Se
preguntará el lector cómo se puede escribir una novela (dos) sobre Odiseo y que
ésta(s) resulte(n) realista(s). ¿Qué queda del mythos? ¿Participan los dioses de la
trama como lo hacen constantemente en los poemas homéricos? Manfredi
juega la baza de un camino intermedio: los dioses son más sugeridos que
presentados, hay más simbolismo e inspiración que explícita puesta en
escena. Ya los párrafos con los que he iniciado esta reseña pueden hacer
una idea de cómo lo divino, los númenes, lo brumoso (cómo comentaba el
propio Manfredi en una entrevista) queda al albur de la propia
interpretación del lector. Odiseo presiente fuerzas, él las llama
dioses, las explicita en Atenea, su diosa protectora, pero todo queda en
el aire, en la bruma. Los dioses hablan mediante sueños o en boca de
personajes que conoce y frecuenta Odiseo, la divinidad se percibe como
algo que no puede explicarse, solo sentirse; del mismo modo que los
caballos de Aquiles, Balio y Janto, le revelarán a Aquiles su destino
antes de enfrentarse y matar a Héctor. El hado, más que los dioses, son
los que mueven los hilos, y a ellos están sometidos todos, mortales y
divinidades. Hay que decir que, en este sentido, el simbolismo, la bruma
con la que imprime Manfredi esta cuestión, resulta de lo más
pertinente.
Catálogo de las naves que lucharon en la guerra de Troya. Fuente de la imagen: El pez volador. |
El lector se preguntará: ¿la novela recrea la vida de Odiseo? Así
es, desde su infancia, desde que recuerda el viaje de su padre Laertes
con los argonautas. Figuras como Jasón y Medea, el poderoso y
atormentado Heracles, el tenebroso rey Euristeo de Micenas, Castor y
Polideuces, Teseo… aparecen o se mencionan en el relato como personajes
«reales», propios de la época micénica... «históricos» incluso. Odiseo
crece y madura en un mundo que no perciben sus coetáneos –¡el hado, el
hado!– que se encamina hacia su final. Se convierte en un rey –wanax– de
mediana importancia en el mundo que los Átridas de Micenas, Agamenón y
Menelao, dirigirán y que, tras el rapto de Helena, la hermosa hija de
Tindáreo de Esparta y esposa de Menelao, conducirá a la guerra contra la
poderosa ciudad de Ilión, Troya. La trama se construye poco a poco,
hasta el tercio final de la novela no se produce la «guerra de Troya»,
un conflicto que los personajes vivirán y padecerán con violencia,
brutalidad y nostalgia por regresar a casa, con sus amadas esposas e
hijos. La guerra lo cambia todo, al mundo complejo que vivió maravillado
por las gestas de Heracles y la violencia de los reyes micénicos, le
quedan pocas décadas. La «historia» se convierte en mito, pero es en
esta novela donde esa misma «historia» se relata antes de que los
cantores y aedos la conviertan en materia legendaria, en los poemas que
Homero escribirá o reproducirá o moldeará… Manfredi, pues, nos acerca a
ese universo micénico anterior a la creación del mythos.
El resultado, inevitablemente parcial pues falta por llegar la parte de la Odisea, es una novela atractiva y bellamente escrita (y traducida), que requiere del lector únicamente que se deje llevar por ese estilo arcaizante, que rememore el épos homérico, que se meza suavemente entre navíos, encuentros y la suave brisa de aquello que el hado ha permitido que sintamos y experimentemos. Esta vez, sí, Manfredi ha seducido al lector, al menos a quien esto escribe…
El resultado, inevitablemente parcial pues falta por llegar la parte de la Odisea, es una novela atractiva y bellamente escrita (y traducida), que requiere del lector únicamente que se deje llevar por ese estilo arcaizante, que rememore el épos homérico, que se meza suavemente entre navíos, encuentros y la suave brisa de aquello que el hado ha permitido que sintamos y experimentemos. Esta vez, sí, Manfredi ha seducido al lector, al menos a quien esto escribe…
Veo que Manfredi, ha dado positivo esta vez. Me alegro; un nuevo libro de "griegos" para disfrutar.
ResponderEliminarPues parece que pinta bien. Gracias por la reseña y veremos que dice Vorimir, pero así a primera vista parece que vale la pena. Me pica la curiosidad un montón...
ResponderEliminarHay que dejarse llevar en esta ocasión, mecerse por ese estilo arcaizante...
ResponderEliminarExcelente reseña, Óscar. Tenía en mente este libro desde que lo vi, ya me has convencido.
ResponderEliminarLuego no me vengáis con que no sus ha gustado. :-P
ResponderEliminarHola! Quisiera preguntarte si es una novela al alcance de cualquier lector de mediano recorrido desconectado del mundo Homérico.
ResponderEliminarEs una novela apta para todos los públicos... pero conocer los poemas homéricos le da un plus al texto, captar las referencias, paladear el estilo arcaizante...
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