3 de octubre de 2013

Crítica de cine: Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia

De Álex de la Iglesia no puedes esperar películas reposadas. No es su estilo y nunca lo será. Él necesita pasárselo bien y que el espectador también lo haga sentado en la butaca del cine. Por tanto, y puesto que ya empezó su carrera con la estridencia como emblema hace ya un par de décadas, uno ya sabe más o menos lo que puede encontrar cuando compra una entrada. Ya los títulos de crédito de Las brujas de Zugarramurdi te avisan que te pongas el cinturón, amarres bien las palomitas y la bebida (si te gastas el dinero en eso) y te dejes llevar por casi dos horas de trepidante comedia surrealista con fondo y superficie de cine fantástico y, sobre todo, esperpento. Si aceptas las reglas, pasarás un buen r ato. Si buscas una comedia un pelín menos acelerada, habértelo pensado mejor cuando estabas haciendo cola en la taquilla. 

Esta película puedes verla con varios y diferentes referentes cinematográficos. El primero, el del propio Álex de la Iglesia, pues su cine ya es autorreferencial (en este caso, de Acción mutante a El día de la Bestia pasando por Perdita Durango y La comunidad). Y el segundo, y que inevitablemente te vienen a la mente, es Robert Rodríguez en Abierto hasta el amanecer y ciertos retazos de Quentin Tarantino. De Rodríguez es clara su influencia incluso en la propia estructura de la película: una primera parte con un atraco salido de madre (una banda atraca una joyería en la Puerta del Sol madrileña, disfrazados de Cristo plateado, soldadito de juguete verde, Bob Esponja u hombre invisible), la huida por las calles de la capital y el camino hacia la frontera francesa; y la segunda, cuando llegan a Zugarramurdi, a una taberna que ya da grima y luego a un caserón donde se encuentran en medio de una pantagruélica cena/encuentro de brujas (una vuelta de tuerca a El festín de Babette, Delicatessen o El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante; sí, te vienen a la cabeza cuando ves la película), para llegar a la traca final en la cueva de Zugarramurdi, una particular Venus de Willendorf y el exceso más desorbitado del que es capaz el director de la película.

La película, con guión de De La Iglesia y su fiel colaborador Jorge Guerricaechevarria, es un festival constante de humoradas, salidas de tono, idas de olla y boutades de todo tipo. Disparando contra esos hombres que no dejan de ser unos peleles: de José (Hugo Silva), que atraca la joyería mientras está a cargo de su hijo pequeño (que también colabora) y que está en medio de un tormentoso divorcio, a Tony (Mario Casas), perfecto imbécil sobre dos patas que se siente constreñido en su relación con una abogada y trata de demostrar quién sabe qué; pasando por el taxista de cuyo coche se apropian en la huida y que también es un juguete roto. Los hombres son piltrafas humanas, monigotes que quieren liberarse de sus propias ataduras y de las que creen que las mujeres les han añadido, y a ellos se suman la pareja de policías (Secun de la Rosa y Pepón Nieto), que también son para darles de comer aparte. Frente a ellos, las mujeres de Zugarrarmurdi, las brujas que conforman esa particular familia de abuela (Terele Pávez), madre (Carmen Maura) y nieta (Carolina Bang), y que controlan el pueblo y las fuerzas ocultas de un matriarcado derribado cientos o miles de años antes; mujeres aguerridas y dispuestas a recuperar el poder. Mujeres que han convertido en peleles a los hombres del pueblo, empezando por el hijo-hermano-tío de las tres brujas (Enrique Villén), o auténticos monstruos de buen corazón, como Luismi (Javier Botet), que suelta algunas perlas que me provocaron carcajadas y lágrimas de la risa. O mujeres peculiares como la pareja de señoras vascas "de toda la vida" formada por Santiago Segura y Carlos Areces, que en medio del delirio de la cena también son capaces de provocarte la carcajada con sus comentarios. La lectura antropológica de este entramado ¿socio-cultural? es un poco de manual setentero que mezcla el matriarcado, la Gran Diosa, las diosas de la fecundidad y un feminismo castrador que pretendidamente se saca de madre para, en aras del surrealismo y sobre todo el esperpento, divertir al espectador que acepta las reglas del juego.


Película hilarante y excesiva, como no podía ser menos procediendo de Álex de la Iglesia. Espectáculo de principio a fin en el que todos juegan su rol y en el que el guión se resiente en los últimos cuarenta minutos: de una primera hora estupenda pasamos a la llegada a Zugarramurdi y, en medio de la cena, a unos giros de guión que te dan la sensación de que se producen para ralentizar un poco la acción, desaforada de por sí. Como si el director te dijera "espera, chato, que aún hay más, mucho más", y llevarte así al empacho y la desmesura en las cuevas de Zugarramurdi. El final, epílogo extraño, me recordó mucho el final de La muerte os sienta tan bien de Robert Zemeckis...

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