24 de septiembre de 2013

Crítica de cine: Jobs, de Joshua Michael Stern

Que Steve Jobs era un genio, ya nos había quedado claro. Que además fuera un tipo para darle de comer aparte, también. Y que además fuera un mesías de la informática... pues ¿en qué mundo sin iPod, iPad, iPhone, iMac, idetodo vives, colega? (bueno, yo no tengo nada de eso y vivo tan campante). Jobs fue un ipo revolucionario, sin duda uno de los personajes más influyentes de las últimas décadas. De tanto en tanto aparecen genios que se convierten en catalizadores del cambio y de la innovación tal que incluso te hacen preguntarte qué sería del mundo sin ellos. Cualquiera que escriba con un ordenador personal ya peude responder a esa pregunta. Por tanto, ante un personaje que cultivó una imagen sobre sí mismo y que murió prematuramente, ya tardaba en llegar la película. Hay varios proyectos en danza, uno de ellos con guión de Aaron Sorkin que esperaremos con notable interés. Y ahora nos a llegado este Jobs, interpretado y encarnado por Ashton Kutcher (sin duda, da el pego en cuanto al físico). 

Vayamos con los pros. De entrada, el personaje, sin ninguna duda. Y el aliciente de ver cómo han encontrado al actor perfecto para encarnarlo. Estamos ante una película que tampoco pretende ser un retrato global del personaje. Para muchos, Steve Jobs era el hombre del iPod, el de la última década de su vida, el de las innovaciones tecnológicas en cuanto el teléfono móvil. Para otros, el precursor que comenzó en el garaje de la casa de sus padres y creó la base del ordenador personal. Para otros tantos, el tipo estrafalario que se lavaba poco, iba siempre en chanclas y un más que dudoso estilismo y vestuario, y que especialmente tenía un ego del tamaño de una catedral. Y para no pocos, un desconocido. ¿De dónde surge Jobs? ¿Cómo creó, en colaboración con otros ingenieros informáticos, una empresa como Apple, capaz no sólo de toserle a la todopoderosa IBM sino también de pasarle la mano por la cara? Jobs, la película, se centra en el Steve Jobs de veintipocos años a mediada la cuarentena. Es una historia de auge, primer triunfo, expansión, crisis, caída y redención. Y ahí podrían empezar los contras... 

... pues la película se aparta poco de una construcción convencional del biopic. Jobs el visionario, el incomprendido, el suficientemente empático para arrastrar a un grupo de personas a soñar con cambiar el mundo, pero con un ego tan grande como para aislarse en sí mismo y acabar siendo su propio enemigo. Es ese estilo de self-made man tan caro al American way of life el que, por redundante, acaba siendo lastrando y alargando un guión que no pasa de ser tópico; interesante, pero ya visto; lineal y reiterativo; largo y lo dicho, convencional. No es una mala película la que tenemos en la gran pantalla, ni de lejos; pero no es una película que sorprenda. Además, ya tuvimos ración de genio gilipollas con Mark Zuckerberg en La red social... sólo que Jobs no es ni un asocial, ni un gilipollas de ese calibre, pero sí alguien complicado, de esos cuya convivencia a medio y largo plazo se hace algo insoportable. Lo que vimos en la película de David Fincher se repite en muchos sentidos en esta otra; y desde Joshua Michael Stern no es, tras las cámaras, Fincher, ni el guionista un remedo de Aaron Sorkin. Quedan mejor perfilados los personajes secundarios (Steve Wozniak, Mark Makkula o Paul Sculley) que un Jobs que en su monolitismo acaba resultando cansino. "Sí, tío, ya sabemos que eras el p... amo, pero estos también acaban tomándose un respiro". Y el sabelotodismo resulta cargante al cabo de un rato...

Pero, y volvemos a los pros, la película, a pesar de estar algo dilatada en el metraje y de tener un ritmo de montaña rusa en ocasiones, es un producto digno; muy digno, incluso. A pesar de su cansinismo, Ashton Kutcher interpreta con convicción a un Jobs de mirada poderosa. La historia te atrapa de principio a fin (aunque el tema de la hija quede cuarteado) y, en el fondo (reconozcámoslo), nos seducen este tipo de cuentos con moraleja de tipo carismático y precursor. Su discurso empuja hacia adelante, siempre hacia adelante, y la motivación que desprende la película, en busca siempre de la excelencia, la calidad y la originalidad, nunca está de más (de hecho, en estos tiempos lo echamos de menos). Por tanto, y a pesar de sus grietas, Jobs no es la película excesivamente pagada de sí misma que me temía y me esperaba. Tiene un poco de eso, pero no termina de ser tan indigesta como pudiera parecer.

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