18 de octubre de 2013

Crítica de cine: Todas las mujeres, de Mariano Barroso

En 2010 el canal TNT estrenó Todas las mujeres, una serie de seis episodios de media hora cada uno, dirigida por Mariano Barroso y protagonizada por Eduard Fernández, un veterinario al que le sale mal un “golpe”: roba unos novillos a su suegro para venderlos en Portugal, pero la jugada sale mal y comienza a verse acorralado. Cada episodio se centraba en las conversaciones del protagonista, Nacho, con unas mujeres: su mujer, su colaboradora en el robo/amante, una abogada y pareja muchos años atrás, su madre, su cuñada y una psicóloga. La serie funcionó, al parecer bastante bien, en el canal de pago e incluso se estrenó en Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo (lo que viene siendo el Benelux de toda la vida, vamos). Y ahora llega una versión cinematográfica (¿qué idea, es decir, qué fue primero, el huevo o la gallina?), con los mismos actores y director, reducida a una película de poco más de hora y media, y con la misma historia. ¿Puede funcionar? Tras haber visto la película en un preestreno (con la presencia del propio Fernández, que, por cierto, hay que cuan bajito es…), yo quedé muy satisfecho con la película. Mucho. 

Hay que decir que, a pesar de lo anteriormente comentado, servidor ignoraba que hubiera existido una serie televisiva previa; y para el caso que nos toca, que es comentar y/o criticar una película, tanto me da. Nacho/Fernández es un caradura de los que ya no hay (bueno, al menos no de los que de un modo u otro ye acaban cayendo simpático). Rozando constantemente (y finalmente cayendo en) el patetismo, Nacho se podría decir que va de Guatemala a Guatepeor. El guion de la película está al servicio de un personaje (y un actor) y todo transcurre a su alrededor. Pero lo cierto es que sin estas seis mujeres –esposa, amante, abogada, madre, cuñada y psicóloga; es decir, Lucía Quintana, Michelle Jenner, María Morales, Petra Martínez, Marta Larralde y Nathalie Poza– la película y el protagonista no funcionarían igual. Planteada como si de una (¿involuntaria?) obra teatral fuese, la película se centra en cinco actos, las conversaciones con la amante, la abogada, la madre, la cuñada y la psicóloga, con un prólogo que empieza in media res, planteando los prolegómenos del robo, y un epílogo brevísimo, tanto que casi no llega a serlo. Se le da menos cancha a la esposa, apenas unos retazos, y Barroso prefiere entrar de lleno, ya con la abogada, la madre, la cuñada y la psicóloga, en el meollo del asunto, que no es otro que la descomposición de Nacho, su constante manipulación (resulta más que patética la secuencia de quitar puertas y ventanas y prenderles fuego, haciendo creer que es una venganza del suegro), su miedo a enfrentarse a sus actos –y ya de paso a su vida–, a su suegro de hecho, y que considera que si una huida hacia adelante no funciona, pues que sean dos.

Estamos ante una película minimalista –prácticamente toda la acción sucede en la casa de Nacho, que es la del propio Barroso–, que ha tenido pocos medios a su disposición, y que se centra en el toma y daca constante y en la interpretación de los actores. Viéndola, te imaginas la historia en un escenario teatral. Todo gira en torno a Nacho y toda los diálogos salen de o los recibe él. Y aquí es donde el actor se juega el pellejo. Pondría el meñique en el fuego ante la idea de que nadie más aparte de Eduard Fernández es capaz de componer este veterinario tras cuya máscara de manipulación y morro se esconde un inmaduro, un irresponsable crónico, un cobarde ante los embates de la vida, pero también alguien que ha dejado el suficiente poso en la vida de las mujeres que ha conocido. Hay que decir, no obstante, que si bien la película da lo mejor de sí misma a los quince minutos de empezar y hasta casi el final, hay detalles que no te acaban de convencer: los minutos finales con la psicóloga, con ese “grito” particular de Nacho, así como un prólogo que a la postre queda algo inconexo respecto a lo que va a venir después. Tarda la película un poco en arrancar, el “episodio” con la colaboradora/amante queda en tierra de nadie, mientras que ya en la conversación de Nacho con la abogada/anteriormente pareja comienza la historia a dar lo mejor de sí: en esos recuerdos de lo que pudo ser y no fue, del mismo modo que uno intuye que la relación de Nacho con su madre esconde más de una amargura por parte de un hijo que no tiene redaños en reprocharle, veladamente, a su progenitora que no ha sido la madre que él esperaba (obviando, desde luego, que él tampoco ha sido el hijo que toda madre desea).

Barroso escoge una fotografía rugosa, en ocasiones descuidada, con tonos amarronados (muy agropecuario todo) y unas localizaciones desiertas para componer su película; del mismo modo que quizá haga tiempo que no veamos a un actor fumar tanto en pantalla o unos silencios en medio de la acción tan cortantes. El resultado es una película muy recomendable, que te lleva de la carcajada a la lástima en apenas unos segundos, así como a comentarios del estilo “qué narices tienes, Nacho” (por no utilizar términos más testiculares). Una buena apuesta ¿cinematográfico-televisiva-teatral? que demuestra que Eduard Fernández, bien torpedeado por esas seis mujeres, es uno de nuestros mejores actores.

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