11 de octubre de 2013

Crítica de cine: El mayordomo, de Lee Daniels

Si yo fuera académico de Hollywood (¿es una profesión?) y me enviaran esta película para visionarla antes de realizar mis votaciones, pensaría que Lee Daniels se ha quedado corto. No de talento (tampoco anda sobrado en esta ocasión, aunque, a tenor de anteriores apuestas, ¿lo ha estado alguna vez?), ni de medios, y desde luego no de azúcar. Se ha quedado corto en cuanto a la sutileza. Sí, Lee, si tras Precious, durísima película (pero también interesante... si es un adjetivo que sele pueda aplicar) no pareció quedarte claro el vocablo, te lo repetiré. Y como por estos lares no solemos consultar (y quizá debiéramos) el dicccionario Webster's, y no tengo a mano a doña María Moliner, te pongo la definición de la RAE: "cualidad de sutil", uséase, "agudo, perspicaz, ingenioso". En otras circunstancias te diría, en mi diccionario particular, que me tomas por tonto, pero no es el caso. Porque si lo que quieres es entrar en la carrera de los Oscars y jugar sobre seguro con una película que trata de camelarme, emocionarme hasta el punto de soltar la lagrimita, cortesanearme (esto otro día te lo explico) y dorarme la píldora... pues igual me ofendo. Pero como no soy académico de esos y sólo comento la película, pues vamos allá.

Esta es una película para gustar. Si eres estadounidense, claro. Toquemos una historia inspirada en hechos reales, que empieza a medio camino de Raíces, El color púrpura y Beloved (y de paso ponemos de coprotagonista a Oprah Winfrey, que seguro le hace publicidad), plantea un repaso de la historia presidencial de los Estados Unidos entre finales de los años 1950 y mediados los ochenta, con un epílogo actual, y con la lucha de la comunidad negra por los derechos civiles; le decimos a unos cuantos actores de postín que encarnen a varios presidentes (Robin Williams a Eisenhower, James Marsden a Kennedy, Liev Schreiber a Johnson, John Cusack a Nixon y Alan Rickman a Reagan); ponemos como hilo conductor la vida de un mayordomo de la Casa Blanca, Cecil Gaines (Forest Whitaker, que no se nota, ¡qué va!, que buscas un Oscar), interrelacionándolo con esos presidentes, al tiempo que tiene lo suyo en casa (el alcoholismo de la esposa Winfrey, un hijo contestatario y de espíritu rebelde); y le damos dos horas largas al espectador, para que lo digiera y luego nos dé el aplauso... y voilà!, ya tenemos película oscarizable.

Y el resultado, sin embargo, es una película pastelosa y alcanforizada. Un producto deslavazado, en el que esos presidentes parecen las patatas fritas de un menú Big Mac (¿se me entiende?). Una cinta que pretende denunciar (y hay que hacerlo) el racismo en los Estados Unidos y el papel (residual) de los diversos presidentes. Una película que más que oler a Oscar hiede a tomadura de pelo. Los personajes son de cartón, las motivaciones psicológicas endebles y la previsibilidad... pues la tónica de toda la película. Todo se muestra de manera que conduce a una línea argumental que sabes por dónde va. Ninguno de los actores presidenciales es creíble en el papel que le han asignado (especialmente Marsden/Kennedy, con un idealismo en cuanto a la cuestión negra que se aleja de la realidad del personaje, que trató todo lo posible por evitar el tema). ¿A Alan Rickman le han metido un palo por sálvese la parte? Y de John Cusack te puedes creer cualquier cosa (incluso que encarnara a un joven Nelson Rockefeller en Abajo el telón), ¿pero a Nixon?; lo único creíble de su papel es la nariz postiza que le han puesto.

En fin, que me he encontrado exactamente lo que esperaba tras ver el tráiler. Una absoluta falta de vergüenza pedigüeña y escasa sutileza. O igual todo es una comedia involuntaria, quién sabe...

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